Читать книгу El callejón de la sangre - Lola Suárez - Страница 8
ОглавлениеRafa abrió los ojos cuando el sol le dio en la cara. Tardó unos segundos en reconocer la habitación donde había dormido. Se incorporó en la cama y, apoyándose en las almohadas, contempló el cuarto.
La pintura naranja de las paredes, la repisa llena de libros, la mesa de noche con el vaso de agua y la lámpara de lectura, la alegre alfombra tejida en vivos colores… Todo lo que vio le hizo sonreír complacido: su tía se había esmerado en preparar el dormitorio.
Con un suspiro volvió a meterse entre las sábanas y, doblando los brazos detrás de la nuca, miró al techo.
Le parecía mentira estar allí: hacía unas horas lo habían despedido sus padres y su hermano en Los Rodeos. Recordaba los ojos demasiado brillantes de su madre y las mil recomendaciones paternas. Alberto no sabía qué hacer, le daba palmaditas prometiéndole no coger sus cosas en su ausencia. Después, al avión. Afortunadamente no le colgaron al cuello la etiqueta de identificación y la azafata que se encargó de él lo trató como si fuera mayor, y no un niño de diez años.
Rafa tenía que reconocer que estaba un poco asustado: viajaba solo por primera vez y hacía casi un año que no veía a su tía, pero esta lo recibió con una alegría tan grande y un abrazo tan sincero que enseguida se sintió como en su casa.
Luego, en el coche, había conocido a Tito, un cachorro de husky travieso y juguetón que lo lamió de pies a cabeza hasta acabar dormido con medio cuerpo sobre él.
Recordaba su llegada a Teguise, las calles empedradas y dormidas bajo el sol de la tarde de agosto. No se veía un alma y Paula llamó a un vecino para que la ayudara con el equipaje de Rafa.
La casa de su tía le gustó; era muy clara, con ventanas que daban a la plaza y habitaciones espaciosas de colores alegres.
Durante todo el trayecto, Paula le fue contando a su sobrino cómo vivía en la Villa.
Rafa sabía que su tía era fisioterapeuta y que daba clases en la Escuela de Enfermería, que le encantaba viajar, que según sus padres era un «culo inquieto» y no paraba mucho tiempo en ningún lado. Era una mujer joven, la hermana menor de su madre, alegre y de muchos amigos. A Rafa le caía bien, tenía algo de pícaro en la sonrisa y muy pronto establecía una relación de complicidad que hacía sentirse bien a los demás.
Paula había dejado las cortinas de la ventana descorridas y el sol inundaba la habitación por completo. Rafa decidió levantarse y llamó a su tía para que lo ayudara.
–¡Tía Paula! ¡Buenos días! –Esperó unos instantes y volvió a llamar.