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Capítulo 1

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—Dios mío, Rápido. Eres un friqui de la naturaleza. Lo sabes, ¿verdad?

Armie Jacobson, conocido como Rápido por sus compañeros de lucha, ignoró la queja y lanzó unos cuantos golpes más seguidos de un gancho final, haciendo que Justice, un peso superpesado de un metro noventa, se doblara sobre sí mismo. Retrocediendo, Armie flexionó los dedos de las manos y esperó.

Por desgracia, lo único que hizo Justice fue apoyar las manos sobre las rodillas y tomar aire.

Con el ceño fruncido, Armie se quitó su protector dental.

—¿Estás de broma? Venga, hombre. Sigamos.

—Que te zurzan —Justice se arrastró hasta su esquina y agarró una botella de agua. Se regó con ella la cabeza y el pecho y se puso a resoplar.

Consciente de que los demás estaban mirando, Armie no dijo nada. Todo el mundo entrenaba y se ejercitaba en el gimnasio, concentrado cada uno en lo suyo. Pero últimamente, cada vez que lo hacía él, una decena o más se detenían para mirar. No le importaba tener público. Diablos: de haberle importado, no habría podido ser luchador. Durante la mayor parte del tiempo, no prestaba atención alguna a lo que lo rodeaba. Una vez que se metía en faena, se concentraba a tope y el mundo exterior desaparecía.

Pero aquella enloquecida manera que tenían de mirarlo, como si fuera una atracción de feria, le estaba sacando de quicio.

Una gota de sudor resbaló por debajo de su casco para deslizarse sien abajo. Se la enjugó con el antebrazo. Le ardían los músculos y más sudor le empapaba el pecho, los abdominales y la columna vertebral. Estaba pensando en algo que decirle a Justice para que retomara el combate cuando percibió su aroma. El leve perfume atravesó el aire del gimnasio, denso de olor a hombres sudorosos entrenando duro.

En un intento por aparentar indiferencia, Armie continuó mirando fijamente a Justice aunque, con su visión periférica, la detectó atravesando la sala. La amplia zancada de sus largas piernas, o su melena oscura aún más larga, no ofrecían lugar a sudas. Tragó saliva, paralizado.

—¿Qué pasa? —inquirió Justice con un tono entre desconfiado y ridículamente alarmado por la fijeza de la mirada de Armie.

Armie sacudió la cabeza… y afortunadamente Merissa desapareció en el pasillo que llevaba a las oficinas.

Soltando el aliento, desvió la mirada hacia el reloj de pared y frunció el ceño. Sí, llevaban combatiendo un buen rato, quizá más de lo que había pretendido. Su capacidad de resistencia era mayor que la media, sobre todo mayor que la de Justice, el gigantón. Se acercó a él.

—Necesitas meter más gasolina en ese tanque.

—Vete al diablo.

Cuando Armie se sonrió, Justice le advirtió:

—Para ya.

Dejó de sonreír para preguntarle, frunciendo el ceño:

—¿Qué te pasa? ¿Estás mosqueado?

Justice se dejó caer al suelo, contra la pared más cercana, y lo fulminó con la mirada.

—No deberías tener fuerzas ni para sonreír, capullo. Deberías estar tan cansado como yo.

Acostumbrado como estaba a entrenar a tope, Armie no pudo menos que apiadarse de él.

—Eres demasiado grande —en tanto que peso mediopesado, él era unos diez centímetros más bajo que Justice y pesaba bastante menos.

—Pues yo no tengo ningún problema con eso.

Agachándose frente a él, Armie le aconsejó en voz baja:

—Nos están mirando, así que deja de gimotear.

Justice miró detrás de él y gruñó por lo bajo.

—Sí. Los peces gordos han vuelto — «malditos cotillas», añadió Armie para sus adentros. Desde que había firmado para la SBC, los capos de la misma lo habían estado analizando como si fuera su última rata de laboratorio—. Levántate, lucha conmigo durante otro par de minutos y lo dejaremos en tablas.

Resoplando, Justice se levantó trabajosamente.

—Friqui de la naturaleza —masculló de nuevo, pero siguió a Armie hasta el centro del ring, y, una vez allí, hizo lo que pudo.

Que fue más bien poco, pensó Armie. Aunque lo cierto era que luchaban por motivos bien diferentes.

Veinte minutos después, recién duchado, Armie estaba listo para marcharse. El tiempo de mediados de febrero era muy frío, así que se caló un gorro en la cabeza todavía húmeda y se puso una gruesa sudadera con capucha. Portando su bolsa de gimnasio, salió con paso precavido a la zona central. A hora tan avanzada del día, los tatamis estaban vacíos. Miles y Brand se turnaban para fregar. La mayor parte de las luces estaban apagadas y solamente seguía allí el núcleo central de amigos, conversando.

Los mandamases de la SBC se habían marchado y, lo que era aún mejor, a Merissa no se la veía por ninguna parte. Probablemente estaría haciendo papeles para su hermano Cannon, el propietario del gimnasio.

Aliviado, se dirigió hacia la puerta. Con un poco de suerte, conseguiría escaparse antes de que alguien lo interceptara y…

—Hola, Armie.

Maldijo para sus adentros. Tras una ligera vacilación, se volvió para enfrentarse al grupo formado por Denver, Stack y Cannon.

—¿Qué pasa? Parecéis los tres mosqueteros. Los tres casados, por cierto.

Stack, que solo llevaba casado un mes, apestaba a satisfacción.

—Claro: está celoso.

Vaya. Dado que moriría antes que admitirlo, Armie replicó:

—Ni hablar.

Denver, otro recién casado, sonrió.

—Y probablemente también se sentirá solo, pobrecito.

Admiradoras, orgías y aventuras de una sola noche no daban como para aburrirse. Tenía reputación de donjuán, y eso era lo que las damas esperaban y querían de él. Eso, y nada más. Miró su reloj.

—Ahora mismo podría sentirme solo con tres estupendas damas si os dignaseis dejarme en paz, palurdos.

Al contrario que los demás, Cannon no se rio.

—¿En serio? ¿Otra vez?

¿Por qué diablos su mejor amigo tenía que mirarlo con aquella cara de decepción? Y, si sabía por qué Armie había hecho aquellos planes, probablemente se mostraría tan enfadado como desaprobador, porque la culpa la tenían sus constantes esfuerzos por dejar de pensar en la hermanita de Cannon. Por lo demás, un cuarteto de aquella clase iba a servir de muy poco. Su obsesión con Merissa parecía acentuarse día a día.

Armie se encogió de hombros.

—Sí, en serio. A no ser que tú tengas un mejor plan que proponerme…

—De hecho, era precisamente por eso por lo que quería hablar contigo.

Vaya, diablos. Eso no se lo había esperado. Se pasó una mano por el pelo.

—Oigámoslo entonces.

—Yvette ha invitado a todo el mundo a pasarse por casa esta noche.

Armie adoraba a Yvette. Era perfecta para Cannon y un encanto de mujer. Pero…

—¿Quién es «todo el mundo»?

—Pues todos los importantes —respondió Cannon con una sonrisa de inteligencia—. Todos los que nos importan a nosotros. Así que no te lo pierdas.

Armie volvió a maldecir para sus adentros. Definitivamente, Merissa contaba entre los importantes. No quería, pero, dada la manera en que los muchachos lo estaban taladrando con los ojos, ¿cómo podría negarse?

—¿A qué hora?

—Ahora.

—¿Qué quieres decir con «ahora»? —frunció el ceño.

—Ahora, así que olvídate de cualquier otro plan. De todas formas, no te iba a dar tiempo.

Justice apareció arrastrando los pies, con su pelo rubio teñido todavía mojado, su perilla necesitada de un buen recorte y sus orejas de coliflor en peor estado que nunca. Golpeó con su hombro el de Armie cuando pasó a su lado.

—Si no hubieras puesto tanta pasión en lisiarme, quizá habrías salido antes y hubieras dispuesto de algo de tiempo para retozar un poco.

—Nenaza —lo acusó Armie con una sonrisa.

—Él tiene razón —intervino Brand mientras empujaba el cubo de la fregona hacia ellos.

Lo secundó Matt, que acababa de sacudir el último tatami.

—Tú sigue combatiendo tan duro y acabarás lesionando a alguien antes de que empiece el torneo.

—Todavía me quedan dos meses —dos meses de libertad que emplearía como quisiera. Armie sabía que existían normas de entrenamiento, pero ese tipo de cosas no eran para él. Nunca lo habían sido y nunca lo serían, al margen de las razones que tuviera para luchar.

—Los combates locales se han acabado. Estamos en otra liga —le recordó Denver.

Como si lo hubiera olvidado…

—Carter Fletcher no es ningún flojo —añadió Miles—. Puede que no te resulte tan fácil batirlo como a los colegas.

—Lo he visto luchar y es imprevisible —comentó Brand, frunciendo el ceño.

Así que su primer rival iba a ser un pez gordo… Estupendo. Armie se encogió de hombros como para aparentar que no le importaba lo más mínimo. Hacía poco que la SBC, la organización más prestigiosa de artes marciales mixtas, prácticamente lo había coaccionado para que firmara con ellos. Cannon había colaborado en la tarea, empujándolo para que diera ese paso una vez que pulverizó todos los récords en los torneos locales.

Y era un paso bien grande, algo para lo que los demás muchachos habían trabajado sin cesar. La SBC pagaba mucho más y proporcionaba un prestigio y una fama enormes. Sus luchadores viajaban por todo el mundo de competición en competición.

Pero a Armie prefería no llamar la atención, lo cual era muchísimo más seguro por múltiples razones. Si no hubiera sido por Cannon…

—Lo hará muy bien contra Carter —afirmó Cannon—. Y que no os preocupe su manera de entrenar. Armie se motiva de manera diferente, eso es todo.

Siempre, de manera incondicional, podía contar con Cannon. Como la única persona que sabía por qué había rehuido fama y fortuna, Cannon lo entendía. No estaban emparentados, pero en la práctica funcionaban como verdaderos hermanos.

Lo cual constituía la segunda y fundamental razón por la que no podía, no debía, desear a Merissa como la deseaba. Cannon protegía a la gente que quería. Y a su hermana la quería muchísimo.

—Se está haciendo tarde —añadió Cannon—. No querrás hacer esperar a Yvette.

Contento del cambio de tema, Armie sacó su móvil.

—Será mejor que haga un par de llamadas para informar a las damas de que no me reuniré con ellas después de todo.

Stack miró a Denver.

—Si eso lo hubiera dicho cualquier otra persona, habría pensado que era un farol.

—El solitario… —ironizó Denver.

Armie se alejó sabiendo que tenían razón.

Merissa Colter se apoyó en el mostrador de la cocina con una copa de vino en la mano, viendo cómo Yvette preparaba una bandeja de carnes frías y quesos.

—¿Seguro que no quieres que te ayude?

Yvette le lanzó una sonrisa alegre.

—No hay tanto que hacer. Además, te has acicalado tanto esta noche que no quiero que corras el riesgo de mancharte.

Mirándose, Merissa replicó:

—Menudo cambio, ¿no?

Yvette asintió con una sonrisa astuta y se limpió las manos en el delantal.

—Es bueno para una chica cambiar de aspecto de cuando en cuando. Y con esas piernas tan largas que tienes, el conjunto que llevas te queda fenomenal.

—Me lo compré con Vanity —Vanity, la mejor amiga de Yvette y en aquel momento la mujer de Stack, era una fanática de la moda—. Fue ella la que insistió en las botas.

—Con tacones —precisó Yvette, animada, ya que Merissa siempre llevaba calzado plano—. Me gusta.

—Lo malo es que soy tan condenadamente alta…

—Como una modelo.

—No sé —dijo, porque más bien solía sentirse desgarbada, no una modelo.

—Confía en mí —le aseguró Yvette mientras colocaba las últimas lonchas de queso en la bandeja—. Causarás sensación. Dejarás a todo el mundo con la boca abierta. Eres muy alta, sí, pero con una figura estupenda.

Merissa casi se atragantó al oír aquello.

—Pues mi talla de sujetador es bastante pequeña….

Un sonido llegó hasta ellas desde el umbral de la cocina y Merissa alzó la mirada para descubrir a Brand, Miles y a Leese mirándola con una sonrisa. Los tres fantásticos, musculosos, muy atractivos.

Pero ninguno de ellos era Armie.

Lo que sentía por ellos, y viceversa, no era en absoluto romántico. Aun así, un rubor se extendió por su rostro. Al fin y al cabo, acababan de oírla hacer un comentario sobre su busto…

Mirando a su alrededor en busca de un arma, Merissa agarró una bayeta y se la lanzó.

—¡Fingid que no habéis oído nada!

—Demasiado tarde —Leese atrapó la bayeta y la dejó sobre el fregadero—. No sé qué es lo que echas de menos, pero yo te aseguro que no te falta de nada —se volvió hacia los otros dos luchadores—. ¿Estoy o no en lo cierto?

—Por supuesto.

—Definitivamente.

Avergonzada, pero agradecida al mismo tiempo por el comentario, Merissa se echó a reír.

—Sois mis amigos. Estáis obligados a decir eso.

—Es la verdad. Te lo juro —insistió Leese antes de sacar tres cervezas de la nevera y lanzar una a Brand y la otra a Miles.

Recorriéndola con una pecaminosa mirada, Brand se alejó hasta el otro extremo de la cocina.

—¿Y ese conjunto? —arqueó una ceja—. Es muy sexy.

De repente se sintió muy expuesta con su suéter ancho de escote de pico, el pantalón ceñido y las botas de tacón.

—¿Lo ves? —intervino Yvette—. Estás despampanante. ¿A quién le importa que no tengas una talla grande de sujetador?

A ella, sí.

—Insisto en que no te falta nada —remachó Miles. Tanto Brand como él eran morenos de pelo, pero Miles tenía los ojos de un verde claro, siempre estaba sonriendo… y flirteaba con cada mujer que se le ponía a tiro—. Confía en mí.

Leese se pasó una mano por su pelo negro azabache, con un brillo juguetón en sus ojos azules.

—Yo soy más bien de traseros —le guiñó un ojo, como indicándole que el suyo satisfacía sus requisitos.

Era un milagro que pudiera pensar en algo rodeada como estaba por tipos tan atractivos. Su vida habría resultado mucho más fácil si hubiera sentido por alguno de ellos lo mismo que sentía por Armie.

Yvette empezó a echarlos entonces a todos de la cocina.

—La estáis avergonzando. Fuera de aquí.

—Solo estábamos reforzando su autoestima —protestó Brand.

Los hombres se marcharon a regañadientes. Una vez que volvieron a quedarse solas, Yvette seguía sonriendo con un cálido brillo de alegría en los ojos.

Merissa supo entonces que estaba pasando algo. Tanto su hermano como Yvette estaban demasiado alegres. Dejando a un lado su copa, preguntó:

—¿Se puede saber qué os pasa a Cannon y a ti?

Tarareando por lo bajo, Yvette sacó un cuenco y lo llenó de patatas fritas.

—No sé qué quieres decir.

—Oh… oh.

Justo en aquel momento, Armie asomó la cabeza por la cocina.

—Hey, Yvette… —se interrumpió en seco cuando descubrió a Merissa.

Impresionado, Armie recorrió su cuerpo con la mirada, absorbiendo cada detalle. Su pecho se dilató en un lento suspiro. Merissa no se movió. Verlo le producía un efecto completamente distinto que el que experimentaba con otros hombres, como por ejemplo aquellos que acababan de hacerle comentarios sobre su ropa. Esta vez, sin embargo, se trataba de Armie. No quería que su opinión le importara tanto… Pero le importaba.

Demasiado tarde, la mirada de Armie regresó a su rostro y se quedó ya allí. Apretó la mandíbula. Sus oscuros ojos parecían consumirla y, justo cuando sintió que se iba a desmayar por la falta de oxígeno, él se volvió para marcharse.

Claramente Armie no había esperado verla y tampoco lo había querido. Eso le dolió.

Fue Yvette quien lo detuvo.

—¡Armie! Pasa. ¿Qué te apetece beber?

De espaldas a ellas, se quedó inmóvil. Flexionó los músculos de los hombros… y los relajó luego deliberadamente antes de volverse. El calor de sus ojos se había trocado en indiferencia y su arrogante sonrisa casi convenció a Merissa de que se había imaginado la tensión anterior.

—No quiero nada.

Merissa resopló escéptica. No había querido hacerlo. Fue algo involuntario.

Armie clavó de nuevo la mirada en ella.

—¿Hay algo que te parezca divertido, Larga?

Dios, ¡cómo odiaba aquel apodo! Enfatizaba su estatura, pero, lo que era aún peor: demostraba que Armie no la veía como una mujer deseable.

—¿Que no quieres nada, has dicho? —resopló de nuevo—. No me lo creo.

Entrando del todo en la cocina, Armie le dijo a Yvette:

—Tomaré una cerveza.

—Claro —Yvette sirvió un tazón de té sin azúcar. Se lo entregó a Armie, le dio un beso en la mejilla y recogió luego la bandeja para llevarla al comedor.

Armie se quedó mirando el tazón, perplejo.

Merissa aprovechó para contemplarlo. Hasta hacía muy poco se había teñido el pelo de un rubio casi blanco, pero había dejado de hacerlo y en aquel momento había recuperado su tono natural, de un rubio oscuro. No contrastaba ya tan dramáticamente con el marrón chocolate de sus ojos. Lucía tatuajes en los antebrazos y, aunque no podía verlo debido a la camiseta, sabía que se había hecho otro en la espalda.

Llevaba unos tejanos de cintura baja que resaltaban sus estrechas caderas, algo largos sobre sus deportivas. La pechera de su ceñida camiseta ostentaba descaradamente dos palabras: Orgasmos gratis.

Merissa se aclaró la garganta.

—¿No te gusta el té?

—No especialmente —dejó el tazón a un lado y se acercó a la nevera.

Merissa aprovechó que había metido la cabeza dentro para contemplar su cuerpo. Recorrió con la mirada los tatuajes de aspecto étnico que decoraban sus voluminosos antebrazos hasta los codos: adoraba la tersa y tensa piel de sus bíceps. Por un estremecedor segundo, se le subió la camiseta y alcanzó a ver una franja de piel justo encima de sus boxers. Era todo músculo, un espectáculo que siempre conseguía derretirla por dentro.

Se abanicó el rostro.

—Yvette está intentando salvarte de ti mismo.

—Es una causa perdida —masculló Armie mientras sacaba una cerveza y cerraba la nevera. Apoyándose en la mesa, la abrió, se la llevó a los labios… e Yvette se la quitó en cuanto volvió a la cocina.

Muy dulcemente, le dijo:

—Cannon me ha dicho que tienes que seguir una dieta estricta para tu próximo combate.

—¡Pero si todavía faltan dos meses!

—Cannon ya me avisó de que responderías eso.

—¿Ah, sí? — miró a su alrededor, entrecerrando los ojos—. ¿Dónde está tu marido?

Ignorando la implícita amenaza de su tono, Yvette se echó a reír.

Armie abandonó entonces su gesto agresivo.

—Una cerveza no me hará ningún daño, cariño —recuperó la botella—. Te lo prometo.

Yvette no parecía muy convencida, pero terminó cediendo.

—Está bien. Pero solo una —se volvió hacia Merissa—. Hazme un favor, Rissy. Vigílamelo.

Merissa empezó a protestar, pero para entonces Yvette ya había vuelto a marcharse con el cuenco de patatas fritas, dejándola sola en la cocina con Armie.

Con una expresión cuidadosamente aséptica, tensos los músculos, Armie la miró.

Merissa soltó un largo y exagerado suspiro.

—Un Mississippi. Dos Mississippis. Tres Missi…

Armie frunció el ceño.

—¿Qué estás haciendo?

—Contar el tiempo que vas a tardar en entrar en pánico y salir corriendo de aquí.

Retrocedió un paso, perplejo.

—Yo nunca entro en pánico.

—Tonterías —se apartó bruscamente del mostrador, viendo cómo relampagueaban sus ojos—. Desde aquel fatídico beso que nos dimos hace ya meses, cada vez que me ves, sales corriendo en la dirección opuesta. Pero no te preocupes, Armie. Estás a salvo de mis malvadas garras. El mensaje me llegó alto y claro —dejando su copa sobre el mostrador, se dispuso a marcharse.

Pero él la agarró del brazo.

Su manaza se cerró sobre la parte superior de su antebrazo, cálida, fuerte. Suave pero firme.

De espaldas a él, con el corazón atronándole en el pecho, Merissa esperó. Él no dijo nada, pero al cabo de unos segundos empezó a mover el pulgar sobre su piel. Aquello casi hizo que se le detuviese el corazón, y… ¿no era sencillamente patético? Él no la deseaba. Se lo había dejado muy claro. Aquella vez, en noviembre, la había besado… para asegurarle a continuación que todo había sido un error. Ahora estaban en febrero y, en todo el tiempo transcurrido, apenas se había dignado mirarla.

—No pretendía ahuyentarte —se acercó. Lo suficiente como para que ella sintiera la calidez de su cuerpo.

Reforzando su resistencia, obligándose a recordar su renovada resolución, Merissa se volvió para mirarlo. Su alta estatura, con el complemento de los tacones, la colocaba justamente a su mismo nivel.

Él se la quedó mirando fijamente a los ojos y bajó luego la mirada hasta su boca.

Un desesperado anhelo le robó el aliento, convirtiendo su negativa en un susurro:

—No.

—¿No? —repitió él, con la misma suavidad.

Apoyando ambas manos en la pechera de aquella ridícula camiseta, con las palmas sobre su duro pecho, lo apartó.

—Ya me besaste una vez. Me pareció que había sido esa tu intención… hasta que te dio asco.

—¿Asco? Para nada.

Resuelta, se llevó una mano al corazón, con el puño cerrado.

—Me machacaste, Armie. Me hiciste sentime fatal. Y todo por un simple beso. Así que, efectivamente, lo entiendo. Tú no me deseas. Comprendido. Créeme cuando te digo que no quiero volver a pasar por aquello.

Antes de que pudiera alejarse, él volvió a sujetarla del brazo.

Se lo quedó mirando fijamente, deseosa, con una pequeña parte de su ser esperando todavía que él pudiera decir algo que lo cambiara todo.

No lo hizo. Entornó los ojos y apretó la mandíbula como si estuviera luchando consigo mismo. Luego, por pura fuerza de voluntad, abrió los dedos y la soltó.

Ahogándose casi de dolor, Merissa se volvió para marcharse… y casi chocó contra su hermano. Su pequeño y musculoso chucho, Muggles, la saludó con un agudo ladrido.

Canon la atrajo en seguida hacia sí.

—Oye, ¿estás bien?

Armie hizo un intento de pasar por delante de ellos y marcharse, pero Cannon, sin acritud, le bloqueó el paso.

Merissa masculló:

—Me marcho. Ha sido un día largo y estoy agotada.

Su hermano le dio un beso en la frente.

—Está bien —luego, volviéndose hacia Armie, los incluyó a los dos cuando dijo—: pero antes Yvette tiene que anunciarnos algo.

Con un brazo sobre sus hombros, la guio hasta el salón. Muggles corrió hasta donde se encontraba Yvette, presidiendo la habitación con una sonrisa de felicidad en los labios. La rodeaban sus amigos: Denver y Cherry, Stack y Vanity, Gage y Harper. Los solteros, que eran Leese, Justice, Brand y Miles, habían llegado solos, así que quizá habían sospechado que la fiesta incluiría un anuncio de carácter íntimo.

Adivinando ya la noticia, Merissa sonrió también.

—Adelante, ve —le dijo a su hermano—. Estoy perfectamente.

Cannon la abrazó antes de reunirse con Yvette a la cabecera del salón. Levantó al perro con una mano y pasó la otra por la cintura de su mujer.

Tan embelesada a esas alturas como Yvette, Merissa ignoró a Armie, que se había colocado a su lado, para concentrarse únicamente en la felicidad de su hermano.

Apoyando la cabeza sobre el hombro de Cannon, Yvette anunció:

—¡Estoy embarazada!

Los gritos resultaron casi ensordecedores, lo que hizo que Muggles se pusiera a aullar todo excitado. Todo el mundo empezó a abrazar a todo el mundo y, de alguna manera… Sí. Merissa terminó abrazada a Armie.

Él parecía tan anonadado como se sentía ella por dentro, pero eso solamente duró un segundo. Porque de repente sonrió, la alzó en volandas y empezó a girar con ella. Cuando volvió a bajarla al suelo, le sonrió enternecido:

—Vas a ser tía.

—Un bebé —las lágrimas le escocían los ojos. No podía dejar de sonreír—. No puedo esperar.

Cuando Cannon volvió a reclamar la atención de todo el mundo, ambos se volvieron para mirar al frente. Pero, esa vez, Armie mantuvo un brazo sobre sus hombros. De repente fue como en los viejos tiempos, cuando ella era más joven y Armie siempre andaba cerca, gastándole bromas y protegiéndola. La emoción inundó su pecho.

—Hacía ya algún tiempo que lo sabía —informó Yvette.

Eso provocó las bromistas quejas de todo el mundo.

—Tuvimos el combate de Denver, y luego Cherry y él se casaron —explicó Cannon—. Luego Stack y Vanity se fueron a Las Vegas a casarse, y con tanta buena noticia junta…

—La nuestra podía esperar —continuó Yvette—. Pero ahora estoy feliz de compartirla con todos vosotros.

—Tiene que haber algo en el aire —comentó Vanity—. La hermana de Stack también está esperando un bebé.

Denver arqueó una ceja y miró a Cherry, que se apresuró a protestar:

—No. Yo no. Pretendo seguir disfrutando como esposa por un tiempo.

Vanity aplaudió su decisión.

—Muy bien dicho.

Durante la hora siguiente todo el mundo charló y rio, abordando todos los temas: desde nombres para el bebé hasta el mobiliario de su cuarto o la fiesta que darían cuando se acercara el parto. La comida que había servido Yvette fue devorada en un tiempo récord y Merissa no perdió en ningún momento su buen humor. Tras felicitar a la pareja y comentarles lo feliz que se sentía por ellos, decidió escabullirse. O, al menos, lo intentó. Porque, sin que se dieran cuenta los demás, Armie la siguió.

Ella, por supuesto, fue consciente de su cercanía. Sentía su mirada como una cálida caricia. Cada vez que la rozaba levemente, el contacto era como un calambrazo. Quizá él pudiera soportarlo, pero ella no.

Por el bien de su propio orgullo, necesitaba alejarse de él. En aquel preciso instante.

Pero, tras el abrazo con que se despidió de su hermano y de Yvette, se lo encontró a su lado. Fue terminar de ponerse el abrigo y chocar contra él. Sin molestarse en abrochárselo, deseosa únicamente de escapar, salió a toda velocidad de la casa.

Por fin sola, se detuvo un momento para recuperarse. El frío aire de la noche la obligó a cerrarse el abrigo y subirse el cuello. Acababa de soltar un profundo suspiro cuando la puerta de la casa se abrió de nuevo y apareció Armie.

La luz del porche los iluminaba con su resplandor amarillo. Sin abrigo alguno, sin más protección contra el frío que su camiseta, se la quedó mirando.

—¿Qué… qué estás haciendo? —exigió saber Merissa.

Él hundió las manos en los bolsillos de sus tejanos.

—Quería hablar contigo un segundo.

No y no. Merissa no quería hablar. De todas formas, ya sabía lo que iba a decirle.

—No es necesario —se volvió para dirigirse hacia su coche y… maldijo para sus adentros, porque Armie le estaba pisando los talones. En la acera, se giró para enfrentarlo—: ¡Armie!

—Rissy —esbozó una media sonrisa.

Ella alzó las manos en un gesto de frustración.

Él se frotó un ojo, luego la nuca. Dejando caer las manos, se la quedó mirando fijamente.

—Aquel beso…

Estupefacta, sintió que se quedaba sin aire. Permaneció muy quieta.

—Hace ya meses de aquello —precisó, como si ella no se acordara, como si no lo hubiera rememorado mentalmente casi sin parar, día tras día—. En el bar de Rowdy…

—Ya. Lo recuerdo —reconoció. No eran pocas las veces que habría preferido olvidarlo.

Había intentado ligar con Leese, solo para sacudirse la frustración que le provocaba Armie. Pero Leese era un gran tipo y la había rechazado con elegancia, no sin antes dejarle claro que habría aprovechado gustoso la oportunidad de no haber sabido que tenía el corazón puesto en otro hombre. Desde entonces, Leese y ella se habían hecho todavía más amigos.

—¿Qué pasa con aquel beso?

Armie se la quedó mirando durante toda una eternidad. Finalmente se acercó aún más y susurró:

—Fue la cosa más condenadamente sexy que he disfrutado nunca.

Oh, Dios. No podía escuchar aquello. No podía alimentar sus esperanzas.

—Voy a ser sincero contigo.

Merissa sintió una punzada en el pecho.

—De acuerdo.

—Nada me gustaría más que hacerte el amor. Nada.

¿Hacerle el amor? Solo el hecho de oírselo decir la hizo reaccionar físicamente.

Él le acarició la melena y se la echó sobre un hombro.

—Ni ganar el primero premio de la lotería. Ni un cinturón de campeón del mundo de lucha. Nada.

Deslizó el pulgar por su cuello, acelerándole el pulso.

—He pensado sobre ello —añadió—. Mucho.

—Yo también.

—Ssh — le puso un dedo sobre los labios para acallarla—. Dudo muy seriamente que estemos pensando en las mismas cosas.

Merissa ansiaba desesperadamente saber en qué estaba pensando. Armie era conocido por sus excesos sexuales y por la variedad de sus experiencias. Demasiado a menudo se torturaba preguntándose por el tipo de cosas que querría hacer con ella.

—Y ese es el problema —añadió él.

Ella quiso gritarle que no había ningún problema, pero sabía que él no le haría ningún caso.

—Te deseo, Rissy. Eso nunca debería ponerse en cuestión —sujetándole la barbilla, escrutó su rostro y repitió—: Nunca.

Allí estaba: una implacable esperanza. Sin saber qué decir, asintió.

—Pero, más que eso, quiero para ti algo mejor que… yo.

«Espera un momento», se dijo. ¿Qué? No podía estar hablando en serio. ¿Mejor que él? ¿Acaso no era consciente del hombre tan increíble que era? ¿Cómo podía ser? Tenía amigos que le querían. Tenía a Cannon y, maldita sea, su hermano era el mejor hombre que conocía. Cannon nunca se habría hecho tan amigo de un tipo al que no pudiera reputar de estupendo, de genial.

—Sé que dejarías la casa de tu hermano por mi causa, y eso es lo último que debería ocurrir. No quiero alejarte de tu familia. No quiero que te sientas mal.

—Demasiado tarde.

El rostro de Armie se tensó. Bajó las manos y retrocedió un paso.

—Aquí es donde tienes que ayudarme —con expresión demasiado seria, afirmó—: No quiero hacerte el menor daño: de eso puedes estar segura. Así que primero necesitas establecer tus prioridades.

Ella sacudió la cabeza. Pero él acabó diciéndose de todas formas:

—Así que… adelante y búscate un buen tipo. Diablos… —titubeó un poco, pero luego susurró—: Sienta la cabeza, establécete, ten hijos.

Sin él.

Era eso lo que había querido decirle. Que hiciera todo eso… sin él. Una renovada ola de furia ayudó a reducir algo de su dolor.

—¿Crees que no puedo?

—Sé que puedes —tragó saliva—. Cualquier hombre sería muy afortunado de tenerte.

Aquello la hizo reír. Cualquier hombre… que no fuera él.

—¿Te has fijado en mi nuevo look? Quiero decir que… todo el mundo lo ha hecho.

En voz muy baja, confirmó:

—Sí.

—Bueno, pues esta soy yo ahora —se ahuecó el pelo—. Nuevo look, nueva actitud. Incluso podría ascender en el banco —una nueva posición de directora la distanciaría un tanto de Armie. Lo malo era que la distanciaría también de su hermano, sobre todo ahora que estaba a punto de convertirse en tía. Pero no conocía otra manera—. He decidido seguir tus pasos, Armie.

—Dios.

—¿Qué pasa? ¿Crees que eres el único que puedes jugar a ese juego, soltarte un poco el pelo? Yo también quiero vivir experiencias —había querido vivir esas experiencias con él, pero por nada del mundo se lo suplicaría—. Sigue tú adelante con tu vida, con la conciencia tranquila… porque yo haré lo mismo con la mía.

Apartándose bruscamente, subió a su coche e insertó nerviosamente la llave en el encendido. Armie se quedó donde estaba, rígido, con expresión inescrutable. Y, de alguna manera, pese a lo muy imbécil que era, con aspecto herido. Dolido.

Finalmente, una vez que ella consiguió arrancar el coche, Armie se alejó y cruzó la calle, hasta donde había dejado aparcada su camioneta. Respirando aceleradamente, Merissa se lo quedó mirando hasta que arrancó el motor y se marchó también.

En la dirección opuesta a la de ella. Como siempre.

Y, maldijo para sus adentros, pero el dolor que sintió fue tan fuerte que no pudo contener las lágrimas. Porque sabía esa vez que todo había acabado… cuando, en realidad, ni siquiera había empezado.

Lucha contra el deseo

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