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Calvino y la opinión de los católicos de hoy

Alexandre Ganoczy

¿Qué piensan de Calvino los católicos de hoy? La respuesta no es nada fácil. Por “católicos de hoy” podríamos designar a los pocos historiadores y teólogos católicos que se han propuesto la tarea de comprender verdaderamente a Calvino y su pensamiento religioso. Ahora bien, sería iluso creer que estos investigadores ejercen una influencia determinante sobre la opinión del conjunto a los católicos. La amplitud de su auditorio varía, por otra parte, según el interés que manifiestan por la Reforma en general y por Calvino en particular las diferentes comunidades católicas. Ésta es completamente nula o insignificante en los países donde los protestantes y, más especialmente, los calvinistas no representan una realidad concreta, ya sea por su número o por su papel histórico, o por su dinamismo conquistador. En cambio, es bastante considerable en las regiones donde subsiste la lucha interconfesional, bajo cualquier forma que sea (matrimonios mixtos), y en aquellas otras donde la serenidad general de los espíritus y una mentalidad más desarrollada permiten afrontar con ecuanimidad los problemas ecuménicos.

Aun así había que reconocer, además, que el interés por los contactos con el protestantismo no siempre va unido a su interés por la persona y la obra del reformador francés. Hasta en los católicos más “abiertos”, Juan Calvino despierta, en la mayor parte de los casos, menos simpatía que, por ejemplo, Martín Lutero. Su figura triste, severa e intolerante, su doctrina sobre la predestinación, han sido tan profundamente inculcadas en la conciencia católica que hasta las mentes más formadas tienen cierta tendencia a “ponerle entre paréntesis” en sus diálogos ecuménicos. Y lo hacen tanto más fácilmente cuanto que numerosos protestantes, incluso de tradición calvinista, parecen a veces sonrojarse de uno de sus más grandes reformadores. Este estado de cosas han podido ser comprobado el año pasado, con ocasión del cuarto centenario de la muerte de Calvino. La mayor parte de las conmemoraciones de que hemos tenido conocimiento han sido obra de historiadores, teólogos o periodistas; ha habido exposiciones bien organizadas, pero nada de eso daba la impresión de que el nombre de Calvino evocase en la generalidad de los protestantes, incluso en Ginebra, una presencia realmente viva y amada.

¿Es todavía actual Calvino?

A este propósito es necesario plantear toda una serie de preguntas. ¿No es normal la situación que hemos evocado? ¿No es verdad que la historia y la doctrina de Calvino no poseen ya actualidad? ¿No es la herencia del reformador de Ginebra un obstáculo, más que una ayuda en el diálogo ecuménico? ¿No vale más ponerle entre paréntesis para concentrar todos nuestros esfuerzos en el estudio de los teólogos protestantes modernos?

En la medida en que personalidades notables e influyentes del protestantismo contemporáneo se creen obligados a descuidar a los reformadores en provecho de sus pensadores modernos; en la medida en que, por ejemplo, los partidarios de un “barthanismo” unilateral se desentienden de Calvino, a menos de interpretarlo enteramente a la luz de Barth, en esa medida responden afirmativamente a estas preguntas. Sin sostener que sea esa la actitud general entre nuestros reformados, hay que reconocer que es una actitud generar entre nuestros reformados, hay que reconocer que es una actitud bastante extendida. La consecuencia de esta actividad entre los católicos es simple. Los que siguen con atención “la actualidad protestante” se dejan con frecuencia impresionar por lo que encuentran en ella de más “moderno”. Algunos de estos estudios católicos llegan incluso a contentarse con los conocimientos de segunda mano que esa actitud supone y no sienten la menor necesidad de estudiar a los reformadores del siglo XVI y menos aún a Calvino.

Aquí aparece una de las lagunas del ecumenismo católico; con demasiada frecuencia no se va al fondo de las cosas ni en el plano histórico, ni en el plano teológico, ni, sobre todo, en el terreno tan importante de la historia de los dogmas. Esto explica, a nuestro entender, que en la inmensa literatura ecu-ménica católica haya tan pocos escritos de valor sobre Calvino y su doctrina.

Por nuestra parte estamos persuadidos de la actualidad de los estudios calvinianos y de la necesidad de que los católicos se remonten directamente a las fuentes de la Reforma, sin lo cual no comprenderán nunca el protestantismo de hoy.

Cuando se han estudiado seriamente las obras teológicas de Calvino, cuando se han descubierto sus fuentes y destacado sus ideas maestras, cuando se ha medido su solidez bíblica y patrística y se ha constatado su estructura, kerigmática y sistemática a la vez, es imposible no reconocer en ellas una obra capital sin la que serían imposibles la mayor parte de los teólogos protestantes modernos, no sólo reformados, sino también evangélicos. El pensamiento de K. Barth tiene, como él mismo reconoce, sus raíces más profundas en el de Calvino. Rudolf Bultmann, por todo el carácter escriturísticamente dialéctico de su teología “existencial”, esta tan cerca de Calvino como de Lutero. Existe, sin duda alguna, una continuidad esencial entre los grandes iniciadores de la Reforma del siglo XVI y los pensadores del protestantismo moderno, continuidad que sólo una visión superficial de las cosas permite ignorar. Ahora bien, donde se da continuidad viva no es posible considerar una sola etapa aislada, aunque sea la más actual.

Para los católicos preocupados por la unidad de la Iglesia de Cristo, el estudio directo de Calvino tiene tanto interés al menos como el de Lutero, Zwinglio, Melanchton y Bucero. El pensamiento eminente y sistemáticamente “eclesial” del reformador de Ginebra es ciertamente afín a la eclesiología católica actual. Varios puntos esenciales de la colegialidad promulgada en el Concilio Vaticano II, por ejemplo, parecen estar contenidos en la doctrina calvinista de la Iglesia.1

Otro factor de convergencia está constituido por el hecho de que Calvino ha dado más importancia que cualquier otro teólogo de la Reforma al estudio de los Padres de la Iglesia.2 De una manera general, puede decirse que Calvino ocupa una de las posiciones centrales en toda la historia de los dogmas; él es, en efecto, quien ha logrado, gracias desde luego a sus predecesores Melanchton y Bucero, dar una expresión clara y sistemática del pensamiento teológico de Lutero, salvaguardando, gracias a su formación de jurista y humanista, un número considerable de elementos doctrinales e institucionales de la tradición católica.

Pero, si nos limitásemos a ver en Calvino lo que le acerca al catolicismo romano, mostraríamos un interés puramente egocéntrico y nos haríamos sospechosos de intenciones “integracionistas”. Es preciso ir más lejos y, sin dejar de señalar con franqueza el límite de las convergencias y las divergencias, atreverse a escuchar sus enseñanzas. Es muy posible que su teología del Espíritu Santo, lo que podría llamarse su “cristo-pneumatocentrismo”, su concepción dinámica del ministerio y de los sacramentos —para no citar más que algunos ejemplos— puedan ejercer una influencia felizmente estimulante sobre la reflexión teológica católica. En cuanto a la historia de Calvino, podría muy bien servir de ejemplo que mostrase a la autoridad eclesiástica de todos los tiempos por qué medios se lleva a espíritus generosos a la rebeldía y qué métodos pueden evitar hacer “herejes”… Si lo que afirmamos aquí es exacto, ¿cabe dudar aún de la actualidad de Calvino y de la utilidad de su estudio?

Calvino desfigurado

Supongamos ahora que unos católicos, y especialmente estudiantes de teología, sensibles a argumentos de este tipo quieran entrar en contacto con el reformador francés. ¿Qué otras católicas tienen a su disposición?

Los límites necesariamente estrechos de este artículo nos obligan a contentarnos con indicar a modo de respuesta los resultados de un “test” practicado en algunas bibliotecas de seminarios y escolasticados de Francia, país de origen de Calvino y centro activo de ecumenismo. (Probablemente la situación será al menos análoga en los demás países. Como única excepción citemos a los Países Bajos, donde autores como Smits, Lescrauwaet y Alting von Geusau han contribuido considerablemente a formar un juicio objeto sobre Calvino).

Una primera constatación se ha impuesto a nosotros; ningún manual de teología dogmática de los conservadores en nuestras bibliotecas puede ser considerado objetivo en su exposición de la doctrina calviniana. La doctrina de Calvino, como la de los demás reformadores, llamados adversarii, es presentada en ella por “piezas sueltas” y casi exclusivamente a través de las condenaciones del Concilio de Trento.

¿Qué hemos encontrado en la sección de historia religiosa? Nada que se pueda considerar equivalente a las monografías dedicadas a Lutero de Denifle, Grisar ni, sobre todo, Lortz. Sólo los cuatro volúmenes de Les origines de la Réforme del ponderado Imbart de la Tour, que datan de antes de la primera guerra mundial, dan testimonio del gran esfuerzo solitario llevado a cabo por un historiador católico laico para salir de los cauces trillados de la historiografía polémica. Actualmente, esta obra, a pesar de sus muchos méritos, está ampliamente superada tanto en su tendencia general como en cuanto a muchas de sus afirmaciones de detalle. Entre los manuales propiamente dichos de historia de la Iglesia de los más importantes son con mucho los del sulpiciano F. Mourret y el benedictino Ch. Poulet. El primero, de 1921, presenta a Calvino como “el hijo amargado del jurista excomulgado de Noyon”;3 da a entender que rompió con la Iglesia por haber sido privado de una canonjía,4 hace suya la acusación de racionalismo que F. Brunetière5 lanzo contra Calvino; indica abusivamente la predestinación como el corazón de la teología calvinista y atribuye al reformador “un horror instintivo a toda Iglesia organizada y a todo dogma tradicional”.6 En cuanto a Dom Poulet —cuya historia de la Iglesia conoció en 1953 su vigésimoctava edición corregida y aumentada—, después de desarrollar, complaciéndose en ello con gran número de citas separadas de su contexto, el predestinacionismo de Calvino, concluye con énfasis: “No hay término medio: dilatar la esperanza hasta la certeza y oír la voz del Espíritu o derrumbarse al borde del abismo terrible de la predestinación fatal”.7 Subrayando la “bibliocracia”, el “despotismo” y la “irritabilidad enfermiza” del reformador8 lo estigmatiza de esta forma: “Calvino es un fanático: el orgullo teológico encarnado, tan persuadido de su investidura que cree que su palabra es siempre, en las cosas grandes y en las pequeñas, divina”.9

En las bibliotecas hemos encontrado, en el mismo plano que los manuales de historia, L´Eglise de la Renaissance et de la Réforme de Daniel-Rops, de Daniel Rops (1955). Su juicio (somero) sobre el reformador es éste: “Pero Calvino fue sobre todo el hombre de la ruptura decisiva, y esto más que ninguna otra cosa hace que un católico no pueda sentir más que horror de él”. Con “una especie de rigor luciferino” levantó un muro entre la Iglesia de su infancia y la que él mismo quiso “construir”.10 El libro Calvin tel qu´il fut (1955), de L. Cristiani, prologado además por Daniel-Rops, comenta sus textos elegidos de Calvino en la misma perspectiva, como no podía menos de suceder en un autor cuyas opiniones sobre los grandes testigos del siglo XVI —Erasmo, por ejemplo— están, en la mayor parte de los casos, sometidas a revisión. Señalemos, por fin, el Calvin et Loyola, de A. Favre-Dorsaz, obra de dura polémica, que todavía en 1951 encontraba un editor universitario.

Como única tentativa de presentar objetivamente la historia de Calvino a los católicos de lengua francesa puede señalarse el trabajo de P. Jourda en Histoire de l´Eglise, de Fliche y Martin.11 Aunque demasiado breve para estar más ampliamente documentado y ser preciso en los detalles y demasiado de segunda mano para evitar algunos lugares comunes (Calvino “funda una Iglesia nueva”, es de un “pesimismo agrio y total que nada puede mitigar”, etcétera)12, tiene, sin embargo, el gran mérito de tomar partido contra la polémica y las “leyes calumniosas”.13

En la sección de las enciclopedias hallamos triste parcialidad en las antiguas, feliz apertura en las recientes. La Encyclopedie théologique, de Migne (1858) se complace todavía en referir como probable “crimen de sodomía” de que algunos adversarios católicos de Calvino le han acusado calumniosamente.14 En el Dictionnaire de théologie catholique (1923), A. Baudrillart comienza su artículo con esas palabras: “Calvino, Juan, jefe de la secta religiosa llamada calvinista”;15 se apoya expresamente en fuentes tan poco históricas como Bossuet, Renan y Brunetière, subraya unilateralmente el “régimen inquisitorial” de Ginebra y la predestinación (a la que consagra cinco columnas); ve en la grandiosa tentativa calvinista de retorno a las fuentes de actitud de un hombre reaccionario, para terminar concluyendo: “sustituir la Iglesia del Papa por la de Calvino fue su único objetivo”.16

El excelente artículo de Y.M.J. Congar en Catholicisme (1949),17 de carácter eminentemente doctrinal —que completará felizmente la nota más bien histórica de E. W. Zeeden en el Lexikon für Theologie und Kirche (1958)18— y el de J. Witte en el Dictionnaire de Spiritualité (1961)19 son ciertamente los pocos escritos católicos (junto a algunos trabajos escritos en holandés y, por desgracia, no traducidos) que tienden a una entera objetividad sobre Calvino. (Observemos que en las bibliografías de estos trabajos se remite casi exclusivamente a obras protestantes). De estos artículos hemos recibido nosotros un valioso impulso para nuestros trabajos teológicos e históricos sobre el reformador francés.20

Jalones de un juicio objetivo

Si se pudiese ver en estas últimas obras y artículos la expresión de la opinión general de los “católicos de hoy” sobre Calvino —lo cual actualmente no es posible, a menos de apelar a una osada anticipación—, se podría afirmar que su juicio se resume como sigue: reconocimiento de los “valores católicos” en el reformador: cristocentrismo, sentido de la Iglesia visible y de su universalidad, afirmación de la autoridad eclesiástica y del ministerio de institución divina, conciencia de los deberes misioneros y sociales del pueblo de Dios, ética evangélica claramente formulada para todos los estados de la comunidad cristiana.

Crítica persistente, pero matizada, de la doctrina —secundaria, en definitiva— de la predestinación a la condenación y de la insuficiencia teándrica del pensamiento cristológico, eclesiológico y sacramental de Calvino.

Apertura a algunos valores propios de su teología, como su sentido agudo de la trascendencia y de la Palabra de Dios, su carácter esencialmente dinámico por ser pneumático y kerigmático, el lugar que concede a los carismas y al laico, reconocido enteramente como “de la Iglesia”.

La “opinión católica” sobre Calvino, podríamos decir, está aún en gestación. La multitud de obras, tan venerables como superadas, que han acumulado cuatro siglos de Contrarreforma, obstaculiza considerablemente su formación de acuerdo con las exigencias de la verdad. Actualmente, un juicio como el que hemos descrito no es pronunciado más que por algunos especialistas “avanzados”. Para que cede esta anomalía, será preciso que los artículos 4, 5, 9 y 10 del Derecho conciliar De Oecumenismo sean aplicados sin la menor dilatación y en todas partes; con otras palabras, será preciso que las páginas polémicas y falsas de nuestros manuales sean suprimidas y luego remplazadas y que surja una nueva generación de investigadores dotados del valor y de la libertad necesaria para estudiar las fuentes mismas del pensamiento religioso de la Reforma.


1. Cf. A. Ganoczy, La structure collégiale de l´Eglise chez Calvin et au Iie Concile du Vatican, Irenikon, 39, (1965), pp. 6-32; Calvin und Vatikanum II. Das Problem der Kollegialität, Wiesbaden 1965.

2. La edición definitiva de L´Institution (1559) presenta una documentación patrística enormemente rica. Los Padres más frecuentemente citados son Agustín, Crisóstomo, Gregorio Magno, Jerónimo, Tertuliano, Cipriano Ambrosio e Ireneo. Cf. L. Smits, Saint Augustin dans I´oeuvre de Calvin, Assen, 1957.

3. T. V. La Reinaissance et la Réforme, p. 413.

4. Ibidem, p. 414.

5. Ibidem, p. 413.

6. Ibidem p. 416.

7. T. II, Temps modernes, p. 61.

8. Ibidem, pp. 62, 65, 67.

9. Ibidem, p. 66.

10. Op. cit., 489.

11. T. XVI, La crise religieuse du XVIe siècle, Calvin et le calvinisme, cc. 1-5.

12. Ibidem, pp. 214 y 241.

13. Ibidem, p. 171.

14. Dictionnaire du protestantisme, p. 411.

15. Dict. Théol. Cath., II/2, p. 1377.

16. Ibidem, p. 1395; sobre la predestinación: pp. 1406-1412.

17. T. II, Calvin, 405-412; Calvinisme, 421-424.

18. T. II. Calvin, 887-891; Calvinismus, I Geschichte, 891-894.

19. T. IV/2, Le Saint-Esprit dans les Eglises séparées, Doctrine et spiritualité de Calvin, 1323-1327.

20. Cf. Supra, nota 1. Además: Calvin, théologien de l´Eglise et du ministère (Unam Sanctam 48), París 1964; Le jeune Calvin, gérèse et évolution de sa vocation réformatrice (Veröffentlichungen des Instituts für Europäische Geschinchte Mainz, Abteil. Abendländ. Religionsgesch. 40), Wiesbaden 1965.

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