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Capítulo 3

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Los últimos días de mis semanas como secretaria no tuvieron más sobresaltos. Mi relación con Nino fue estrictamente laboral, aunque nuestras miradas se cruzaran con fuego. Él se comportó como si nada hubiese pasado; y yo, como la secretaria perfecta.

Lali, mi amiga, me acompañó mucho en mis ratos libres. Recuerdo un día en el que me convenció de tirarme las cartas. Yo no creía mucho en nada de eso, pero ella estaba tan involucrada con el tema que me dio lástima decirle que no. Me senté, y mezclé sus cartas.

Era una tirada de pasado, presente y futuro. EL DIABLO y LA TORRE fueron las que me salieron en pasado, ella me explicó que había algo que se había derrumbado completamente, y me había dejado atada, encarcelada, pero que la torre marcaba que esa ruptura de cimientos era necesaria para volver a construir todo de cero, que la gran sacudida era lo que iba a lograr que yo sea feliz.

En presente me salieron EL COLGADO Y LA ESTRELLA, lo cual significaba que, para lograr sanarme, iba a atravesar un tiempo de espera, pero que lo iba a lograr.

Y a futuro, EL EMPERADOR Y EL MUNDO, que me explicó que significaban una vida estable, con un buen hombre poderoso, en la que yo iba a lograr ser feliz, y sería el sostén de mi mundo.

Siguió tirando un montón de otras cartas para ampliar, a lo que mucha atención no le presté. Evidentemente, esas cartas decían muchas cosas. Nadie en el mundo podía saber las grandes cadenas que yo traía de mi amada Argentina, pero iba a ser imposible cortarlas. Nunca iba a poder liberarme de ellas, aunque esperaba de corazón que esas cartas tuvieran razón. Me despedí de ella, y arreglamos que nos volveríamos a encontrar por algún lugar en común, y le agradecí su compañía en ese viaje.

Luego fui a cambiarme, era el día de la GRAN fiesta en la casa del amigo de Nino. Como era de esperar, el vestido que me había comprado para llevar esa noche había quedado guardado en el hotel, porque, cuando llegué a mi habitación para vestirme, tenía arriba de la cama la vestimenta que debería ponerme. No me iba a quejar, el vestido que llevaba puesto en mi vida me lo iba a poder comprar. Ni hablar de los zapatos, la cartera, el collar y los aros que me habían dejado. Me sentiría una reina por esa noche, aunque fuese la única vez.

A diferencia de la última vez, cuando sonó la puerta para buscarme, era Nino. Salí nerviosa; luego de nuestra conversación, todo había sido muy frío. Verlo allí me sorprendió muchísimo. Sonreí y caminé al lado de él en silencio absoluto. Nos esperaba una limusina en la puerta del hotel. Me subí yo primero; el atrás, mío. Al principio ambos, sin hablar, hasta que no lo soporté más…

—Muchas gracias, señor, por la ropa. No era necesario que se molestara.

—Estás increíble, Lucía. No es ninguna molestia para mí, ya llegará el día en el que se dará lo que te dije… es solo cuestión de esperar.

Me quedé muda… la seguridad con la que hablaba me desesperaba. Nunca iba a poder pasar lo que él creía, no tenía ni idea de los demonios de mi pasado. Perdí mi mirada en la ventana, sin tomar noción del tiempo, hasta que sentí su mano en mi cintura, y su aliento, en mi oreja. No lo pude evitar, me giré, y lo besé con desesperación. Fue un beso prolongado y dulce que me desacomodó hasta el último centímetro de mi cuerpo. Me separé de él agitada, y me abrazó tan fuerte que me tocó el alma. No quería que ese momento terminase nunca, por más de que internamente estaba convencida de que todo era imposible, me dejé llevar por el momento. Cuando llegamos me soltó, me acomodó el labial corrido, y se bajó del auto como si nada hubiese pasado.

La casa se llamaba Grandeur, me dejó anonada su elegancia y su vista a la playa, mi lugar preferido en el mundo. Tenía 8 habitaciones y 10 baños, en la zona del Egeo Meridional de Mykonos. Todo estaba impecable, había muchísima gente, como doscientas personas, creo yo. Las mujeres lucían los vestidos de las mejores marcas del mundo; y los hombres, todos impecables de esmoquin. Yo no podía parar de pensar en nuestro viaje hasta ahí, la conexión que teníamos en esos momentos de soledad que compartíamos, era imposible de notar en ese bullicio. Nuestras miradas se cruzaban con una ferocidad que solo él y yo conocíamos.

Pasaban mozos ofreciendo un cóctel superlativo. Todo tenía una pinta de mil demonios, pero mi estómago estaba cerrado, no podía probar absolutamente nada. Lo único que sentía eran mariposas dando vueltas adentro, sin parar. Elegí no tomar una sola gota de alcohol, dado que, si lo hacía, no iba a poder contenerme en la vuelta al hotel. Me iba a comportar como correspondía pasara lo que pasara.

A él, que era la estrella de la fiesta, todo el mundo lo buscaba y lo seguía. Yo atendía sus necesidades, estaba muy serio desde que habíamos entrado. Emanaba una hombría que me impresionaba, generaba un respeto aterrador. A las 2 de la mañana, cuando ya no era más necesaria mi ayuda, le pedí permiso para que el chofer me llevase al hotel. Necesitaba descansar. Me devolvió una mirada que me hizo temblar, pero me lo permitió, así que así me retiré sin despedirme…

A la mañana siguiente, estaba preparada para irme, y me sorprendió no verlo. El chofer me llevó al aeropuerto y me avisó que él no vendría conmigo, dado que seguiría compromisos laborales de último momento en España, y que su vuelo saldría al día siguiente.

Volví a Londres agotada, con el corazón inquieto, queriendo volver a la paz que había logrado en mi nueva vida. Llegué a mi departamento, y como era de esperar, además de Nati estaba Maia, lo cual me alegró. Con ellas dos ahí, iba a poder distraerme seguro. Les conté sobre mi viaje laboral, obviando por completo el tema del jefazo, no sabía por qué últimamente me guardaba todo para mí. Ellas eran dos de las personas en quienes más confiaba en este mundo, sabía que nunca me iban a traicionar, sin embargo, la Lucía confiada que ellas conocían desde siempre, la que les contaba hasta el último detalle, había muerto, y tenía mis serias dudas de si en algún momento iba a renacer. Mis conversaciones eran banales, me encantaba escucharlas y esa chispa alegre que tenían me hacía tan feliz que solo sentirlas cerca mío me tranquilizaba.

Después de dos días de descanso, volví a mi trabajo en el bar con Josh y Melanie, a mi rutina habitual, intentando olvidarme de todos los sucesos de Grecia que volvían una y otra vez a mi cabeza.

La compañía de mis dos grandes amigas me hacía tocar tierra. Con ellas cerca mío siempre me sentí en mis cabales, segura. Me acompañaron toda mi vida, sabían (a excepción de mi pequeño secreto) todo sobre mí. Nuestros días por ese entonces fueron bastante entretenidos, con Mai a la cabecera, empezamos a armarnos distintos grupos de amigos con los cuales comenzamos a empaparnos de las salidas nocturnas de Londres, muy distintas a las que teníamos en buenos aires. De a poco, fui dejando atrás mis días en Grecia, y el caos de emociones que me había generado Nino, de quien nunca más supe nada. Josh y Melanie ya parecían de nuestro grupo de amigos de toda la vida, encantados con sus amiguitas argentinas de acá para allá.

Dentro de la calma que esto me generaba, comencé a dudar de mi capacidad de rehacer mi vida en ese lugar tan lejano a mi hogar. Yo siempre fui tan familiera y amiguera que se me hacía muy difícil pensar en ellos tan lejos mío. Extrañaba a mis papás y a mis hermanos sobremanera. Ellos no tenían idea dónde estaba yo, mis comunicaciones eran muy esporádicas, y en determinados llamados sentía que algo no estaba bien y me lo estaban escondiendo. Con mi terror a ÉL era muy difícil pensar en volver, pero tenía sentimientos sumamente encontrados al respecto, mientras que mi vida allá continuaba.

Con todo mi mundo sentimental a flor de piel, decidí empezar a averiguar por mi carrera de derecho, que era lo que pretendía hacer. Si bien me había jurado no pedirle ayuda a mi familia en mi nueva vida, sabía que me iba a ser imposible afrontar los gastos de la universidad allá, porque pretendía ir a una de las mejores. Mi futuro no lo iba a relegar por nadie, sabía que esa carrera era lo que el universo me tenía preparado y a lo que debía dedicarme. Como Marce era el único que sabía en dónde estaba yo, y que estaba escapando de algo, (sin saber de qué porque él acompañaba, pero nunca preguntaba) le comenté lo que me pasaba. Tan bueno y generoso conmigo como siempre, se comprometió a ser mi mentor y pagarme la carrera, siempre y cuando, viera que yo fuese aplicada y dedicada. Nunca le gustó que le hagan perder el tiempo.

Mis opciones, según él, eran Cambridge (elección principal dado que él hacía muchos trabajos en común con ellos), Oxford, Queen Mary, Durham o London School of Economics. Comencé con todos los trámites de averiguación pertinentes, y a solicitar los exámenes para ingresar a alguna, tarea que no era muy fácil. Estaba decidida a entrar a Cambridge, y nada se iba a interponer en mi camino.

Todo el ajetreo que tenía entre mi trabajo y el plan de estudio empezó a apaciguar mis preocupaciones sobre todo lo demás, aunque no tenía una buena espina con Buenos Aires. Mi presentimiento era cada vez más fuerte. Se acercaban las fiestas, mis amigas iban a volver, así que ellas, que sabían en dónde estaba yo, me iban a poder confirmar mis sospechas al respecto.

El 20 de diciembre, ya con bastante frío en Londres, acompañé a las chicas al aeropuerto para despedirlas. Como sabía que me iba a costar un montón ese momento, decidí pedir unos días en el trabajo para pasar las fiestas recorriendo un poco. Me iba a tomar dos semanas, porque al regresar comenzaría mis estudios con seriedad. En marzo tenía que rendir diferentes exámenes para ver si conseguía entrar a alguna de las universidades. Ya mi querido Marce me había hecho llegar todos los libros, que eran gigantes, así que debía tomármelo con mucho compromiso. Mientras ellas salían para Buenos Aires, mi vuelo al aeropuerto de París Charles de Gaulle despegaba también. Como siempre, me armé de una coraza para no llorar, no me lo podía permitir. Al contrario de lo que mi corazón quería en ese momento, puse mi mejor sonrisa, y decidí que iba a ser un viaje divertido que me generaría felicidad. Aterricé dos horas más tarde, y me tomé un taxi a mi hotel. Había bookeado en el hotel Champs Elysee, que quedaba en la calle Rue de Faubourg Saint Honore, supuestamente súper bien ubicado para alguien como yo que no conocía nada.

Apenas dejé mis cosas en la habitación, que era mucho más de lo que me esperaba por el precio que había pagado, decidí salir a caminar un poco. Al día siguiente arrancaría con los tours, pero al menos quería dar un par de vueltas. Claramente estaba más que bien ubicada, a un par de cuadras de Champs Elysee, del arco de triunfo, y de todas las bocas de tren y subte. ¡Qué suerte que había tenido!

Me impresionó la decoración navideña de las calles. Todos los árboles llenos de luces, todo decorado en detalle. Mi primera visión de allí me dejó boquiabierta. Siempre escuchaba hablar de lo que generaba París, pero quedé completamente flipada. Fue como un amor a primera vista, pensé, y ahí, me acordé otra vez de Nino. ¿Qué habría sido de su vida? Claramente la mía no le había interesado más.

Recorrí todos los locales en los cuales no iba a poder comprarme nada, de más está decir, pero me encantaba mirar. Cuando me di cuenta, me había caminado hasta la plaza Concordia desde el Arco, lo cual eran como unas 20 cuadras. Decidí volver para que no se me haga muy tarde, no me quería perder. Llegué al hotel, y me dormí profundamente.

Al día siguiente, me desperté muy temprano, quería ir a la Torre Eiffel y a Notre Dame ese mismo día. Un amigo español que había conocido durante mis días con las chicas me había indicado todo lo que tenía que hacer, lo cual, como me había enseñado, tenía todo muy bien anotado en una agenda, que para él era fundamental. Arranqué a las 8 de la mañana a desayunar; y con mapa de trenes y subtes, comencé el trayecto. Con mis auriculares a todo volumen, escuchando “Y si te quedás ¿qué?”, de Santiago Cruz, llegué muy contenta. Intentando sacarme una foto con la Torre de fondo, me acerqué a una rubia para pedirle ayuda y casi me infarto cuando descubrí que era Paz, una amiga de la infancia, que por motivos de la vida había dejado de ver, pero con quien siempre tuve una hermosa amistad. Decidimos seguir el viaje juntas, dado que ella también estaba sola por ahí. No le había copado la ciudad tanto como a mí, el idioma le costaba mucho, así que era una buena opción acompañarnos.

Subimos hasta el nivel más alto, la vista que nos dio era imponente. De ahí decidimos seguir haciendo las visitas caminando, para poder conocer mejor todas las calles. ¡¡¡Caminamos como veinticinco cuadras hasta Notre Dame, y pasamos primero por los jardines de Luxemburgo!!!… Ahí recordé que Paz era una de las personas que más me hace reír en esta vida… entró corriendo y saltando como una loca porque… ¡¡¡¡¡la entrada era GRATIS!!!!! Todavía me acuerdo y me río. Cuando llegamos a la Iglesia, estábamos agotadas. La caminata había sido larguísima, así que de pasada nos tomamos un café en Le Panis, justo frente de la plaza.

La Catedral es uno de los edificios más señeros y antiguos de cuantos se construyeron en estilo gótico, dedicada a la Virgen María, rodeada de las aguas del Sena… eso es lo que se dice, pero verla es inigualable. Estar en una construcción terminada en 1345, con sus diferentes historias y todo su equipamiento fue, para mí, una sensación inolvidable. Siempre me gustó la historia, me encanta empaparme de esas cosas. Igual, al margen, con la chispa de Paz que casi deja los pulmones en el camino subiendo al campanario entre las gárgolas, son imágenes que estarán en mi memoria siempre. La visita la terminamos a eso de las 6 de la tarde, y yo quería ir ese mismo día a ver las catacumbas. Teníamos que apurarnos porque el último turno era a las 8, y no nos quedaba muy cerca.

En París, es habitual viajar con unos señores que van en bici y te llevan atrás. Decidí que yo pagaría el costo, pero iríamos ambas en uno. Veinticinco euros me habían dicho que salía. Allí nos embarcamos, y el señor nos llevó recorriendo todos los lugares que hay que conocer. Pasamos por Ratatouille y por el rincón del Sena dedicado a los candados de enamorados. Paz, romántica como es, bajó feliz a poner el nombre de su amor en un candado, y me incitó a mí a que haga lo mismo… a quién iba poner yo era un misterio, dado que mi corazón estaba cerrado para el amor. Decidí hacerle caso y dejarme llevar un poco, escribí LULI Y NINO con un gran corazón, y me fui riéndome de las ocurrencias de mi amiga.

Cuando llegamos a las catacumbas, el divino del bicicletero, que no sé cómo logramos llegar vivas sin infartos en el medio de la velocidad a la que nos llevaba y los finitos que les hacía a todos los autos que nos íbamos cruzando, me cobró veinticinco euros…por cada una. En fin, así es cuando uno no sabe turistear mucho, pero bueno. Entramos a las catacumbas riéndonos al respecto, y nos quedamos heladas por lo que estábamos viendo. Son una especie de túneles debajo de la tierra, que se construyeron en 1786 para combatir las enfermedades y epidemias de la época. La parte que se puede ver es el 0,5 por ciento de todo su tamaño. Es un cementerio lleno de cuerpos, con historias extravagantes de todo lo que pasaba en esa época. Muy impresionable para ver. ¡¡Hay, en teoría, 6 millones de esqueletos humanos!!

Ya agotadas con todo nuestro recorrido, decidimos ir a mi hotel, en donde Paz se quedaría también para compartir gastos; y, al día siguiente, nos iríamos a conocer el Palacio de Versalles, otro lugar que me habían dicho que no podía perderme. Nos cambiamos, y nos fuimos a comer al Yeeels, un lugar que nos habían dicho que tenía mucha onda. Así era, la pasamos increíblemente bien. Al final, nos volvimos muy cansadas a dormir. Esa noche dormí muy inquieta, me desperté transpirada en varias ocasiones, y con Nino, permanentemente en mi cabeza. No entendía qué me pasaba, yo que consideraba que ya era una historia superada, pero no. ¿Habría sido el bendito chiste del candado? No entendía por qué estaba así.

A la mañana siguiente, medio malhumorada por la bendita noche que había pasado, emprendimos la ida al Palacio de Versalles. El viaje arrancó complicado; sacamos el pasaje de tren, que no entendíamos cómo era, y nos teníamos que bajar a la siguiente estación para hacer conexión con otra línea que nos llevaría. Como nos dijeron, a la siguiente estación nos bajamos del tren, y cuando pasamos el ticket por el molinete…. ¡Todas luces coloradas empezaron a sonar sin parar y nada se abría! De repente, aparece un señor oficial del tren y nos explica que habíamos sacado mal el pasaje, que el que teníamos era para adentro de París, y estábamos en las afueras… la multa que debíamos pagar era de treinta euros cada una… mi cara un poema. Paz me dijo:

—¿Qué dice este salame?

—Que tenemos que pagar treinta euros de multa cada una porque sacamos mal el pasaje, que salía exactamente lo mismo que este, pero estamos en las afueras de París y el que tenemos es solo para andar por ahí.

—¿¿¿QUÉ??? ¡¿ESTE FRANCHUTE ESTÁ LOCO?! ¡YO NO PIENSO PAGAR ESO DE MULTA!

Yo me agarré un ataque de risa inolvidable. Estaba en verdad indignada, pero nuestra equivocación la íbamos a tener que pagar. Sin que yo me diera cuenta, le empezó a decir al “franchute” que ella no pensaba pagar nada; y cuando el señor le dijo que, si no pagábamos, nos iba a llevar detenidas y nos iba a salir bastante más caro, la convencí de que paguemos y seguimos nuestro recorrido con el pasaje que correspondía. En ese viaje, que duraba un poco más de una hora, empecé a notar que realmente me sentía muy inquieta, no sabía qué iba a suceder, pero estaba segura de que algo me esperaba. Como me había dicho Lali en mi viaje a Grecia, yo soy una persona muy intuitiva que, en general, quiero tapar lo que me pasa y así me va… me había jurado hacerle caso a mi intuición que, al final, a los golpes, me había demostrado que siempre tenía razón.

Llegamos después del tren, el colectivo y una caminata al Palacio. Ya la entrada me puso la piel de gallina. Ahí aprendí que su construcción fue ordenada por Luis XIV. Tiene 3 palacios, jardines y un parque que roban el aliento. El jardín es clasicista, ordenado y racionalizado. Tiene distintas esculturas y fuentes magníficas. Se hace cada vez más silvestre cuando uno se va alejando del Palacio. Estar ahí te hace sentir en esa época. Los cuartos, las paredes, los caminos, los pasillos te llevan a soñar que uno vive ahí.

En esos pensamientos caminábamos mi amiga y yo, cuando alguien me tapó los ojos. Solo ese contacto de piel me hizo saber quién era, su perfume, su textura. Mi corazón empezó a latir tan desenfrenadamente que pensé que se me iba a salir del cuerpo. Las mariposas de mi estómago creo que las sentían hasta las personas que estaban circulando a mi alrededor. El tiempo se me detuvo, y mi sonrisa era indisimulable…

—NINO

—Qué rápido que me reconoce señorita, pensé que había logrado olvidarse de mí.

—¿Cómo supiste que estaba acá?

—Sus amigos de mi hotel están muy bien informados. Era complicado que no le den la información cuando la solicita… ¿el engreído del jefazo era?

Sin poder evitarlo, me di vuelta y le comí la boca. Sí, yo, yo se la comí a él. Nuestras almas se juntaron, fue como una caricia sin retorno. Y en ese mismísimo momento, sin esperarlo, decidí que iba a luchar con los demonios del pasado, porque, sin saber cómo, él estaría en mi vida para siempre.

Pasiones al acecho

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