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Capítulo 1 Tess

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—Tu prometido —repetí, porque es que ni de coña. Ni de puta coña Scott Sebastian (el hombre que me había asegurado que no tenía ni mujer ni novia, el hombre con el que me había pasado las últimas tres semanas tonteando y follando, el hombre que me había traído el café a la cama cuando me había despertado en su dormitorio esta misma mañana) era el prometido de Kendra Montgomery.

Aun así, aquí lo tenía, junto a ella y con aspecto de sentirse tan incómodo como yo; sus ojos saltaban de un lado a otro en un intento por evitar los míos. Y aquí estaba también ella, con un anillo tan grande como la tapa de un pintalabios en el dedo. Por eso no lo había pronunciado como una pregunta, porque, cómo no, Scott tenía que ser su prometido. Cómo no, joder.

—¡Sorpresa! —exclamó Kendra con una sonrisa radiante. Como si se esforzara demasiado y, entonces, decidí que tenía que tratarse de una broma. Que había descubierto que yo había actuado a sus espaldas y había hecho la presentación a los Sebastian y que esta era su forma de vengarse.

Pero, entonces, ¿por qué Scott dejaba que Kendra lo agarrara del brazo de esa forma?

Kendra debía de habérselo contado y esta también era la venganza de Scott por todos los secretos que no le había revelado. Incluso era posible que toda esta estratagema fuera idea suya.

Mierda. Quizá incluso me lo mereciera.

No, no me lo merecía. Era una broma cruel y de muy mal gusto.

—¿Lo dices en serio? —Mientras pronunciaba esas palabras, supe que sí. Porque Kendra Montgomery no llegaría a esos extremos (involucrar a sus padres, celebrar una fiesta) solo para darme un supuesto merecido.

Dejó de forzar la sonrisa.

—Debería haberte dicho algo —empezó, con aire culpable—. Lo sé. Y después puedes enfadarte conmigo, te lo prometo. Pero, por ahora, puedes conocer a Scott.

Alzó los ojos para mirar a su prometido (¡su prometido, joder!) y le regaló una sonrisa que era más sincera.

—Ella es mi asistente, Tess Turani.

Parecía que esperaba que nos estrecháramos la mano, pero yo no se la ofrecí, y él tampoco.

—Tess y yo ya… —empezó Scott, con el ceño fruncido, y me di cuenta de que estaba a punto de decirle que ya nos conocíamos, algo que Kendra ya sabría si de verdad me hubiera mandado a hacer la presentación a la empresa.

Así pues, Scott no sabía nada de mi mentira. Y Kendra tampoco. Lo que significaba que esto era real o que estaba teniendo la pesadilla más espantosa de mi vida, y como los zapatos que había sacado del armario de Kendra me iban un poco pequeños y los pies me dolían mucho, decidí que se trataba de la realidad.

Me sentía tan conmocionada y avergonzada y traicionada, todo a la vez, que fui incapaz de intervenir para salvar la situación.

Afortunadamente, Scott no terminó la frase.

—¿Has dicho asistente? —preguntó, centrándose en mi cargo con la misma atención al detalle que había demostrado durante las últimas tres semanas.

Si la tierra se hubiera abierto y me hubiera engullido en ese instante, seguramente la noche habría mejorado.

—Puede que no sea la definición adecuada —respondió Kendra—. No puedo hacer nada sin Tess. Me ayuda a mantener los pies en la tierra.

Podría ser la descripción de una empleada que la sustituye para hacer presentaciones a clientes importantes cuando la jefa no está, ¿verdad?

Tal vez. Solo si Scott lo daba por bueno y no insistía, pero como últimamente parecía ser la tónica habitual en mi vida, no tuve tanta suerte.

—Es fantástico que tu empresa haya crecido hasta el punto de que tengas a alguien que te pueda ayudar a hacer presentaciones a los clientes.

No sabía que fuera posible sentirme todavía más pequeña de lo que ya me sentía.

Kendra clavó los ojos en el suelo.

—Ah, bueno, es que ella no hace presentaciones. Todavía. Pero hablamos mucho del tema. —Cuando me miró a los ojos, vi una disculpa reflejada en los suyos. O la promesa de que de verdad quería ofrecérmelo, solo que aún no había tenido la oportunidad y las típicas excusas de mierda que siempre me soltaba cuando le pedía que me dejara hacer alguna presentación.

Enseguida recordé todas las razones por las que estaba resentida con mi amiga, ahora jefa.

Scott parecía confundido, y con razón.

—Pero si le pediste que presentara…

—Mejor que no hablemos de trabajo en una ocasión tan especial como esta —intervine enseguida. Ahora sabía que lo había engañado, y Kendra todavía no. Pero eso no significaba que tuviéramos que montar un numerito abordando este tema ahora mismo.

Aunque, bien mirado, montar un numerito no empeoraría mucho más la situación.

Scott era su prometido.

Forcé una expresión que esperaba que pareciera agradable.

—Felicidades a los dos. Menuda sorpresa. Vaya, ahí está tu padre, Kendra. No he podido saludarlo todavía, y seguro que tú aún tienes que saludar a mucha gente, así que voy a…

Me fui, dejando la frase inacabada mientras me acercaba a Martin Montgomery. No sabía lo que le iba a decir cuando estuviera frente a él. Tenía un nudo en la garganta y la única frase que se repetía una y otra vez en mi mente era «es su prometido».

Sin embargo, el padre de Kendra había sido mi excusa para huir y ahora que los pies me dirigían hacia él, no sabía cómo cambiar de rumbo. Si al menos hubiera sido capaz de controlar mis pensamientos, me habría ido directa a la habitación. O, mejor todavía, habría pedido un Uber y me habría marchado a casa a morir en brazos de Teyana en vez de quedarme en esta fiesta de postín. No me habría importado que Scott y Kendra me vieran. Habría salido corriendo.

—Tess, ya decía yo que eras tú. —Martin Montgomery me dispensó el abrazo paternal que siempre me daba cuando me saludaba—. Kendra ha insistido mucho en que vinieras. De hecho, eres la única persona a la que ha querido invitar cuando esta mañana hemos decidido montar la fiesta. Ha dicho que necesitaba tenerte a su lado.

A pesar de mi aturdimiento, me pareció raro. Kendra era una persona solitaria. A veces, y aunque nuestra amistad se había diluido tras acabar la universidad, me daba la sensación de que yo seguía siendo su amiga más cercana. Eso no quitaba que ella formara parte de la alta sociedad y no tenía ninguna duda de que había mujeres en su círculo a las que habría invitado a la fiesta del anuncio de su compromiso. ¿Por qué era yo la número uno de la lista cuando no se había ni molestado en decirme que estaba prometida?

Era como si no quisiera que nadie lo supiera.

Lo más probable era que me estuviera calentando demasiado la cabeza. No era algo sobre lo que ahora pudiera pensar con claridad. Necesitaba aire. Necesitaba salir de aquí.

—Te agradezco como siempre tu hospitalidad, Martin, y me alegro de haber podido venir por Kendra. —Mentira, mentira, mentira, mentira, mentira—. Espero que no te importe, pero no me encuentro muy bien, así que, si me disculpas, voy a subir a la habitación para tomarme un ibuprofeno. —Y a cambiarme, porque no pensaba volver en tren a Nueva York vestida de Vera Wang y eso era lo que haría después, seguro.

—Sí, claro. Lo lamento. Si necesitas algo, pídeselo al personal.

—Gracias, muchas gracias. —Empecé a alejarme con la cabeza vuelta hacia él, por eso no vi al hombre corpulento que tenía enfrente hasta que choqué contra él—. Lo siento, no lo había visto. Ay, señor Sebastian.

No sabía si era mejor o peor que este Sebastian en concreto no fuera Scott, sino su padre.

—Henry —me corrigió, con la misma brusquedad que la última vez que lo había visto en Sebastian Industrial durante la reunión para decidir si su empresa iba a patrocinar o no a la Fundación para la Lucha contra la Disautonomía.

La reunión en la que me había comportado como si tuviera la autoridad necesaria para coordinar un acuerdo de patrocinio cuando bien sabía que no era así.

Y eso que creía que la velada no podía ir a peor…

—Henry —desistí—. Te pido disculpas por haber chocado contigo. No me encuentro muy bien y tenía prisa por irme. —Traté de apartarme, pero dio un paso al lado conmigo.

—Ahora que Kendra ha regresado, espero que sea ella quien se haga cargo de las negociaciones —dijo, como si no le acabara de decir que me encontraba mal. ¿Y si hubiera tenido que vomitar? Ojalá tuviera ganas, para poder vomitar encima de sus zapatos Berluti Scritto.

—Todavía no lo hemos hablado. No quiero empañar la celebración hablando de trabajo. —De nuevo, me aparté a un lado.

De nuevo, volvió a obstruirme el paso.

—Cuando lo habléis, estoy seguro de que Kendra llegará a la conclusión de que un cliente tan importante como Sebastian Industrial merece ser liderado por el mejor talento de la empresa.

Ah, era una amenaza. Sutil, pero una amenaza en cualquier caso. Él había sido el único obstáculo que había impedido que el contrato de patrocinio se firmara. Scott me había prometido que al final accedería, y el hecho de que Henry estuviera teniendo esta conversación conmigo parecía indicar que así sería. Siempre y cuando fuera Kendra quien se encargara y no yo.

Si me hubiera quedado algo de dignidad, habría reivindicado mis capacidades.

Pero no me encontraba en posición de hacerlo. Y, si existía la mínima posibilidad de que la FLD pudiera conseguir el patrocinio, tenía que portarme bien.

—Supongo que Kendra estará de acuerdo —dije, y era más cierto de lo que el señor Sebastian sabía, puesto que iba a quedarme sin trabajo en cuanto Kendra descubriera lo que había hecho.

—Si la Fundación es importante para ti, como supongo que lo es, por cómo te deshiciste en elogios y la pasión con la que la presentaste el otro día, Kendra estará de acuerdo.

Lo había entendido la primera vez, pero logré mantener un tono neutro:

—Lo hablaré con ella mañana a primera hora. —Por teléfono, desde mi apartamento en Jersey City.

—Perfecto. Nosotros también nos quedamos a pasar la noche. No dudes en avisarme si necesitas que intervenga en la conversación.

Maldita sea, ¿se quedaban a pasar la noche?

La madre de Kendra me había dicho que no les quedaban habitaciones libres. Tenía sentido que los Montgomery ofrecieran a los futuros suegros de su hija que se quedaran en Greenwich a pasar la noche en vez de tener que volver a la ciudad tan tarde un sábado por la noche.

Lo que significaba que Scott también se quedaría a pasar la noche, evidentemente.

Lo que significaba que yo también tendría que quedarme a pasar la noche para hablar con Kendra de la FLD y explicarle lo que había hecho. Al menos, si quería que el patrocinio se firmara.

De no haber sido por Teyana, mi mejor amiga, quizá habría decidido que no valía la pena. Pero, para empezar, Tey era la razón por la que había engañado a todo el mundo. Sufría POTS, una afección del sistema autónomo, y lograr que Sebastian Industrial patrocinara la FLD para aumentar los fondos, la investigación y la divulgación del síndrome que mi amiga sufría a diario se había convertido en una prioridad por ella. Era una cuestión personal.

—Si te necesito, te lo haré saber —le dije, tensa—. Y ahora, si me disculpas, por favor… —Iba a pasar la noche, pero no pensaba quedarme ni un puto segundo más en esta fiesta.

Y, esta vez, dejó que pasara por su lado.

Pero Kendra me interceptó. Al menos no iba a acompañada de Scott.

—Por favor, no te enfades conmigo por no habértelo dicho —me suplicó.

Sinceramente, con lo poco que me contaba sobre su vida personal a estas alturas, no me sorprendía nada descubrir que se iba a casar sin haber sabido que mantenía una relación seria. En otras circunstancias, habría puesto los ojos en blanco y habría dicho «típico de ella».

Pero era la prometida de Scott. Y, aunque la traición de Scott no era culpa de Kendra, igualmente estaba enfadada con ella. Y tenía muchas razones para estar enfadada con ella, como que me hubiera encargado una tontería tras otra como a ella le venía en gana y me hubiera tratado como si fuera menos que ella. Además, estar enfadada me daba munición con la que negociar mañana cuando Kendra descubriera que tenía las mismas razones (o incluso más) para estar enfadada conmigo.

—Ahora no es el mejor momento para hablar de esto, Kendra. —Como había hecho con Henry, me hice a un lado para rodearla.

Y, como había hecho Henry, me cortó el paso.

—Tess, por favor, por favor, por favor. No puedo con esto si estás enfadada.

—¿No puedes con qué? ¿Con ser sociable? ¿Con estar prometida? —La voz me salió más alta de lo que pretendía. La bajé para continuar—: Creo que sola te está yendo divinamente.

Empecé a rodearla, pero cambié de idea porque, de pronto, tenía ganas de más:

—¿Por qué no me lo habías contado?

Vaya, quizá sí que estaba más dolida de lo que pensaba porque me hubiera dejado de lado.

—¡Ocurrió, sin más!

—Ocurrió, sin más. O sea, que esta mañana te has levantado y has decidido que te casabas y que ah, sí, incluso tenías un anillo de compromiso escondido en uno de tus bolsos de diseño.

Kendra soltó un ruido de exasperación.

—Vale, hubo una parte que ocurrió hace unos meses, pero hoy he decidido responder que sí. No sabía si quería. Por eso tuve que irme. Para aclararme las ideas.

No ayudó. Porque incluso aunque Scott no hubiera estado prometido oficialmente cuando había estado conmigo, era imposible que hubiera olvidado que le había propuesto matrimonio a una mujer no hacía tanto. Una mujer que, encima, era mi jefa, y él lo sabía.

—Me lo podrías haber contado —le dije, tratando de centrarme en lo que sus secretos revelaban sobre nuestra relación más que sobre mi relación con Scott—. Podría haberte ayudado. ¿No decías que no podías hacer nada sin mí? Si de verdad dependieras tanto de mí, me habrías explicado lo que pasaba.

No. Nada de esto ayudaba. Solo me hacía enfadar más.

De hecho, me estaba ayudando a sentirme menos culpable por haberle mentido. Más justificada en mi decisión de actuar a sus espaldas porque… Kendra se podía ir a la mierda.

Y Scott Sebastian también se podía ir a la mierda.

Esta vez, cuando traté de rodearla, me agarró del brazo.

—¿A dónde vas? ¿Te marchas? ¡Por favor, no te vayas!

Al menos se había dado cuenta de que era una opción.

Estuve a punto de cambiar de opinión otra vez y decirle que me iba.

Pero ¿y la FLD? ¿Y Tey?

—Me marcho de la fiesta y me voy arriba. Me daré un baño y me tomaré un ibuprofeno. Cualquier cosa que quieras decirme puede esperar a mañana.

Pareció animada por el hecho de que no me fuera de su casa.

—¡Podemos hablar esta noche! Vendré a verte a la habitación cuando se haya ido todo el mundo.

Ni de lejos tenía energía para enfrentarme a ella esta misma noche.

—No, ni hablar. Esta noche no. Estoy muy cansada. He tenido una semana muy larga. Después del baño, me iré a dormir. —O, mejor dicho, me echaría a llorar hasta quedarme dormida del agotamiento.

Le cambió la expresión, pero no insistió.

—Mañana, pues. Lo siento. Lo siento mucho.

Retrocedí y me fui directa a las escaleras mientras su última disculpa resonaba en mis oídos.

Y la creía.

Pero no era suficiente para hacerme sentir menos destrozada. Notaba que las lágrimas me asomaban a los ojos. Faltaba muy poco. Enseguida podría darles rienda suelta. Solo tenía que llegar a…

Una mano me agarró con firmeza del brazo y me metió en la antecocina.

—Tenemos que hablar —me soltó Scott.

Me sentía dolida, con el corazón roto, pero la primera emoción que me embargó al verlo fue la furia.

—¡Estás prometido, joder!

A pesar de la oleada de calor que me inundó al notar su tacto, me lo saqué de encima con un empujón, como si fuera tóxico.

—Eres su a-sis-ten-te —me espetó, con la misma rabia.

—No querrás insinuar ahora que eso está al mismo nivel. —Recordé todas las veces que me había mentido deliberadamente y ahora veía cómo había logrado eludir la verdad cada vez: «A día de hoy, no estoy comprometido con nadie en ningún sentido», me había dicho la primera noche que habíamos pasado juntos. «¿Ha hablado de mí alguna vez?», me había respondido cuando yo le había preguntado si tenía una relación muy estrecha con Kendra. «Pues ahí lo tienes», me había contestado cuando le había respondido que ella raras veces lo había hecho.

Madre mía, pero qué idiota había sido. Joder, pero idiota de remate.

—Sin duda hay quien consideraría que se trata del mismo nivel de engaño —dijo, cerrándose en banda y jugando la carta del «Tú me has mentido más»—. Incluso hay quien diría que mentir para lograr el patrocinio de una empresa que vale miles de millones es peor.

Dicho así, mi mentira era una calamidad.

Pero, para considerarla peor, significaba que las empresas eran más importantes que las personas y con eso sí que no estaba de acuerdo:

—Si eres uno de esos, no eres quien creía que eras.

No hacía falta que lo dijera. Era evidente que no lo conocía en absoluto.

O quizá sí que hacía falta que lo dijera porque le había hecho cerrar la boca y torcer el gesto con aire de culpabilidad.

Refrenada su furia, la mía no se disipó, sino que se extendió y se diluyó de forma que sentí mejor lo que había debajo: humillación, desengaño, culpabilidad.

—Mi mentira ha sido para ayudar a gente. —No sabía si me estaba justificando ante él o ante mí misma.

—¿Ayuda que actúes a espaldas de tu jefa? Kendra no tenía ni idea de que nos hemos reunido, Tess. ¿Por qué no tendría que saber que estás colaborando con nosotros? Y ha dicho que nunca has presentado. —Le titilaron los ojos al caer en la cuenta de algo—. Un momento. Si no sabe que has presentado… Por el amor de Dios, Tess, no me digas que no es un acuerdo legítimo.

Si se lo planteaba ahora por primera vez, significaba que también se sentía muy dolido.

—¡Es legítimo! ¡Claro que lo es! Es tu empresa la que está redactando los contratos. Cualquiera podría hacer de enlace entre vosotros y la FLD. Podría haber dicho que trabajaba para cualquiera, y el acuerdo seguiría siendo válido. Solo dije que era de Conscience Connect porque me daba credibilidad. Bueno, y porque trabajo allí de verdad, aunque no en ese puesto.

Ahora que ya había empezado, lo solté todo:

—Pero hace mucho tiempo que estoy preparada para presentar y nadie conoce la FLD como yo; al menos Kendra no. Sabía que seríais el patrocinador perfecto para ellos y le sugerí que os la presentara, pero no quiso. Ni siquiera quiso oírme sin ponerse a la defensiva.

—Por mi culpa —musitó él y se apoyó en la encimera que tenía detrás.

Lo imité con la encimera que había en el lado opuesto.

—Luego desapareció y conocí a Brett en la fiesta. Me dijo que estabais buscando una organización a la que patrocinar y vi la oportunidad de demostrar lo que era capaz de hacer y de ayudar a la FLD. Y como ahora se lo cargue… —Podía explicárselo todo a Kendra y quizá no sería de ayuda. Ella podía decidir que no le importaba guardar las apariencias con la FLD. Ahora que comprendía cuál era su relación con Sebastian Industrial, era imposible que estuviera dispuesta a perjudicar su relación con ellos. Y menos si podía culpar a una empleada que había ido por libre todo el tiempo—. La verdad es que no paré a pensármelo muy bien.

—Yo me encargaré. —Era la misma voz que había usado en la sala de reuniones, cuando me había asegurado que su padre firmaría los contratos.

Dudaba que él poseyera la autoridad necesaria para hacer tales promesas, ni ahora ni antes.

—No puedes ir…

Me cortó:

—Sí que puedo y lo conseguiré. Los contratos se firmarán. Kendra tiene la suficiente desenvoltura empresarial como para no oponerse y mi padre terminará aceptándolo. No tienes que preocuparte. Pase lo que pase, me aseguraré de que el acuerdo se firme.

Todavía estaba intentando asimilar sus palabras empáticas y tranquilizadoras, pero él continuó:

—Ahora tiene más sentido que nunca que yo también lo respalde.

Se me encogió el corazón al recordar por qué tenía más sentido que nunca:

—Estás prometido.

—Tess… —Sonaba tan cargado de dolor como yo. Como si le hubieran disparado una flecha al pecho y esto fuera lo que pronunciaba al ser abatido.

Antes de que pudiera continuar, una mujer a la que reconocí de mi búsqueda en internet asomó la cabeza a la antecocina.

—Aquí estás. El fotógrafo quiere sacaros una fotografía a ti y a Kendra juntos.

La madre de Scott me miró con una expresión que indicaba que sospechaba que estábamos liados.

—¿De verdad, Scott? ¿Hoy precisamente?

Pareció como si cualquier otra noche lo hubiera pillado engañando a su prometida y no hubiera pasado nada. Me habría hecho gracia de no ser porque todo era un desastre.

Scott se enderezó y miró a su madre como si le dijera «dame un momento». Como no se fue, él suspiró y me miró:

—Esto no ha terminado, Tess.

Se marchó y esperé unos segundos. No porque me importara si alguien nos veía saliendo juntos de la antecocina, porque eso me importaba una mierda. Esperé porque la rabia se había ido con él y ahora me paralizaban las ganas de tirarme al suelo y echarme a llorar.

No sé cómo, logré quedarme en pie.

No sé cómo, logré salir y subir las escaleras.

No sé cómo, logré llegar a mi dormitorio, donde cerré la puerta, apoyé la espalda contra ella, me hundí hasta el suelo y me puse a sollozar.

Un hombre para siempre

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