Читать книгу El judaísmo y la literatura occidental - Lourdes Celina Vázquez Parada - Страница 11
Fundamentos de la fe judía en Moshe ben Maimon
ОглавлениеMaimónides (Córdoba 1135- Egipto 1204) es, sin duda, el gran representante del judaísmo en la Edad Media cuyo pensamiento sigue siendo fundamental para la conformación de la identidad judía y la clarificación de sus creencias. El pueblo judío ha vivido muchos siglos en la diáspora, asimilándose a diferentes culturas y utilizando diferentes lenguas. Muchos de sus grandes pensadores, por cuestiones de asimilación o por haber vivido situaciones excepcionalmente trágicas, se consideran incluso no creyentes, pero no dejan de ser judíos. Después de tantos siglos de convivencia, no debe extrañar que la cultura judía se haya influenciado por la de los otros pueblos. Pero ¿qué es entonces lo que une a los judíos?, ¿podemos hablar de un núcleo de creencias compartidas en diferentes épocas y contextos históricos y culturales? Maimónides realizó esa gran síntesis de las creencias judías en trece principios, equivalente a la que en el cristianismo realizara Santo Tomás con la Summa Teologica.
Maimónides fue médico, filósofo y rabino, y como tal, intérprete de la Torá. Uno de los aspectos admirables de su obra es la claridad y precisión de su pensamiento. Para dar un ejemplo de su poder de convicción comentaremos aquí un fragmento de la Introducción al capítulo Jelek, en el cual presenta los 13 fundamentos de la fe judía. Nos basamos y citamos la versión al español que realizaron Manes Kogan y Joshua Kullock utilizando la traducción hebreaa. El texto original está en árabe.
En el centro de la fe judía se encuentra la existencia de un Dios único, de un creador quien, según el primer fundamento “…es la causa de la existencia de todo… es inconcebible su inexistencia, debido a que si no existiera, sería extinguida la existencia de todo y no habría una causa que pueda existir en un ser.”
El segundo fundamento subraya la “unicidad de Dios”, quien “es único en su unicidad”. Los judíos, a diferencia de los cristianos, no conciben la idea de la Trinidad. Dios es un ser supremo que no puede ser dividido. Por eso, en el tercer fundamento se niega su corporeidad, ya que un cuerpo puede componerse de partes. Aunque en las Sagradas Escrituras aparezca Dios como un ser corpóreo que camina, se sienta o habla, hay que comprender que la atribución a Dios de acciones humanas se realiza en sentido metafórico: “La Torá se expresó en el lenguaje de los hombres.” Maimónides concluye el párrafo sobre el tercer fundamento con estas palabras: “No se puede concebir a Dios como si tuviera figura alguna, ya que no es corpóreo, así posee fuerza en otro cuerpo.”
El cuarto fundamento señala que la unidad de Dios es eterna: “Todo lo que existe no es anterior a Él.” Por lo tanto, no puede haber un mundo anterior o posterior a Dios”. El dios muerto es una idea de filósofos modernos que era inconcebible en el siglo xii, cuando todo el mundo era creyente.
El quinto fundamento condena la idolatría propia de las religiones paganas politeístas: Sólo a Dios le “corresponde servir, engrandecer, divulgar su grandeza”. El hombre no debe adorar a los astros o a los ángeles que son creaciones de Dios. Toda oración debe dirigirse directamente a Dios y no debe haber “intermediarios para acercarse a Él”. Es obvio que este fundamento distancia al judaísmo del catolicismo, que fomenta el culto a la virgen María y los santos. Esta afirmación no causa polémica con el pensamiento musulmán, porque el Islam no promueve la veneración a los santos y prohíbe, igual que el judaísmo, la representación de lo sagrado en imágenes y esculturas.
En el judaísmo y el Islam, los profetas tienen una presencia importante. De ellos habla Maimónides en el sexto fundamento, y los define como “individuos con capacidades sobresalientes y extremadamente puras, poseedores de una gran integridad y almas sabias”. En el séptimo fundamento señala el autor que Moisés “es el padre de todos los profetas que lo precedieron, así como también de los que vinieron después de él.” Hay cuatro aspectos que diferencian la profecía de Moisés de la de los demás profetas:
“Todo profeta que existió no habló con Dios, sino por medio de un mediador, mientras Moisés lo hizo sin ningún intermediario.”
Los demás profetas recibieron el mensaje de Dios dormidos durante la noche, en tanto que “con Moisés se manifestaba la profecía con palabras de Dios en medio día”.
A Moisés le venía la palabra de Dios “sin causarle estremecimiento o temblor alguno”. A los demás profetas les sobrevenía un gran pánico con la llegada del mensaje de Dios. Perdieron fuerzas y su cuerpo se debilitó de tal manera que su espíritu estaba a punto de desprenderse de su cuerpo.
Moisés fue el único profeta que en cualquier momento y sin complicaciones podía ponerse en contacto con Dios. Los demás tenían que esperar la profecía durante días y a veces durante años. En cambio Moisés, “en todo momento que deseaba la profecía, decía Esperen y oiré lo que ordena Dios acerca de ustedes.” (Números 9:8)
En el octavo fundamento se explica que el origen de la Torá que “nos ha llegado a través de Moisés” es divino. “Todos los versículos han partido de la boca de Dios y todos son parte de la Torá que es completa, pura, sagrada y verdadera.” En el noveno fundamento se confirma la tesis que la Torá es palabra de Dios. Ninguna palabra se puede quitar a este libro sagrado y nada se le puede agregar.
Estos dos fundamentos también tienen vigencia en la teología cristiana, según la cual la Biblia es la palabra de Dios. Durante muchos siglos nadie dudó del origen divino de las sagradas escrituras, pero en el siglo xvii, el filósofo judío Baruch Spinoza, basándose en el racionalismo cartesiano, cuestionó el origen divino de la Torá, lo que provocó violentas reacciones de los rabinos de Ámsterdam, y fue expulsado de la comunidad.
El décimo y undécimo fundamentos se refieren a la relación entre Dios y los hombres. Según el autor, Dios no ha abandonado la tierra, sino que “conoce los actos de cada ser humano y nunca aleja sus ojos de ellos”. Una prueba de la intervención de Dios en la vida humana es la destrucción de Sodoma y Gomorra.
El fundamento undécimo trata el tema del cielo y el infierno sin utilizar de manera directa estos conceptos. Los que cumplen con los preceptos de la Torá reciben una recompensa, y los que no lo hacen son castigados: “la recompensa mayor es el mundo venidero y el castigo mayor el exterminio”. Un alma borrada no llega al infierno, simplemente desaparece.
El duodécimo fundamento se refiere a la llegada del Mesías. Es posible que se retrase; sin embargo, hay que esperarlo porque la Torá prometió su llegada. Maimónides ni siquiera menciona a Cristo, quien, sin duda, es para él un falso Mesías.
El decimotercer fundamento concluye con los Salmos 139:21: “¿No odiaré acaso, Dios, a los que te aborrecen?” Todo hombre que acepta los fundamentos aquí expuestos “Tiene una parte en el mundo venidero, aunque sea un transgresor dentro del pueblo de Israel.” Pero a las personas que no creen en estos principios no se les amenaza con el infierno, sino con el exterminio de su alma.
Esta breve exposición del pensamiento de Maimónides acerca de los principios básicos del judaísmo carece de poesía porque es una interpretación puramente racional de la Sagrada Escritura. Maimónides escribe en el contexto de apogeo de la cultura árabe en el siglo xii. Como filósofo rechaza lo artístico y sensual, dando prioridad a una explicación clara y conceptual. En el séptimo fundamento dice acerca de Moisés, considerado el padre de todos los profetas: “En él fueron anulados la imaginación y los sentidos que posibilitan la percepción y desaparecieron los deseos y apetitos quedando sólo la razón”. Moisés, para él, deja de ser hombre y alcanza “el nivel angelical”, de manera que pasa de un estado humano a uno desmaterializado.s
La desmaterialización es un sueño racional que volvemos a encontrar en los siglos xix y xx en la poesía de Stéphane Mallarmé y Rainer Maria Rilke. Ellos emprendieron el camino de la poesía deshumanizada, que resultó ser un callejón sin salida, porque finalmente no podían ir más allá de su condición humana. En la religión, por el contrario, la meta del hombre es deshacerse de su cuerpo para convertirse en un ser espiritual y eterno. Moisés logró eso ya en vida “llegando a la misma altura que los ángeles.”d Lo angelical es, para Maimónides, un nivel de abstracción: no nos habla de la música celestial ni de otros deleites del cielo; tampoco nos describe los terribles sufrimientos del infierno como hacen muchos teólogos judíos y cristianos en el transcurso de la historia, sino que se limita a utilizar conceptos abstractos. No pretende crear una gran obra literaria como su contemporáneo Dante con la Divina comedia, donde las almas malas no son borradas o aniquiladas, sino que padecen los terribles castigos del infierno.
Maimónides no tiene vocación de profeta. Quiere penetrar en las verdades de la fe con la razón. No es el arte, sino sólo la filosofía lo que le atrae para hacer comprensibles las verdades de la fe. Dios se manifiesta a través de los profetas, cuyos testimonios leemos en la Sagrada Escritura; Moisés, el profeta más grande, llega a un estado de perfección angelical. No olvidemos que Maimónides se formó dentro de un mundo árabe musulmán y que el Corán le fue dictado al profeta Mahoma por el arcángel Gabriel. No se compara a Mahoma con un ángel, pero el Corán como mensaje de Dios, le fue transmitido por medio de un ángel.
A diferencia de la Torá, un texto literario lleno de colorido, el Corán es un libro de conceptos y reglas, muy alejado además, de la poesía del Cantar de los cantares. Se trata de un texto conceptual que orienta la vida de los fieles. El Islam y el judaísmo son religiones más racionales que el cristianismo de la Edad Media, tan profuso en pinturas y esculturas. Sinagogas y mezquitas carecen de imágenes. Maimónides conoce tan a fondo como Averroes la filosofía de Aristóteles, cuyo racionalismo le da forma al pensamiento medieval de sabios musulmanes, judíos, y posteriormente también, cristianos. La filosofía escolástica de Santo Tomás de Aquino, que marca la Edad Media cristiana y cuya influencia llega hasta la teología católica actual, debe mucho al pensamiento árabe de su tiempo, el cual se basa a su vez en la filosofía griega. Maimónides es, tal vez, el filósofo judío de lengua árabe que más huellas ha dejado en la cultura cristiana occidental.