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Dos palabras

Extendido en un extremo del continente a lo largo de una estrecha franja entre el mar y la montaña, es decir, entre albatros y cóndores, Chile desarrolló toda su vida encerrado en sí mismo, como en una isla. Para quienes lo conocemos desde Arica al Cabo de Hornos, en años de convivir y llevar en lo hondo de nuestro afecto este ámbito de la gran patria sudamericana, Chile siempre nos atrajo con la fuerza que emana de su paisaje escueto y áspero, así como de la virilidad de su pueblo, en buena parte del cual se refleja la dura lucha por una existencia que no conoce treguas ni blanduras, bajo una existencia inmisericorde, dando a su problema social una violencia dramática que nunca deja de golpear a quien la contempla, aunque la haya visto muchas veces. Y esa impresión perdura hasta cuando se la lleva en el recuerdo.

Es por eso que los sucesos de septiembre de 1973 nos hirieron tan profundamente, y aún nos parecieron increíbles en su bestialidad y degradación, para quienes nos habíamos acostumbrado a ver en Chile una nación con la cual no solo nos sentíamos estrechamente vinculados, sino que, en algunos aspectos, nos honraba como latinoamericanos. Y, para profundizar esa herida, vino a agregarse la carta que recibimos en los mismos días de aquellos acontecimientos (y que publicamos), transmitiendo una angustia que es la que debe haber sentido todo el pueblo chileno, carta desgarradora en la que el “¡ayúdennos!” allí escrito, parecía provenir de quien ya estaba oyendo el sonido de los disparos que habían de empezar a escucharse veinte días más tarde, abatiendo tantas vidas de luchadores –entre ellos argentinos– y cuyo eco siniestro ha continuado resonando en la sana conciencia del mundo.

Pero, tales acontecimientos no constituyen un episodio fortuito. Su proceso viene de lejos y tiene sus raíces en el desarrollo del país, así como en los hechos contemporáneos y en la forma en que estos fueron encarados.

Es lo que hemos tratado de poner en descubierto en la presente obra, que tiene por objeto, no solo analizar lo ocurrido, sino también extraer enseñanzas para que ello no vuelva a acontecer, aclarando, como latinoamericanos, la correcta estrategia en la batalla por la liberación de nuestros países, pues los sucesos de Chile atañen a todo el continente. Y si en ellos hemos sido momentáneamente derrotados, como en Bolivia, algún día, más tarde o más temprano, hemos de triunfar en un plano más amplio y definitivo. Porque la fuerza de la historia, representada por la voluntad revolucionaria del proletariado –que nos liberará y también nos unirá– será siempre y finalmente más poderosa que el más poderoso imperialismo.

Buenos Aires, julio de 1975

Así se murió en Chile

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