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Capítulo 2

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¡Apagate despertadoooooor! Fue lo primero que pensé. Estaba agotada, y no tenía nada de ganas de subirme a ese barco. Ahora que tenía a mi hermana del alma en mi casa y era tan feliz en Londres, tener que irme un mes me mataba. Había tenido una noche más que difícil, me había despertado muchísimas veces pensando en cómo zafar, pero no había escapatoria. Necesitaba ese trabajo, y no tenía manera de decirle que no. Me levanté, me puse un conjunto que me había comprado el día anterior, el cual era bastante formalito. Salí del cuarto; y Nati, como siempre, estaba esperando con la cámara de fotos para reírse de mi cara eternamente con esa vestimenta que no me gustaba para nada. Pantalón negro ancho, camisa blanca, unos tacos de 15 centímetros que me mataban los pies; y, maquillada. Nada peor para un día a las 7 de la mañana… Tomé mi café, y sonó el timbre, agarré mi valija y bajé.

Abajo me esperaba un chofer en un Audi último modelo, por lo menos iba a ir cómoda. Durante el trayecto, me indicó que el señor me esperaría en el VIP del aeropuerto y de allí saldríamos a las 11 de la mañana rumbo a Grecia. No tenía ni idea qué iba a hacer, pero empecé a leer la carpeta de actividades que también me había entregado. Aparentemente, tendría que acompañarlo a todas sus reuniones y encargarme de que nunca le falte nada. No parecía difícil, pero era algo que nunca había hecho. Estaba nerviosa porque, además, no tenía idea de cómo era. Los chismes del hotel no eran muy buenos, aunque a mí me había caído bien.

Llegamos a horario y despaché mi valija. Subí a donde debía, y cuando llegué estaba sola. Pase así treinta y cinco minutos, y él no aparecía. Entré en pánico, tenía miedo de haberme equivocado de lugar. Yo los únicos vuelos que me había tomado eran los más baratos y eso del VIP no entraba en mis planes. Comencé a impacientarme, hasta que una señorita bastante mona vino a buscarme, y me llevó directamente al avión, sin que llamen ni nada… se ve que Nino estaba acomodado. Él estaba ahí, hablando por teléfono y con cara de pocos amigos. Saludé y me senté muy callada. Comenzaron a subir todos los pasajeros, obvio que nosotros estábamos en primera. La azafata me ofreció algo para tomar y, aunque hubiese elegido el champagne que me dijo, agarré un vaso de jugo de naranja.

Cuarenta minutos después, estábamos despegando. Nino había dejado de hablar por teléfono y había comenzado a explicarme lo que tenía que hacer. El vuelo a Atenas duraba tres horas y media, y de allí partíamos de inmediato a nuestra primera reunión, que era por la zona. Un chofer nos esperaría con las maletas en el auto.

Llegamos al hotel Grande Bretagne, en Atenas. Era increíble. Pero mucho no pude mirar. Nos dirigimos directo a una oficina, en la cual nos esperaban varias personas… ahí pude darme cuenta de que yo era la secretaria del dueño del hotel. Me dieron una computadora y anoté todo lo que me parecía importante de lo que hablaban. Todo en inglés, obvio; y aunque llevaba buen tiempo viviendo en Londres, pasé por alto bastantes cosas que no entendía, pero cuando le pasé mi informe, no se quejó, con lo cual, creía haberlo hecho muy bien. Después de 5 horas de reunión, nos fuimos a la casa en la que nos alojaríamos, en la zona de Psihiko. Llegamos a una mansión increíble, moría por poder mostrarle todo esto a mi gente y mandar fotos, ¡mis amigas colapsarían! Pero desde que había dejado Argentina, no mandaba nada, nadie podía saber mi ubicación real…. Era mejor así, no iba a volver a pensar en eso. Los días de trabajo fueron muy intensos, iba todo bien. Nino no era tan ogro como decían, a mí me trataba bien, era muy caballero. Podía decir que me gustaba, aunque sería algo imposible.

Dos semanas después, debíamos trasladarnos a una playa en la que se brindaría una fiesta en honor a él. ¡Cuando me enteré me quería morir, no tenía idea de qué ponerme, eso no estaba en mis planes!

—Señor, disculpe, ¿podrá darme dos horas libres para ir a comprarme ropa antes de irnos? Yo no sabía que tendríamos eventos tan importantes de noche y la verdad es que no me traje nada.

—No te preocupes, Lucía, ya me ocupé de eso. Cuando lleguemos al hotel, tendrás tu conjunto esperándote… Espero que sea de tu agrado.

Noté una picardía especial en sus ojos. Era la primera vez que me hablaba de esa manera. Y me puse bastante incómoda. ¿Cómo iba a saber mi talle? Nunca me había mirado más que para darme órdenes de trabajo, y la verdad es que dudaba mucho de que conociera mis gustos, pero no podía decir nada.

—Muchas gracias, entonces, señor.

Acomodé todas mis cosas y a las dos horas salimos. Estaba realmente muy aburrida. No veía la hora de que pasen esas dos semanas para volver a mi querido Londres. Allí me di cuenta cuánto me había enamorado de esa ciudad y cuánto quería a mis nuevos amigos. Ahora que Natalia estaba conmigo, y no tenía dudas de que a la brevedad iban a llegar algunas otras, porque ella no se iba a quedar callada, no quería saber más nada con Grecia. En verdad no tenía idea de cómo, en las siguientes dos semanas, iba a cambiar ese pensamiento.

Nuestro destino fue Santorini, casitas blancas, mar color turquesa en el horizonte, perfumes mediterráneos y referencias mitológicas. Además, era muy romántico y tenía vida nocturna. Si me daba un par de días libres, estaba tocando el cielo con las manos. Me enamoré en cuanto llegué. Nos instalamos en el Hotel Majestic, de elegantes vistas, 2 bares y spa que, obviamente, también eran de Nino.

En cuanto llegamos me dio el resto del día y hasta las 5 de la tarde del día siguiente para descansar, y pude usar todas las cosas del hotel gratis. A las 17.30 me buscaría para asistir a la fiesta. ¡Qué felicidad me generó!

Usé el spa, me di una vuelta por la playa, recorrí un poco la ciudad y, cuando me cansé, volví al hotel para meterme un rato a la pileta y aprovechar para leer un poco. Marisel, una amiga de Argentina, me había acercado al mundo de la lectura y, en ese país, Florencia Bonelli estaba de moda. Me había llevado su último libro en mi computadora portátil, así que me dedicaría a leerlo. Marlene se llamaba.

Estaba muy compenetrada en mi lectura, ¡hasta que una morocha despampanante se cayó encima mío con un licuado con el que me empapó! Me quería morir. Me pidió disculpas, me dio su toalla para secarme y se sentó junto a mí para charlar. Su nombre era Lali, quien hoy es una de mis grandes amigas europeas. En realidad, era Argentina, y tenía casi mi edad, pero había ido a vivir a España con sus padres a los catorce. A los dieciocho decidió viajar para conocer muchos lugares antes de decidir qué hacer; y, medio enojados, los padres le dieron un año y medio para que lo hiciese. Mientras charlamos, vi bajar a mi jefe. Todas las miradas femeninas cayeron sobre él... Lali siguió mi mirada y comenzó a reírse.

—Otra enamorada del dueño…

—¡No! Es mi jefe. Ahora me dio unas horas libres, por eso estoy acá.

—Jajajajaja soy una bruja yo, me doy cuenta de todo. Esa mirada no es de “empleada”. Vos estás enamorada, aunque no quieras reconocerlo.

Hacía tanto que no pensaba en el amor. Tenía tanto miedo de sentir. Pero, claramente, el jefazo me gustaba y mucho. En mi vida había visto a alguien tan lindo, pero era imposible.

—¡Es imposible! Es mi jefe. En realidad, yo trabajo en el bar de uno de los hoteles, pero como se quedó sin secretaria el día anterior al viaje, me preguntó si podía venir, y acá estoy. Otra opción no tenía. Encima, el día previo a eso, en una fiesta, sin saber que era él, le dije los comentarios de los empleados, un papelón.

—Jajaja esto termina mal, ya te lo digo yo. No terminás este viaje sin estar con él. Y te aseguro que este espécimen de hombre te convence de lo que quiera.

—No creo, querida Lali, necesito trabajar, y ya sabés lo que se dice… “donde se come…”

—Jajajajaja ya veremos…

Y así seguimos un rato más. Él nunca se dio cuenta de que estaba yo ahí. O eso creía en ese momento. Dos horas después, me estaba bañando para salir. Mi nueva amiga me había hablado de un par de lugares que había para conocer, y la verdad es que no sabía si tendría otra noche libre, por lo que me apunté. A las 9 nos encontramos en la recepción del hotel y nos fuimos. El plan era el Koo Club, en Fira, que estaba bastante de moda.

Llegamos, y nos fuimos directamente afuera, nos pedimos unos tragos y seguimos charlando. Aparecieron unos amigos de ella, que conocía gente en todos lados. El grupo tenía muy buena onda y había un par de niños bastante bonitos. Me puse a bailar con un par. Luego decidí ir a fumarme un cigarrillo, pero sola. Quería estar un rato tranquila. Estaba distraída cuando, de repente, sentí una mano en mi espalda. Al darme vuelta noté que era Nino, no entendía nada. Me pidió que lo acompañara y me sacó del boliche sin que pudiera decirle nada a mi amiga. Me subí al auto, y me quedé pegada contra una ventana. Muchas ideas pasaron por mi cabeza hasta que, en una distracción, lo tenía pegado a mi cara, literalmente, partiéndome la boca. Mi cabeza empezó a volar muy alto, y todas las mariposas que venía conteniendo se liberaron. Fue el mejor beso que me dieron en la vida. No podía parar, aunque sabía que debía hacerlo. Eso no podía estar pasando y, además, él nunca me había dado una señal. Estaba muy confundida. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que le daba un beso a alguien? Ya ni me lo acordaba.

Como estaba medio achispada, decidí aprovechar el momento. Ya mañana me arrepentiría, pero necesitaba eso. Subió el chofer, y él se alejó rápido. Me quedé pasmada, y no sabía hacia dónde mirar. El viaje lo hicimos en silencio, mis mejillas ardían a un rojo vivo. No sabía en dónde meterme. Me sentía usada. Yo, que tan bien la estaba pasando, ¿me saca, me parte la boca y encima me deja así? No podía ser.

Llegamos al hotel, y me bajé apresuradamente del auto. Comencé a caminar sin mirar atrás. Me subí al ascensor rezando para que se cierren las puertas sin que suba nadie. Lo estaba logrando. Apreté el 5, donde estaba mi habitación. Me apoyé contra la pared, cuando la puerta se abrió de nuevo. Y Nino apareció en mi campo de visual.

Ni lo miré. No quería, no podía. Las puertas se cerraron, y se acercó a mí rapidísimo. No le permití volver a tocarme, ni pensaba permitírselo.

—Lucía, sé que no entendés nada. Te saqué de tu programa, te llevé a mi auto, te besé y, luego, no permití que nadie lo vea. Pero lo que me generás es muy fuerte, quiero que seas mía y de nadie más, para siempre. Para eso, tenés que entender muchas cosas. Conmigo nada es fácil y no quiero que los empleados de mi hotel piensen que sos una diversión para mí, porque te colaste en mi cabeza. Por eso me alejé en el auto

—Woooooow, disculpe, señor, pero usted no me conoce. No puedo haberme colado en su cabeza, porque ni siquiera me dirige la palabra, más que para ladrarme como un perro y darme órdenes. No tiene idea sobre mí, y no me gusta que me usen.

—Jajaja, ese carácter es lo que me gusta de vos. Desde que me dijiste en tu cumpleaños que era un viejo cascarrabias, supe que ibas a ser mía. Te analizo a cada segundo del día, sé todo de vos. Aunque algunas cosas no las entiendo, ya me las explicarás. Y sabé que el NO como respuesta acá no existe.

—Usted está muy mal acostumbrado. Si piensa que me voy a tirar a sus pies como todas las demás, está equivocado. Si quiere mandarme de nuevo a Londres, me voy mañana muy feliz, pero mi respuesta es que no, lo siento.

Y, gracias a Dios, se abrió la puerta. Bajé lo más rápido que pude, y me metí en mi cama a la velocidad de la luz, después de asegurarme de que mi puerta estaba bien trabada. ¿Qué se piensa este tipo? ¡Estamos todos locos!

Me estaba despertando. ¿Lo había soñado o había sido real? El Adonis me había besado, y lo mandé a freír churros… ¿cómo voy a dar la cara? Me quedaban 10 días de trabajo, y no me podían despedir. ¡Ay, diosito! Tendré que disculparme otra vez, es mi única opción.

Me quedé en mi cuarto todo el día. Puse música en mi iPod, me di un buen baño de inmersión y comencé a prepararme. Tenía que estar impecable. El vestido que había en mi vestidor era maravilloso. En mi vida había visto una cosa así. Era largo hasta el piso, negro, con un increíble tajo hasta arriba de toda la pierna. No tenía espalda y tenía un escote muy sofisticado. El talle era perfecto. Y me quedaba pintado. No podía creer que le hayan embocado. Debía salir más caro que el alquiler de mi piso. Tenía también unos zapatos de 20 centímetros color plateados y un sobre que le hacía juego a la perfección; una cadena de oro blanco con un corazón y unos aros a juego. Me sentía una reina; así que jugué ese papel. Y decidí salir del cuarto con esa actitud. Si no le había gustado lo de la noche anterior, problema suyo. Yo había estado dispuesta en su momento, pero después… Mi nueva amiga me había llamado todo el día, pero no había tenido ánimo para hablarle. Ya la llamaría al día siguiente, con todo el diario junto, ahora no sabía qué hacer.

Se hicieron las 17.30, y yo, como siempre, estaba lista hace rato, escuchando Aerosmith para recobrar fuerzas. Golpearon la puerta, y respiré muy profundo antes de salir con mi sonrisa más perfecta… Pero no estaba él, me había mandado a buscar por un empleado. Me quería morir. Me desmoralicé, pero era de esperar. El dueño del hotel no iba a estar tocándole la puerta a su secretaria, ¿no? Bajamos en silencio, el señor había tenido que salir más temprano y me esperaba directamente en la fiesta que se celebraba en la mansión de un amigo suyo, con vistas a la playa, obvio. Tal vez la arena y el agua de mar distrajeran un rato mi cabeza.

El lugar era alucinante. Estaba todo impecable, la decoradora tenía muy buen gusto. Cuando llegué había muchísima gente, entre la que ya conocía a varios por las reuniones de los últimos días. A él obvio que no lo vi hasta una hora después, cuando salió de un despacho con cara de pocos amigos y me tiró sus cosas para que las acomode. Lo seguí por todos lados atendiendo sus necesidades, hasta que la parte formal terminó y se puso a tomar algo con los amigos. Me acerqué a la barra y me pedí un trago. Se acercó un chico, bastante lindo, que parecía estar colgado como yo y nos pusimos a hablar. Era uruguayo, trabajaba para el dueño de casa. Qué raro encontrarme con alguien de mis pagos por ahí, pero pasé un buen rato charlando de cosas conocidas para mí.

Nino, cada tanto, me cruzaba un par de miradas, a las que yo no respondía porque no entendía su cara de pocos amigos, y tampoco me importaba. Me puse a bailar con mi nuevo amigo Martín, y me estaba divirtiendo en grande. El pobre chico no paraba de hablarme de su novia, a quien no veía hacia dos meses y extrañaba un montón, pero solo con escuchar una tonada conocida yo era feliz. El jefe lo llamó y volví a quedarme sola. Tenía ganas de huir, pero debía estar a disposición de mi jefe hasta que terminara la fiesta, así que le avisé al chofer que iba a dar una vuelta por la playa, por si me necesitaban para algo.

Caminé una hora, con zapatos en la mano izquierda y un trago en la derecha. Se me había ido el miedo, podía caminar en paz, pero ÉL volvía a mi mente cada vez que algo me recordaba a mis tiempos en Argentina, sumado a lo de la noche anterior, mi cabeza era un desastre. Decidí sentarme a descansar, no tenía ganas de volver a la fiesta y, si me necesitaban, me buscarían. Hacía mucho calor, pero me escondí atrás de una piedra y me acosté, perdí la noción del tiempo y me quedé dormida. Sentí a alguien alzándome, pero pensé que era un sueño, porque mis pesadillas habían desaparecido hacía un tiempo…

Me sobresalté. ¿La fiesta? ¿En dónde estoy? ¿Qué pasó? Abrí los ojos y me encontré en la cama del Adonis, con él sentado, mirándome fijo.

—Mmm, ¿hola?

—Te quedaste dormida en la playa.

—Sí, perdón. Salí a dar una vuelta y estaba cansada. Me senté a descansar un rato y aquí estoy.

—Me desesperé, no te encontraba, y mi chofer me dijo que estarías en la playa… te buscamos, pero no estabas, hasta que vi tus pies atrás de la roca.

—Discúlpeme, no era mi intención asustarlo.

—¿Me podés tutear?

—No entiendo por qué debería hacer eso, usted es mi jefe.

—Sabés que no es lo que yo pienso.

—Pues no se nota mucho lo que usted…

No me dejó terminar de hablar. Me comió la boca otra vez, y no me quise resistir. Sentí la loba que tenía domada hacía mucho tiempo liberarse. Mis manos se aferraron a su cuello, y salté encima de él. Allí descubrí que mi vestido estaba tirado en el piso, y yo, con un bóxer y una remera suya, cosa que muy sexy no me pareció, aunque debo decir que mucho tiempo no me duró. Él estaba en shorts y en cuero. Qué cuerpo tenía, por Dios, mis manos no podían dejar de tocar todos sus rincones. Mis pezones estaban duros como una piedra, lo cual notó muy rápido, porque me sacó la remera automáticamente. Su boca empezó a bajar lento por mi cuello, hasta ellos. Se metía en la boca uno y el otro alternándolos en tiempos perfectos, mientras que sus manos iban y venían por mis muslos. Hacía tanto que no sentía esto que estaba desesperada por apurar el trámite, así que me tiré arriba de él, y empecé a bajar yo. Llegué hasta el lugar indicado, y me di cuenta de que era enooooooorme, y yo ya virgen, nuevamente, empecé a entrar en pánico. Pero me convencí de que podría, y comencé a jugar con mi boca, notando que le gustaba mucho. Cuando estaba todo dispuesto para la mejor parte, escuchamos TOC TOC, pero hicimos de cuenta que no había existido. Seguimos en nuestro juego. Volví a subir, nos besamos, agarró el preservativo y se lo puso. Me senté arriba suyo, comenzó a introducirla y TOC TOC, TOC TOC, TOC TOC.

—Nino, sé que estás ahí, abrime ya, no me importa que estés con tu gatito de turno.

Lo miré incrédula.

—¿Puede ser? No, yo para esto no estoy. Me volví a retar, mentalmente. ¿Quién me manda? ¿Qué hago haciendo esto? Debería haber salido corriendo. Y, encima, ¿quién es la loca que grita así desde la puerta?

—Tranquila, no es lo que vos pensás.

—¿Que no es lo que yo pienso? ¿Me estás cargando?

—Por favor, confiá en mí.

—Dejé de confiar en los hombres hace mucho tiempo. No sé por qué confié en vos pensando que eras diferente, pero la verdad es que fue un gran error. Necesito volver a Londres mañana mismo, por favor. No puedo seguir acá.

—Si querés volver mañana mismo, vas a volver, pero primero vas a hablar conmigo. Si no, no vas a salir de este hotel te lo prometo. Por favor, dejame resolver este problema y escuchame. No es lo que vos pensás. Y a los de seguridad los voy a matar.

—Decime la forma de salir de este cuarto que tenés, que parece un departamento, sin que me vean, no quiero tener problemas por algo que nunca pasó ni pasará.

—Tranquila, salí por la puerta que está cruzando la otra puerta, sale al otro lado. Nadie te va a ver. Y ahí en el sillón tenés ropa cómoda, yo me ocupo de que después te lleven tus cosas.

Salí corriendo, literalmente. Pero no a mi cuarto. Del hotel no me iban a dejar salir, pero tenía que lograr que no me encuentren, así que le toque la puerta a Lali, ella iba a ayudarme de alguna manera, de eso estaba segura. Toqué la puerta con urgencia, desesperada. Abrió volando. Mi cara debía ser un poema porque me hizo pasar sin siquiera saludar. Cerró la puerta, y empecé a llorar. Le conté todo lo que me había sucedido desde que desaparecí de nuestras salidas y nunca le atendí el teléfono.

Tan gentil como es me escuchó, pacientemente, sin abrir la boca ni una sola vez. Cuando terminé mi cuento, empapada en lágrimas, la muy zorra se empezó a reír a carcajadas. ¡La quería matar! Su opinión era que estábamos completamente “colados” el uno por el otro y que acomodaríamos todos esos cruces incómodos, que no pasaba nada. Yo estaba indignada. No pensaba volver a verlo nunca más, aunque no sabía cómo lo lograría, dado que necesitaba el trabajo como sea, ya que también me pagaba el bendito alquiler. Sin más fuerzas para hablar o pensar, me quedé profundamente dormida en la cama de mi amiga.

Un par de horas más tarde, cuando me desperté, volví a mi cuarto a preparar mis cosas. Aquello se me estaba haciendo demasiado pesado, reabría mis cicatrices y no podía soportar nada que me desequilibrase ni un solo minuto.

Agarré el teléfono del cuarto, y llamé a Nati, para distraerme un poco. Hablamos largo rato, obviamente, no le dije una sola palabra acerca de Nino. Ella me comentaba lo encantada que estaba con Melanie y Josh, y que estaba pensando en quedarse por un tiempo indeterminado, lo cual me puso muy feliz, porque sabía que lo decía de verdad. A los cuarenta minutos, sonó la puerta de mi cuarto, por lo que corté mi llamada para ver quién era.

—El señor Nino la solicita con urgencia en su habitación, señorita.

—Gracias.

Me vestí más o menos presentable, y fui a encarar la situación convencida de que no iba a permitir otra vez que se me vaya de las manos.

—Buenos días, señor, me dijeron que usted me estaba esperando —le dije cuando me abrió.

Su cara era indescriptible. Tenía una mirada de fuego que me hizo erizar la piel. Me hizo pasar, y cerró la puerta atrás mío. Me temblaban un poco las piernas…

—Te dije que no era lo que pensabas, que ibas a hablar conmigo…

—No se preocupe señor, usted a mí no tiene que darme explicaciones de nada, le pido disculpas por mi comportamiento. No volveré a sacar mi carácter afue…

No me dejó terminar de hablar, lo tuve encima mío, besándome como si me fuera a comer, y no me pude contener. Nuestros cuerpos se pegaron, mi cabeza sabía que eso no era lo correcto, pero simplemente no podía salirme. Tanto tiempo sin permitir a alguien entrar en mi vida, que se me hacía imposible reconocer que aquello me estuviera pasando. Sus besos comenzaron a prenderme fuego, comenzó a bajar lentamente por mi cuello hasta que llegó a mis pezones. Los chupaba muy pero muy lento, y mi entrepierna comenzó a sentir punzadas de placer… cuando no pude soportarlo más, agarré su pene entre mis manos, bajé lentamente, y lo metí en mi boca sin dejar de mirarlo a los ojos…

«¡Basta! ¡Me vas a hacer acabar así, no puedo creer lo que me generás!», me dijo. Me permití seguir con él en mi boca, subiendo y bajando en distintas velocidades, haciéndolo morir de placer…

En determinado momento, me alejó de él y me acostó en la cama, su lengua en mi sexo hinchado me nubló la razón. Desesperadamente le pedí que se meta dentro de mí, y explotamos juntos de placer, con una violencia que no recordaba haber sentido en mi vida.

Me recosté en su cama, y esperé que mis latidos se calmen. Mi cerebro conectó con lo que había pasado, volví a mis cabales, con sentimientos encontrados…

—Nino, discúlpeme, no sé cómo permití esto… Usted es mi jefe, yo necesito mucho este trabajo, no puedo permitirme perderlo y esto… esto no debería haber pasado. Por favor, no me despida.

—Lucía… nunca la despediré. Usted se va a casar conmigo, créame lo que le digo. Es mi alma gemela, lo supe desde el mismísimo momento en que la vi en el balcón del hotel…

—Disculpe, señor, me parece que a usted algo le hizo mal. Nosotros no nos conocemos. Yo no puedo entregarme a nadie, voy a vivir sola toda mi vida. Además, ya vengo de una historia muy complicada, como para meterme en una situación conflictiva con terceras personas, que ya es la segunda vez que sin querer me la cruzo… no puedo. Le pido, por favor, que mantengamos las formas…

—La dejaré pensar eso señorita… pero créame, usted y yo terminaremos esta vida juntos… mientras tanto iré resolviendo asuntos, que no son lo que usted cree, pero a su debido momento, nos contaremos todo.

Me levanté, y salí corriendo. La seguridad de sus palabras me dio terror, no quería creerle, pero algo en mi interior sabía que eso era verdad. En muy poco tiempo, de alguna manera, se me había metido en la piel, y yo no lo podía permitir. Demasiado de mí había quedado en ese pasado, al cual no quería volver de ninguna manera, pero, si volvía a abrirme a alguien, lo iba a tener que hacer.

Pasiones al acecho

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