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Capítulo 4

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Merissa nunca en toda su vida se había sentido tan descarada. Llevarse a Armie a la cama… guau. Aquello encabezaba su lista de hazañas atrevidas. Por alguna razón aquella noche se sentía poderosa, lo suficiente como para lanzarse a fondo respecto al hombre de sus sueños.

Quizá la culpa la tuvieran sus deseos de escapar de la violencia que había vivido. O la manera tan galante con la que Armie la había protegido.

O quizá fuera el estímulo de su hermano… y su tácito permiso.

Fuera cual fuera la razón, en aquel momento estaba allí, dispuesta a pelear con uñas y dientes para conseguir lo que quería.

Armie había aceptado su mano y en aquel instante sus dedos estaban estrechamente entrelazados. Con la mirada intensa, rígido su gran corpachón, la siguió en silencio, quizás un tanto anonadado. La tensión sexual llenaba el aire, tan densa que hasta podía cortarse.

No conocía la casa de Armie, así que tuvo que asomarse a cada habitación mientras pasaba por delante. Él tenía todo bastante ordenado, pero no inmaculadamente limpio. En su baño de color blanco y negro había una toalla tirada por el suelo y otra en su sitio. El cesto de la ropa sucia estaba desbordado, y encima la camisa de franela manchada de sangre.

Aquello la transportó de nuevo al momento en que Armie se puso delante de ella, dispuesto a recibir una bala. La emoción la asaltó hasta que le ardieron los ojos por las lágrimas, pero luchó contra ella. No era una llorona, nunca había llorado, no le veía el menor sentido.

Aquellas circunstancias, sin embargo, eran muy diferentes. Tarde o temprano rompería a llorar… pero no delante de Armie.

Demasiado mal lo había pasado Armie a lo largo de aquel día, peor que ella seguro, dado que había estado dispuesto a dar su vida para protegerla.

Ella no siempre lo entendía, no siempre comprendía sus motivaciones o sus razones, pero lo amaba. Por lo que se refería a aquella noche, con eso le bastaba.

Junto al baño había un dormitorio con la puerta abierta. Mordiéndose el labio, expectante, se asomó. El mobiliario era negro. La cama, enorme, estaba sin hacer y tenía un foco en la cabecera. En la pared de enfrente colgaba un espejo gigantesco.

A su espalda, con un tono suave a la vez que levemente amenazante, Armie preguntó:

—¿Te estás arrepintiendo?

Ella negó con la cabeza.

—¿Estás buscando acaso látigos y cuerdas?

Se giró para mirarlo. Estaban muy cerca, boca contra boca.

—¿Tienes?

—La curiosidad mató al gato —sonrió.

Adivinando que solamente pretendía ahuyentarla, se burló a su vez.

—No creo que tengas.

Él entrecerró los ojos.

—Tengo todo lo que necesito para hacer feliz a una dama. Y, por feliz, me refiero a que chille cuando se corra.

Guau. Ciertamente sonaba muy confiado.

—Así que… ¿las atas si ellas te lo piden?

Su expresión se endureció.

—No estoy teniendo esta conversación contigo.

—Claro que sí —intentó aparentar seguridad, cuando por dentro se sentía un tanto consternada ante la imagen. Y quizá un poquito excitada también—. Además, te oí hablando con aquella mujer. Me muero de ganas de saber lo que le hacías.

—¿Qué mujer? —inquirió, confuso.

—La que vino a visitarte esta noche.

Se la quedó mirando con la boca abierta, y apretó luego los labios.

—¿Estuviste escuchando a escondidas?

—Eso me temo —le resultaría difícil preguntárselo sin haber admitido antes que les había escuchado—. Pero no a propósito. Cuando vine, ella ya estaba aquí. No quise molestar, así que esperé.

—¿A una distancia suficiente para escucharlo todo?

—Estabais en el descansillo. No tuve necesidad de pegar el oído a la puerta.

El disgusto le arrancó un profundo suspiro.

—Diablos. Estoy demasiado fundido para digerir todo esto.

—¿Fundido?

—Borracho —la señaló con un gesto—. Y que tú estés aquí no me está ayudando precisamente.

—No me pidas que me vaya —dijo ella, y admitió—: Cuando me quedo sola, no puedo dejar de pensar en el atraco, en aquel hombre y en cómo me…

—Shh. Tranquila —allí mismo, en el umbral de su dormitorio, Armie la acorraló de repente contra la pared, le tomó las manos y se las sujetó a cada lado de la cabeza—. Estás a salvo.

La presión de su cuerpo le robó el aliento. Sobre todo con su dura erección rozando su vientre. Su única ropa eran aquellos estúpidos boxers, y ella podía sentir cada largo y duro músculo a través de su camiseta y de sus tejanos de cintura baja.

La mirada de Armie vagó por su rostro, deteniéndose en su boca, para bajar luego por su cuello hasta sus senos. Le rozó la nariz con la suya y ella pudo sentir el olor a whisky de su aliento.

—No sabes lo que estás pidiendo, Larga.

Por una vez, el uso de aquel apodo no le molestó.

—Sí que lo sé.

Sus labios rozaron su mandíbula amoratada, llegando hasta el lóbulo de la oreja.

—Rissy… —susurró, como si estuviera sufriendo.

—Te estoy pidiendo a ti, Armie. Solo a ti.

Él vaciló, y en seguida se apartó bruscamente de ella.

—No es tan fácil y lo sabes. Nadie se mete en mi cama así por las buenas, solo porque me desea.

—Yo sí —musitó.

—Dios mío, estoy borracho… —gruñó.

Si eso era cierto, y ella estaba segura de que lo era, entonces no sería ético por su parte aprovecharse de él. Armie deseaba resistirse y ella quería vencer su resistencia.

Pero no quería embaucarlo para que hiciera algo de lo que más tarde pudiera arrepentirse.

Le dedicó una larga mirada y entró en el dormitorio.

Él se echó a reír, se frotó sus cansados ojos y masculló:

—Lo intenté.

—Sí, desde luego —para convencerlo, le preguntó—: ¿Te ayudaría a relajarte si te dijera que lo único que quiero es dormir? Además de tu compañía, quiero decir, porque, sinceramente: no quiero estar sola —y estaba absolutamente segura de que él tampoco.

Lleno de arrepentimiento, Armie sacudió la cabeza.

—Lo siento, nena, pero no puedo. Dormiré en el sofá.

¿Nena? Aquello era nuevo, pero, una vez más, había bebido demasiado y su cerebro no debía de estar funcionando muy bien.

—Pues vamos a estar muy incómodos los dos allí.

Al ver que se quedaba donde estaba, sin retirarse ni tampoco entrar del todo en el dormitorio, Merissa decidió forzar las cosas. Se llevó las manos al botón de sus tejanos.

Armie no apartó en ningún momento la mirada de sus ojos, pero empezó a respirar aceleradamente.

Ella se bajó la cremallera, deslizó las manos dentro de los tejanos a lo largo de sus caderas y empezó a bajárselos lentamente.

Pudo ver que las aletas de su nariz se dilataban.

Dejó los tejanos sobre una silla, apartó el edredón y, llena de incertidumbre, se metió en la cama y se arropó. Se lo quedó mirando, expectante.

—Si no estuviera bebido —le dijo, mirándola fijamente—, quizá podría hacerlo —se acercó, agarró el edredón y volvió a apartarlo. Su ardiente mirada recorrió su cuerpo de pies a cabeza, abrasándola—. No quiero hacerte daño.

—No me lo harás —había estado dispuesto a morir por ella. Confiaba completamente en él.

Un profundo, ronco gruñido brotó de su garganta y al momento siguiente estaba en la cama, acercándola hacia sí, con una mano en su pelo y la otra en la parte baja de su espalda, casi sobre su trasero. Sus piernas se entrelazaron: velludas y musculosas las de él, suaves y esbeltas las de ella. Merissa podía sentir la caricia del fino vello de su pecho contra su mejilla, así como el poderoso latido de su corazón.

—¿Armie?

—Shh. Dame un minuto.

—De acuerdo —olía tan bien y se sentía tan bien, que no le importó seguir así, abrazada a él, sin hacer nada. Pero conforme fueron transcurriendo los minutos, empezó a preguntarse si no se habría quedado dormido. El foco del cabecero estaba encendido y el edredón seguía a los pies de la cama.

Apartándose levemente de él, alzó el rostro y descubrió que tenía los ojos cerrados, con el ceño levemente fruncido.

Se incorporó a medias para besarle la herida de la cabeza, y fue entonces cuando vio las esposas de velcro que colgaban del cabecero. Una vez que las vio, no pudo evitar dejar de mirarlas.

—¿Armie?

—¿Umm?

—¿Te estás haciendo el dormido? —preguntó, ceñuda.

—Me estoy concentrando.

—¿En qué?

Vio que deslizaba una mano más abajo, justo sobre su nalga. Se la acarició con el pulgar, levemente, y en seguida volvió a subir la mano hasta la parte baja de su espalda. Con voz ronca, respondió:

—En no hacer nada más que esto.

Después de aquella vibrante y sensual caricia, Merissa tardó unos segundos en poder recuperar la voz.

—Er… —carraspeó—. ¿Podemos hablar sobre esas esposas de velcro que cuelgan del cabecero de tu cama?

Él abrió entonces los ojos. Oscuros, cautivadores.

—Podríamos hablar de que te quitaras la camiseta.

Aquella voz ronca y baja la tentó tanto como la misma sugerencia.

—Oh, Armie —susurró—. Si no estuvieras borracho, lo haría.

—Si no estuviera borracho, no te lo pediría.

Pensó que probablemente tenía razón. Suspiró.

Como para convencerla, Armie añadió:

—Soy mejor pollachín cuando estoy ebrio.

—¿Pollachín? —soltó una carcajada.

Frotó su erección contra ella.

—Como espadachín, pero con la polla.

—Sí —tuvo que esforzarse por dejar de sonreír—. He entendido la referencia.

La mano que tenía sobre su espalda empezó a jugar con su camiseta.

—¿Quieres que te lo demuestre?

—Quiero que me expliques lo de las esposas de velcro.

Su mirada se volvió densa de deseo, sensual.

—Las utilizo para atar a damas juguetonas con el objetivo de hacer con ellas lo que me plazca… lo cual les encanta.

—¿Es esa una de las cosas que las mujeres te piden? ¿Que las ates? —estar a merced de Armie era algo que no le importaría en absoluto. De hecho, se excitaba solo de pensarlo.

—Sí —la acercó para darle un beso—. Me lo suplican.

Merissa evitó su boca y, en lugar de besarlo allí, lo hizo sobre su frente, y luego en el puente de la nariz.

—La mujer que estuvo aquí esta noche… ¿es eso lo que le gusta?

—Le gusta que le caliente el trasero —Armie giró la cabeza y frotó la nariz contra su cuello—. Pero no debería contarte esto.

Al revés: ella lo encontraba fascinante.

—Así que… ¿la azotas?

—Sí —le mordisqueó un hombro, y en seguida se quedó inmóvil—. ¿Te gustaría a ti eso?

—¡No! —declaró, enfática.

Armie volvió a relajarse.

—Bien. Por nada del mundo te haría el menor daño. De ninguna de las maneras.

Conmovida por aquella confesión, Merissa le apretó la cabeza contra sus senos. La manera en que había dicho aquello, «de ninguna de las maneras», le había desatado un torbellino de pensamientos.

Él había empezado a acercar la nariz a sus pezones y ella le apartó la cabeza para poder mirarlo a la cara.

Armie le sostuvo la mirada. La suya, llena de deseo, estaba levemente desenfocada.

—Esperaba que tu dormitorio estuviera lleno de juguetes sexuales.

—Umm —murmuró él con una sonrisa—. Las chicas se traen los suyos.

Aquella respuesta la tomó por sorpresa.

—¿De veras?

Deslizando las yemas de los dedos todo a lo largo de su brazo, repuso:

—Bueno, supongo que prefieren encargarse ellas mismas de su limpieza.

Cuestión de higiene.

—¡Uf! Demasiada información.

Él se echó a reír y le dio un beso en la coronilla.

—¿Cómo puede ser demasiada información cuando me estás interrogando de esta forma?

—Yo no esperaba que…

—El sexo es un asunto engorroso —su voz se volvió profunda—. Las mujeres se mojan cuando se excitan, y los hombres se corren —le echó la melena hacia atrás—. Eso lo sabes.

Sabía de sexo normal y aburrido con hombres a los que no había amado. Sin juguetes sexuales, sin esposas de velcro y, por supuesto, sin azotes. Con Armie no necesitaba de aquellas cosas tan retorcidas, pero quería hacerlo feliz.

—¿Qué le dijiste a esa mujer…?

—Es muy maleducado por mi parte ir contando esas cosas…

Se arrebujó contra él.

—Pero es que siento mucha curiosidad…

—Dios… —gruñó.

Le encantaba la fina capa de vello que cubría sus duros pectorales y que se convertía en una fina línea conforme descendía, dividiendo su torso. Y le encantaba también que respetara a las mujeres lo suficiente como para no querer divulgar sus intimidades.

Le encantaba su cuerpo y su actitud, su fuerza y su preocupación… Le encantaba todo de él.

—No siento curiosidad por lo que haces con esa mujer en cuestión, sino en general.

Él la meció suavemente y le preguntó.

—¿Por qué no te duermes?

—¿Te gusta azotar a las mujeres?

Él gruñó de nuevo.

—Armie… —insistió.

Transcurrieron varios segundos. Merissa entrecerró los ojos.

—Si te quedas dormido, te juro que….

No se movía. Tenía los ojos cerrados. Merissa resopló. Efectivamente, se había quedado dormido. Podía ver cómo se alzaba y bajaba su espalda con cada profundo aliento. La vista de la magulladura atenuó su indignación.

Entonces se dio cuenta de que antes, cuando se volvió, se le había bajado un poco el calzoncillo. La cintura se había desplazado sus buenos diez centímetros hacia abajo, por cada lado, mostrando una banda de piel pálida justo encima de sus duras nalgas. Deslizó un dedo a lo largo de toda su espalda, hasta su trasero, y ni aun así se movió.

¿Recordaría algo de aquello a la mañana siguiente? Oh, sería algo malvado por su parte, pero casi deseaba que no. Porque sería divertido hacerle pasar un mal rato recordándole, poco a poco, dosis a dosis, todo aquello que habían hablado y la cantidad de veces que la había besado.

Mientras lo contemplaba dormido, no fueron pocos los sucios pensamientos que asaltaron su mente. Su mirada fue a posarse de nuevo en su trasero medio desnudo.

Bueno, ella dejaba su firma en todas partes, ¿no?

Sonriendo, se levantó de la cama para volver al cabo de un momento. La respiración de Armie se había convertido en un ronquido ligero, y no se despertó mientras duró el proceso de la firma.

Cuando terminó, volvió a meterse en la cama, se arrebujó contra él y se quedó dormida con una sonrisa de felicidad en los labios.

Armie se despertó lentamente, con la mirada desenfocada y la cabeza más todavía. Nada más moverse, le dolieron varias cosas. Nada nuevo, por lo demás. Entrenaba duro, combatía duro y a menudo se despertaba con los músculos doloridos o lesiones menores. Se desperezó.

Y de repente recordó.

Sentándose con un sobresalto, miró el otro lado de la cama y lo descubrió vacío. Salió del dormitorio en un santiamén, buscando hasta que encontró la cafetera en la cocina y la nota doblada apoyada sobre la misma que decía: Rissy estuvo aquí. Maldijo para sus adentros.

Volviéndose hacia la pila, se refrescó la cara y se esforzó por despabilarse. Recordaba su llegada, recordaba que ella misma lo había guiado al dormitorio…

Recordaba haberla visto quitándose los tejanos.

Bajó la mirada y soltó un suspiro de alivio al ver que todavía llevaba los boxers. Eso resultaba muy elocuente, porque no tenía ninguna duda de que se los habría quitado si ambos hubieran estado… ocupados.

Evidentemente, no lo habían estado.

Apoyándose en la pila, se estrujó el cerebro hasta que finalmente recordó su estúpido plan. Había pretendido hacerse el dormido tanto para disuadirla de su interrogatorio sexual como para obligarse a sí mismo a mantener las manos quietas.

Por desgracia, debía de haberse quedado dormido. Algo vergonzoso, sí, pero también le había salvado la vida.

¿Había pasado toda la noche abrazado a ella? Regresó al dormitorio y se detuvo al pie de la cama.

Había estado allí con Merissa. Recordaba haberla tocado, besado, tentado… en una especie de duermevela. Recordaba aquellas largas y tentadoras piernas enredadas con las suyas. La textura de su oscura y espesa melena entre los dedos. Sus pezones empujando contra la tela de su camiseta. Su calor, su curiosidad, su deseo…

«Nadie se mete en mi cama así por las buenas, solo porque me desea», recordaba haberle dicho.

«Yo sí», fue su respuesta.

Cuando sonó su móvil, dio un respingo y corrió a contestar. Vio que era Cannon y se preparó para lo peor.

—¿Sí?

—¿Cómo te sientes?

Armie se apartó el teléfono de la oreja, lo miró extrañado y volvió a pegárselo al oído.

—Bien. ¿Por qué?

Cannon se echó a reír.

—Bueno, ayer estuviste en medio de un atraco. Te pegaron en la cabeza y en la espalda.

«Y dormí con tu hermana», añadió para sus adentros.

—Estoy bien —fingió un bostezo—. Acabo de despertarme.

—Ya. Rissy me puso un mensaje hace media hora. Después de todo lo ocurrido, quería hablar directamente con ella. Me pareció que estaba bien, muy como es ella. Me dijo que se iba a su casa a ducharse y a cambiarse de ropa antes de salir para el trabajo, que tú todavía estabas roncando.

Armie se quedó de piedra. Sus aventuras sexuales con mujeres eran numerosas y variadas, pero jamás habían incluido una conversación con el hermano de una.

—Hoy tenemos un huésped especial, ¿crees que podrás darte prisa a venir? —le preguntó Cannon, con humor.

—¿Un huésped especial?

—Jude Jamison.

«Santo Dios», exclamó para sus adentros. Jude era uno de los peces gordos de la SBC. Había sido campeón de lucha antes de retirarse y convertirse en un actor famoso. Cuando le acusaron de homicidio, sobrevivió a un escabroso juicio durante el cual la mayoría del público lo consideró culpable aunque nada pudo demostrarse. Luego se enamoró y finalmente logró lavar su nombre.

—¿Por qué?

—Ya sabes por qué. La organización te tiene en su punto de mira.

Armie gruñó y se frotó sus cansados ojos.

—Esto apesta.

Cannon se echó a reír.

—La mayor parte de los luchadores habrían estado encantados de conseguir llamar la atención de Jamison.

Ya, bueno, pero él no era como la mayor parte de los luchadores. Se acercó a la cómoda, sacó unos calcetines limpios y un chándal y se dispuso a vestirse.

—Iba a tomarme un café y luego, de camino al gimnasio, pensaba reparar mi móvil.

—Harper lo hará por ti.

Harper, que había empezado como voluntaria hasta que se casó con Cage, trabajaba en aquel momento a jornada completa en el gimnasio e iba allí casi tan a menudo como Armie. Dado que la tienda de móviles estaba a media manzana de distancia, probablemente a ella no le importaría acercarse.

—Está bien. Salgo ahora mismo. ¿Te importa que le cambie el agua al canario y me lave los dientes primero?

—Claro. Y dedica unos minutos a llenar el estómago. Tengo la sensación de que Jamison querrá verte entrenar —dicho, eso Cannon dio por terminada la llamada.

—Menudo incordio… —masculló Armie mientras terminaba de ponerse los calcetines. Ya se ducharía en el gimnasio. Preparó su bolsa, se lavó los dientes y se despreocupó de peinarse o afeitarse. Llenó luego un termo de café y tiró el resto a la pila. Tendría que explicarle a Rissy que estaba intentando prescindir de la cafeína.

«No, espera», se dijo. No volvería a tener a Merissa en su casa, así que tampoco necesitaría explicarle ese tipo de cosas…

Por supuesto, el café era perfecto. Todo en ella era perfecto.

Le habría gustado que lo hubiera despertado antes de marcharse. En aquel momento, a pesar de lo que había dicho Cannon, era seguro que iba a pasarse todo el día preguntándose si había dormido o no, o si se sentiría nerviosa e inquieta en el trabajo.

La noche anterior, ella había querido estar con él.

Pero ese día, ¿cómo se sentiría? Masticó una barrita de proteínas de camino al gimnasio. Tan pronto como hubo aparcado, telefoneó a Merissa.

Ella respondió a la tercera llamada con un apresurado:

—¡Hey, Armie!

Sonaba sin aliento, con lo cual se lo quitó a él también.

—¿Te pillo en un mal momento?

—Perdona, es que acabo de salir de la ducha y me estoy vistiendo a toda prisa para poder llegar al banco a tiempo.

La frase vino a insertar una imagen muy nítida en la parte frontal de su cerebro.

—¿Armie?

Ahuyentó la imagen de Rissy envuelta en una pequeña toalla, con la piel todavía húmeda, el rostro acalorado…

—¿Cómo estás?

—Tú y Cannon… —se burló ella—. Estoy bien. ¿Y tú?

—Perfectamente —se interrumpió, pero no se pudo aguantar—. Debiste haberme despertado antes de marcharte.

—Lo siento. Estabas tan dormido… y de todas maneras yo no podía quedarme. Me pareció una lástima que tuviéramos que despertarnos los dos tan pronto —en aquel momento fue ella la que se interrumpió, para luego añadir—: Gracias por haberme invitado a volver esta noche a tu casa. Significa mucho para mí.

Armie se quedó de piedra. ¿Que él la había invitado a volver?

—Termino la jornada a las cinco, pero probablemente se me harán las cinco y media antes de que pueda salir. Luego tendré que ir a casa a cambiarme. O sea que hasta las seis o seis media no podré estar allí. ¿Te va bien? había pensado en cocinar algo para la cena.

—Er… —se esforzó por buscar alguna excusa, pero tenía la mente en blanco y no hizo otra cosa que rascarse la nuca—. Sí, me va bien.

—Genial. Te veré luego entonces —y cortó la llamada.

Armie se quedó sentado en su camioneta, confuso, preocupado y desesperado por verla de nuevo, todo ello a partes iguales.

—Imbécil —masculló para sí mismo y bajó del vehículo.

El gimnasio estaba repleto de gente. Un tipo tan famoso como Jude atraía multitudes. Colgándose la bolsa de deporte al hombro, entró. Lo cual no le resultó nada fácil, dada la cantidad de damas en trance de desmayarse que forcejeaban por conseguir un mejor puesto para verlo.

—Disculpe —dijo por lo menos una docena de veces hasta que finalmente consiguió llegar hasta donde estaba Harper, la mujer de Gage.

Ella le sonrió. De puntillas, se estaba esforzando también por verlo.

—¡No! ¿También tú?

—¡Es Jude Jamison!

—Ya. ¿Y qué?

Harper se volvió para fulminarlo con la mirada.

—¡Es una maldita estrella de cine!

—Era —dijo, porque sabía que Jude había dejado todo aquello atrás.

—El que es una vez estrella de cine lo es para toda la vida —Harper soltó un suspiro—. Míralo. Es fantástico.

—Los dos son fantásticos —comentó otra mujer.

Armie estiró el cuello para ver el ring y descubrió que Jude y Cannon estaban haciendo guantes. Sonrió.

—Dolor de ovarios, ¿eh?

Harper le propinó un codazo. La otra mujer suspiró.

—Pues sí.

Sacudiendo la cabeza, Armie se alejó de ellas hasta que llegó a una zona más despejada donde se encontraban otros luchadores. Gage le preguntó de inmediato:

—¿Harper sigue toda encandilada con Jude?

—Eso me temo.

—Ya me encargaré yo de que piense en otras cosas cuando salgamos de aquí —movió exageradamente las cejas como para asegurarse de que todo el mundo entendiese el significado de sus palabras.

Leese señaló el ring.

—Jude dijo que hacía tiempo que no combatía con nadie, pero no lo parece. Sigue manteniéndose muy ágil.

—Y esos directos suyos —añadió Gage antes de volverse de nuevo hacia Armie—. Fíjate en cómo golpea: directo y rápido. Me recuerda un poco a ti.

Con los brazos cruzados, Armie se quedó observando durante unos minutos y pudo ver que Cannon se estaba conteniendo. Una estrategia inteligente, en realidad. No había razón alguna para que Jamison resultara herido, o para que Cannon inflara su ego cuando era mucho más lo que podía ganar atrayéndose a alguien del calibre de Jamison.

De repente, para sorpresa de Armie, Jamison dio por terminado el combate y dijo:

—Gracias por habérmelo puesto fácil —y sonrió como si hubiera disfrutado a lo grande.

Armie entendía la sensación. Para un hombre al que le gustaba ejercitar su fuerza y poner a prueba su velocidad, no había nada mejor que las artes marciales mixtas.

Cannon se echó a reír.

—No has perdido, eso es seguro.

—Sigo en forma —dijo Jamison—. Pero una cosa es estar en forma y otra estar en forma para el combate. En este negocio, la velocidad es lo principal y lo que marca la diferencia entre un campeón y un rival mediocre —palmeó cariñosamente la espalda de Cannon—. Gracias por no haberme machacado.

—Cuando quieras.

Se detuvieron frente a Armie. Jamison, después de quitarse los guantes, le tendió la mano.

—Armie, gracias por haber llegado temprano.

Cannon resopló escéptico.

—Siempre está aquí. Créeme, esto ya es tarde para él.

Armie enrojeció. Si había llegado tarde era porque había estado durmiendo con Merissa. Y era el mejor descanso que había disfrutado en años, además.

—No hay problema. ¿Y bien? ¿Cuál es el plan? Cannon me dijo que querías verme.

—Tengo todo el día. ¿Te importa que asista como espectador a tu rutina de entrenamiento? Después de eso, nos sentaremos a hablar.

—Claro —respondió Armie—. Ponte cómodo.

Durante las tres horas siguientes intentó olvidarse de todo y de todos para concentrarse únicamente en su entrenamiento habitual. Normalmente, cuando lo hacía, su cerebro se volvía claro como el cristal. Esa vez, sin embargo, incluso cuando pasaba de lanzar duros puñetazos y fuertes patadas al saco a hacer guantes con otros luchadores, para luego ponerse a levantar pesas, sus pensamientos seguían centrados en Merissa. Era cierto que la noche anterior se había dormido muy borracho, pero no tanto como para no recordar la excitante imagen de Rissy quitándose aquellos ajustados tejanos…

Cuando se había inclinado para terminar de quitárselos, su larga melena se había volcado hacia delante para tocar casi el suelo. Su oscuro pelo le había inspirado toda clase de fantasías. Y aquellos preciosos ojos azules que tenía: eran del mismo color que los de su hermano, con largas y densas pestañas, pero en Merissa el efecto era endiabladamente sexy. Habían sido tantas las veces en las que se había imaginado cerrando los puños sobre aquel sedoso cabello, contemplando aquellos hipnóticos ojos azules y haciéndole el amor a tope hasta que terminaba viendo y sintiendo cómo alcanzaba el orgasmo…

Casi podía sentirlo en aquel momento, aquellas largas y esbeltas piernas alrededor de su cintura… casi podía escuchar sus jadeos, sentir su líquida humedad…

—¿Listo para hacer guantes?

Aspirando profundamente, se volvió hacia Leese y vio que llevaba el casco puesto y tenía preparado el protector mental.

Leese sonrió.

—Hemos estado jugando a piedra, papel y tijera, a ver a quién le tocaba, y he perdido yo.

Sin comprender, Armie sacudió la cabeza.

—No sé muy bien si es porque te está mirando Jude o porque estás enfadado por algo, pero hoy estás entrenando bien duro.

Armie frunció el ceño, miró a su alrededor y descubrió a un montón de gente observándolo. ¿Qué diablos…? Él no era una estrella de Hollywood como Jamison, de modo que bien podían continuar con sus asuntos…

A Leese le dijo:

—Vas a recibir de lo lindo.

—No has tenido un buen día, ¿eh? —gruñó Leese y siguió a Armie a la esquina donde este tenía su equipo—. Ahora en serio: me gusta hacer guantes contigo. Esta será una buena oportunidad para aprender.

Dado que aquella nueva actitud de Leese seguía representando un saludable cambio de rumbo, después de haber hecho tanto el imbécil, a Armie siempre le gustaba trabajar con él. Leese aprendía rápido, ponía todo su corazón en ello y estaba demostrando ser mucho mejor luchador de lo que cualquiera de los demás habría esperado. Armie no sabía aún si poseía todo lo necesario para convertirse en campeón, pero ciertamente se esforzaba mucho.

Tras ponerse el protector dental y abrocharse el casco, Armie dijo:

—Vamos.

Combatieron durante una hora. Armie alternaba los golpes y las patadas con las instrucciones. Todo resultó muy bien, pero luego Jude quiso verlo combatir con Cannon.

—¿Demasiado cansado, quizá? —le preguntó Jamison.

Fue Cannon quien habló por él:

—Armie tiene más energía que cualquier luchador que haya conocido nunca. Nunca se queda sin combustible, jamás.

Poniendo los ojos en blanco por tan efusivo elogio, Armie comentó:

—Si fueras una chica no me importaría el halago, pero viniendo de otro hombre resulta un poquito raro.

Cannon se echó a reír.

—¿Así que estás cansado?

—Estoy bien.

Jamison lo estudió.

—Por el blanco de tus ojos, no parece que hayas pasado buena noche.

Un nuevo rubor se añadió al del ejercicio físico.

—Estoy bien —insistió.

Jamison miró a Cannon, que se sonrió, y finalmente ambos se echaron a reír.

—¡Vamos! —Armie flexionó los músculos de los hombros—. Veamos quién se cansa antes.

Cannon subió al ring.

—¿Me estás desafiando?

—Chicos, chicos… —dijo Jamison, aunque Armie podía ver que le encantaba aquel juego—. No quiero que nadie acabe destrozado. Solo practicad un poco para que yo pueda ver los movimientos, ¿de acuerdo?

—Ya —dijo Cannon—. Yvette me prefiere físicamente disponible.

Todos rieron la broma.

Aparentemente Jude Jamison no sabía que Cannon y él eran como hermanos y que por nada del mundo se harían el menor daño. Por supuesto, entraba dentro de lo posible que Cannon le impartiera un día alguna clase más dura de lo habitual. Y si la SBC los ponía a combatir el uno contra el otro, ambos lo darían todo. Pero siempre en los términos más deportivos, sin el menor gramo de animosidad.

Armie y Cannon empezaron a pelear, y muy pronto todo el mundo se arremolinó en torno al ring para verlos. La mayoría de las damas se habían retirado finalmente. Ellas no se quedaban todo el día en el gimnasio, al contrario que muchos de los atletas.

Sus amigos, Gage y Justice, Brand y Miles, Leese, Denver y Stack, todos ellos les fueron planteando sus peticiones de golpes y llaves. Armie los satisfizo ensayándolos todos. Por supuesto, Cannon procedió a resistirse pero, con el objetivo de proporcionar a Jamison una adecuada demostración, no lo hizo a fondo. De haberlo hecho, el ensayo no habría resultado tan fácil.

Para cuando terminaron, eran más de las cuatro y el cuerpo de Armie estaba completamente bañado en sudor. Había estado haciendo unos breves descansos y engullido la comida que le había llevado Harper pero, por lo demás, no había parado en ningún momento.

Stack le ayudó a quitarse los guantes y el casco.

—Realmente tienes una velocidad de vértigo.

—Estoy de acuerdo —dijo Jamison mientras se reunía con ellos—. Y, honestamente, no pareces cansado.

—¿Qué te había dicho? —replicó Armie. A veces su sobreabundancia de energía representaba un problema. Como las veces en que se machacaba a sí mismo hasta el agotamiento para poder dormir. Habitualmente la mujer se cansaba primero, y luego él tardaba un montón de tiempo en despertarla y sacarla de su apartamento.

—Tanto él como mi esposa son como fuentes inagotables de energía —comentó Stack—. Aunque a ella le fastidia que la compare con él, dada su reputación, claro.

—A mí también me fastidiaría —intervino Justice—. Esto es, si yo fuera una dama tan dulce como Vanity.

—Lo que pasa es que le tienes envidia —lo acusó Denver y, volviéndose hacia Jude, añadió—: Armie acumula una enorme cantidad de conquistas.

—Por lo general —agregó Miles—, son las damas las que le persiguen a él.

—Eso he oído —Jamison le dio una cariñosa palmadita en el hombro—. Ve a ducharte y cambiarte. Luego hablaremos de negocios.

—Claro. Vuelvo en diez minutos —después de secarse el sudor del rostro, Armie se colgó la toalla al cuello y agarró su bolsa de deporte.

Charlando animadamente, Leese y Justice lo siguieron a las duchas. Cannon se había detenido a hablar con algunos luchadores novatos.

El agua tibia de la ducha le sentó bien y le ayudó a aclarar un tanto sus pensamientos. Se quitó el sudor y permaneció luego inmóvil durante unos minutos bajo el chorro.

Merissa volvería a aquella noche a su apartamento y, sinceramente, no sabía si sería capaz de mantener las manos quietas con ella. No bebería. Se mantendría perfectamente sobrio. Pero ni siquiera eso podría ayudarlo contra la irresistible fuerza de su atractivo.

La había deseado durante demasiado tiempo. Ahora que ella lo deseaba a él… Esa vez no sería lo suficientemente fuerte como para resistirse.

—¡Santo Dios!

Se volvió de nuevo y descubrió a Justice mirándolo boquiabierto.

—¿Qué pasa? —inquirió Armie, ceñudo.

Cannon entró en aquel momento, con el móvil pegado a la oreja, y de repente Leese se colocó detrás de Armie, demasiado cerca teniendo en cuenta que ambos estaban desnudos… Armie se dispuso a empujarlo cuando Justice se le plantó delante. Emparedado entre tanto músculo desnudo, Armie exclamó:

—¿Qué diablos…?

—Espera un segundo —le susurró Justice.

—Amigo, estamos a un pelo de cruzar espadas.

Justice prácticamente lo empujó dentro del cubículo de la ducha, mientras que Leese, con expresión un tanto aterrada, lo ayudó en la tarea.

Tambaleándose, Armie tuvo que sujetarse en el toallero.

—Si se trata de alguna broma pesada, ¡os voy a patear el trasero a los dos!

Ajeno a aquel altercado, Cannon se giró en redondo cerca de las taquillas para alejarse hacia el fondo de la sala.

Leese soltó un suspiro de alivio.

—Se trata de tu trasero, Armie.

—Ya sé a que a las damas les gusta, pero… ¿a ti, Leese?

Justice le dio un empujón.

—Míratelo, imbécil.

—¿Que me mire mi propio trasero?

Rezongando, Leese agarró el espejo de mano que usaba para afeitarse y lo sostuvo frente a la parte baja de su espalda.

—Mira.

Perplejo, Armie miró el espejo por encima del hombro… y los ojos casi se le salieron de las órbitas.

Escrito sobre un glúteo con lo que debía de haber sido un rotulador de tinta indeleble, podían leerse las siguientes palabras: Rissy estuvo aquí.

Maldijo en silencio. Al final Merissa iba a terminar llevándose unos buenos azotes…

Lucha contra el deseo

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