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Las fábulas del caso Cabezas

El idílico e imaginario bienestar económico de la década del 90 le impuso a Pinamar un ritmo vertiginoso. El selecto balneario de la costa atlántica argentina era (y aún hoy lo es) el reducto preferido de políticos, empresarios, modelos, la clase alta y hasta la media “acomodada”. Una especie de vidriera fashion, la que marca el estilo de cada verano.Pero en enero de 1997, Pinamar se sacudió. Cambió por primera vez las páginas del glamour por la crónica policial: el reportero gráfico José Luis Cabezas aparecía asesinado y quemado dentro de su auto en una cava.

En febrero de 1996, como reportero de la revista Noticias, Cabezas le había sacado una foto al empresario Alfredo Yabrán señalado como el dueño del millonario negocio telepostal argentino. Era la primera vez que en una playa argentina se veía la cara de un hombre que había levantado un muro alrededor de su intimidad y su imperio. El 3 de marzo de ese mismo año, la foto fue tapa de la revista de actualidad. Dicen que, furioso, Yabrán dijo en la intimidad ese día: “Sacarme una foto a mí, es como pegarme un tiro en la frente”.

La foto que tanto le dolía al empresario había sido tomada mientras Yabrán caminaba con su mujer por las arenas de Valeria del Mar, en el partido de Pinamar. En ese mismo distrito, casi un año después, apareció el cuerpo sin vida del fotógrafo. Y todos los ojos, inevitablemente, se posaron en Yabrán. Era el principio del fin del esquivo empresario postal que recién después de meses de investigaciones irregulares, testigos “truchos” y asesinos que no eran, quedó formalmente imputado de la autoría intelectual del crimen de Cabezas.

Pero nunca llegó a juicio oral. Presionado por una acusación que amenazaba su imperio, se suicidó un año después en una estancia de su propiedad en la ciudad entrerriana de Gualeguaychú.

Había más. El asesinato de Cabezas movilizó a una sociedad que se enteraba de la manera más brutal de la operatoria de las bandas mixtas formadas por delincuentes comunes y policías.

Un grupo de ladrones de poca monta oriundos de la ciudad platense de Los Hornos, dos policías bonaerenses y el jefe de seguridad de Alfredo Yabrán quedaron detenidos y fueron condenados por el crimen.

Después de diez años de apelaciones, el Tribunal de Casación de la provincia de Buenos Aires bajó las condenas y todos, con el tiempo, fueron quedando libres. Uno de los condenados murió, otro obtuvo el beneficio de prisión domiciliaria por razones de salud, y otro, en su libertad condicional, fue contratado como custodio de un boliche bailable. La sacaron muy barata. La pena que cumplieron “fue una ganga”. Siempre corrió el rumor de que los habían entregado al poder político de turno a cambio de rebajarles las penas en tiempo récord. Esto nunca se pudo probar. La duda será eterna.

Ese enero de 1997, horas después del hallazgo del cuerpo, el entonces gobernador de la provincia de Buenos Aires, Eduardo Duhalde, supo que su soñada carrera política hacia la presidencia de la Nación podría verse frustrada si no se resolvía en tiempo y forma el crimen del fotógrafo. Puso a disposición de la investigación todos los medios necesarios: hombres, tecnología y dinero. Exactamente una recompensa de 300.000 pesos para quien aportara datos fehacientes que ayudaran a encontrar a los asesinos. Y cuando la limosna es grande, hasta el santo desconfía… pero los investigadores no.

La increíble carrera por los 300.000

El crimen del fotógrafo había sacudido a la sociedad, por sus formas, su brutalidad y sus personajes. Aun cuando había pasado un mes del asesinato, la gente se “devoraba” un programa de televisión que salía por el canal América y por el que desfilaban todos los protagonistas de esta trágica historia. Era Mediodía con Mauro, que conducía Mauro Viale. Y ese fue el lugar elegido para la largada de esta singular carrera por los 300.000:

–Rafael de Vito, un importante vendedor de materiales de construcción, les pagó 500.000 dólares a mi ex novio Luis Franul y a un patovica llamado Jorge Cortez para que asesinaran a Cabezas.

La declaración pública de una mujer llamada Marta Cotz hizo saltar de sus asientos a los investigadores del caso. La orden del juez de Dolores José Luis Macchi que investigaba el crimen no se hizo esperar: “¡Detengan ya a esos tres!”.

La televisión acababa de inventar a tres asesinos. En la puerta del canal de televisión, los policías de la Brigada de Investigaciones de Dolores se llevaban de las orejas a la “testigo clave” de Mauro Viale para convertirla en la testigo clave del caso Cabezas.

Jorge Cortez fue detenido en su propia casa; Franul, que se había enterado por los noticieros que lo buscaba la Policía, estuvo prófugo unas horas.

Mientras tanto, Rafael de Vito, en el balneario Cocodrilos de Pinamar, evaluaba con sus amigos presentarse en los Tribunales para desmentir a la mujer a la que aseguraba no conocer.

Todo era un hervidero, los rumores iban y venían. Y se creía que los presuntos asesinos no tenían coartada y que su destino inmediato era la cárcel.

Hasta que un chico menor de edad, que aseguraba ser el hijo de la testigo clave Marta Cotz, habló y la historia cambió. El nene también eligió las cámaras de televisión y, lógicamente, las de Mauro Viale, aunque esta vez fue para desmentir a su mamá:

–Es una mentirosa, a mí me usaba para estafar a mis amigos. ¡Siempre me mete en problemas!

Los mismos investigadores que saltaron de la silla cuando escucharon a Marta Cotz ahora se escondían debajo de la mesa y evaluaban cómo zafar del papelón. Veinticuatro horas después, Cortez y Franul recuperaron su libertad. Rafael de Vito siguió disfrutando de sus vacaciones en Pinamar.

Marta Cotz volvió a su casa con más penas que gloria.

Había sido la antesala del maremoto de caza-recompensas (así los empezaron a llamar) que desfilaron en pos de los tan preciados 300.000 pesos.

Las manos en el fuego

Si algo les reconocían a los caza-recompensas que se acercaban a la Justicia para aportar datos en el caso Cabezas era la capacidad para mentir de manera convincente.

Uno de los tantos testigos les aseguró a los investigadores que tenía una grabación donde se podía escuchar a José Luis Cabezas pidiendo por su vida frente a los asesinos. Su argumentación fue tal, que hasta fue fácil escuchar los gritos de la fiscal de Cámara, María Elena Brignoles de Nazar: “Mi experiencia me dice que este testigo no miente... ¡pongo las manos en el fuego!”.

Los peritos analizaron la cinta y el dictamen fue contundente. La grabación había sido fraguada y la voz, obviamente, no era la de José Luis Cabezas.

El testigo trucho, por el que una fiscal apostó sus 42 años en la Justicia, salió de la causa como entró, con las manos y los bolsillos vacíos. Igual, lo mejor estaba por llegar.

Cazador (de recompensas) cazado

Carlos Alberto Redruello fue tal vez el testigo que más recursos y tiempo les hizo gastar a los investigadores de caso Cabezas. Fue él quien impulsó la detención de la conocida regenteadora de cabarets de Mar del Plata, Margarita Di Tullio, alias “Pepita la Pistolera”, y de cinco personas más a los que los medios bautizaron como la “Banda de los Pepitos”.

Al poco tiempo de que esa banda se hiciera conocida por el caso, un periodista de Bahía Blanca se comunicó con la gobernación de la provincia de Buenos Aires. El argumento era que tenía que pasar un dato clave: un hombre se le había acercado para contarle “la verdadera historia” (sic) del crimen del fotógrafo. Hasta aseguró que ese testigo estaba dispuesto a ponerse a disposición de la Justicia. La fábula de Carlos Alberto Redruello estaba por empezar.

Sin demoras, un avión llevó a ese testigo desde Bahía Blanca hasta la Jefatura de Policía provincial. Pero no todo fue tan sencillo como aparentaba. Antes de hablar exigió un teléfono celular, un auto y dinero. Además, quería sumarse a la investigación.

Los investigadores debatieron y el testigo consiguió algunas de sus pretensiones. Con los elementos en su poder, el testigo Redruello empezó a hablar. Sus interlocutores eran ni más ni menos que el entonces jefe de la fuerza, el comisario general Adolfo Vitelli y el entones secretario de Seguridad bonaerense Eduardo de Lázzari.

Redruello dijo haber conocido en la cárcel a un hombre que lo contactó con gente de Mar del Plata y que había escuchado cómo planificaban el crimen de un “chabón”, fotógrafo de la revista Noticias. Especificó que la jefa de la banda era una mujer a la que conocían como “La Gorda” o como “Pepita la Pistolera”.

Increíble fue el momento en el que ese testigo se ofreció para ser él quien investigara y detuviera a sus propios denunciados. Pero más increíble aún fue cuando los investigadores aceptaron la propuesta. Finalmente la investigación de Redruello dio sus resultados y el juez de la causa detuvo a la “Banda de los Pepitos”.

Pero insólitamente y meses después, el testigo devenido en policía quedó detenido acusado de partícipe secundario del crimen de Cabezas. Y la “Banda de los Pepitos”, quedó libre por falta de mérito.

Redruello caminaba cabizbajo por la vergüenza. Sin saber de todas formas que el papelón más grande lo iban a pasar los investigadores cuando llegara un perito psiquiatra para interrogar al mismo Redruello, antes de ser acusado y trasladado a prisión. Su conclusión fue lapidaria:

–¿Quién le puede creer a este hombre? ¡Es un mitómano consuetudinario!

Y se agacharon más cabezas.

El alambre “mágico”

Néstor Vinelli podría ser un personaje ideal para un libro de Gabriel García Márquez, pero teniendo en cuenta su participación en la investigación del caso Cabezas, la “Macondo” de Gabo al lado de Dolores, donde se hizo la investigación, parece Nueva York.

Néstor Vinelli es ingeniero agrónomo y ex rector de la Universidad de Lomas de Zamora, pero además es especialista en el arte de la rabdomancia, una técnica que capta la energía de los objetos mediante un alambre con forma de letra “Y”.

En la práctica, el rabdomante camina por el lugar a investigar sosteniendo el alambre con ambas manos. Cuando el alambre vibra, se supone que es el lugar donde está el objeto buscado.

Y un día, Vinelli salió a caminar con su “alambre mágico” por el Canal 1 de la Ruta provincial número 11. Rodeado de policías, autoridades, investigadores, periodistas y curiosos, el experto buscaba la cámara fotográfica de José Luis, el elemento que hasta ese momento faltaba de la escena del crimen.

Fue el 15 de mayo de 1997, después de seis horas de caminata, cuando el rabdomante Vinelli fue terminante: “Esta ahí”, disparó. Al otro día, buzos tácticos de la Policía bonaerense, en apenas una hora lograron dar con el objeto tan preciado para la investigación. Nadie lo podía creer. Por eso, a pesar del éxito de la rabdomancia, las sospechas no tardaron en aparecer. ¿Por qué la Policía llevó a un rabdomante si uno de los detenidos de la banda de Los Hornos había declarado en qué lugar habían tirado la cámara de fotos minutos después del crimen? Si la cámara estuvo bajo el agua durante cuatro meses, ¿por qué las pericias indicaron lo contrario?

Pero la peor de las sospechas surgió con la declaración de la cuñada de José Luis Auge, uno de Los Horneros detenidos. Ella aseguró que en un cumpleaños familiar, meses después del crimen, la cámara fotográfica de Cabezas fue usada para retratar al cumpleañero.

Entonces, ¿quién tiró la cámara de fotos al Canal de la Ruta 11? Nadie, aún, lo pudo responder. Pero en ese momento, no había persona que no hablara del fenómeno y del poder del alambre mágico. De todas formas y más allá de las suspicacias, el rabdomante se convirtió en un héroe. Néstor Vinelli y su alambre mágico tuvieron en Dolores su momento de gloria... aunque duró poco.

Envalentonado con las mieles de Dolores, participó en la búsqueda de Micaela Ávila, una nena desaparecida en Córdoba. Esa vez no la encontró. También buscó a Bruno Gentiletti, un nene desaparecido en Rosario, y el resultado de su trabajo también fue negativo.

Y así, tan rápido como se habían hecho famosos el rabdomante y su “Y”, así de rápido pasaron a la historia.

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