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Capítulo I

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Londres, junio del 2015

Por fin lo estoy consiguiendo. Tantos años de entrega y aquí estoy. Necesito que se me dé, ¡por favor! Mi cabeza no para de pensar. Hace 11 años que dejé Argentina para perseguir algo que no tenía muy en claro, pero ahora, a punto de lograr mi contrato, estoy segura de que todo valió la pena.

Recuerdo el día en el que estaba subiéndome al avión, con rumbo desconocido a esta hermosa ciudad. No sabía mucho inglés, pero me las arreglaría. Mis amigas lloraban en el aeropuerto de Ezeiza, reclamándome que me habían recuperado tras mi tortuosa relación con ÉL, para volver a perderme al poco tiempo. Nadie entendía esta decisión, pero yo sabía que me tenía que ir. Y que nadie podía saber a dónde.

Llegué al aeropuerto de Heathrow muy entusiasmada, con ganas de vivir una vida completamente mía. Necesitaba deshacerme de mi pasado. No sabía a qué me dedicaría ni cómo viviría, pero no me importaba. Sabía que iba a ser feliz, que este era mi destino. Tomé un taxi, con mi única valija, hacia mi nuevo departamento, prestado por la única persona que sabía en dónde me hallaba. Mi única conexión con mi pasado. Mi padrastro.

En ese taxi, me empapé de la historia de la ciudad. No podía creer la cantidad de monumentos que se observaban. Hice mentalmente una nota de lo que me gustaría recorrer en mis primeros días allí. Siempre fui amante de la historia. Allí tendría mucho para ver.

Mi departamento estaba bastante bien ubicado, sobre Picadilly St. Para ser una niña de diecinueve años, sola en su nuevo mundo, no me podía quejar. Era muy amplio y limpio. Y tenía seis meses para usarlo mientras conseguía mi lugar permanente. Pero la verdad es que no sabía por dónde empezar.

Lo primero que hice fue desempacar mis cosas, no había llevado casi nada en verdad. Pocas cosas, no quería que me recordara nada a mi vida en Argentina. Así que me fui con lo básico hasta poder ganar algo de dinero para volver a equiparme. Un par de fotos de mis amigas y de mi familia, a quienes extrañaría mucho. No sabía cuándo iba a volver a verlos, todos pensaban que me quedaría por el continente. Era una mentira necesaria, no había otra opción.

Cuando terminé, decidí salir a dar una vuelta. Tenía mi block de anotaciones, de las recomendaciones de Marce, quien tan bien conocía esa ciudad. Si bien ya no seguía casado con mi mamá, para mí siempre sería una persona muy importante. Siempre nos acompañó desde su lugar, siempre le he tenido un gran cariño. Era la única persona a la que podía confiarle mis planes, que no haría preguntas y me ayudaría en lo posible.

Como me había dicho, me dirigí a la portería. Allí estaba John, el portero. ¡Qué prolijidad que tenía!, uno en nuestro país está tan mal acostumbrado. Allí todo es impecable, la gente es educada… pero, fría. En ese momento prefería toda la vida la confianza de un argentino. Aunque después de meses de vivir allí, comprendí que esa frialdad es una fachada. En el fondo, todos terminan abriendo sus preciosos corazones.

—Buenos días, John, mi nombre es Lucía. Estoy viviendo en el departamento del señor Marcelo quien me pidió que, en cuanto me acomode, venga a verlo… Tal vez usted pueda ayudarme a acomodarme por acá.

—Buenos días, señorita. El señor me ha informado que se alojaría aquí por seis meses, espero que sea de su gusto.

—¡Muchísimas gracias! Me gustaría mucho dar un paseo, ¿podría indicarme lugares para conocer?

—Por aquí hay mucho, no sé qué lugares son de su agrado.

—Me gustaría mucho recorrer los puntos más importantes. Tal vez usted pueda indicarme cómo llegar.

—Debería ver la abadía de Westminster, el cambio de guardia en el Buckingham palace, the Windsor Castle, la Torre de Londres, the Hampton Palace… hay muchas cosas interesantes por aquí.

—Me encantaría que me indicara cómo llegar. Sé que puedo tomarme el Bus Tour, pero preferiría hacerlo como si fuera de aquí, no como una turista.

—Venga, señorita, yo le indicaré cómo llegar a todos lados…

Y así comencé mis paseos por allí. Lo primero que hice fue ir a la Abadía de Westminster. Situada a pocos pasos del Támesis. Recuerdo que el día que llegué, no podía creer lo que mis ojos veían. Era una belleza difícil de igualar. Reyes, reinas, aristócratas, poetas, héroes, villanos, tantas personas formando parte de la fascinante historia de esta iglesia. Y allí estaba yo, parada, con mis ojos empapándose de años de historia. Cada paseo que hacía, más me gustaba mi nuevo lugar.

Pasaron los días, y comencé a buscar trabajo. Era de vital importancia. Si bien tenía algo de dinero que había traído conmigo y tenía unos cuantos meses para armarme, era algo que debía hacer con cierta velocidad.

Lo primero que hice fue buscar trabajo en bares. No me fue fácil en los primeros días. Al principio estaba muy ilusionada recorriendo todos los lugares cercanos a Piccadilly Circus. Pasé por Luxe, Tiger Tiger, St. Jamen Tavern, Basement… pero la suerte no estaba de mi lado. No necesitaban a nadie.

Pasaban los días y la soledad empezó a apoderarse de mí. Extrañaba a mi familia, a mis amigas, que me hablen en mi idioma. No conseguía trabajo, y ya había recorrido toda la ciudad. Mis libros comenzaban a terminarse; y yo, a desesperarme. Pero no iba a bajar los brazos, así que decidí salir de nuevo a buscar trabajo, y llegué al Green Bar del Hotel Café Royal. Aparentemente fue en un día complicado, dos de sus empleados se habían dado de baja, por lo que Melanie, la encargada del local, me tomó de inmediato. No podía creerlo. Ni siquiera me hizo una entrevista. Me dijo que le había caído como anillo al dedo y me dio un uniforme.

Fui a cambiarme y me desesperé. ¡En mi vida había trabajado! Siempre había sido la nena de mamá y de papá, no había lavado un vaso en mi vida. De hecho, hasta era fifí. Me acuerdo y me río. Ese primer día fue fatal. Cuando me alisté, salí rápido a preguntarle a Melanie qué hacer. Me asignó a Josh, quien hoy es mi gran amigo, para que me explique mi trabajo que, básicamente, era hacer lo que sea porque estaban muy atareados y tenían poco personal.

Comencé atendiendo mesas. Tomé diez pedidos en 5 minutos, estaba muy contenta con eso… hasta que fui llevándolos a las mesas y me di cuenta de que había anotado mal todos los números, y entregué los pedidos de forma equivocada. ¡¡Qué desesperación!! Pero Josh salió en mi ayuda, y lo solucionamos fácilmente. Qué cansada que terminé ese día. Trabajé doce horas de corrido, sin sentarme un minuto. Melanie, por suerte, quedó muy satisfecha, y volví al día siguiente.

Los días fueron pasando, y me encantaba mi trabajo. Sabía que era algo temporal, pero me bastaba para empezar. El sueldo no era malo, conocía gente, escuchaba historias. Me sentía acompañada en mi nueva burbuja.

Melanie y Josh se convirtieron en mis grandes confidentes. Teníamos todos vidas muy distintas, y congeniábamos a la perfección. Había otras personas trabajando con nosotros como Pili, Rose, Matt y George. El ambiente laboral era ideal. Poco a poco me fui sacando mis miedos más profundos y comencé a salir cada tanto con ellos. Recorríamos distintos lugares, nos juntábamos a comer, jugábamos cartas. Mi vida empezó a tener sentido en mi nueva ciudad. Mel era española, con lo cual, me sentía feliz de cada tanto usar un poco mi idioma.

—¿Por qué te viniste a vivir a Londres? —preguntó un día.

Terror. Pánico. Ni a mis amigas de toda la vida podía responderles la verdad. No podía traer aquello a lo que estaba formando acá, a mi nueva vida, a mi nuevo yo.

Necesitaba cambios de aire. Tengo ansias de conocer el mundo. Algún día volveré a mi amada Argentina, a mi gente, a mis amigas… Sabía que ello por ahí no pasaba nunca. Pero no quería mentir, aunque internamente sabía que ella no me creía. Mi mirada no podía ocultar cuando no decía la verdad. Pero ubicada como era, no preguntó más nada.

Josh, el loco del grupo, comandaba todos nuestros planes. Era el único londinense del grupo y, a juzgar por su aspecto, un chico “bien” (como yo) que quería hacerse “solo”, como decía. Muy valorable de su parte. Pero conocía cada calle, cada lugar, cada historia de ahí. Era muy buen guía turístico. Nos llevó a Neal Yard, una callecita hermosa. Hay un negocio de comida, otros de ropa y moda, y todos tienen colores llamativos en el frente, que los hacen únicos. Fuimos a Notting Hill, un barrio lleno de casitas bajas de dos o tres pisos muy pegadas las unas a las otras, todas de tonalidades pastel muy discretas. Los portales están delimitados por verjas de hierro; paseando por sus calles me sentía la protagonista de una película. Dowling Street, la calle de la residencia del primer ministro, Regent Street que conecta Oxford Circus con Picadilly Circus, lugar que me dejó boquiabierta con sus excelentes tiendas y la maravillosa arquitectura. Con él de la mano, comencé a sentirme una londinense.

Los meses pasaban, y yo ya estaba empezando a buscar mi nuevo departamento. Me quedaban sesenta días en el que estaba, necesitaba encontrar algo cómodo, bien ubicado y, sobre todo, barato. Nos pusimos en “plan de búsqueda”. Recorrimos distintos lugares, entre ellos el edificio más feo de Londres, al cual los diarios llamaron “una invitación al suicidio”, llamado Walkie Talkie, por su parecido a dicho aparato. Elegí uno en la zona de Convent Garden, en el edificio St. Cristopher ubicado en 9 Russell Street. Desde ahí, no me costaría tanto moverme, y tenía todo lo que yo necesitaba.

Mis días eran entretenidos. Me levantaba temprano; tomaba mi café con tostadas (mismo desayuno de toda mi vida); hacía mi clase de gimnasia que nunca abandonaría, siempre extrañando a mi entrañable amiga Jaz, mi profe de toda la vida, que tan fanática me había hecho; y me alistaba para ir a trabajar. En el Green Bar fichaba a las 11 de la mañana, y hacía horario de corrido hasta las 11 de la noche. Una vez por semana salía con mis amigos a algún lado, aunque todavía no tenía coraje para ir a bailar, por más de que hubiese unos cuantos kilómetros de distancia con mi vida pasada. Por las noches, cuando me metía en mi cama, seguía teniendo pesadillas, no sabía cuándo lograría que se terminaran. Pero era feliz y me sentía útil. Me había hecho nuevos amigos, amigos de Josh, y de Mel; y también tenía citas con algún que otro cliente, pero jamás había vuelto a dar un beso.

La noche de mi cumpleaños, el 7 de septiembre, mi primer cumpleaños allí, mis amigos me prepararon una fiesta sorpresa. Preguntaron a Nino, el dueño del hotel, si podía prestarnos el salón luego de nuestro turno de trabajo, a lo que accedió. Yo me había lookeado para una salida después del trabajo, no sabía que sería ahí. Tenía puesto un vestido verde esmeralda, sin espalda y bastante al cuerpo que me había comprado en una tienda obligada por Josh en uno de nuestros paseos, pero tengo que reconocer que me quedaba muy bien. Mis stilettos de Ricky Sarkany, una de mis pocas cosas de Argentina, y un sobre que hacía juego. Me sentía muy bien.

Al terminar nuestro turno de trabajo, veía que todos estaban todavía muy ocupados, sin entender por qué. Melanie, me tapó los ojos con un pañuelo y me llevó al salón. Comencé a escuchar música y cuando me dejaron ver, estaban todos mis amigos y gente que no conocía, y el salón estaba decorado para la ocasión. Mis ojos se llenaron de lágrimas al notar, entre todas esas personas, a mi mejor amiga Nati. No sé cómo llegó hasta ahí, pero me hacía tanta falta que mi abrazo a ella fue interminable. Con una de sus miradas, noté que después tendríamos mucho de qué hablar. La música empezó a sonar, mozos empezaron a traernos comida de todos lados. Estaba feliz, esto era increíble. Mis amigos bailaban, comían y tomaban; yo, pegada a Nati cual abrojo adolescente.

De repente sentí la necesidad de un descanso, de estar sola cinco minutos, así que, sin que nadie lo notara, salí con mi Marlboro Box y un Campari en la mano. Me abrigué, como siempre en esta ciudad ya hacía frío. Mientras contemplaba la noche en silencio, noté que la puerta se volvía a abrir, y vi al hombre más lindo del mundo salir hacia donde yo estaba. Era un completo Adonis. Morocho, los ojos turquesas más impresionantes que había visto, medía aproximadamente un metro noventa y tenía un cuerpo de infarto. Por primera vez en mucho tiempo, me imaginé con un hombre. Mi cara debía ser un poema, no podía dejar de mirarlo.

—Buenas noches, Lucía, le deseo un feliz cumpleaños, espero que la esté pasando muy bien en su fiesta.

—Muchísimas gracias. La verdad es que no me esperaba todo esto. Fue una sorpresa muy linda, es un cumpleaños muy especial para mí.

—Sí, me han comentado.

—No sé cómo ese italiano, que dicen que es un amargo, nos prestó este lugar, pero la verdad es que estoy encantada.

—Ah, ¿el italiano quién es?

—Nino, el dueño de este hotel. Me han dicho que es un viejo engreído, que solo piensa en él mismo, que se cree que se lleva el mundo por delante. Pero le tendré que agradecer por este préstamo.

No había terminado de hablar, cuando apareció Josh, también un poco achispado por el alcohol…

—¡Ey, Lu!, estábamos con Nati buscándote por todas partes, no te podíamos encontrar. Imaginé que habrías salido con “tus puchitos”. Veo que tuviste el placer de conocer al jefe, ¿cómo le va señor Nino?

—¿¿Qué?? ¿Señor Nino?

—No tuve el placer de presentarme a la señorita, soy Nino Cervara, el dueño del hotel. Un placer haberle prestado mi salón para un evento tan especial.

—Señor, disculpe… yo no sabía, me había imaginado… Soy Lucía Black, una de sus empleadas. Le ruego que me perdone.

Y salí corriendo. Literalmente me quería morir. Les conté a mis amigos lo que había sucedido y no podían parar de reírse. ¿Quién me había dicho a mí que Nino era viejo? ¿Cómo me iba a imaginar que ese pedazo de hombre era al que todos temían tanto, cuando parecía tan dulce? ¡¡Mi buena vida estaba llegando a su fin!! Al día siguiente seguro que me echaba…

Logré olvidarme de mi desatinado suceso, mientras que Josh y Melanie me contaron cómo habían logrado dar con Nati… decir que fue con ella y no con otra de las chicas, porque si no se habría hecho vox populi mi paradero. Ella, al darse cuenta de mi desaparición, se tomó el primer vuelo sola, sin decir una palabra. Sabía que algo pasaba y también sabía que no se lo iba a contar. Josh, un día, mientras yo distraídamente leía una y otra vez correos viejos, logró sacar la dirección de su email, así se pusieron en contacto. Le dijo la sorpresa que me harían y ella sin dudarlo se apareció. Se quedaría un mes en mi casa, mes que se extendería mucho tiempo más.

Luego de un par de Camparis más con mis amigas, decidí ir a disculparme con el jefazo, a ver si había forma de no perder mi trabajo al día siguiente. Recorrí el salón varias veces, pero ya no estaba. Di el tema por zanjado. Si me echaba, me echaba. Esa noche era muy especial para mí, no pensaba amargarme. Supliqué, literalmente, al DJ que me ponga mi amado reggaetón y música cachengue, a lo cual después de aguantarme diez minutos, accedió. Nos quedamos bailando hasta las 4 de la mañana y, ya agotada, volví con mi querida amiga y sus bártulos a mi hogar.

Abrí los ojos y sentí un terrible dolor de cabeza. Empecé a acordarme de la noche anterior, de la fiesta divina que me hicieron, miré al costado y vi que mi amiga ya no estaba en la cama. El olor a café me inundó y me levantó para arrancar el día.

No tenía tiempo para mi preciada hora de gimnasia, y tampoco muchas ganas, así que pasé por alto la vestimenta. Fui en pijama a mi cocina y ahí me encontré con Nati. Qué alegría que me dio.

—¿Me vas a explicar qué hacés viviendo en Londres cuando dijiste que te quedarías por América y que darías señales de vida rápido?

—¡Hola, amiga! Dejemos esta charla para otro momento. Estoy feliz de que estés acá conmigo. Pero hay cosas de las que no puedo hablar todavía. Por vos y por mí. Disfrutemos el tiempo que tenemos para estar juntas. Por favor, no digas en dónde estamos, nadie puede saber… es peligroso.

—Tiene que ver con ÉL, ¿no?

—Sí, mejor dejémoslo acá. Mientras que no sepa nunca en dónde estoy, voy a poder ser feliz.

—Lu, sabés que él en algún momento lo va a saber, ¿no?

—Tal vez ya para ese entonces, haya logrado superarme. Mientras tanto, mejor dejar las cosas así, ami. No quiero que nadie tenga problemas por mí, por no escuchar cuando me dijeron las cosas y meterme con ÉL. Ahora tiene que ser así. Yo soy muy feliz acá, extraño horrores a todos, pero mi vida es muy linda.

—Sí, lo sé. Todo a su tiempo. Ya me contarás. Sabés que pase lo que pase, siempre voy a estar con vos.

—¡¡Obvio!! Lo sé, hermanas de la vida, como decimos siempre.

—Bueno, contame un poco de este potro de Josh… cuando le pasé mi teléfono y me mandó una foto con vos, así me hubiese dicho que estabas en el Congo, me iba haciendo la vertical. ¡Qué bueno que está!

—Jaaa. Sí, es un divino Josh, pero sabés que no es mi estilo. Es mi amigo, un amor de persona, podrían hacer linda pareja… Veremos cuando me acompañes al trabajo qué onda pegan. ¿Vos viste el papelón que yo hice ayer, Nati? Ahora que pienso… no sé si seguiré teniendo mi trabajo. Me quiero morir. ¿Cómo doy marcha atrás? ¿Quién me manda a mí a ser tan bocona?

—Quedate tranquila. Se notaba que estabas achispada. No parecía tan ogro como todos decían. Seguro que te entiende. Y, a lo sumo, seguiremos recorriendo lugares juntas. Trabajando ahí, seguro conseguís trabajo en otros lugares rápido. Además, olvídate, es un bombonazo. Habría que secuestrarlo como adorno, un ADORNIS para la mesa de luz. No estaría mal, ¿no?

—Veremos… Lo último que debe querer es que lo secuestre después de las barbaridades que dije. Además, acá la buena vida se me acabó, amiguita querida. Si no trabajo, estoy al horno, y la verdad es que estoy contenta por lo que encontré en el bar. Me quiero mooooorir Nat, ¡¡soy una bestia!! ¡¡Siempre tan bocona!! ¿Qué hora es? A las 11 tengo que entrar, así que debería apurarme.

—Son las doce menos cuarto, honey.

—¿Qué? ¡¡¡No!!! Encima si llego tarde, peor, me voy volando. Quedate como en tu casa.

Me metí en la ducha a toda velocidad, no sabía ni cómo me llamaba todavía. Llegué al trabajo dieciséis minutos después, sesenta y un minutos tarde, esperando que nadie lo notara o, al menos, no el jefazo. Mis amigos estaban ya en sus puestos, riéndose de la noche anterior. Cuando me vieron entrar, me dieron un sobre del jefazo. No podía ser. Tenía que estar a las 12:15 en su despacho en el último piso. Al menos no iba a notar que llegue tarde, ¿o sí? Mis manos transpiraban sin parar mientras esperaba el ascensor con los dos cafés que me pedía que le suba… aunque, en realidad, todavía no entendía por qué yo tenía que hacer esto, si no era parte de mi trabajo. El tiempo de espera se me hacía eterno, hasta que llegué al lugar correspondiente hecha un manojo de nervios. ¿Qué querría? No podía parar de preguntármelo. ¿Me despediría en persona?

Cuando se abrió la puerta del ascensor, ya había pensado todas las excusas posibles para disculparme, pero ninguna tenía sentido. No sabía ni qué decir. Me iba a tener que morder la lengua y comerme la regañina. No tenía otra opción. Con mi mejor cara de perrito mojado, toqué la puerta del despacho. Imponente. En mi vida había visto una puerta así. Al abrirse, sale primero una rubia impresionante, de otro planeta, creo que hasta las mujeres se enamorarían de ella. Me quedé helada. Salió abrochándose la camisa. ¿Podía ser? ¿Encima del miedo que tenía, le tocaba la puerta justo en ese momento? Pero él me había citado a esa hora… mi cabeza iba a explotar.

—Adelante, señorita Black.

Momento de tomar coraje. Entré y me quedé de piedra. El despacho era el derroche de plata más grande que vi en mi vida. Todo revestido en madera, muebles de primera categoría, envidiable… pero impersonal. Yo le hubiese agregado detalles, fotos, algo más mío. Pero no. Al ver eso comencé a entender un poquito lo que decía la gente del jefe… Mi cabeza disparaba a cualquier pensamiento con tal de no afrontar lo que se me venía. Y lo vi. Nino, ahí sentado, mirándome con los brazos en jarra y cara de muy pocos amigos.

—Buenos días, señor. Disculpe la interrupción, pero me han entregado un sobre en el cual decía que debía estar 12:15 en su despacho con dos cafés.

—Sí, uno es para vos; y el otro, para mí.

—Le agradezco, señor, pero si no le importa, le dejo el suyo y yo bajo, que en el bar hay muchísimo trabajo.

—No te preocupes, querida, sabés que vos y yo tenemos que hablar un buen rato.

—Si es por mis comentarios de ayer, quiero pedirle disculpas… yo no sabía que usted…

—Me quedó muy en claro que no sabías quién era, acepto tus disculpas, pero no te cité por eso.

—¿No? Me quiere despedir, ¿no?

—Lo pensé… nadie me había dicho tan directamente lo que pensaban de mí, aunque, claro, ya llegaron esas cosas a mis oídos. Pero la cité por otra cosa. La chica que acaba de ver salir, Anette, mi ex secretaria ha sido despedida. Yo tengo un viaje urgente a Grecia al cual debería partir mañana, y necesito que usted venga como mi asistente personal. Tengo muy buenas referencias con respecto a su trabajo y es justo lo que estoy necesitando. Me gusta su bajo perfil. Sé también que en la fiesta había una amiga suya de Argentina, me tomo el trabajo de analizar muy bien quién está en mi hotel, así que le dije a Josh que la contrate para reemplazarla el tiempo en que no estemos. Serán entre tres semanas y un mes. Recorreremos distintos lugares. Hoy tómese el día libre, y mañana a las 8 de la mañana la recogerá mi chofer por su departamento para llevarla al aeropuerto.

No podía creer lo que estaba escuchando. ¿Yo, de secretaria? ¡Si él supiera que mi primer y único trabajo había sido en el bar atendiendo mesas y charlando con mis compañeros! Ni los tragos sabía hacer. Pero cómo decirle que no… titubeé. Además, tenía muchísimo miedo de compartir un mes con este espécimen. ¿Cómo iba a poder controlar mi cuerpo? Mis pensamientos iban transformándose en cosas peligrosas, y no justamente por trabajo.

—No se preocupe que esto obviamente se le pagará aparte, señorita. Y, a la vuelta, supongo que la agencia ya me habrá conseguido una secretaria nueva, con lo cual, usted podrá volver a su trabajo en el bar.

—Perfecto, señor. Así lo haré. Mañana a las 8 estaré esperando. Muchas gracias.

—Ah, señorita… prepárese… este mes será muy interesante. Tómese el resto del día libre para descansar un poco antes de comenzar su nuevo empleo.

Salí despavorida. Esperé al ascensor riéndome como una loca. Lo que estaba pasando era muy irreal. ¿Yo, de secretaria en las costas de Grecia? ¿Podía llevar bikini? No tenía ni ropa para ese trabajo. Debía ir urgente con Nati a recorrer tiendas. Bajé a toda prisa a contarles a Melanie y Josh mis novedades, pero ya estaban al tanto. Llegué a casa a las 13.

—¿Este hdp te echó de verdad?

—No… no te imaginas, Nat. Vestite, que tenemos que rajar. Tengo que ir urgente a comprarme ropa. Tengo que irme un mes con él para hacerle de secretaria porque rajó a la suya… aunque no sé, cuando subí a su despacho, la mina estaba abrochándose la camisa mientras salía. Cosa de locos. Medio raro. El tema es que me pidió que la reemplace un mes, porque tiene que viajar urgente y demás. No tengo ropa para ese trabajo. Así que acompañame a comprarme un par de cosas.

A los 20 minutos estábamos ambas en un taxi camino a Canary Wharf, dado que en el centro comercial Canada Square hay más de doscientas tiendas. Ahí seguro que algo encontraría. Había pensado en ir a Bond Street o Mayfair, pero no podría pagar nada de los locales de esa zona, así que opté por ir a algo más del estilo de mi bolsillo. Además, en el shopping estaban Oasis y Zara, en los cuales iba a conseguir ropa de secretaria. Fueron las peores 7 horas de mi vida. Recorrimos todo. Me dolían los pies de caminar… Nati me hizo probar todo de todos los locales. Pero entonces estaba feliz con mis diez conjuntos nuevos, aunque la ropa formal no sea la que más me gusta. También habíamos elegido un par de bikinis y ropa de playa, por si acaso tenía tiempo libre. Un traje de baño entero, por si tenía que acompañar a mi jefe a algún lado que lo requiera. A las 8 de la noche, estábamos en mi sillón con una pizza, un par de cervezas y mi valija lista, deliberando por qué me había seleccionado a mí.

A las 10 estaba felizmente dormida, sin saber qué me depararía mi próximo mes.

Pasiones al acecho

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