Читать книгу El callejón de la sangre - Lola Suárez - Страница 14
ОглавлениеSobre la mesa, cubierta con un lindo mantel bordado, esperaban tres tazones de leche de cabra, un plato de rosquetes y un bizcochón. En el suelo había una escudilla con pan duro remojado en leche para Tito. Se sentaron a comer con apetito.
–María, ¿me has conseguido lo que te encargué? He intentado masajear con una crema, pero no alivia igual, no se obtienen los mismos resultados que utilizando el sebo de la joroba de camello.
–Tengo el paquetito hecho, niña. El sebo me lo ha traído Pepe el Majorero… Está fresquito, así que no huele a rancio y se absorbe mejor.
Rafa escuchaba la conversación asombrado: ¿sebo de joroba de camello? ¡Pues vaya! Solo faltaba que ahora se pusieran a hablar de alas de murciélago y patas de escorpión.
–Ahora es el mejor momento para coger las hierbas: hay luna nueva –decía la anciana–; ya sabes, si quieres aprender, ven una de estas noches…
Miró a Rafa y se echó a reír.
–Paula, ¡tu sobrino cree que somos brujas! Tú también puedes venir a coger espliego y manzanilla, te enseñaré a hacer un emplasto con cebolla para cortar la sangre…
Las dos mujeres se rieron a carcajadas.
–Bueno, sobrino, ya sabes mi terrible secreto: yo, tu tía Paula, soy una bruja…
–¡Tía! No me trates como si fuera pequeño, hace años que no creo en brujas ni ogros ni fantasmas ni…
–Espera, hijo, espera –le interrumpió María–, no metas a todos en el mismo saco…
Paula intentó frenar a su amiga.
–¡No empieces, que te conozco, María! ¡No le llenes la cabeza con tus historias! ¡A ver si luego va a tener pesadillas!...
Rafa se puso muy colorado, no le gustaba que pensaran que él era un miedoso y, además, sentía gran curiosidad por lo que le pudiera contar aquella mujer.
–¡Claro que no tendré pesadillas, tía! ¡Por favor, deja que María me cuente!
Paula sonrió. En el fondo a ella le encantaban todas las historias de la anciana y le alegraba ver que a Rafa le interesaba algo más que los juegos de ordenador.
–De acuerdo, pero no quiero ataques de mieditis. Venga, María, ¡cuéntanos tu historia!
La anciana suspiró y se quedó pensativa un momento, como si estuviera ordenando lo que quería decir. Colocó las manos con las palmas hacia abajo sobre las haldas y comenzó.
–Rafa, ¿tu tía te dijo cómo me llaman en el pueblo? –preguntó.
–Sí, te llaman María, ¿no es ese tu nombre? –El niño estaba extrañado.
–¡Ah! Paula –miró a la joven, sonriendo–, qué considerada eres, pero no tienes que esconder la segunda parte de mi nombre: me acompaña desde que tenía cinco años, ¡ya me acostumbré y nunca me ha molestado!