Читать книгу Pink - Lili Wilkinson - Страница 6

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2.

Chloe llegó al instituto cuando yo tenía catorce años.

Acabábamos de empezar el curso y no se parecía a nadie que hubiera conocido. Era guapa y sofisticada, y vestía con prendas vintage negras y elegantes.

No habló con nadie durante la primera semana y nadie le habló a ella. Era distinta. Divina. Inaccesible. Llevaba una gruesa raya negra de ojos y se sentaba en los pupitres de atrás de clase para leer El amante de lady Chatterley.

Yo la miraba por el rabillo del ojo. Me fascinaba. Con ella me entraban ganas de hacer cosas de adultos, como beber café y hablar del sentido de la vida. Era todo lo que mis padres querían que yo fuese. Así que la observaba, esperando una oportunidad para poder colarme entre sus muros de helada indiferencia.

La oportunidad llegó en clase de Ciencias, donde nos dividieron por parejas para hacer no sé qué experimento con sulfato de cobre.

Fingí estar distraída con el horario y evité las miradas de mis compañeros, que se fueron distribuyendo por parejas a mi alrededor. Luego levanté la vista, aparentando confusión, y vi que Chloe era la única persona desemparejada de la clase. ¡Lo había conseguido!

Me acerqué a su mesa.

—Hola —saludé, limpiándome las palmas sudorosas de las manos en los vaqueros.

Me miró brevemente y regresó a su libro sin hacer comentarios. De cerca, olía a cigarrillos y a vainilla. Era un olor adulto, peligroso.

Medí la cantidad de polvo de sulfato de cobre y lo mezclé con agua. Luego removí el líquido azul en un matraz mientras pensaba en algo que decir.

—¿Qué tal está el libro? —pregunté, al tiempo que encendía un mechero Bunsen.

Chloe se encogió de hombros y respondió:

—No está mal. —Tenía la voz ronca y profunda—. Lo de echar polvos en cobertizos todo el rato es un poco demasiado.

No sabía qué contestar a eso, pero recordé algo que había dicho Pat una vez acerca de Hijos y amantes, otro libro del autor.

—¿No van todos los libros de D. H. Lawrence de lo mucho que quería acostarse con su madre?

Chloe levantó la vista del libro, sorprendida, y frunció el ceño mientras examinaba mi camiseta, mis vaqueros y mi coleta medio deshecha. Me sentía una cría en su presencia. Chloe era maravillosa y yo quería impresionarla por encima de todo.

Y, para mi perplejidad, lo había logrado. Alzó las cejas y la comisura de sus labios se curvó en una sonrisa de color borgoña. Su mirada fue de mis ojos a mis labios y regresó arriba.

—¿Cómo te llamabas?

—Ava.

—Como Ava Gardner —dijo con aprobación.

Casi se me cayó el matraz de lo mucho que me temblaban las manos.

Más o menos un mes después de que comenzáramos a juntarnos, Chloe dijo algo que me cambió la vida.

Ella llevaba atacada el día entero. Se había tomado tres tazas de café y se había retocado cinco veces el pintalabios de color cereza. Estábamos sentadas en el murete de fuera del instituto y Chloe me hablaba de una película japonesa que había visto en la tele la noche anterior; pero se interrumpía una y otra vez, distraída, y fruncía el ceño.

—¿Va todo bien? —pregunté.

—Claro que sí.

Sacó el brillo de labios de su bolso, lo desenroscó, lo volvió a enroscar y lo dejó a un lado.

—¿Estás segura?

Chloe me miró. Había algo raro en su expresión. Parecía asustada, pero también, de alguna forma, hambrienta. Vi que se sonrojaba bajo su maquillaje pálido y apartaba la mirada; luego volvió a fruncir el ceño y pareció enfadada consigo misma.

—Soy lesbiana —soltó de pronto—. Quería que lo supieras.

—Ah. —Sentí frío y calor al mismo tiempo, y temblé un poco.

—¿Te parece bien? —preguntó ella a la defensiva.

Asentí.

—Muy bien.

—Genial —dijo Chloe, y se inclinó hacia mí y me besó.

Nunca había pensado mucho en mi sexualidad. Ni siquiera había tenido novio (aparte de Perry Chau a los once años, con quien solo estuve cuatro días), pero siempre había pensado que era porque los chicos de catorce años daban mucho asco. Olían mal, se expresaban con gruñidos monosilábicos y solían tener la cara llena de granos.

La piel de Chloe brillaba como la luna. Olía misteriosa y diferente, y hablaba de ideas y teorías que yo no entendía, pero que encontraba fascinantes igualmente. Cuando nos besamos, sentí cosas que no había sentido antes.

La adoraba.

Me prestaba libros que yo leía, leía y leía. Nos sentábamos en el murete y hablábamos de la vida, el amor y la muerte. Leíamos poesía juntas, escuchábamos radios alternativas y veíamos películas francesas que a mí me aburrían hasta la náusea; pero no importaba, porque después nos tumbábamos juntas en la cama y mirábamos el techo y comentábamos la escenografía mientras los dedos de Chloe trazaban lentas espirales sobre mi piel.

No podía creerme que me hubiera elegido. Una vez le pregunté: ¿Por qué? ¿Por qué yo?

—Porque eres más inteligente que todos los otros imbéciles juntos, que parecen clones unos de otros —respondió. Luego bajó la vista y se ruborizó—. Y porque eres preciosa.

Era la persona más fantástica, sexy e interesante que había conocido jamás, y me había elegido a mí.

Y ahora yo iba a dejarla atrás.

Pink

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