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Capítulo 2 Scott
Оглавление«Esto no puede estar pasando».
Me lo repetía una y otra vez en un mantra silencioso mientras seguía a mi madre entre el gentío. Era imposible que esto estuviera pasando. En cualquier momento me despertaría en mi cama, en mi casa, junto a Tessa, y esto no habría sido más que una pesadilla.
Pero no se trataba de una pesadilla.
Era mi vida real. Estaba metido en este puto berenjenal. Me estaban alejando de la mujer de la que me estaba enamorando para irme a hacer unas fotos con mi prometida, una mujer de la que no estaba enamorado (y nunca lo estaría). Y como me había visto obligado a asistir a la fiesta de los Montgomery (había demasiada gente para poder llamarlo «encuentro improvisado») sin ningún tipo de previo aviso, no podía hacer otra cosa que sonreír, asentir y rezar para que hubiera una mínima posibilidad de que nada de esto estuviera pasando de verdad.
Necesitaba beber algo.
Un camarero se acercaba con una bandeja de copas de champán, pero, antes de poder coger una, mi madre me hizo girar por un pasillo, me metió en un baño y cerró la puerta.
—¿Qué demonios estás haciendo? —me preguntó, con el ceño tan fruncido como le permitía el bótox. Era su cara de enfado, pero solo quienes tenían una relación estrecha con Margo Leahy Sebastian sabían identificarla como tal. Para el resto del mundo, seguro que parecía tan compuesta y serena como siempre: con su pelo largo y rubio (teñido) peinado a la perfección, el pintalabios (del tono adecuado) como si se lo acabara de aplicar y su cuello (estirado quirúrgicamente) bien erguido. Nadie diría que bullía de indignación.
Pero yo sí.
Hacer enfadar a mi madre no era una novedad. Ya no me preocupaba, solo me irritaba. Sobre todo cuando ya estaba haciendo todo lo que me habían pedido tanto ella como mi padre. Incluso había cogido el coche para venir a las putas afueras para la velada de hoy sin replicar, un error del que me arrepentía soberanamente ahora mismo. ¿Qué más quería de mí, joder?
¿Y por qué lo teníamos que hablar en el baño?
El hecho de que estuviéramos encerrados en el baño me permitía dar rienda suelta a mi rabia; de hecho, me apetecía hacerlo desde que había visto a Kendra con el anillo al llegar, pero, por experiencia, sabía que no valía la pena. Era mejor complacer a mi madre y quitármela de encima.
—Creía que querías que me hiciera unas fotos.
—No hay fotos. Ni siquiera hay fotógrafo. Te estaba rescatando de ti mismo.
Se me había acabado la paciencia.
—No estoy de humor para adivinanzas, mamá. ¿De qué coño hablas?
—¿Escondiéndote en la antecocina con una sirvienta? Y precisamente esta noche.
—Un momento. —Ahora ya estaba más que irritado. Estaba rozando la categoría de «furibundo»—. En primer lugar, Tess no es ninguna sirvienta, aunque tampoco es que eso importe ahora, pero quiero dejar las cosas claras, joder. Trabaja con Kendra.
Para Kendra, más bien. Que tampoco importaba. Su explicación de por qué había fingido ostentar un cargo superior al que tenía en la empresa tenía sentido. Conocía de primera mano los tejemanejes que uno se veía obligado a hacer, los acuerdos que tenía que contraer para llegar a algo en esta vida. Aun así, me dolía ser la persona a la que había engañado.
Eso no significaba que lo que teníamos no fuera real. Tenía que serlo. Lo notaba. Era imposible que solo fuera por mi parte.
—Pues claro que trabaja para Kendra —replicó mi madre con cierta repugnancia.
Ahora sí que estaba furibundo.
—¿Qué cojones se supone que significa eso?
—Mira, te voy a dar un consejo, Scott. —Alargó los brazos y me enderezó la corbata, aunque no lo necesitaba—. Tus aventuras amorosas, que no ocurran en tu casa. Es más fácil mantener la discreción de esta forma, e independientemente de lo que tu esposa opine sobre que te lleves a otras mujeres a la cama, te aseguro que no le va a hacer ninguna gracia que juegues con sus otras relaciones. Puedes tener una amante. Pero en otra parte. Y, bajo ningún concepto, en la fiesta del anuncio de tu compromiso.
Eso fue la gota que colmó el vaso.
Le aparté las manos de mi corbata.
—¿Desde cuándo lo de esta noche se ha convertido en una puta fiesta de compromiso? —El mensaje que me había mandado decía que era una cena con la familia Montgomery. Y punto. Me había encontrado con el mensaje en cuanto había mirado el teléfono por la mañana, después de que Tess se hubiera ido.
«Ah, por eso se ha marchado con tantas prisas», caí en la cuenta. Aunque no tenía ni idea de por qué Kendra había necesitado que Tess viniera, a menos que supiera, de alguna forma, que supondría una tortura para mí, y esta no debía de ser la razón por la que la había hecho venir.
Aunque lo cierto era que sabía muy poco sobre mi futura mujer y mucho menos sobre su forma de actuar.
No, no era mi futura mujer.
Pero llevaba puesto el anillo.
«¡Joder! Esto no puede acabar así».
—Ya te he dicho quién iba a venir. ¿Qué esperabas? En cuanto apareciera en público por primera vez con el anillo puesto, era un anuncio de compromiso. No oficial, claro. Celebraremos una fiesta formal más adelante para hacerlo oficial, aunque no por necesidad. Los invitados de esta noche son amigos íntimos de la familia Montgomery, así que quizá lo mantienen en secreto un tiempo, pero ahora ya se ha hecho público. Se filtrará a la prensa. Ya sabes cómo funciona este mundillo.
Sí, claro que sabía cómo funcionaba el mundillo de las relaciones públicas. Ya estaba pensando cómo cojones podía enterrar la noticia antes de que se propagara porque y una mierda que este compromiso iba a terminar en boda.
Con la perspicacia que la caracterizaba, mi madre me leyó el pensamiento:
—No hay vuelta atrás, Scott. Tú mismo lo aceptaste.
Pero eso había sido antes.
Ahora, mi vida había dado un giro de 180 grados y si hubiera algo de justicia en este mundo, cualquier cosa a la que yo hubiera accedido previamente ahora sería nula e inválida.
Sin embargo, sabía que el mundo no funcionaba así. Ni siquiera para un Sebastian.
Sobre todo para un Sebastian.
* * *
Pasaron lo que me parecieron horas y horas hasta que los invitados se fueron. Mis padres se retiraron antes, lo que debía considerar un golpe de suerte, puesto que no me quedaba energía para aguantarlos. Necesitaba tomar esa bebida que llevaba toda la noche buscando.
De hecho, lo que necesitaba era hablar con Tess.
Pero antes tenía que hablar con Kendra y, para eso, necesitaba meterme alcohol en el cuerpo.
Encontré a los camareros en la antecocina vaciando copas de champán. Agarré una y me la bebí de golpe y luego me tragué otra antes de volver a salir en busca de Kendra.
La encontré apoyada en el sofá, estirando y moviendo el cuello hacia un lado y hacia el otro, como si la velada se le hubiera hecho tan cuesta arriba como a mí. No estaba dispuesto a creer que podía darse el caso.
Tras ella, Leila Montgomery daba órdenes a los camareros del servicio de catering en las tareas de limpieza de esa forma tan suya, con amabilidad pero a la vez autoritaria. Martin se encontraba fuera, fumando un cigarrillo. La lluvia había amainado, pero no se alejaba de las ventanas, lo que hacía pensar que hacía fresco y aún había humedad.
Si no hubiera conocido a Tess, ¿estaría ahí fuera, tratando de forjar una buena relación con él?
Me estremecí solo de pensarlo.
No me interesaba entablar una buena relación con los Montgomery porque ni de lejos iba a formar parte de su familia. ¿Por qué llegué a pensar que esta era la vida que quería? Prácticamente no recordaba al hombre que había sido cuando había tomado esta decisión.
El hombre en el que me había convertido ahora tenía que sacarme de esta situación.
—Tenemos que hablar.
Kendra me miró con ojos cansados. Titubeó un par de segundos antes de suspirar.
—De acuerdo, podemos hablar en mi dormitorio.
Habría preferido no hablar en la habitación, pero teníamos pocas opciones si no quería que alguien nos oyera. Aunque los invitados se habían ido, la casa estaba llena de personal limpiando y también estaban los padres de Kendra y los tres estudiantes chinos que habían acogido.
—Bien —respondí y me aflojé el nudo de la corbata, aunque estaba seguro de que esa no era la causa de mi sensación de asfixia—. Tú primero.
Solo había estado en casa de los Montgomery una vez y no había visto más allá de la planta baja. La seguí por las escaleras y en el descansillo dobló a la derecha, pero miré a la izquierda, preguntándome de quién serían los dormitorios que había en ese lado.
En realidad, me preguntaba cuál sería el de Tessa.
—Tus padres están en este —anunció Kendra cuando pasamos por delante de una puerta cerrada—. Por si querías saberlo.
No, pero resultaba de ayuda.
Pasamos por delante de otra puerta cerrada antes de que se detuviera frente a una tercera que abrió. Se dirigió directa a la cama, donde se dejó caer y me miró con expectación.
Cerré la puerta al entrar y no me preocupé de buscar dónde sentarme antes de abordarla de forma directa:
—¿Qué cojones, Kendra?
—¿Perdona? —Parecía tan molesta conmigo como lo había estado yo cuando mi madre me había preguntado lo mismo hacía unas horas.
Por mí se podía ir a la mierda. No tenía ningún derecho a estar molesta. Era yo quien tenía ese derecho ahora mismo.
—No te atrevas a fingir que no sabes a qué me refiero. ¿Reapareces y de repente le dices a todo el mundo que estamos prometidos sin ni siquiera hablar conmigo antes? ¿No te parece un poco arrogante?
Me fulminó con la mirada.
—Es que estamos prometidos. ¿Acaso lo has olvidado?
En realidad, no lo estábamos. Al menos la última vez que había hablado con ella.
—Lo único que recuerdo es que te fuiste diciendo que necesitabas tiempo para decidirte.
—Pues ahora ya me he decidido. —Giró la cabeza para sacarse un pendiente y el pedrusco que reforzaba su afirmación de que estábamos prometidos acaparó la luz del dormitorio.
Puto anillo. Era tan grande que hasta resultaba de mal gusto. Solo mi madre podía escoger algo tan pretencioso.
Me pasé la mano por la cara y me obligué a hablar con más serenidad de la que sentía:
—De eso hace tres putos meses. —De acuerdo, no estaba mucho más tranquilo, pero es que estaba muy enfadado, joder. Al menos, controlaba el volumen—. Te fuiste sin decir nada. Y cuando me puse en contacto contigo hace un par de semanas para preguntarte qué cojones pensabas hacer, no solo no me respondiste, sino que directamente desapareciste del mapa.
Alzó las manos en un gesto de frustración.
—¡Porque necesitaba tiempo para decidirme! ¡Sin ningún tipo de presión!
—Ahora no hagas ver que te he presionado. —Tal vez mis padres lo habían hecho, pero no tenía ningún derecho a jugar la carta de la presión. Había tenido mucho más tiempo para decidir que yo.
Dejó los pendientes en la mesita de noche con un golpetazo y me miró con una expresión que indicaba que me estaba comportando como un estúpido.
—¡Solo con existir me has presionado! Cualquier mención del apellido Sebastian era presión, y te recuerdo que el apellido Sebastian está en todas partes en Nueva York, y yo solo podía pensar en esta decisión trascendental que tenía pendiente y que tenía que tomar. Era asfixiante, Scott. Tenía que aislarme del mundo, de todo y de todos, para pensar con claridad.
Era muy consciente de lo difícil que era huir del apellido Sebastian.
Con todo, no pude evitar pensar que su respuesta a lo que se le había presentado como la oportunidad de su vida era exagerada y de niñata consentida.
Y, aunque no era importante y no era por lo que quería enfadarme, sí que quería enfadarme con ganas.
—Así que tenías que decidirte. De acuerdo. Pero deberías haberlo hablado conmigo cuando tomaste la decisión para que supiera de qué iba lo de esta noche cuando he recibido la invitación, o mejor dicho, la orden, de venir aquí. Esto ha sido una encerrona, Kendra. Te has puesto el anillo y se lo has ido enseñando a todo el mundo. Me has presentado a tus amigos y empleados como tu prometido. Y ni siquiera me has invitado tú a venir. Que ha sido mi madre, joder. ¿Qué cojones…?
Se encogió de hombros.
—Técnicamente, fue ella quien me propuso matrimonio.
—Eso ahora no viene a cuento, joder. —Apenas conseguía controlar la voz. Apenas conseguía controlarme. Tenía ganas de asestar un puñetazo a la pared. O lanzar algo. A ser posible, ese anillo tan ostentoso. Y mejor si Kendra lo llevaba puesto cuando lo lanzara.
Mi ira debía de ser evidente porque, de repente, Kendra parecía arrepentida.
—Mira, no sé por qué te parece tan grave. Tu familia me planteó la propuesta, y tú parecías estar totalmente de acuerdo en aquel momento. Pues bien, ahora la he aceptado. Me parece que a tus padres les ha encantado que lo hiciera. No sabía que era tan importante que primero hablara contigo. ¿Qué más da? Ya hemos quedado en que follaremos con quien queramos aunque estemos casados y no se me ocurre nada más a lo que este acuerdo pueda perjudicar, así que ¿por qué iba a cambiar nada?
—Pues lo cambia. —Tenía derecho a estar confundida. Yo también lo estaba. Tampoco había creído que terminaría con alguien a quien amara. Qué demonios, ni siquiera sabía qué era el amor. Y con el acuerdo de que podíamos follar con quien quisiéramos, no había tenido ninguna razón para creer que casarme fuera a afectar a mi estilo de vida.
Este había sido mi razonamiento cuando había accedido a todo este circo.
Sin embargo, ahora estaba Tess.
—Un momento. ¿Te lo estás replanteando? —La expresión de Kendra revelaba que no había concebido que pudiera darse esa posibilidad.
La respuesta inteligente era decirle que no. La forma inteligente de proceder era cumplir con el acuerdo. Lo menos inteligente era echar por tierra todos mis planes vitales por una mujer a la que conocía desde hacía solo tres semanas.
—Sí, de hecho, sí. —A la mierda la opción inteligente. Había decidido ser sincero.
Alzó las cejas.
—Pero ¿y aquello de…?
—Ya lo sé —la corté—. Ya sé que hay mucho en juego, joder. No necesito que me lo recuerdes. —Ya tenía suficiente con mis padres a diario. No necesitaba que también me lo dijera mi futura esposa.
«Posible» futura esposa.
Ni añadiendo el adjetivo el término se me antojaba menos repugnante.
Por suerte, Kendra se mostró más comprensible ahora que había admitido que me estaba replanteando el compromiso.
—De acuerdo. ¿Qué necesitas?
Necesitaba aclararme las ideas, eso era lo que necesitaba. Necesitaba deshacerme de todas las ideas románticas que ahora tenía y que, sin duda, nacían del deseo puro. Necesitaba dejar de comportarme como un imbécil integral.
Necesitaba dejar de pensar que necesitaba a Tess.
—Necesito tiempo —dije, haciéndome eco de la respuesta que Kendra había dado el día que mis padres habían propuesto la idea de nuestro matrimonio. El tiempo tampoco cambiaría la situación, pero hoy ya no podía seguir con esta conversación. Kendra no podía arreglar lo que necesitaba que arreglara por mucho que hablara con ella.
No estaba seguro de que hubiera alguien que pudiera.
—¿Cuál es mi habitación? —pregunté, al notar de pronto todo el cansancio.
—Esta —repuso ella, poniéndose en pie.
—Es una broma, ¿no? —Pero justo entonces divisé mi maleta en un rincón del dormitorio, al otro lado de la cama. El mayordomo me la había quitado de las manos cuando había llegado. Había supuesto que la llevaría a mi habitación, dado que Kendra y yo tampoco teníamos que mantener las apariencias para nadie que estuviera en esta casa. Tanto sus padres como los míos sabían que era un matrimonio de conveniencia, no había ninguna atracción. ¿Por qué demonios nos habían puesto en el mismo dormitorio?
—Tampoco hace falta que te dé tanto asco —me espetó mientras se retorcía para sacarse el vestido—. Ya hemos follado, ¿o es que lo has olvidado con la misma facilidad que el compromiso?
—Bajo unas circunstancias completamente distintas. Ni siquiera somos amigos, Kendra. —No aparté los ojos de los suyos, a pesar de que estaba desnuda con la única excepción de la ropa interior. No es que tuviera un mal cuerpo (de hecho, tenía muy buen cuerpo) y la noche que habíamos pasado juntos había estado bien, pero simplemente que no estaba interesado—. No voy a dormir contigo.
—Bueno, pues no quedan habitaciones —me dijo mientras sacaba unos pantalones cortos de pijama de un cajón de la cómoda y lo cerraba de golpe—. Los trillizos Uyghur están en las habitaciones de la otra ala. Luego están tus padres y Tess. Esta es la única habitación que queda.
Así que Tess estaba en esta ala. Era la puerta cerrada ante la que habíamos pasado. Noté un hormigueo en la espalda al darme cuenta, como si tuviera una antena que recibía un mensaje o como si fueran las vibraciones de un aparato eléctrico cuando se conectaba a la corriente.
No me molesté en agarrar la maleta. No contenía nada que necesitara. Salí de la habitación de Kendra mientras le anunciaba:
—Dormiré en un sofá.
Por supuesto, no tenía la menor intención de dormir en un sofá.