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Metáfora

Te voy a decir algo que te va a ayudar, pero no es lo típico. No aparece en los libros de texto ni en los manuales. No tiene nada que ver con la superación personal, la respiración, los estribos ni los espéculos —dios sabe que estos términos y métodos se han repetido hasta la saciedad—, ni con el primer, segundo o tercer trimestre, el primer movimiento del feto, la barriga baja, el parto, el estar embarazada, los latidos del feto, el útero, el embrión, la matriz, las contracciones, la coronación, la dilatación cervical, el canal vaginal o con respirar… Eso es: respiraciones cortas, transición y empujar.

Lo que quiero contarte no tiene mucho que ver con todo eso. La verdad es que la narración del embarazo es la que cada una quiera contar. Más concretamente, una mujer que encierra vida en su vientre hinchado representa una metáfora con la que crear una historia; una historia que todos podamos sobrellevar. La fecundación, la gestación, la contención y la creación de una historia.

Te voy a dar un consejo, algo que te sirva para esa narración tan grandiosa, ese estado épico, algo que puedas sobrellevar cuando llegue el momento.

Colecciona piedras.

Así de simple. Pero no cualquier piedra. Eres una mujer inteligente, así que tienes que buscar lo extraordinario en lo ordinario. Ve a sitios a los que normalmente no irías sola: la ribera de un río, un bosque frondoso, la parte de la orilla del mar donde la mirada de la gente se pierde. Tienes que vadear todo tipo de aguas. Cuando encuentres un montón de piedras, míralas bien antes de elegir una, deja que tus ojos se adapten, usa lo que sabes de la larga espera que te aguarda. Deja que tu imaginación cambie lo ya conocido. De repente, una piedra gris se torna cenicienta o se confunde con un sueño. Una piedra con un anillo significa buena suerte. Encontrar una piedra roja es descubrir la sangre de la tierra. Las piedras azules te dan confianza. Los patrones y las manchas de las piedras son trozos de diferentes países y territorios, preguntas en forma de motas. Los conglomerados representan la libertad de movimiento de la tierra dentro del agua, reducidas a algo pequeño, que puedes coger con una mano y pasártelo por la cara. La arenisca es relajante y lúcida. El esquisto, cómo no, es racional. Busca el placer en la simpleza de estos mundos que caben en la palma de una mano. Prepárate para la vida. Aprende a reconocer los momentos en los que no hay palabras para expresar el dolor ni la alegría, solo piedras. Llena todos los vasos transparentes que tengas en casa con piedras, sin importar lo que piense tu marido o tu pareja. Coloca montones de piedras en la encimera, en las mesas, en el alféizar de las ventanas. Clasifícalas por colores, texturas, tamaños y formas. Coge algunas más grandes y colócalas por el suelo del salón, sin importar lo que piensen los invitados; crea un intrincado laberinto de seres inanimados. Muévete alrededor de tus piedras como un remolino de agua. Aprende a detectar los olores y sonidos de los distintos tipos de piedras. Ponles nombre a algunas, no geológicos, sino de tu propia cosecha. Memoriza dónde están, si faltan o si ya no están donde las dejaste. Báñalas una vez a la semana. Métete una diferente cada día en un bolsillo. Aléjate de lo normal, pero sin darte cuenta. Acércate al exceso, pero sin que te importe. Ten más piedras que ropa, platos y libros. Túmbate en el suelo junto a ellas; métete las más pequeñas en la boca de vez en cuando. Siéntete a veces lítica, petrificada o rupestre en lugar de cansada, irascible o deprimida. Por la noche, desnuda y en soledad, coloca una verde, una roja y una gris en distintas partes de tu cuerpo. No se lo digas a nadie.

Ya.

Cuando ya lleves meses coleccionándolas, cuando tu casa esté llena e hinchada, cuando empieces a experimentar contracciones y a dilatar; después de cerciorarte del color de la sangre —demasiado roja—; después de comprobar los segundos y los minutos en el reloj; después de empezar a controlar tu respiración y dejar que tus pensamientos se abandonen a la historia que te contaron sobre esto; después de que tu bebé nazca muerto por la mañana —algo que no sale en esa historia que te contaron—, y después de imaginar las palabras «nacido» y «muerto» en una misma frase, recurre a las piedras. Recurre a ellas y escucha el eco de mares tan lejanos como los de Ucrania. Huele las algas, saborea el salitre, siente el roce de las criaturas submarinas. Recuerda que hay partes de tu cuerpo diseminadas en el agua a lo largo y ancho de la tierra. Sé consciente de que formas parte de ella. Coloca toda la ropa de bebé que te han dado a modo de guiones o regalos en el suelo formando filas. Siéntate junto a esas prendas diminutas y las piedras y no pienses absolutamente en nada. Usa patrones y repeticiones interminables para acompañar a tu inconsciencia, que le digan que hay que olvidar esa otra historia más lineal, con su introducción, su nudo y su desenlace, su fin transcendental. Déjate llevar, nosotras somos poesía, hemos vivido mucho, hemos llegado hasta aquí para decirte que sigas adelante, que no te quedes estancada.

Descubrirás que hay un tono y un argumento latentes en tu vida distintos a los que te habían dicho. Circulares y rodeados de metáforas. Algo casi trágico e insoportable refrenado por tu imaginación invencible —¿quién aparte de ti habría pensado en ello?—, por tu capacidad para transformarte como la materia orgánica que entra en contacto con elementos cambiantes. Las piedras albergan la cronología del agua. Todo vive y muere en tus manos.

La cronología del agua

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