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A mediados del mes de septiembre de 1973, el autor retiró de su casilla número 4824 en el Correo Central de Buenos Aires, una carta procedente de Chile, que le produjo una honda impresión. Era de un profesor universitario, a quien no conocía, y empezaba explicándole por qué se dirigía a él, desde Santiago, diciéndole:

Tengo 56 años de edad, por cuya razón puedo declararme un viejo conocedor suyo. De muchacho leí sus artículos y, en varias partes de Chile, donde he residido, tuve oportunidad de comentarlos con otros admiradores que usted tenía en Chile. Hace poco he leído y releído su libro Pampas y lanzas –de donde tomo la dirección–. Tengo una cátedra en la Universidad de Chile (Departamento de Antropología).

Me informaba a continuación que la situación de Chile era “gravísima”. Y, después de explicarme esa situación, me imploraba:

Perdóneme, admirado Quebracho, toda esta larga digresión, y que no le diga más porque el tiempo apremia. Venga a Chile como observador; mande observadores cuanto antes; reúnase con amigos para cambiar ideas sobre esto y apoyarnos. Escriba al exterior, ¡ayúdenos!

La angustia que sintió el autor debe haber igualado a la del pueblo de Chile; y cuando retiró la carta ¡ya se había producido el golpe de Pinochet! Además, ¿qué podría haber hecho ante ese grito de desesperación de quien veía llegar la catástrofe? Nunca supe cuál fue la suerte del profesor Alberto Medina R.

Así se murió en Chile

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