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PRÓLOGO

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Me siento honrada de haber estado entre las primeras personas en leer este libro. Creo que fue una lectura plural, acompañada por muchos, algunos hasta olvidados en el diario vivir.

Durante mis veinticinco años de profesión de coach, cuando aún no se utilizaba esa palabra, sino que se hablaba de procesos de transformación, me he cuestionado sobre la poca inocencia de las preguntas y juicios de un coach. Cómo hacer cuando un coacheado habla de su padre, para que nuestro propio padre no entre a jugar la escena, aun desde nuestra escucha más generosa. Este escuchar maravillosamente descripto por el autor, nos permite ser responsables de que no escuchamos solos: escuchan nuestra historia, nuestros personajes, nuestra cultura, nuestro mundo y su interpretación. Estar atentos a las voces internas que dialogan al leer es un ejercicio de descubrimiento poderoso. Todas son mías, aun cuando los personajes han caminado por el mundo, según mis ojos y mis recuerdos. Todas hablan juntas o separadamente y filtran la información con ingenuidad o malicia para que ese mundo siga más o menos igual.

Me he preguntado qué tamaño tendría que tener el mundo de un coach, para incluir los mundos de sus coacheados. Cómo se puede coachear sino desde nuestro propio paradigma, nuestras propias distinciones, nuestro propio modelo. Incluso cuando hablamos de escucha generosa… ¿cuán generosa es esa escucha? ¿Cuán generosamente nuestras voces nos dejan escuchar? ¿Cómo sabemos del punto de generosidad que tenemos al escuchar? ¿Será suficiente para nuestro coacheado?

En nuestro “nosotros”, hemos leído juntos el libro mis ancestros, mis sucesores, mis arquetipos y modelos, mis propias historias vividas y fantaseadas. He evocado claramente a mi padre en algunas frases, y a mi madre y su “deber ser” en otras. He encontrado los momentos en los que busqué desesperadamente tener alguna respuesta, me he reconocido en un coaching donde he buscado quedar bien o ser muy buena. He encontrado las pequeñeces y las grandezas, las posibilidades de aprender y de trascender. También me emocioné en el reconocimiento del duelo. La mayor parte de mis transformaciones estuvieron unidas a ellos.

Tuve claro al leer el libro que escuchamos desde quienes estamos siendo, desde nuestra base cultural, desde lo que ya sabemos. No podemos dejar de escuchar desde nuestras miles de voces que nos constituyen como escuchas.

Por eso me fue reveladora y clara la propuesta de Leonardo Wolk. ¿Qué pasaría si conversas con alguien sobre tu manera de haber escuchado a tus clientes? ¿A cada uno de ellos? ¿Qué voz se movió y habló cuando escuchaste a cada cliente? Me recuerda a un magnífico órgano musical. Dos manos, dos pies ejecutando, muchos, muchos botones, instrumentos, cantidad de aire… y la aceptación de una complejidad que funciona desde aparentemente un silencio interior. Tal vez no es un silencio, sino toda una orquesta armónicamente sonando y dando sentido a nuestro propio entender.

Este libro es un aporte fundamental al coaching: un nuevo dar vuelta la hoja de una práctica y seguir transformándola seriamente en una profesión. Para construirla, requerimos crear estándares y reconocernos como aprendices. Aprendices que se acercan al coacheado desde el respeto y la sutileza de quien toca un cristal demasiado delgado y lo cuida… Por ello, reconocer nuestra propia subjetividad y buscar llevar una supervisión de calidad a nuestro trabajo es parte de ser PROFESIONALES con letras mayúsculas.

Leonardo ha prendido un nuevo fuego, ha creado un mundo nuevo, una nueva ronda alrededor de la calidad profesional y el crecimiento constante. Habrá quienes se sienten alrededor del mismo y otros que decidan no hacerlo desde alguna forma de arrogancia. Posiblemente estos últimos se queden afuera del juego en un tiempo menor.

Coaching para coaches se desenvuelve siguiendo la metáfora de una travesía y está concebido como un cuaderno de bitácora. Su eje central gira en torno a la teoría y la práctica de la supervisión y en sucesivas etapas va cubriendo diversos aspectos trascendentales: el primero tiene que ver con ponernos de acuerdo sobre un lenguaje que nos ayuda en la constitución de la profesión. Estas palabras, como símbolos, pueden tener variadas interpretaciones y más aún frente a la cantidad de escuelas que surgen, con lo que posiblemente más nos desorientemos respecto a su significado. Esta perspectiva nos sirve para encontrar el punto de partida, la interpretación común del ser humano y de las posibilidades, de quiénes somos como coaches cuando participamos en el proceso.

Entre ellas, Leonardo Wolk plantea maravillosamente el tema de la responsabilidad… ¡La responsabilidad también para el coach! En general procesamos y llevamos a que el coacheado vea la suya, pero somos ciegos cuando decimos que si el coacheado no llegó a donde quería llegar, fue porque él/ella no fue capaz. ¿Y nuestra parte de la responsabilidad? ¿Hasta qué punto nosotros nos declaramos en relación con los resultados del coacheado?

La declaración de relación de la responsabilidad nos pasa en una transparencia incómoda, porque supongo que el otro la debe registrar. El declarar que “algo tengo que ver con lo que ocurre” muestra que, básicamente, y como humanos -como seres lingüísticos-, el tema que nos rescata de la profunda soledad de nuestro mundo interno es la relación: con nuestros juicios, con los otros, con el mundo, con la misma relación. La responsabilidad rescata esa relación básica y primaria de declararnos en relación con la relación con lo que ocurre. Desde esta posición, la elección humilde de aceptar y elegir la supervisión no servirá para sentirnos seguros de “la verdad”, pero creemos que es útil para seguir creciendo como coaches y comprendernos más en nuestra propia humanidad.

Otro tema profundamente ligado al coaching y descripto por Leonardo en este libro, nos permitirá comprender diferencias básicas entre el quiebre y la brecha. Ya hay varias escuelas en el camino del coaching y por caminos paralelos buscan explicar el quiebre. Para algunos coaches quiebre y problema son sinónimos. Para los que queremos mantener nuestra ontología de hueso colorado, no hay problema ni quiebre afuera. El quiebre es la mejor demostración del observador que somos, dado que nosotros observamos desde nuestros compromisos. Algún compromiso se ve interceptado, dificultado en nuestro juicio o suponemos que se puede interponer, cuando declaramos el quiebre. Por eso, la brecha como está tan bien descripta aquí, es la distancia que aún falta recorrer para la obtención del logro. Cuando no hay declaración de quiebre todo está fluyendo hacia el objetivo, o algo, según nuestro parecer, se ha interpuesto. Esa transparencia de la que hablamos tiene que ver con nuestra manera de mirar y la relación que generamos con lo que sucede… de acuerdo con el observador que estamos siendo.

Como coaches, también nos recuerda Leonardo en el capítulo 4, que los otros son en nuestros propios juicios sobre los otros. No son “así”. Sino simplemente como los observamos, aunque seamos coaches. Desde el momento en que somos seres simbólicos, no hay más un afuera, sino una interpretación a partir de nuestros propios mundos. Y no debemos olvidarnos de eso.

Vale la pena tomarse un tiempo desde este tiempo sin tiempo del lector, para hablar de humildad, como una forma de aceptar nuestra propia caja como seres humanos. Si comprendemos que la humildad es la conciencia sobre nuestras propias limitaciones, sobre la relatividad de nuestros juicios y hasta de nuestras afirmaciones, viviremos el dolor de saber que ni siquiera esta profesión es un bastión de seguridades, de posibles éxitos, y que no nos sirve para parapetarnos en nuestro saber. Hace muchos años atrás, se describía una enfermedad del coach como “broncemia”. El bronce en sangre, el ser un héroe, una estatua, un sabio digno de honores, un oráculo de sabiduría, una necesidad de tener respuestas. Hoy sabemos, en la evolución de nuestra profesión, cuán lejos estamos de ello. Nuestra incapacidad de dar respuestas, a veces se resume en la incapacidad de hacer preguntas. Porque las preguntas muchas veces las formulamos para que el coacheado nos conteste a nosotros, nos explique y nosotros saber… para poder preguntar. Las preguntas tienen valor cuando el coacheado puede pensar en la respuesta, en lo que nunca pensó y comienza a escucharse. Cuando se logra ese diálogo maravilloso entre el que no sabe y el que sabe, que cohabitan el mismo ser. Allí se da el milagro. Pero el coach debe saber dar ese paso al costado donde solo es un catalizador, como las sustancias que simplemente son usadas para facilitar que otra reacción se produzca.

Si el coach no se da cuenta de su propia necesidad de control presente desde la necesidad de saber, de encontrar respuesta, de buscar la pregunta ansiosamente, el coach es parte del problema.

El autor nos comparte algunas sesiones desde el punto de vista de la supervisión. Esta perspectiva deja en claro a los coaches el valor de seguir aprendiendo de sí mismos, y cómo nosotros también escuchamos desde nuestro propio modelo, porque debemos reconocer que nuestro escuchar, aunque generoso, está plagado de nuestras propias historias y de nuestro propia manera de mirar. Este aprendizaje no solo permitirá ser mejores como opción para nuestros clientes, sino que nos dejará conocernos cada vez mejor como personas. Desde ese escuchar es que hacemos las preguntas. En general, preguntas que “hagan pensar” al cliente. Leonardo Wolk usa una metáfora: “Prestar la pregunta”, que parece un modelo poderoso. Si el valor del coaching es que el cliente se escuche; si el rol del coach es el de catalizador, sus preguntas pueden ser prestadas para que el cliente pueda entrar en el juego de darse cuenta, de escuchar las voces que lo manejan y elegir desde sus compromisos.

No hacerlo, tener la arrogancia de creer que solo cuando nos prestamos a escuchar generosamente ya lo logramos, nos impide, al menos, intentar ampliar el mundo nuestro para darle cabida al otro. Citando al autor y compartiendo la opinión, si alguien ha vivido la experiencia de trabajar con culturas diferentes a la nuestra, no nos damos cuenta de hasta qué punto la violentamos, como conquistadores arrasando con aquello que no conocen o desprecian, en la comparación con lo que saben y conocen.

Algunos ejemplos me han tocado especialmente, el transcultural y el duelo creo que son temas demasiado cercanos a los seres humanos, como para no detenerse a meditar cómo nosotros mismos ponemos nuestra propia historia en la historia del otro.

Creo firmemente que, en los duelos, no lloramos la muerte o desaparición del otro o de lo otro. Creo que lloramos nuestra propia incapacidad de vivir sin el otro o sin lo otro. La incapacidad de adaptarnos, la incapacidad de aceptar lo que es, la necesidad de trampear a la vida y guardar hasta los mínimos recuerdos, tratar de retener perfumes en nuestra nariz y cerrar los ojos para habitar el mundo que ya no es, pero que creemos rescatar si nos acurrucamos y lo imaginamos. Leonardo describe el duelo como una parte fundamental del proceso de pérdida. Y no pude más que reconocer cómo se hilvana lo que se escucha con lo vivido, y recordar algo que aprendí, precisamente en Varanasi, la antigua Benarés, en India, como ceremonia mortuoria. Cuando alguien muere, lo llevan en procesión en una camilla construida por dos cañas y una tela de seda. Lo cubren con sábanas de seda que recibe como regalos póstumos y caminan hasta llegar al Ganges, con los colores de las sábanas y el blanco de sus túnicas.

El crematorio es un monte pequeño, ennegrecido por el humo y por su destino, del que se ven pequeñas humaredas partir hacia el cielo. Hay pilas de madera, gente que se mueve… y silencio. Así llega la procesión al crematorio, donde de acuerdo con la fortuna familiar se fija el precio de la madera. Les asignan un lugar para la ceremonia y los troncos son llevados allí. Mientras, el deudo: el que se hace cargo de la deuda, arrolla su túnica hasta hacerla un bombachón y dirige la ceremonia para bajar al río donde bañarán al muerto con las aguas del Ganges y lo purificarán. Luego trepan nuevamente hasta el lugar asignado para la ceremonia y apilan cuidadosamente la madera. La camilla con el cadáver y las sábanas de colores queda entre las trenzas de la misma. También colocan allí una vasija de barro con agua del río. Y prenden el fuego y se sientan mientras todo lo que está en la pira se consume. Cuando la vasija se rompe, la deuda se ha saldado. El ser ha entrado a otro plano y en este ya no hay nada más ni nada que lamentar…

Entendí como sana una ceremonia donde al menos “algo” indica que las deudas están saldadas…

El modelo de supervisión propuesto por el autor permite elegir la misma desde muchos ángulos, respetando el modelo de crecimiento y autoconocimiento que decida el coach. Ofrece alternativas y abre también un nuevo nicho de especialización, donde algunos coaches puedan hacer realmente una diferencia haciendo coaching a coaches sobre sus propios casos. No solo sobre nuestros propios quiebres personales, sino a través de nuestro trabajo conocer qué y cómo se nos disparan modalidades que nos impiden ver más allá y ser mejores profesionales.

No quiero dejarlos correr la cortina que abre este nuevo mundo dentro del coaching sin hacer un llamado certero a hacer de nuestra elección del coaching una profesión. Que los caminos no terminen llevándonos a lugares cómodos y fáciles donde la palabra coach se extienda como “commodity” y sean coaches los jefes, los consultores, los padres, los psicólogos y todos aquellos a los que la moda los impulse. Ninguno de ellos es menos que un coach, pero tienen puntos de vista diferentes, como Wolk nos muestra en este libro. Creo que respetar esta interpretación del ser humano como ser lingüístico, moldeable desde el proceso de trabajo en sus conversaciones especialmente destinadas a lograr lo que no se ha podido hacer hasta aquí, a liderar un espacio nuevo, a romper paradigmas, nos es propio. Lograr esto requiere que seamos capaces de trabajar con nosotros mismos, de transformarnos casi constantemente siendo congruentes con esta interpretación para poder confiar en el poder del otro y en el nuestro.

Estamos hablando de una definición del ser humano desde la libertad de poder elegir, aunque sea preso de sus propios juicios. Estamos hablando de la grandeza de un ser que elige y diseña, que construye y se compromete.

Recuerdo este trabajo mágico y artesanal, en una historia que leí de los tarahumaras. Los miembros de este grupo indígena del norte de México suelen correr grandes distancias y, cuando fueron descubiertos, obligaron a cambiar la percepción sobre las distancias que los seres humanos son capaces de recorrer a gran velocidad: contribuyeron a crear un nuevo paradigma.

Ellos tienen un personaje que se llama “la huesera”. Una mujer anciana que vive en la sierra Tarahumara y que recorre el desierto buscando los huesos de los lobos muertos. Huesos dispersados por los carroñeros que buscan el reciclaje de la naturaleza.

Ella junta con paciencia los huesos hasta recuperar la forma del cuerpo del animal. Una vez hecho, se sienta junto a ellos y les canta y los sopla. Los sopla y les canta: horas, tal vez días. Hasta que en algún momento los huesos comienzan a cubrirse de carne, músculos, piel. Ella no deja de cantar y soplar. Si el milagro se produce, ese aire hará que el animal inspire nuevamente la vida y su respiración comience a tomar un ritmo. En un momento, parece que el lobo se pone de pie y vuelve a correr, huye buscando la posibilidad de una nueva vida, un nuevo destino.

¿Qué diferencia hay entre esta huesera y un coach? ¿Acaso no avivamos brasas? ¿Acaso no llevamos a la gente a elegir nuevas vidas, nuevos destinos?

Cómo no cuidar este profesión maravillosa. Cómo no buscar cada vez ser más profesionales y aprender de nosotros mismos.

Creo que este libro vuelve a ser una nueva luz en el camino. Una luz que nos muestra que el camino se agranda, se ensancha. Que requiere de gente profesional que “distinga” cada vez más, que saque de una zona sin colores y se los dé a nuevas posibilidades. Hagámoslo por el bien de nuestros coacheados, de nuestra profesión y de nosotros mismos.

Gracias, Leonardo.

Elena Espinal

Pionera del coaching en América Latina.

Master Coach reconocida por la ICF y la AAPC.

Fundadora del primer instituto formador de coaches con reconocimiento oficial en Argentina y en México.

Coaching para coaches

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