Читать книгу El callejón de la sangre - Lola Suárez - Страница 12
Оглавление–Rafa, acompáñame a casa de una amiga que tiene muchas ganas de conocerte… –le dijo su tía, con el bolso colgado del hombro y la mano en el picaporte. El niño apagó el ordenador, dejando el juego a medias. La verdad es que le apetecía salir. Tito vino corriendo alegremente desde el fondo de la casa, y fue el primero en salir.
–¿Vive muy lejos tu amiga, tía?
–No, atravesamos la plaza por delante de la iglesia y seguimos hacia la carretera. Su casa tiene una huerta muy cuidada alrededor de un aljibe…
Paula no había intentado empujar la silla de ruedas y Rafa no se atrevió a pedírselo. Le costaba un poco mantener el ritmo de la marcha, pero, a cambio, su tía estaba a su lado, no detrás de él, y podían ir hablando cómodamente.
Cuando tomaron la carretera, el sol se ponía sobre las arenas de La Caleta, recortando los acantilados de Famara. Callaron contemplando la puesta de sol, solo se oía el trotecillo y el jadeo del perro.
Muy pronto llegaron a la casa y una anciana chiquita y arrugada salió a la cancela a darles la bienvenida.
–¡Hola, Paula! Así que tú eres Rafa… A ver, ¿tienes los ojos con chispitas, como tu tía?...
La mujer se inclinó sobre él, le tomó la cara con las manos y Rafa aspiró un olor maravilloso a manzanilla, a hierbabuena y a limón. El rostro de la anciana parecía de seda, suave y lleno de arrugas, pero no le faltaban dientes y tenía unos ojos tan vivarachos que parecían mucho más jóvenes que ella.
A Rafa le gustó, así que se echó a reír y le devolvió el beso que le había dado en la mejilla.
–¡Mi madre dice que me parezco más con la tía que con ella!
–Bueno, creo que tú tienes más chispitas que ella… y eres mucho más guapo. Pero ¡pasen dentro! He preparado algo de merienda. ¿Tienes hambre, Rafa? ¡Tito, no enredes, para ti también tengo algo!
El perro no había dejado de saltar alrededor de María, intentando lamerle las manos.
Tía Paula lo ayudó a subir el chaplón que había para entrar en la huerta y después él solo dirigió la silla hasta la sala de la casa. Los esperaba una habitación fresca, enjalbegada con cal teñida de azul y una gran ventana abierta por la que se veían las palmeras plantadas en el patio de la casa.