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La narrativa de la selva y la dimensión ecológica de la existencia humana
La colonización intensiva de la selva tropical amazónica es uno de los acontecimientos capitales del último siglo. Si bien la selva viene sufriendo desde hace casi quinientos años el acoso de conquistadores, misioneros, aventureros y exploradores de toda laya que han encabezado el socavamiento de su riqueza cultural y biológica, el avance de la civilización occidental en la región solo alcanza un despliegue exponencial en las últimas décadas. Innumerables reportajes, estudios e investigaciones atestiguan la magnitud del proceso: inexorablemente, la selva que muchos creían indomable retrocede año a año, acosada sin tregua por la modernidad progresista, diezmada por el avance de los machetes, las hachas, las motosierras, los buldóceres. Debido al tamaño desaforado de la cuenca amazónica, a la variedad geomorfológica de los territorios que la integran y a los azares de la historia regional, en realidad no puede hablarse de un único proceso de colonización, sino de numerosos procesos que avanzan con modalidades distintas y a ritmos diversos. No es raro entonces que ciertas zonas de la selva permanezcan casi intactas, mientras otras han sido totalmente arrasadas o presentan distintos grados de fragmentación o degradación. En cualquier caso, no es exagerado afirmar que el impacto de la colonización sobre los ecosistemas selváticos amazónicos desde la época de las caucherías hasta la actualidad constituye un desenvolvimiento histórico de dimensiones continentales y de resonancia mundial.
Por desgracia, la contaminación de los ríos y las fuentes de agua, las pavorosas tasas de deforestación, la desaparición masiva de comunidades nativas, la extinción acelerada de especies animales y vegetales son realidades a las cuales la opinión pública de las grandes ciudades se ha acostumbrado. Tanto en los países industrializados como en los del trópico, la sustitución inmoderada de la cubierta vegetal selvática por monocultivos, haciendas ganaderas, zonas mineras y franjas urbanas en los márgenes de los ríos es de conocimiento público, y las modalidades más nocivas de explotación (por ejemplo, las quemas masivas de bosques para la habilitación de pasturas, el envenenamiento de los ríos con el mercurio utilizado en la extracción de oro, el tráfico de especies animales exóticas, la tala en procura de maderas finas, la sustitución de bosques nativos por cultivos ilícitos) suscitan la indignación de buena parte de la ciudadanía. La difusión mediática relativa a estos temas es tan amplia que, mientras las cifras estadísticas y las imágenes satelitales documentan con regularidad el retroceso de la selva tropical, numerosas empresas trasnacionales refuerzan sus estrategias publicitarias invirtiendo en campañas de reforestación o de protección de especies animales en peligro. Hoy en día es parte de la vida corriente encontrar en los medios masivos los llamados de los grupos ambientalistas para salvar la selva de los trastornos causados por los planes de desarrollo, la urbanización, la colonización vertiginosa. La Amazonía disfruta así de una visibilidad paradójica: todos tienen noticia de ella y muchos saben que está en peligro, pero, aparte de sus pobladores, pocos la han visto y casi nadie sabe realmente lo que allí está en juego.
Diversos factores contribuyen a esta situación. La parcelación disciplinar del saber es uno de ellos: nuestro conocimiento de la selva y de sus pobladores humanos y no humanos está hecho de retazos mal cosidos entre sí, con trozos procedentes de las ciencias humanas (la etnografía, la lingüística, la demografía, la historia) y de las ciencias naturales (la geología, la zoología, la botánica, la climatología), dos áreas de trabajo entre las cuales la comunicación es precaria, pese a la relevancia que la comunidad académica le otorga al trabajo interdisciplinario. Otro factor viene dado por la multitud de discursos e imaginarios acumulados sobre la Amazonía durante siglos de historia colonial; el palimpsesto resultante determina a tal punto nuestra percepción de la selva que resulta difícil sustraerse a los clichés que la describen como un paraíso virgen, un infierno verde, un depósito de recursos, un núcleo de barbarie, un tesoro de biodiversidad, y así por el estilo. Este factor está vinculado a su vez con un tercero de peso incalculable: la persistente invisibilización de las comunidades autóctonas, heredada por los habitantes mestizos que forman el grueso de la población amazónica en la actualidad. El rechazo a escuchar las voces de los indígenas o las de los campesinos y colonos pobres que han ocupado su lugar, así como la estigmatización de sus prácticas y sus creencias, es la otra cara de los discursos estereotipados que tornan tan difícil la tarea de arrojar una mirada fresca y perceptiva sobre la realidad de la región.
Esta encrucijada de segmentación disciplinar, formaciones discursivas sedimentadas y encubrimientos de estirpe colonial constituye el marco amplio en el que se inscribe la presente investigación; ella es también el eje articulador de los temas que recorren el trabajo de principio a fin: las narrativas de la selva y la crisis ambiental contemporánea. Por una parte, guiado por la idea de que la colonización actualmente en curso en la Amazonía y en otras zonas selváticas del continente hunde sus raíces en imaginarios y representaciones de la selva fuertemente anclados en la tradición occidental, me interesa revitalizar el estudio de la forma como nuestra cultura percibe y se representa la selva. Para tal fin, he concentrado mi atención en el rico corpus que prefiero denominar «narrativas de la selva» (y no «novelas de la selva», pues incluye también numerosos cuentos y crónicas), conformado por textos escritos desde inicios del siglo xx hasta hoy, cuyo común denominador consiste en relatar travesías, peripecias o historias ambientadas en regiones selváticas de América Latina, sobre todo en la cuenca amazónica. Por otra parte, me doy cuenta de que la devastación de la selva no está asociada solo a los imaginarios, sino también a las modalidades agresivas de explotación y extracción de recursos, las cuales no son el resultado de dinámicas puramente endógenas, sino que, por el contrario, responden a factores impulsados por la mundialización y la circulación global de capitales, materias primas, mercancías, saberes. Desde esta óptica, la situación de las selvas tropicales en general, y de la Amazonía en particular, es apenas un capítulo de un problema más vasto: la crisis ecológica global. Mi trabajo parte del supuesto según el cual la comprensión de los nexos entre los imaginarios culturales y la degradación de las zonas selváticas de América Latina tiene un interés cuyo alcance desborda los límites de la historia regional, pues arroja luces valiosas a propósito de la crisis ambiental que atraviesa hoy la civilización. Vistas a la luz de dicha crisis, las narrativas hispanoamericanas de la selva dejan de ser un capítulo secundario o marginal de la historia cultural de América Latina y pasan a un primer plano desde el cual nos invitan a reconsiderar las profundas contradicciones que definen nuestras relaciones con la naturaleza en el seno de la globalización.
1. La problemática ambiental en los estudios literarios
Mi interés por estos temas se nutrió al principio de una constatación paradójica. Si bien las selvas tropicales de América Latina son consideradas sinónimos de riqueza natural y diversidad biológica, pocas regiones del mundo han sufrido un ritmo de deforestación tan elevado durante las últimas décadas. Se perciben en esta paradoja ecos persistentes de la noción de Sarmiento en Facundo, según la cual la naturaleza y sus pobladores, al ser núcleos de barbarie, deben ser desbrozados y remodelados culturalmente para abrir paso al avance de la civilización. Dicha concepción progresista y modernizadora, auténtico eje de la retórica cultural en la América hispana desde los tiempos de la Independencia (Alonso 1998), ha ejercido una fuerte influencia en la historia de la Amazonía durante el último siglo. Las narrativas de la selva no han sido ajenas a tal influjo y, al tiempo que describen la riqueza ambiental de las regiones en las que se sitúan sus historias, es usual encontrar en ellas elementos que reflejan la visión de la selva como frontera opuesta al avance del impulso civilizador. Sin embargo, ese rasgo de las narrativas de la selva corresponde apenas a una de sus facetas, y no precisamente la más rica en consecuencias.
En efecto, la lectura tradicional según la cual La vorágine de José Eustasio Rivera o Canaima de Rómulo Gallegos serían novelas primitivistas que dramatizan la lucha del ser humano con una naturaleza aplastante y desaforada resulta empobrecedora y adolece de un reduccionismo semejante al que afecta a la propia selva, vista apenas como hábitat exuberante o como trampa mortal. Pero, así como la realidad selvática es compleja y versátil, las narrativas de la selva son mucho más que meros documentos de color local y estampa regional. En ellas se encuentra, de hecho, una reflexión acerca de los vínculos entre los humanos y la naturaleza que, por su continuidad y rigor, no tiene parangón en otras formas de producción simbólica en América Latina. Uno de los propósitos centrales de mi trabajo es mostrar cómo, leídas desde una perspectiva interdisciplinaria y con una actitud más sensible a sus facetas políticas y ecológicas, las narrativas de la selva ganan de pronto una actualidad asombrosa: la selva deja de ser pura naturaleza situada al margen de la civilización y torna a ser escenario de procesos sociohistóricos de largo alcance, los crímenes de la época de las caucherías dejan de ser un capítulo a medias olvidado de la historia de nuestros países y se transforman en una imagen poderosa de los daños ambientales y humanos ocasionados por el colonialismo, la omnipresencia de la vegetación y la fauna selváticas en los relatos deja de ser un mero decorado y pasa a ofrecer un jugoso material para pensar en la problemática de la biodiversidad y en otras cuestiones ambientales, las luchas de los personajes con las potencias de la naturaleza dejan de ser solo un factor determinante de la vida tropical o de la identidad latinoamericana y pasan a ser una meditación cuidadosa en torno a lo que podemos denominar la «dimensión ecológica» de la existencia humana.
El interés por las cuestiones ecológicas dentro del ámbito de los estudios literarios surge en un momento histórico en el que los humanos ya no podemos seguir dando por sentado que el mundo natural en el cual se apoyan nuestras realizaciones socioculturales y tecnocientíficas garantiza las condiciones de subsistencia y el suministro de los recursos que ellas requieren bajo las actuales formas de producción. Autores contemporáneos de diversas áreas lo han advertido: la relación entre las sociedades humanas y los entornos ambientales es la cuestión más imperiosa de nuestro tiempo. A medida que la crisis ecológica se extiende, la pregunta por el futuro de la civilización industrial se vuelve urgente y los llamados a una revisión radical del estilo de vida vigente se hacen oír con más fuerza. El problema resulta especialmente apremiante en América Latina, donde las riquezas naturales coexisten con una urbanización, una modernización y una desigualdad crecientes, lo que dificulta aún más los esfuerzos por preservar el equilibrio de los ecosistemas de la región y su formidable pero frágil biodiversidad. Sin duda una situación tan compleja solo podrá afrontarse mediante la participación de disciplinas y enfoques diversos.
En este escenario, una cuestión que surge es la relativa a la índole de la contribución que los estudios literarios harían con respecto a los problemas ambientales. ¿De qué modo el examen de las narrativas de la selva puede ayudar a enfrentar la crisis que atraviesan las selvas tropicales? ¿En qué forma este tipo de indagación podría tener algún impacto en una encrucijada civilizatoria cuyos desafíos perentorios parecen exigir respuestas mucho más directas y pragmáticas?
Para evitar equívocos, conviene subrayar de entrada que, a la altura de los tiempos que vivimos, fenómenos como el cambio climático o la colonización de la selva son inevitables, y que ninguna investigación, sea de corte humanista o científico, puede pretender detenerlos para acceder de pronto a un nuevo tipo de sociedad o para retornar a algún tiempo pasado más o menos idílico. De lo que se trata es de suscitar un cambio cultural que, de forma paulatina, genere formas de interacción respetuosas con el entorno ambiental, que no sigan sacrificando los ecosistemas en aras del desarrollo, sino que actúen en simbiosis con ellos y reduzcan las huellas de la actividad humana al mínimo posible. Los esfuerzos por proteger la riqueza que aún subsiste, abonando las posibilidades de bienestar para las comunidades futuras, están en marcha hace tiempo en muchos lugares del mundo y prometen intensificarse en las próximas décadas, puesto que el logro de sus metas implica una revisión profunda de las formas de producción, distribución y consumo del capitalismo industrial, así como cambios en las instituciones económicas, políticas y sociales. Mi trabajo, por ende, no surge del vacío, sino que se inscribe en la línea de un activismo ambiental para el cual las cuestiones de «visión, valor, cultura e imaginación» son tan relevantes para enfrentar la crisis ambiental como la investigación científica, el desarrollo tecnológico y la regulación gubernamental (Buell 2005: 5). A tono con ello, me interesa estudiar las narrativas de la selva, no solo como obras literarias con ambiciones estéticas, sino también como textos que exploran problemas claves de nuestro horizonte actual de preocupaciones.
Mi tema de investigación se sitúa así en el cruce de caminos de la problemática ambiental, la reflexión ético-política y la crítica literaria. La riqueza de ideas, imágenes, personajes y perspectivas que coexisten en la narrativa hispanoamericana de la selva indica por sí misma la necesidad de dejar atrás la tendencia a leer estas obras en el microcontexto de la historia de la literatura latinoamericana, de situarlas en un marco interdisciplinario renovado y de interpretarlas a la luz de la situación mundial contemporánea. La vitalidad de la narrativa hispanoamericana de la selva está atestiguada por un siglo de producción literaria continua y nutrida desde inicios del siglo xx hasta hoy, en un corpus que incluye varias obras canónicas y otras candidatas a serlo. Su vigencia actual está avalada por novelas de escritores conocidos —Luis Sepúlveda, Mario Vargas Llosa, Anacristina Rossi, William Ospina, Gioconda Belli, Santiago Roncagliolo— y por los textos críticos que estudian el origen, la evolución y el alcance histórico de la narrativa de la selva, sea que se trate de artículos o libros centrados en esa tarea (DeVries 2010, Wylie 2009, Rueda 2003, Renaud 2002, González Echevarría 2002, Marcone 2000) o de libros que le dedican al tema uno o varios capítulos (Rogers 2019 y 2012, Barbas-Rhoden 2011, Pizarro 2011, French 2005, Sá 2004, Rodríguez 2004).
Este renovado interés se explica no solo por los méritos literarios de la narrativa de la selva, sino también por el valor estratégico de la Amazonía y de otras zonas selváticas del continente en el contexto de la actual problemática ambiental. No en vano la Amazonía sigue siendo una especie de frontera o de límite con respecto al avance de la modernidad occidental. Aunque las incursiones iniciales de los europeos en la cuenca fueron realizadas por expedicionarios españoles y portugueses hace casi cinco siglos, seguidas por los viajes de exploración científica de naturalistas como La Condamine, Humboldt, Spruce y Wallace en los siglos xviii-xix, el territorio amazónico conservó su condición de región aparte, inasimilada y distante, sobre la cual colonos y viajeros proyectaban sus anhelos de riqueza y sus sueños escapistas, pero también sus temores frente a las fuerzas supuestamente irracionales de una naturaleza todavía no domesticada. Si bien eventos como el desangre demográfico que las enfermedades traídas por los europeos desataron entre las poblaciones indígenas amazónicas, así como el nefasto boom cauchero de 1890-1912, atestiguan el carácter traumático de las empresas de incorporación de estos territorios a los circuitos de la economía capitalista, la Amazonía y sus pobladores permanecen hasta bien entrado el siglo xx como una especie de núcleo ubicado al margen de la historia mundial. Incluso en el terreno de la antropología, la etnografía amazónica se desarrolla tardíamente, cuando ya los grandes debates teóricos fundadores de la disciplina han quedado atrás (Taylor 1994). Solo a partir de los años setenta, empujada por los buldóceres y alimentada por las queimadas estacionales, la colonización de la selva adquiere las enormes proporciones que la han convertido en foco de atención de la opinión pública alrededor del mundo y en preocupación importante dentro de la agenda política de muchos países.
Sin embargo, ya desde inicios del siglo xx la narrativa de la selva venía proyectándose como una fuente importante de conciencia cultural en América Latina acerca de la existencia de la selva y sus pobladores nativos. A través de su prosa, los narradores dieron testimonio del choque de los colonos europeos y mestizos con los indígenas y detallaron las primeras formas de explotación mediante las cuales los primeros aprovecharon (pero también devastaron) los recursos selváticos. Las obras de esta época incluyen la selva tropical como parte del panorama geográfico de conformación de los países de la región, y al mismo tiempo denuncian los excesos e injusticias que prosperan en el ambiente de impunidad y aislamiento favorecido por la selva, un entorno al que tradicionalmente los gobiernos centrales le habían dado la espalda. De este modo, en las primeras décadas del siglo pasado, varios cuentos de Horacio Quiroga y dos novelas justamente célebres —La vorágine de José Eustasio Rivera y Canaima de Rómulo Gallegos— inauguran el canon de la narrativa de la selva. En estas obras, la selva no es un mero telón de fondo y adquiere el rango de auténtica protagonista de los acontecimientos, partícipe por derecho propio en el curso de las acciones gracias a su impulso genésico, a su hermetismo amenazador, a su inmensidad misteriosa difícil de descifrar, pero, sobre todo, a la ambigüedad de las relaciones que se tejen entre el entorno selvático y las prácticas de los caucheros y los colonos mestizos. La impresión sobrecogedora que produce de entrada el entorno selvático palidece al cabo ante la conmoción desatada en la selva por las ambiciones y las luchas de los humanos. Poco tiempo después, la narrativa de la selva gana un nuevo impulso durante la eclosión creativa vivida en América Latina durante los años cincuenta y prolongada en las décadas siguientes —baste pensar en la novela Los pasos perdidos y el cuento “Los advertidos” de Alejo Carpentier, y en las novelas La casa verde y Pantaleón y las visitadoras de Mario Vargas Llosa—, obras en las que las imágenes de la selva aparecen filtradas por un alto grado de reflexividad histórico-crítica, por la confrontación consciente con imaginarios heredados de la época colonial y por un sofisticado repertorio de recursos narrativos.
Estas obras forman un corpus canónico de la narrativa de la selva que ha sido objeto de amplio y detallado estudio por parte de la crítica especializada. El tratamiento de la temática ambiental en estos relatos, sin embargo, todavía está a la espera de un estudio concienzudo que ponga de relieve su pertinencia contemporánea. Además, al acaparar el interés de los críticos, las obras canónicas han dejado en la sombra otros textos de singular relevancia para una lectura orientada hacia los problemas ambientales y la ecología política; pienso, por ejemplo, en los magníficos cuentos selváticos de Ciro Alegría, en los cuentos y novelas de Arturo Hernández y en las novelas Una mujer en la selva de Hernán Robleto y Llanura, soledad y viento de Manuel González Martínez. A ello se añade el hecho de que la mayoría de las narrativas de la selva publicadas desde los años setenta hasta hoy, en paralelo al desarrollo de la crisis ecológica global, tampoco han sido objeto del tenaz asedio crítico del que se han beneficiado las obras canónicas antes citadas —las principales excepciones son las novelas El hablador y El sueño del celta de Mario Vargas Llosa, un autor ya consagrado desde los años sesenta—. Mi investigación retoma entonces la narrativa de la selva desde las primeras décadas del siglo xx con la idea de ayudar a llenar tales vacíos, resaltando aspectos de las obras canónicas ignorados o insuficientemente iluminados por la crítica y analizando otras obras relevantes de aquella época, así como narrativas más recientes en las que reaparecen los viejos temas acompañados de otros nuevos —la lista incluye obras como La danza inmóvil de Manuel Scorza, Colibrí de Severo Sarduy, Las tres mitades de Ino Moxo de César Calvo, Un viejo que leía novelas de amor de Luis Sepúlveda, La loca de Gandoca de Anacristina Rossi, Waslala de Gioconda Belli, Fordlandia, un oscuro paraíso de Eduardo Sguiglia, El príncipe de los caimanes de Santiago Roncagliolo, El país de la canela de William Ospina y algunos otros cuentos, novelas y crónicas1.
Consideradas desde la atalaya del siglo xxi, ¿cuáles son las visiones de la Amazonía y de otras regiones ecológicamente afines de nuestro continente que predominan en la narrativa hispanoamericana de la selva? ¿Cómo esas representaciones literarias se han transformado con respecto a los imaginarios heredados de la tradición? ¿De qué modo y en qué medida la narrativa más reciente refleja el cariz tomado por la situación a raíz de la crisis ecológica? ¿Qué problemas ambientales y ecológicos de la Amazonía están representados en el corpus y en qué sentido son relevantes hoy? Plantear tales cuestiones resulta tanto más pertinente si tenemos en cuenta que los entornos naturales de América Latina han sido descritos desde mucho tiempo atrás de forma estereotipada, sea como regiones dominadas por fuerzas primordiales y redentoras, o como comarcas salvajes e indomables que se oponen tercamente a los esfuerzos civilizatorios (Villegas 2006, Marcone 2000, Fuentes 1972, Vargas Llosa 1969). Ambos enfoques tienen un elemento común: la selva —y, por extensión, la naturaleza del continente— es presentada como si se tratara de una realidad extraña, a veces oscura y amenazadora, a veces mágica y seductora, pero, en cualquier caso, cerrada sobre sí misma e impenetrable para la racionalidad occidental.
Este modo de concebir la realidad latinoamericana, cuyas raíces se remontan al asombro experimentado hace quinientos años por los europeos a su llegada al continente y revivido por los conquistadores en sus exploraciones de los territorios descubiertos (Schumacher 2012, Pastor 2008, Ospina 2007), está bastante difundida en la literatura hispanoamericana del siglo xx, lo que ha nutrido el cliché según el cual América Latina es un lugar exuberante y exótico. Empero, con el avance de la globalización, asistimos a un viraje notable. Desde fines del siglo pasado, debido a la resonancia global alcanzada por la crisis ecológica, hay una conciencia creciente de la urgencia de cambiar nuestro estilo de vida y nuestras relaciones con la naturaleza. Además, la globalización ha trastocado la posición de los países de América Latina en el orden mundial posterior a la Guerra Fría, revalorizando su riqueza natural y su biodiversidad, amenazadas por procesos de deterioro ligados a una modernización acelerada e invasiva. La narrativa reciente ha sido sensible a estos procesos y por eso en la prosa de los escritores actuales hay una búsqueda de recursos narrativos ajustados a las temáticas emergentes en relación con la representación literaria de la naturaleza y de sus transformaciones históricas.
Todo ello es síntoma del cambio que está experimentando nuestra percepción de la selva —y, por ende, nuestra manera de referirnos a ella— en las últimas décadas. Como es sabido, el modo en que percibimos el mundo ejerce una influencia decisiva en el cariz que asume nuestra relación con él. Sin embargo, los imaginarios y representaciones, lejos de ser el fruto de una creatividad cultural autosuficiente o soberana, dependen crucialmente de los límites y las condiciones que impone la realidad. La manera como nos relacionamos con la selva está marcada por la historia de las representaciones de lo selvático, pero este proceso es inseparable de los entornos biogeográficos específicos en los que ha tenido lugar y sin los cuales esas representaciones ni siquiera existirían. Esta es la razón por la cual mi estudio de la narrativa de la selva opta por un enfoque pluralista para el cual los aportes de las ciencias biológicas y ambientales son tan decisivos como los de la ecología política y la antropología cultural.
Los autores que definen la selva como una «construcción discursiva» o un «texto» formado de múltiples voces (Pizarro 2011, Rodríguez 1997), y la narrativa latinoamericana como un metadiscurso nutrido por una acumulación incesante de capas de lenguaje desde la época de la conquista (González Echevarría 1990), tocan un punto sensible al llamar la atención sobre el componente sociocultural de nuestras representaciones del mundo. Los frutos obtenidos mediante la aplicación de tal enfoque son valiosos y mi trabajo se apoya a menudo en ellos. Sin embargo, la selva es también una realidad biogeográfica compleja, un conjunto de hábitats esenciales para múltiples poblaciones humanas y no humanas. Por eso voy a hacer hincapié en la interconexión de las narrativas de la selva con los ecosistemas tropicales de los que extrae sus temas, y que se cuentan entre los más ricos y variados de la biosfera. Desde esta óptica, las narrativas de la selva son tejidos literarios que surgen de la tensión constante entre nuestras percepciones de la selva y la resistencia del mundo selvático a las simplificaciones implícitas en dichas percepciones. Se trata de obras que no solo revelan el trasfondo histórico de las imágenes de la selva, sino que tratan de enmendar, en términos ecológicos, políticos y éticos, las formas de incomprensión o de ceguera asociadas a tales imágenes. De ahí la necesidad de abordar el tema con una actitud abierta a los aportes de diversas disciplinas científicas y humanistas. La adopción de un enfoque interdisciplinario no solo me exige considerar la selva desde variados puntos de vista, sino que me ayuda a esclarecer los ingredientes básicos de las narrativas de la selva: su ambiguo intento de desmitificar los imaginarios coloniales y de trascender las representaciones estereotipadas; su énfasis en las injusticias humanas y ambientales acontecidas en la selva; sus hallazgos —pero también sus reveses— en la búsqueda de un lenguaje y de un tono narrativos amoldados al entorno selvático; sus descripciones detalladas de la fauna, la vegetación, el territorio; su visión de las relaciones entre los agentes humanos (funcionarios del gobierno, terratenientes, hacendados, turistas, aventureros, científicos, campesinos desplazados, buscadores de oro, caucheros, grupos armados ilegales, poblaciones nativas sobrevivientes) y los ecosistemas selváticos.
Debido a su origen en procesos de conquista y colonización que se remontan varios siglos atrás, las representaciones antagónicas de la selva como «infierno verde» o «jardín del edén», como laberinto vegetal o mundo perdido al margen de la historia, como tierra de prodigios o núcleo de salvajismo, han llegado a ser tópicos poderosamente anclados que rigen con mayor o menor fuerza la percepción occidental de la Amazonía. Pero, aunque las obras canónicas de la selva reproducen estos y otros tópicos afines, en ellas es posible identificar recursos narrativos dirigidos a revisar, a satirizar o incluso a desmontar tales visiones empobrecedoras (Wiley 2009). Esta tendencia a la desmitificación y la crítica de las representaciones tradicionales se refuerza en la producción narrativa del último medio siglo y viene acompañada de una sensibilidad creciente con respecto a las especificidades de los ecosistemas selváticos y a su fragilidad en el marco de la globalización galopante (Barbas-Rhoden 2011). Frente a imaginarios dictados por el miedo a lo desconocido o por el ansia de riqueza, de pureza o de libertad; frente a representaciones en las que la selva aparece como se la teme o como se la desea; frente a concepciones que reducen la complejidad justo allí donde esta constituye un valor esencial, la narrativa de la selva articula —en medio de contradicciones y tanteos— imágenes en las que convergen los actores humanos y no humanos del mundo selvático, la historia natural y la historia social. Y es justo esta convergencia la que mi investigación rastrea y analiza. Mi trabajo pone los estudios literarios al servicio de una exploración en torno a la problemática ambiental en las selvas tropicales de América Latina, con la esperanza de aportar a un mejor entendimiento de la narrativa de la selva, pero también de enriquecer nuestra percepción de la realidad selvática, de afinar nuestra receptividad con respecto a su extraordinaria riqueza de matices y de facilitar una comprensión ampliada de los procesos de transformación que tienen lugar en ella en la actualidad.
2. Una perspectiva plural de la narrativa de la selva
Para esta tarea recurro a un andamiaje teórico mixto. El ecocriticism o environmental criticism (Buell 2005, Glotfelty y Fromm 1996) es útil a la hora de aplicar las herramientas de la crítica textual en una indagación centrada en temas ecológicos; mi idea es realizar un trabajo de crítica literaria ambientalista que, sin sacrificar el énfasis en los ecosistemas selváticos, tenga siempre a la vista los vínculos que ligan los eventos locales de la selva con las dinámicas globales de la biosfera. De particular relevancia dentro de este enfoque son los planteamientos de Hubert Zapf (2008), quien señala cuatro escenarios vitales donde las ciencias ambientales y las ciencias humanas convergen hoy: 1) el nexo de «texto» y «vida», 2) la relación entre «hechos» y «valores», 3) la interacción de «naturaleza» y «cultura», 4) los enlaces entre «lo local» y «lo global». Estas convergencias no eliminan las tensiones entre ambos campos del saber, dado que la biología y la ecología comparten la pretensión de objetividad y el enfoque empírico de las demás ciencias naturales, mientras la política y la ética se basan en ideas antropocéntricas: «autonomía», «conciencia», «libertad», «sentido moral». No obstante, los biólogos están cada vez más dispuestos a admitir que las dinámicas culturales no se reducen a las leyes de la genética. La mayoría de sociólogos, antropólogos, filósofos y artistas reconocen, por su parte, que la cultura nunca está separada de los procesos físicos y metabólicos, sino que guarda con ellos estrechos lazos de interdependencia. Surge así una perspectiva que afirma al mismo tiempo las diferencias y los nexos entre la evolución biológica (guiada por el comportamiento instintivo) y la evolución cultural (guiada por comportamientos socialmente adquiridos y lingüísticamente mediados). Siguiendo a Zapf, me inclino a ver las narrativas de la selva como «ecosistemas culturales» que, al igual que otras formas de producción simbólica, nos ayudan a restaurar la frescura de los sentidos, la salud del lenguaje, el vigor de la vida emocional, amenazados por una simplificación derivada de formas de producción y hábitos de vida que degradan los paisajes físicos, empobrecen los ecosistemas naturales y perturban el equilibrio de la biosfera. El vínculo de las artes con las ciencias y de los textos con la existencia no es, por lo tanto, accesorio sino medular. Las narrativas de la selva no se limitan a recrear el ambiente selvático: apoyándose en él, crean una selva imaginada que nos abre los ojos a la riqueza y complejidad de la selva real, en una constante retroalimentación de los procesos naturales y la creatividad cultural.
Pero la ecología de la imaginación resulta inoperante sin el concurso de una crítica de las relaciones sociales. La devastación de las selvas tropicales es también fruto de una larga historia de injusticias y desigualdad a la que no es ajena la narrativa de la selva. El enfoque de la political ecology (Moore 2016, Gudynas 2015, Martinez-Alier 2002, Peet y Watts 1996), al poner el acento en el análisis de los factores económicos, políticos y sociales ligados al deterioro de la naturaleza en la periferia mundial, brinda herramientas útiles al respecto. En este marco, la crítica rigurosa de las ideas de «Tercer Mundo», «subdesarrollo» y «desarrollo sostenible» (Escobar 1995) subraya la urgencia de disminuir las desigualdades —tanto las económicas como las ecológicas y culturales— sin eliminar las diferencias. La explotación implacable de la selva, al marchitar su riqueza natural, desmantela la diversidad cultural y las formas alternativas de actividad económica que ella alberga. De ahí la necesidad de corregir la «distribución injusta» y el «intercambio desigual» que han marcado hasta ahora el avance de la modernidad y del desarrollo (Escobar 2006: 11). Las narrativas de la selva —a veces para bien, a veces para mal— son voces participantes en los debates en torno a la justicia ambiental, y cualquier ejercicio de crítica literaria referente a ellas tiene que evaluar sus pretensiones testimoniales y de crítica social.
Mi trabajo se articula entonces a partir de un conjunto de ingredientes complementarios entre los cuales ocupan un lugar preeminente la biogeografía de las selvas tropicales de América Latina, la historia de la Amazonía y la Orinoquía, la crítica literaria ambientalista y la ecología política de la desigualdad.
El postulado orientador del ensayo es que existen tres ejes principales en la representación narrativa del mundo selvático: la Selva soñada, la Selva temida y la Selva frágil. Pero, mientras los dos primeros ejes son bien conocidos y han recibido una atención constante por parte de los especialistas, el tercero tiende a permanecer en la sombra, relativamente invisibilizado. Frente al dualismo que suele regir la descripción de la selva, polarizada entre las visiones edénicas del «paraíso virgen» y las visiones escalofriantes del «infierno verde», la lectura de las narrativas de la selva adelantada en este trabajo revela el surgimiento y la maduración, a lo largo del siglo xx, de una imagen distinta, enfocada en la vulnerabilidad de los bosques tropicales. El develamiento y la denuncia de la fragilidad de la selva no es, desde esta óptica, un desarrollo tardío ligado al incremento de la deforestación y la explotación de los bosques húmedos en las últimas décadas, sino que aparece ya en las primeras narrativas de la selva. En tales obras, usualmente relegadas a un segundo plano en la historia literaria por su carácter telúrico y costumbrista, encontramos ya numerosos reclamos que harán suyos los grupos ambientalistas contemporáneos en su defensa de las áreas silvestres. Bien puede decirse que, a pesar de su reputación como productos literarios regionalistas, las narrativas de la selva de comienzos del siglo pasado le dan expresión temprana a una de las corrientes mayores del proceso de globalización: la crisis ecológica.
Consideradas desde este ángulo, tanto las narrativas pioneras de la selva como las que toman luego el relevo y las que prolongan el subgénero hasta hoy son portadoras de un doble componente crítico cuya evolución e historia merecen un estudio detallado. Por una parte, se trata de obras que impugnan, con mayor o menor lucidez, los clichés según los cuales las selvas se definen por su exuberancia natural, su poderío incontrastable, su complejidad misteriosa, sus peligros insospechados, sus inagotables riquezas. Por otra parte, ellas denuncian las modalidades de explotación de las que los entornos selváticos han sido objeto en el curso de su incorporación al orden global, mostrando hasta qué punto dichas prácticas reactivan una y otra vez, en distintos escenarios, las facetas más nocivas del legado colonial de la región. Semejante empresa crítica, desde luego, no está exenta de ambigüedades que deben también ser objeto de examen atento. Un dato básico a propósito de las narrativas de la selva es que la mayoría de ellas fueron escritas por artistas e intelectuales formados en las ciudades y cuyo conocimiento de la vida selvática era superficial, aun en el caso de autores que vivieron en la selva meses o años. No en vano estas narrativas arrastran el lastre de una separación entre mundo civilizado y mundo natural en la que el primero se define con base en su oposición al último, lo que suscita todo tipo de problemas conceptuales y prácticos que la actual crisis ecológica pone de manifiesto.
La estructura del texto desarrolla en paralelo los citados hilos temáticos. En el capítulo uno presento las dos vertientes que guían mi lectura de las narrativas de la selva —la impugnación de los imaginarios tradicionales, la denuncia de los impactos socioambientales de la colonización— y especifico el abanico de problemas del cual se ocupa mi investigación. En los capítulos dos y tres examino la génesis de las representaciones coloniales del mundo selvático en la época de la conquista. Analizo allí varias novelas históricas ambientadas en la Amazonía, entre las cuales destacan El camino de El Dorado de Arturo Uslar Pietri y El país de la canela de William Ospina. A través de una recreación de las primeras expediciones de los españoles a la zona, esas y otras narrativas efectúan un fino escrutinio de las circunstancias conducentes a la formación de imaginarios decisivos para el destino posterior de la selva: El Dorado, las guerreras amazonas, el laberinto verde, la floresta fecunda. En estos capítulos repaso el zócalo histórico sobre el cual se inscriben las visiones tradicionales de la selva, hondamente marcadas por la herencia colonial.
El capítulo cuatro marca un hito crucial en el desarrollo del argumento, pues en él expongo en detalle el surgimiento de la imagen de la selva frágil en las narrativas de los tiempos de las caucherías. Haciendo énfasis en una relectura ecocrítica de La vorágine de José Eustasio Rivera, a lo largo de este capítulo pongo en evidencia la necesidad de revisar la noción según la cual las obras de Rivera, Gallegos y otros autores corresponden a un regionalismo telúrico centrado en la descripción del combate desigual de los humanos contra una naturaleza gigantesca e invencible. Como veremos luego, en esas narrativas se encuentran, de hecho, las primeras descripciones de las heridas provocadas en el entorno selvático por la acción humana y por la violencia desatada en el marco de la explotación del caucho. Dichos textos inauguran así el desenmascaramiento de los discursos que legitiman la explotación neocolonial de las selvas tropicales.
En el capítulo cinco examino los procedimientos crítico-paródicos mediante los cuales diversos narradores reciclan el imaginario colonial y ponen al desnudo los engranajes retóricos del discurso que lo sustenta, su arraigo en procesos históricos sedimentados desde el arribo de los europeos a América y sus efectos desfiguradores o encubridores del mundo selvático. A partir de ese esfuerzo deconstructivo, muestro también cómo algunos de los textos escogidos para el análisis desembocan en una crítica frontal de las prácticas neocoloniales en boga en América Latina durante la primera mitad del siglo xx. La sección inicial de ese capítulo se enfoca en una selección de cuentos selváticos de Horacio Quiroga y Augusto Monterroso. En la parte central hago un análisis minucioso de las fortalezas y debilidades de la obra maestra de Alejo Carpentier, Los pasos perdidos, cuando se la lee en vena ecocrítica; en ese texto, en efecto, la imagen de la selva frágil desaparece del horizonte, dándole paso al resurgimiento de la visión del mundo selvático como un ámbito cerrado sobre sí mismo, abrigado por su propia y compleja inmensidad —un repliegue compensado en parte por los contenidos ambientalistas implícitos en las nociones carpenterianas de lo real maravilloso y el barroco americano—. En la parte final discuto brevemente algunos de los senderos explorados por la narrativa de la selva luego de la toma de conciencia de diversos autores posteriores con respecto a las potenciales derivas exotistas implícitas en las propuestas estéticas de lo real maravilloso y el realismo mágico.
El capítulo sexto está dedicado al estudio de las novelas selváticas de Mario Vargas Llosa. Mi interés principal consiste en explorar la coexistencia, en las obras de este autor, de una evidente voluntad crítica con respecto a las arbitrariedades e injusticias cometidas por los colonos blancos contra las comunidades indígenas de la selva, y la reaparición del discurso civilizador según el cual la selva y sus pobladores, para salir de la barbarie en la que se hallan inmersos, necesitan modernizarse, sometiéndose a las condiciones derivadas de un doloroso pero inevitable proceso de inserción de la región en el escenario global. Siguiendo el hilo de una larga trayectoria jalonada por cuatro novelas claves —La casa verde, Pantaleón y las visitadoras, El hablador, El sueño del celta—, en este capítulo analizo la forma en que esos textos presentan la forma de vida de los pobladores nativos de la selva y sus relaciones con los colonos blancos y mestizos. Tal recorrido permite constatar, en la escritura de Vargas Llosa, la persistencia del imaginario tradicional sobre la selva, así como el paso de la temática ecológica a un segundo o tercer plano dentro del horizonte de preocupaciones. En los pasajes relevantes, complemento el análisis de los textos con una indagación de las causas de ese hecho tan notable.
Los capítulos siete, ocho y nueve exploran, por contraste, la forma en que otras narrativas de la selva —incluyendo las más recientes— replantean con vigor la preocupación por los daños ecológicos del bosque tropical y por la desaparición paulatina de las culturas autóctonas. El capítulo siete examina el protagonismo de los animales y las plantas en diversas obras. En primera instancia, el foco de atención se centra en varios cuentos sobre animales, algunos de Horacio Quiroga, muy conocidos, y otros de Ciro Alegría y Arturo Hernández, casi totalmente desdeñalados por la crítica especializada. Luego el foco se desplaza hacia dos novelas en las que la relación de los humanos con los animales y el bosque ocupa una posición medular, a saber: Llanura, soledad y viento de Manuel González Martínez y El príncipe de los caimanes de Santiago Roncagliolo. El capítulo muestra de qué modo en estos cuentos y novelas resurge la imagen de la selva como ámbito frágil y delicado, y analiza los recursos narrativos mediante los cuales los textos confrontan al lector con la perspectiva de los habitantes vegetales y animales del bosque, abocados a sufrir en carne propia los rigores de la colonización.
El capítulo octavo se interesa por el papel que desempeñan los saberes locales en diversas narrativas de la selva, especialmente dos novelas: Las tres mitades de Ino Moxo de César Calvo y Un viejo que leía novelas de amor de Luis Sepúlveda. En esta parte me importa ante todo contrastar la óptica de la mirada imperial, típica de la visión de los colonizadores occidentales, con la percepción a ras de tierra propia de los lugareños. Se trata de explorar en qué medida este último modo de habitar el bosque pone en cuestión la hegemonía de los discursos del desarrollo y de la civilización —basados en una apreciación panorámica más o menos distante de la realidad de la zona— y pone los cimientos para una rehabilitación de las concepciones locales —basadas en una relación mucho más estrecha de los humanos con la selva—. El capítulo noveno, a su turno, fija su atención en el rol de las mujeres en los textos y revisa críticamente la tendencia de muchas narrativas de la selva a concebir o presentar la realidad selvática como una entidad femenina. Me apoyo para esta labor en un análisis de dos novelas de la selva protagonizadas por personajes femeninos: La loca de Gandoca de Anacristina Rossi y Waslala de Gioconda Belli. La idea es descubrir de qué forma estas obras, a la vez que critican los presupuestos patriarcales de muchas novelas de la selva anteriores, denuncian los trastornos ambientales asociados con la expansión capitalista de corte neocolonial, sea a través del ecoturismo, la explotación inmoderada de ciertos recursos o el uso de vastas áreas de los países pobres como depósitos donde acopiar los desechos producidos por el tren de vida de los países industrializados.
Se trata, en suma, de precisar al máximo las contribuciones de la narrativa de la selva para el entendimiento de la dimensión ecológica de la existencia humana. A lo largo del trabajo confío en mostrar cómo, desde la atalaya del presente, dicha dimensión torna a ser un elemento fundamental de los textos literarios, lo que tiene corolarios retrospectivos de amplio alcance al enfocar a una nueva luz la tradición literaria. Si bien el interés por los entornos naturales ha estado siempre presente en la literatura desde los orígenes de la civilización occidental, el papel silencioso pero decisivo de las fuerzas ambientales en el quehacer humano tiende a pasar desapercibido, cual si se tratara de un elemento accesorio. Las narrativas de la selva, desgarradas entre la presencia imperiosa del bosque tropical y la presión domesticadora que interpreta esa presencia como fuerza hostil o la recrea como paisaje, son por ello una piedra de toque a la hora de repensar el sentido de las relaciones entre naturaleza y cultura —y quizá, también, una fuente de inspiración para los cambios que requiere el estilo de vida moderno—.
1La lista de los textos incluidos en el corpus se puede consultar al final, en el anexo 1. El lector notará que si bien las narrativas latinoamericanas de la selva escritas en portugués, francés e inglés son numerosas y muy importantes, la lista solo incluye textos en español. La omisión es deliberada y no tiene otro fin que delimitar mi campo de estudio, de por sí muy extenso. Mi trabajo, por demás, no incluye análisis detallados de cada uno de los textos citados en esa lista, sino solo de algunos de ellos, junto con menciones de los otros en los pasajes relevantes.
N. del A. Las citas de textos en francés e inglés referenciadas a lo largo del libro fueron traducidas por el autor.