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6.

Nunca había ido al colegio un sábado. A las ocho de la mañana. El inmenso edificio del Billy Hughes se alzaba frío y silencioso, sin hordas de adolescentes inteligentes entrando o saliendo.

Aún no había aparecido ningún miembro del elenco ni la orquesta, porque los ensayos no empezaban hasta las diez. Yo tenía que presentarme en el subterráneo, fuese lo que fuese eso. Imaginaba que sería el sótano que estaba debajo del auditorio.

Alexis se horrorizó cuando le dije que me había apuntado a los técnicos de escenarios.

—¿Con esos frikis? —había dicho—. ¡No, no lo hagas!

Sentí una punzada de arrepentimiento. A lo mejor había cometido un error.

—Pero así podré participar en el musical —le dije—. Todavía podremos vernos en los ensayos.

No pareció muy convencida.

—¿Tan terribles son? —pregunté.

Alexis cerró los ojos.

—Son peores. Se pasan todo el rato en el subterráneo en compañía de un viejo repugnante. Nunca van a clase, no se unen a ningún club ni a ningún equipo de deporte. Y mírales la ropa. Es que no pertenecen al Billy Hughes.

—Pero tan tontos no serán si están aquí.

—Bueno… —dijo Alexis de mala gana—. Supongo que no, pero se pasan todo el tiempo hablando de cosas que a nadie le importan. No tienen objetivos ni ninguna estrategia de vida.

Yo tampoco estaba muy segura de tener esas cosas. No había previsto nada más allá de entrar en el Billy Hughes y salir con algún chico.

Alexis, amablemente, no había hecho ningún comentario acerca de mi audición, pero vi que algunos alumnos me miraban por los pasillos, intentando no reírse. La vergüenza me corroía por dentro. Tenía suerte de que Alexis aún quisiera ser mi amiga; ni siquiera entendía sus razones. Habíamos hablado de quedar con Ella-Grace (¡y con Ethan!) a la hora de comer: solo tenía que aguantar hasta entonces.

Del subterráneo salía música a todo volumen: solos distorsionados de guitarra y bajos que hacían vibrar las paredes. Era demasiado temprano para poner rock, pero supuse que era mejor eso que trance a lo bestia o pop cursi. Empujé la puerta.

El subterráneo era un cruce entre una tienda de segunda mano y un taller mecánico. Los percheros con trajes colgados se amontonaban entre antiguas piezas de atrezos. Había varios tablones apoyados contra una pared, mientras que de otra colgaba una impresionante colección de sierras, martillos y otras herramientas del estilo.

Algunos técnicos de escenarios estaban sentados en el suelo y otros se tambaleaban sobre ridículos taburetes de madera. Bebían cafés en vasos de cartón y comían dónuts.

La chica de aspecto impresentable (la camiseta de hoy era de Battlestar Galactica) fue la primera en levantar la vista y le dio un codazo al chico gordo de pelo rizado. El pelirrojo desaliñado alargó el brazo y apagó la cadena musical, y se hizo el silencio.

—Los ensayos no empiezan hasta las diez —dijo el pelirrojo con una expresión que se traducía como «largo de aquí, actriz estúpida».

Tragué saliva. ¿Era esa otra de mis ideas estúpidas, como la de presentarme al casting? A lo mejor todo lo del Billy Hughes era una idea estúpida.

—Eh… —vacilé; un comienzo excelente—. Soy Ava. Vengo por lo de los técnicos de escenarios.

Cinco pares de ojos me observaron con indiferencia.

—Para el musical. Me he apuntado —dije con la boca pequeña.

El pelirrojo frunció el ceño y sus pecas se fundieron unas con otras. El chico bajito de apariencia algo más cuidada se levantó.

—Estupendo —dijo—. Bienvenida, yo soy Jules. Pilla un dónut.

Cogí un dónut con cuidado, sintiéndome culpable (Chloe me habría puesto de vuelta y media porque era del Donut King, que era una multinacional malvada; Alexis habría desaprobado las calorías vacías). Jules me presentó a los demás.

La chica se llamaba Jen. Me dirigió una sonrisa llena de hierros y un saludo extraño que creo que era de Star Trek. Qué vergüenza ajena. El chico gordo con pelo rizado y gafas pasadas de moda era Jacob. El chico asiático, Kobe. Ambos me dijeron hola y me estrecharon la mano a la manera extraña y adulta del Billy Hughes. El pelirrojo era Sam, que frunció el ceño de nuevo y solo me dedicó un asentimiento cortés.

Me terminé el dónut y Jules miró su reloj.

—Dennis está al llegar. En cuanto aparezca, empezamos.

—¿Quién es Dennis? —pregunté.

—Profe —dijo Jacob con la boca llena, y alargó la mano para coger otro dónut—. Vigila que no nos arranquemos un brazo o dos con las peligrosas herramientas.

Jen se extraía trocitos de dónut de entre los brackets.

—Allí hay un cuarto de baño —dijo señalando en esa dirección—, por si quieres cambiarte.

—¿Cambiarme?

Echó un vistazo a mis vaqueros y mi camiseta rosa.

—Con eso te vas a poner perdida.

Iba a decirle que no había traído otra ropa cuando la puerta se abrió y entró un hombre que solo podía ser Dennis.

Parecía más el guardián de un faro que un profesor. Debía de tener unos mil años; las profundas arrugas de su rostro me hicieron pensar en Popeye o el Viejo Marinero. Tenía unas cejas gruesas de color gris, fruncidas en una perpetua mueca de desdén, y una barba asalvajada. Llevaba el pelo largo y canoso en una coleta sencilla. Me aterrorizó al instante.

—Basta de cotillear, señoritas —dijo con voz cavernosa—. Empecemos. Jacob, Jules, a serrar. Kobe, Sam, comenzad a juntar tablones.

Todo el mundo se puso en pie y comenzó su tarea. No me había dado nada que hacer a mí, y tampoco a Jen. Para ser digna del Billy Hughes, tenía que mostrar algo de iniciativa. Fui hacia Dennis y extendí la mano.

—Hola, soy Ava.

Dennis me miró la mano como si fuera una serpiente y encendió un puro de color marrón. Yo no creía que los profesores pudieran fumar, y mucho menos en interiores.

—¿Qué puedo hacer? —pregunté.

Las arrugas del rostro de Dennis se hicieron aún más pronunciadas.

—Ayuda a los chicos —dijo.

Se dirigió a zancadas a un despachito y se encerró allí. Me volví hacia Jen con cara de no entender; ella se encogió de hombros.

—Dennis es un poco anticuado —dijo—. Las chicas no podemos usar las herramientas.

Abrí mucho la boca.

—¿En serio? Entonces, ¿qué hacemos? ¿Sándwiches de pepino? ¿Bollitos al horno? ¿Servir cerveza de jengibre?

Jen no pareció tan preocupada.

—Sostenemos la madera mientras los chicos la sierran y lijamos los bordes. Y, después, la pintamos.

No podía imaginarme lo que diría Chloe ante algo así. ¡Era escandaloso! Pensé en largarme y llamar a los periódicos locales. ¿Por qué permitía Jen un comportamiento tan sexista? Era ridículo.

Jen no bromeaba. Me pasé toda la mañana sentada en largas planchas de madera mientras los chicos las serraban; fue de lo más humillante.

Los otros charlaban animadamente acerca de las clases y los profesores, pero yo estaba de mal humor y no les prestaba atención. Además, no había ido allí a hacer amigos. De esos ya tenía de sobra. Solo estaba allí para coincidir con Alexis, Ethan y los demás a la hora de comer.

—¿Y tú, Ava? —dijo de repente Kobe, sacándome de mi ensimismamiento. Era la primera vez que lo oía hablar.

—¿Yo qué?

—¿Preferirías tomarte dos cucharadas de uñas de pies o hacer gárgaras con media taza de sudor?

Me quedé horrorizada. ¿Se trataba de alguna clase de rito de iniciación?

—Eh… ¿Ni lo uno ni lo otro?

—Tienes que elegir una opción. Son las reglas.

Torcí el gesto.

—Las uñas, supongo, si están limpias.

—Tiene sentido —dijo Kobe, que balanceaba un martillo—. ¿Y preferiríais comeros antes a una persona o a dos gatos y dos perros?

Esta gente estaba chiflada.

—Gatos y perros —dijo Sam inmediatamente.

Jacob se lo pensó.

—¿Puedo afeitar antes a los gatos y los perros? —preguntó.

—No. —Kobe negó con la cabeza—. Tal cual. Crudos y con pelo.

—¿Y puedo elegir la raza?

—No, se eligen al azar de un refugio.

Jacob hizo una mueca.

—Entonces una persona. No quiero masticar pelo.

Sam atacó un trozo de madera con una sierra eléctrica y el serrín saltó por todas partes, como si fuera nieve de color miel. Olía muy bien.

—Me toca. —Jacob se quitó las gafas y se las limpió con la camiseta—. ¿Preferiríais hacerlo con una chica muerta de buen ver o con una abuela de noventa y seis años sin dientes?

Hubo gritos de repugnancia. Jen arrojó un trozo de papel de lija a la cabeza de Jacob.

—¿Qué? —Él se puso de nuevo las gafas—. ¿Kobe puede hablar de comerse a una persona muerta y yo no puedo hablar de follar con una?

—No pienso responder a eso. —Jen sacudió la cabeza.

Jacob suspiró y asintió en dirección a Sam.

—Vale. Te toca, Ranga.

Sam terminó de cortar la madera con la sierra y el extremo cayó al suelo con un «cloc». Se inclinó hacia delante y apoyó los codos sobre la madera, pensando.

—Preferiríais… —dijo al fin, con una sonrisa apuntándole en la comisura de los labios—. ¿Preferiríais tener la necesidad irreprimible de cantar canciones de Disney cuando os ponéis cachondos o poneros cachondos de forma irreprimible con personajes de Disney?

—Lo segundo —dijo Jacob sin dudarlo—. La Sirenita está tremenda.

Jen se rio.

—¿Y qué hay del Rey León? —preguntó.

—¿Cómo te puede poner cachondo alguien que te dejaría la boca llena de pelos? —dijo Sam.

—Bah —dijo Jacob—. ¿Y qué me dices de Jasmine de Aladdin? ¿Y la de La bella y la bestia?

—Sí, Bella está muy buena —dije yo.

¿Se me había escapado eso? Tragué saliva. Tenía que haber dicho algo acerca de uno de los hombres de las películas de Disney. ¿Y si esa gente sumaba dos más dos? Me estrujé el cerebro, tratando de pensar en algo más que decir, pero no se me ocurrió nada.

—Yo elijo la opción A —dijo Jules—. Los chicos de Disney son todos demasiado simples y aburridos para mí. Y sentir ganas de cantar canciones de Disney cuando me pongo a mil me suena muy bien.

Uf. Me había salvado. A todo esto, ¿Jules era gay?

—Te toca, Ava —dijo Jen—. Piensa en una elección.

—Eh… —Todo el mundo me miraba. Sacudí la cabeza—. Lo siento, no se me ocurre nada.

Hubo una pausa. Kobe dejó el martillo y Jacob se rascó la cabeza. Sam me miró. Parecía… decepcionado. Me sentí fatal, como si de verdad los hubiera dejado en la estacada.

Entonces, Sam sonrió. No había calidez en su gesto: le caía fatal de verdad.

—No importa, ya es la hora de comer —dijo.

¡Hurra! Por fin podría escapar de los frikis y ver a mis amigos.

Le envié un mensaje a Alexis para preguntarle dónde quedábamos y me respondió enseguida:

Sorry, no salimos hasta la 1 y media.

Miré el reloj. Eran las doce.

Me pregunté si podría hacer la pausa para comer más tarde. El estómago me rugió en señal de protesta: no había comido nada en todo el día salvo el dónut de las ocho, y me moría de hambre.

Los otros se estaban echando las mochilas al hombro y ya se marchaban. Dudé. ¿Iban a alguna parte juntos? ¿Debía ir con ellos? No me habían invitado, pero dudaba que los hubiese impresionado con mi ingenio y salero. Tragué saliva y me sentí algo avergonzada.

Jen se giró antes de salir al brillante exterior.

—¿Vienes? —dijo con una sonrisa.

Yo le sonreí también.

—Eh… —farfullé con lo que ya era mi respuesta estándar a todo lo que esa gente me preguntaba—. Tengo cosas que hacer.

No quería pasar el tiempo con los frikis de los técnicos de escenarios. O sea, interesantes eran, pero también groseros e infantiles.

—Vale —respondió ella—. Si las acabas, estaremos en el restaurante de fish & chips de más abajo o en los jardines del edificio Nova.

Asentí y esperé a que se marchasen antes de subir sigilosamente las escaleras en dirección al auditorio.

Pink

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