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Caso Conzi, locuras al por mayor

Cuando la fiscal de juicios orales de San Isidro Gabriela Baigún pidió una condena de 36 años de prisión, el imputado y destinatario del pedido, Horacio Conzi, ni la miró. Estaba ocupado leyendo un libro sobre la vida y obra de Miguel Ángel.

Para muchos esos gestos demostraban soberbia e impunidad, para otros, la cosa era más simple: Horacio Conzi estaba loco.

La locura rondó siempre la vida de los hermanos Conzi. Hugo y Horacio eran dos comerciantes temidos en San Isidro, una exclusiva zona del norte del Conurbano bonaerense.

Hicieron una gran fortuna con el negocio de las estaciones de servicio pero su máximo esplendor llegó cuando compraron un complejo de restaurante y gimnasio sobre la Avenida del Libertador.

Dallas –así se llamaba– se convirtió rápidamente en el lugar de reunión obligado de ricos y famosos. Muchos de ellos desconocían las denuncias por actos de violencia que los hermanos Conzi tenían radicadas en la Justicia de San Isidro.

Pero el apellido Conzi saltó a la tapa de los diarios de todo el país el 16 de enero de 2003.

Según la denuncia, esa madrugada Horacio Conzi se subió a su camioneta 4 x 4 en el estacionamiento del restaurante Dallas y persiguió por la Avenida del Libertador a un remise.

Unas quince cuadras después el remise frenó de golpe y recibió una ráfaga de catorce balazos. Uno de los pasajeros, Marcos Schenone, de 22 años, murió en el acto. Dos chicas, amigas de Marcos, y el remisero, resultaron heridos de bala en los brazos y las piernas.

La camioneta y el agresor desaparecieron de la escena del crimen.

Esa misma noche los fiscales Mario Kohan y Hernán Collantes, instructores de la investigación, supieron que Horacio Conzi era el hombre al que tenían que buscar.

Esa noche empezó una cacería de película.

Espías y pelucas

–¡Mi hermano es inocente! –gritaba Hugo Conzi en cuanto programa de televisión quisiera escucharlo.

Y conocedor de las leyes remataba:

–Yo sé dónde está, pero como soy el hermano no tengo obligación de colaborar, me comprenden las generales de la ley.

Los fiscales lo escuchaban en silencio. Hugo tenía razón. Pero esas declaraciones sonaban a desafío.

El crimen de Marcos Schenone se había convertido en la noticia más importante del verano de 2003. La sociedad estaba indignada y Horacio Conzi, desde la clandestinidad, ponía en jaque no solo a la Policía sino también a los servicios de inteligencia de la Argentina.

Los fiscales Kohan y Collantes no dormían y participaban personalmente en los allanamientos.

Los investigadores sospechaban que alguien estaba ayudando a Conzi a permanecer prófugo. Alguien poderoso. Pero la confirmación la tuvieron en la provincia de Corrientes, más precisamente en la ciudad de Mercedes.

El dato era certero. Horacio Conzi estaba en una estancia “camuflado” con un grupo de turistas extranjeros que participaban de un tour de caza.

El lugar quedaba en medio de los esteros del Iberá y formaba parte de un complejo turístico. Uno de los socios era el polista Martín Barrantes, ex marido de la modelo Carolina “Pampita” Ardohain.

Los fiscales llegaron al lugar en un avión del Ministerio de Seguridad de la provincia de Buenos Aires. Todo estaba listo. La idea era allanar la cabaña donde el grupo de turistas descansaba.

A las cuatro de la madrugada y en medio de un calor húmedo y sofocante, la Policía entró de golpe.

–¡Manos arriba! ¡Policía! –gritaron.

Los turistas sorprendidos y adormilados no entendían nada y llegaron a balbucear algunas palabras.

–What is this? What are you looking for?

En ese momento el desconcierto llegó a las filas policiales.

–Son todos gringos. Yo algo de inglés hablo –aseguró un policía que inmediatamente se lució ante sus camaradas:

–¡Police, somos Police!

El fiscal Mario Kohan se dio cuenta en el acto que Horacio Conzi no estaba dentro del grupo. Salió de la cabaña furioso, un baqueano lo siguió y le confesó.

–Doctor, hace diez minutos en una balsa un hombre cruzó el pantano. Me parece que sabía que ustedes estaban por llegar.

Nunca se supo si el hombre de la balsa fue Horacio Conzi. Hoy los fiscales creen que sí.

Inteligencia y Contrainteligencia

Después del fracaso en Corrientes, los investigadores empezaron a sospechar que algún agente de Inteligencia que decía colaborar en la búsqueda de Horacio Conzi, en realidad alertaba al prófugo para burlar a la Justicia.

Esas sospechas llegaron a oídos de la SIDE y empezó a trabajar el departamento de Contrainteligencia.

Cuando los fiscales se enteraron, creyeron que estaban viendo un capítulo del Superagente 86, pero la realidad a veces supera a la ficción.

Una tarde de verano, cerca de las 17, el fiscal Collantes recibió una llamada a su teléfono celular. Una voz masculina lo invitaba a él y al fiscal Kohan a una reunión “secreta”.

Ambos aceptaron y minutos después un auto Ford Falcon color verde los pasó a buscar por los Tribunales de San Isidro.

Subieron al auto, a las pocas cuadras los celulares misteriosamente se quedaron sin señal. Los funcionarios judiciales se miraron sorprendidos. El chofer de traje negro y anteojos oscuros se negaba a decir cuál era el destino final. Alegaba “cuestiones de seguridad”.

Media hora más tarde, ya en Capital Federal, doblaron por la calle Estados Unidos y el chofer moduló por su handy:

–Objetivo en arribo.

Sobre esa misma calle un portón se abrió de par en par. El auto con los dos fiscales adentro estacionó en un lugar amplio y luminoso. Un hombre que dijo llamarse Rodríguez los estaba esperando:

–Bienvenidos, esto es Contrainteligencia. Nosotros los vamos a ayudar a encontrar a Conzi. Adelante, por favor.

Acompañados por Rodríguez, los fiscales llegaron al segundo piso del edificio. Entraron a un gran salón oval con cinco puertas. En el medio, una mesa larga con sillas. En una de las paredes más de cincuenta televisores mostraban imágenes de diferentes puntos de la ciudad.

En la pared de enfrente, mapas de Capital Federal con anotaciones en clave.

La búsqueda de Horacio Conzi estaba encaminada, según informó Rodríguez a los fiscales, estaban escuchando las conversaciones de todos los amigos y allegados a los hermanos. Pero Rodríguez tenía un as es la manga:

–Analizamos el perfil de la voz de un amigo de Conzi, un tal Roby. Está por quebrarse, en una semana cítenlo que les cuenta todo. Pero en una semana, antes no. Tengan paciencia.

Los fiscales tomaban nota aun sin creer muchos en esa predicción. Pero Rodríguez iba por más:

–Horacio Conzi se va a quedar sin plata .Va a caer en menos de treinta días. Va a cometer un error. No lo busquen, cae solo.

Kohan y Collantes se fueron de la reunión con mas dudas que certezas.

Siete días después, por curiosidad, citaron a Roby, el amigo de Horacio: se quebró y contó los detalles que faltaban para cerrar la acusación contra Conzi.

Tal como lo había anunciado el misterioso Rodríguez.

Eso no fue todo. Horacio Conzi también “cayó” en el plazo anunciado, había cometido un error fatal. Rodríguez no se había equivocado.

Los fiscales llamaron a Contrainteligencia para agradecer la colaboración:

–¿Quieren hablar con Rodríguez? No, se habrán equivocado acá no trabaja ningún Rodríguez.

Kohan y Collantes entendieron que nunca iban a saber el nombre real del hombre que vaticinó misteriosamente los dos momentos clave del caso.

Mar del Plata, no tan feliz

Un amigo de Horacio Conzi recibió un llamado desde un celular extraño. Los agentes que estaban a cargo de las escuchas telefónicas descifraron que ese celular estaba en Mar del Plata.

Ese fue el gran error de Conzi: hablar por teléfono. Solo, aburrido y sin un lugar seguro adónde ir, los llamados telefónicos lo perdieron.

Policías bonaerenses y agentes de la SIDE llegaron a la ciudad balnearia. Unas pocas horas les llevó ubicar a un hombre “sospechoso” en la zona de Playa Chica.

Dos agentes se acercaron y le hablaron:

–¿Horacio Conzi?

–No, yo soy Ignacio Martínez –contestó.

Ignacio Martínez tenía pelo largo y castaño. Horacio Conzi era pelado. Ignacio Martínez tenía ojos marrones. Horacio Conzi tenía ojos celestes. Algo no cerraba, pero también algo olía mal.

–Documentos, por favor –insistió el policía.

–Aquí tiene –contestó el supuesto Ignacio Martínez.

En ese momento otro agente que vigilaba la situación tuvo una sospecha. Corrió y empujó a Ignacio Martínez: una peluca castaña se desparramó en el piso.

Horacio Conzi empezó a llorar. Sus lentes de contacto marrones se inundaron de lágrimas.

–No me peguen. Soy Conzi –gritó desesperado imitando al peluquero argentino Roberto Giordano cuando, para evitar que hinchas de fútbol le pegaran una paliza, se defendió con un “No me peguen, soy Giordano”.

Sus días en clandestinidad habían terminado.

Horacio Conzi y el más allá

La primera declaración indagatoria de Horacio Conzi es increíble. Obviamente, negó haber tenido algo que ver en el crimen de Marcos Schenone, pero sus argumentos dejaron mudos a los fiscales:

• “Estoy convencido de que todo esto que me está ocurriendo es una prueba que Dios me está haciendo y que les hace a todos los grandes de la humanidad. Pero también me está advirtiendo que demuestre mi inocencia”.

• “Se me señala como una persona con violencia, con antecedentes malos y con delirios o fanatismo religioso. Quiero aclarar que se me ha hecho saber desde el más allá que exija un peritaje psicológico sobre mi persona para demostrar que lejos de ser algo semejante estoy totalmente seguro y consciente de lo que digo y que simplemente fui elegido para cambiar el destino de la humanidad, como lo hiciera hace 400 años Galileo Galilei, curiosamente, de origen genovés y acuariano, como quien declara”.

• “El libro que estoy escribiendo es una prueba irrefutable del mensaje divino que le estoy por entregar a la humanidad, si esta Fiscalía me autoriza a seguir escribiendo. Y necesito que esa autorización sea lo más urgente posible porque el mensaje está destinado a frenar y evitar la tercera guerra mundial a la que nos llevaron los verdaderos fanáticos religiosos del Oriente Medio”.

• “Es la Biblia del tercer milenio. Dios me dijo que Jesús no murió en la cruz y que cumplió una misión en la Tierra, que fue malinterpretada por la Iglesia. La misma misión es la que me fue encomendada para cambiar la historia de todas las religiones del mundo”.

Hugo Conzi, el verdadero gran hermano

“El arma no es el arma, la camioneta no es la camioneta, las pruebas no son las pruebas, y el asesino no es el asesino”.

Con esa frase terminante, el abogado de Horacio Conzi, Fernando Burlando, dejó clara su estrategia de defensa.

Pero el conocido abogado no contaba con que el hermano de su cliente, Hugo Conzi, en su afán por ayudar, terminaría complicando más aún la ya difícil situación judicial de Horacio.

El 17 de enero de 2003, 24 horas después del crimen de Marcos Schenone, y con Horacio Conzi prófugo de la Justicia, los fiscales Kohan y Collantes concretaron los primeros allanamientos.

Kohan fue al restaurante Dallas. En simultaneo, su colega Collantes junto con personal policial de la Delegación Departamental de Investigaciones de San Isidro llegó hasta la casa de los hermanos Conzi en el exclusivo barrio de La Horqueta. Tocaron timbre y los atendió un Hugo Conzi en pijama. Hugo no estaba solo, los investigadores fueron recibidos también por una chica delgada y escultural que estaba en ropa interior.

Haciendo esfuerzos sobrehumanos para desviar la atención del cuerpo bronceado de la rubia novia de Hugo Conzi, los investigadores pidieron tener acceso a todas las armas que pudiera haber en la casa.

–Ok, yo les voy a dar todo –dijo confiado el dueño de casa.

Hugo caminó hasta un sillón blanco y debajo de un almohadón sacó un arma, una 9 milímetros.

Seguido por el personal policial, Conzi subió las escaleras y entró en una habitación austera. En un costado de la estancia, una mesa de luz guardaba un gran secreto.

–Aquí adentro del cajón está el arma de mi hermano Horacio –reveló Hugo mientras entregaba una Pietro Beretta cargada con quince proyectiles.

Adentro de un placard la Policía encontró también una escopeta y una caja con municiones similares a las que mataron al joven Marcos Schenone.

El fiscal Collantes se fue con una sensación de fracaso. Era obvio que si Hugo Conzi había entregado con tanta tranquilidad el arma de su hermano Horacio, esa no había sido el arma del crimen.

A pesar de esa deducción lógica, las armas fueron enviadas a la Asesoría Pericial de La Plata. En ese lugar fueron sometidas a peritajes.

El fiscal Collantes esperó el resultado en una antesala acompañado por Elsa y Eugenio, los padres del chico asesinado.

–Doctor Collantes, ¿puede venir, por favor? –le pidió uno de los peritos con una sonrisa de oreja a oreja.

–Doctor, es el arma homicida. Tenemos una certeza absoluta.

El fiscal Collantes no lo podía creer. Algo había pasado. Hugo Conzi sin oponer resistencia alguna había entregado a la Justicia la mayor prueba de cargo en su contra.

Tiempo después entendieron lo que había pasado, cuando escucharon a Hugo Conzi gritando su versión frente a los micrófonos de los canales de televisión.

–Me cambiaron las balas. Yo tiré el arma de mi hermano al río frente al carrito de la Costanera Norte, Los Años Locos. No puede ser, esto es un truco –gritaba desaforado Hugo.

El papá de Marcos Schenone fue el primero en entender lo que había pasado.

–La que él tiró fue el arma equivocada. Creyó que tiraba la que usó el hermano y tiró la que no había sido usada. Cuando fue la Policía secuestró el arma que había usado su hermano. Por eso, Horacio está tan loco, porque su hermano lo mandó preso. Y por eso, Hugo está tan loco, porque lo sabe.

La bala más cara de la historia

El affaire del arma equivocada tenía a Hugo Conzi a mal traer. Pero a pesar de que los vientos soplaban en contra, decidió seguir dando batalla. Hugo creyó que había una sola opción para demostrar su verdad. Todas las balas encontradas en la escena del crimen y las balas extraídas del cuerpo de Marcos Schenone correspondían al arma de su hermano, esa que él tan gentilmente había entregado. Todavía quedaban dos balas sin peritar que se convirtieron en una obsesión para Hugo.

Pero había un inconveniente, esos dos proyectiles estaban alojados dentro del cuerpo del remisero Rodolfo Fernández. Más precisamente en su nalga izquierda.

–Si este señor no se opera, le corto la pierna –amenazaba Hugo Conzi en un reportaje radial.

No fue necesario llegar tan lejos. El remisero aceptó intervenirse quirúrgicamente y en el juicio oral contra Horacio Conzi, Fernández declaró ante los jueces la verdadera motivación que lo llevo al quirófano:

–Una noche vi a Hugo Conzi en el programa de televisión de Mariano Grondona que pedía que entregara la bala para poder probar la inocencia de su hermano. Como yo quería que me la sacaran, hablé con mi abogado para que se comunicara con Conzi para que me pagara una operación. La intervención representaba cierto riesgo para mi vida y la quería hacer con médicos de confianza –relató el testigo.

El remisero Fernández recordó que 12.000 dólares fueron para pagar la operación realizada en el Sanatorio Adventista de Belgrano y para los abogados. Él, en tanto, se quedó con 20.000 dólares.

La bala nunca llegó a manos de los que pagaron pues fue secuestrada por el juez de Garantías de San Isidro, Orlando Díaz, y por el fiscal Mario Kohan, que presenció la operación junto con los abogados de Conzi y de Schenone.

El remisero recordó también que “me extrajeron un proyectil de un glúteo, y otro, por cuestiones de riesgo, no me lo sacaron. El tercero lo entregué el día del hecho. Yo le dije a los policías que encontré este ‘pituto’ –como se bautizó a la bala arrojada por el inodoro en la escena del crimen de María Marta García Belsunce– en los pliegues de mi panza”.

Finalmente las pericias determinaron que la bala extraída del cuerpo del remisero también había sido disparada por el arma de Horacio Conzi.

Ese maldito teléfono

“Una escucha telefónica tomada por la SIDE indicaría que el empresario Hugo Conzi (49) quiso sobornar con 5.000 pesos a un testigo clave contra su hermano Horacio (43), detenido y acusado del crimen de Marcos Schenone”.

La noticia acaparó la atención de todos los medios. Otra vez Hugo Conzi en el ojo de la tormenta. Los investigadores no podían creer que por teléfono los allegados a Horacio arreglaran semejante cosa.

Pero cuando se pusieron en contacto con la SIDE entendieron lo que había pasado. Otro golpe de suerte para la investigación.

La información había sido captada a través de un teléfono intervenido que había quedado mal colgado. Una conversación desopilante que tuvo lugar a pocos metros de ese teléfono, quedó grabada para delicia de los investigadores.

Las voces que quedaron registradas eran las de Hugo y dos de sus amigos más íntimos. Según sus dichos, la idea era pagarle al remisero Rodolfo Fernández para que cambiara la declaración que había hecho ante la Justicia porque había comprometido seriamente a Horacio.

Con esta pieza de audio se encontraron los fiscales:

(Amigo) –Rodolfo Fernández está necesitando tener diez pesos en el

bolsillo, no los tiene.

(Hugo Conzi) –Dale la plata; se la tirás ahí en la esquina y que la agarre él –habría contestado Hugo Conzi, que manifestó miedo de que la entrega del dinero fuera captada por algún canal de televisión con cámara oculta.

(Amigo) –Si nos llegan a filmar dándole cinco lucas, ya está, olvidate de todo.

Finalmente el remisero no cambió su declaración. Pero nunca se supo si alguien le ofreció esos famosos 5.000 pesos. Pero esa charla le sirvió a los investigadores para tener en claro la manera en la que Conzi se manejaba.

El juicio

En noviembre de 2005 Horacio Conzi comenzó a ser juzgado por el crimen de Marcos Schenone. El Tribunal Oral Nº 4 de San Isidro fue el encargado del debate, y la fiscal, la doctora Gabriela Baigún, fue quien llevó adelante la acusación. Esta mujer menuda pero de carácter fuerte fue la única que pudo ponerle límites al temperamento desbordado de Hugo Conzi. Pero una frase de Conzi arrancó las carcajadas del público en la sala de audiencias y le pudo sacar una sonrisa a la fiscal.

La situación empezó el día en el que Hugo fue citado a declarar como testigo en el juicio de su hermano. Uno de los jueces del Tribunal le formuló a Conzi una pregunta con respecto a la noche del crimen de Marcos Schenone. Rápidos de reflejos, los abogados de Horacio interrumpieron, alegando que Hugo no podía declarar en contra de su propio hermano. La reacción de Hugo no se hizo esperar:

–Dejame contestar –le gritó Conzi al defensor Ricardo Montemurro, y acto seguido miró a la fiscal Baigún y le dijo:

–De haber sabido, la hubiera contratado a usted como defensora.

Denuncia, denuncia, que algo quedará

Segundos después de sentarse en el banquillo de los testigos Hugo Conzi empezó con un derrotero de denuncias, que abarcaban un complot para involucrar a su hermano en el crimen del joven Schenone. En el medio de ese complot, había un policía de apellido Calabresi. Según Conzi, el uniformado le había confesado que los investigadores habían cambiado pruebas para perjudicar a Horacio.

Calabresi negó rotundamente los dichos de Conzi y el Tribunal dispuso que se haga un careo entre los dos hombres. El careo incluyó tramos desopilantes, entre ellos, cuando Conzi comenzó a llamar “Cala” al policía Calabresi y más tarde aludió a él diciéndole “Cala... bresi”, momento en que el subcomisario le dijo: “Conzi, Hugo Conzi” y, este retrucó: “Bond, James Bond”.

Al salir de los Tribunales de San Isidro, Hugo Conzi se mostró airoso y comentó a todo el que quisiera oírlo:

–¿Lo vieron salir a Calabresi? Se le llenó el culo de preguntas cuando habló conmigo. Mintió porque se juega los 24 años de carrera. Se hizo pis.

Más allá de todo lo que Hugo hizo para beneficiar a su hermano, Horacio Conzi fue condenado a cumplir la pena de 25 años de prisión por el asesinato de Marcos Schenone y por las tentativas de homicidio del resto de las personas que viajaban en el remise con el chico asesinado. En diciembre de 2012, la Corte provincial confirmó la condena. El papá de Marcos murió de tristeza dos años antes.

La participación de Hugo Conzi llegó incluso a opacar la figura de su hermano preso. Tanto es así que en el fallo condenatorio los jueces del Tribunal Oral Nº 4 le dedicaron un párrafo al “Gran hermano”:

“Pese a la vehemencia y altanería que mostró en el debate, dejó traslucir la angustia que le significa sobrellevar el encierro de su hermano a quien evidentemente quiere y protege como si fuese un hijo”.

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