Читать книгу El judaísmo y la literatura occidental - Lourdes Celina Vázquez Parada - Страница 6

Introducción

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En la historia y la crítica literarias, cuando clasificamos las obras solemos hablar de literatura hebrea, griega, latina o árabe, y no de literatura judía, cristiana o musulmana, porque lo hacemos según criterios lingüísticos o nacionales, y no a partir de las creencias religiosas de los autores. Sin embargo, la religión tiene muchas veces un fuerte impacto en la literatura, de manera que hasta los mismos libros sagrados (la Biblia, la Torá o el Corán, etc.), son considerados obras maestras de la literatura universal.

La clasificación de obras literarias también puede hacerse distinguiendo la época en que fueron escritas: literatura clásica, medieval o moderna. Esto no deja de presentar ciertos problemas: por ejemplo, el filósofo Séneca, quien escribió en latín y era originario de la península ibérica, es considerado representante de la cultura española, no obstante que España y la lengua española aún no existían en la época romana. Tampoco tiene sentido incluir en la literatura nacional italiana a Virgilio, Horacio y Cicerón ya que la lengua italiana, al igual que la castellana, apenas se estaba formando en la Edad Media.

Durante la época medieval, el hebreo y el latín se convirtieron en lenguas clásicas que poco a poco fueron dejando de usarse en la vida cotidiana. Los escritores empezaron a escribir paulatinamente en lenguas vulgares, como Dante Alighieri, quien utilizó el toscano en su Divina Comedia, lengua que gradualmente se convirtió en la italiana. En esta época el latín fue, más que una lengua literaria, la lengua de los eruditos. Las grandes obras de la literatura son cantares de gesta y novelas cortesanas escritas en un castellano, francés o alemán que hoy día difícilmente podríamos entender. Los teólogos, filósofos y científicos seguían utilizando el latín porque no encontraban términos científicos adecuados en las lenguas vulgares que apenas se estaban formando. Esto explica el porqué autores tan importantes como el teólogo Tomás de Aquino escribieron su obra en latín.

En la antigüedad los judíos fueron un pueblo que contaba con un territorio, lengua y cultura propias, pero ya desde la época romana se vieron obligados a dejar Palestina y dispersarse por todo el mundo; conservaron el hebreo como lengua culta, pero adoptaron las lenguas de los pueblos entre los cuales vivieron y en los cuales se integraron como minorías. Un ejemplo importante es el egipcio Sa’adia ben Yosef (882-942), quien fue precursor de Maimónides y suprema autoridad de los judíos de su tiempo, y tradujo la Torá al árabe.1 Para los judíos del Medioevo, el hebreo tenía la misma importancia que para los europeos el latín, porque sólo una minoría de intelectuales dominaba las lenguas clásicas. Cuando la Inquisición los expulsó de España en el siglo xvi conservaron el ladino o español de la época, en su exilio en los países orientales del Mediterráneo. Elias Canetti, quien nació en Bulgaria, cita en su autobiografía, escrita en alemán, algunos versos en ladino que aprendió en su infancia. De igual forma, los judíos alemanes que se vieron obligados a buscar nuevos hogares en el este de Europa conservaron el alemán, que luego se convirtió en un idioma propio llamado yiddish, y que podríamos considerar como una variante del alemán. La literatura escrita en yiddish es auténticamente judía porque sólo los judíos utilizaron este idioma; lo mismo podemos decir de la literatura del nuevo Estado de Israel escrita en hebreo moderno. Pero el gran problema del pueblo judío es que la mayoría no se expresa en un solo idioma que los identifique entre sí.

Nos enfrentamos ahora a la dificultad de aclarar lo que Hans Küng llama el “enigma del judaísmo”.2 Este teólogo católico siente un profundo respeto por la religión judía porque allí se encuentran las raíces del cristianismo. Para él es difícil definir los rasgos esenciales del judaísmo ya que, en estricto sentido, no se puede hablar de un pueblo judío en la actualidad. El Antiguo Testamento narra una historia continua hasta antes del nacimiento de Cristo; posteriormente, durante la ocupación romana de Judea se dan dos rebeliones en contra de estas fuerzas. En el año 135 el emperador Adriano convirtió Jerusalén en una ciudad pagana, prohibió a los judíos vivir allí y éstos se vieron obligados a emigrar a diferentes partes del mundo. En el siglo xvi, los judíos españoles y portugueses fueron expulsados de la península ibérica, por lo cual, y desde entonces, ya no podemos hablar en estricto sentido de un pueblo judío, señala Küng.

Actualmente la población judía en el mundo es de 13.2 millones de personas, de las cuales Israel alberga el 41%, cantidad similar a la que habita en los Estados Unidos de Norteamérica (5.7 millones) donde conforman sólo el 1.82% de la población.3 Los judíos de hoy adoptan la nacionalidad de los países en los cuales viven: son estadounidenses, ingleses, franceses, alemanes, árabes o iraníes, y judíos a la vez, ya que la ciudadanía se ha independizado de las creencias religiosas y de la pertenencia a un pueblo o una etnia. No forman una comunidad lingüística porque, con excepción del nuevo Estado de Israel, la lengua hebrea del Antiguo Testamento es una lengua clásica que dominan los eruditos, pero que no se usa en la vida cotidiana; el yiddish y el ladino, aunque son lenguas propias, no las dominan todos los judíos. Tampoco se puede hablar de una raza judía como hicieron los nacionalsocialistas, ya que los judíos del Antiguo Testamento eran semitas. Hans Küng explica que

desde las postrimerías de la época romana, personas provenientes de todas las tribus y pueblos imaginables se hicieron judíos mediante matrimonio y conversión. Algunos judíos orientales descienden, por ejemplo, de la etnia turca de los kasares; y otros de los falasha negros de Etiopía, por lo que el actual Israel se ha convertido en un Estado plurirracial con ciudadanos sumamente diversos en cuanto al color de la piel, el pelo y de los ojos.4

La religión queda entonces como único rasgo unificador; pero hay judíos que se mantienen al margen de la vida religiosa o sencillamente no creen en Dios. ¿Cuál es entonces la esencia del “ser judío”? Küng define a los judíos como una “enigmática comunidad de experiencias” o “de destino”5 que comparte una historia común. La construcción del nuevo Estado de Israel ha sido una experiencia atractiva para mucha gente que ha querido crearse una nueva existencia. Incluso se sospecha que algunos rusos que emigraron a Palestina no eran en realidad judíos, sino personas que simplemente buscaban una mejor situación económica fuera de su país.

Sea como fuere, el ser judío se ha venido definiendo a lo largo de la historia a través de las obras de sus grandes filósofos, teólogos y literatos. Por esta razón, el propósito de este libro es estudiar la cultura judía moderna (cuyas raíces encontramos en el siglo xix) y sus aportaciones a la cultura occidental a través de la literatura. Nos interesa en primer lugar la obra de autores judíos que han tenido fuerte presencia en la cultura de Europa occidental, Estados Unidos e Hispanoamérica, pero incluimos también obras de autores escritas en yiddish que han sido traducidas y difundidas en otras lenguas como el alemán, francés, inglés y español.

Ejemplo de ello es la obra de Isaac Bashevis Singer, figura central de la literatura judía del siglo xx. Isaac Singer escribió su obra en Polonia y Estados Unidos, en yiddish, pero fue gracias a sus traducciones al inglés que las novelas de este Premio Nobel de Literatura tuvieron un éxito extraordinario. Él nunca se asimiló a la cultura de su entorno como lo haría la mayoría de los intelectuales judíos. En todas sus novelas trata asuntos de su cultura y su religión, a diferencia de otros autores más asimilados que sólo ocasionalmente se ocupan de este tema. Otros grandes pensadores como Heinrich Heine, el más grande poeta alemán del siglo xix, trataron de desligarse del judaísmo y se convirtieron al cristianismo, pero nunca olvidaron completamente sus raíces. En su cuento El rabino de Bacharach,6 Heine relata una cena de Pesaj donde el rabino invita a un sacerdote. Éste, con el propósito de acusar a los judíos de muerte ritual, desliza a un bebé muerto por debajo de la mesa; el rabino advierte la maniobra demasiado tarde y, en consecuencia, con este pretexto, los judíos son masacrados en Bacharach en 1337. El austriaco Joseph Roth, uno de los defensores de la monarquía austro-húngara en decadencia, también se bautizó como católico sin dejar de ser un autor judío: en su novela Job7 describe el destino de los judíos de Europa oriental que emigraron a los Estados Unidos. Otros autores como Arthur Schnitzler, Stefan Zweig o el estadounidense Philip Roth, nunca renunciaron a su religión, pero sólo en una parte de sus obras tratan temas judíos. Esto hace que puedan considerarse más representativos de la cultura alemana o anglosajona, que de la judía.

El caso de la literatura hebrea moderna es parecido a los de las literaturas yiddish y ladina. Se trata de obras que surgen en un ámbito cultural judío cuya identidad se forja a partir del uso de una lengua común. En el Estado de Israel vive una nación que se expresa en su propio idioma y tiene su propia literatura, además de destacados narradores como Amos Oz y Abraham Yehoshua, autores bastante conocidos en México.

Este libro trata de responder a las siguientes preguntas: ¿existe una literatura judía?; ¿es posible conocer a través de las obras de autores judíos la cultura, las creencias y las prácticas religiosas de un pueblo que ha vivido permanentemente en exilio?; ¿cómo ha influido el pensamiento judío en la cultura occidental y su visión del mundo? Con respecto a la primera pregunta, consideramos que sí existe una literatura judía; y que así como Georges Bernanos, François Mauriac o Graham Greene son representantes típicos de la novela católica, los hermanos Israel e Isaac Singer son de la judía.

En cuanto a la selección de obras y autores, queremos señalar que priorizamos las obras de narrativa y sólo al margen nos referimos a los ensayos de pensadores judíos tan brillantes como Walter Benjamin (1892-1940), Theodor W. Adorno (1903-1969), Hanna Arendt (1906-1975) y Jean Améry (1912-1978). Incluimos obras representativas de la cultura judía que tienen una difusión general, y no las de autores judíos ajenos a la problemática de su pueblo y su cultura; aunque sí, en algunos casos, presentamos la visión de la problemática judía de escritores no hebreos. Nuestro libro se orienta sobre todo hacia la narrativa, pero incluye también crónicas y ensayos.

La religión tiene una fuerte presencia en muchas obras literarias. Nosotros nos interesamos precisamente por las influencias judías en la narrativa, pero estamos conscientes que no todos los autores judíos modernos son religiosos. Por ejemplo, en algunos escritos de Abraham Yehoshua se manifiesta una secularización que es ajena a autores como Sholem Aleichem o los hermanos Singer.

A veces es difícil saber dónde empieza y termina el judaísmo en la obra de un autor. Así como anteriormente lo judío se disolvió en lo cristiano sin dejar huellas, ahora, en el caso de los judíos que viven fuera de Israel, parece perderse en la indiferencia religiosa. Los ortodoxos procuran conservar su identidad, pero en el caso de los judíos asimilados a la cultura de su entorno, se nota la pérdida de la esencia religiosa. En el transcurso de la historia, muchos judíos se integraron de tal manera a las sociedades no judías en las cuales vivieron, que ya no quedó huella de su cultura. En teoría, mucha gente puede tener antepasados judíos y no lo sospecha, porque nombres y apellidos se modificaron de acuerdo al idioma y tradición de las comunidades a las cuales se integraron; pero esto se ha vuelto irrelevante desde su punto de vista. Más interesante resulta el caso de los conversos al judaísmo, aunque son pocos, porque los judíos, a diferencia del cristianismo y del Islam, no hacen proselitismo ni les interesa crecer numéricamente.

Los judíos por lo general tratan de evitar los matrimonios mixtos con gentiles, pero a lo largo de la historia se han dado con cierta frecuencia por la diáspora permanente en que han vivido. Pero no es algo privativo de ellos: tampoco la Iglesia católica ve con buenos ojos los matrimonios entre católicos y evangélicos o miembros de otras comunidades religiosas, y condiciona estas uniones a la obligación de los padres de educar a sus hijos en la tradición católica. En el caso de los matrimonios mixtos con judíos, se considera que el hijo asimila la herencia cultural hebrea a través de la madre, porque es ella la principal responsable de la transmisión de la educación religiosa durante la infancia. Así pues, y a pesar de que muchos judíos a través de los siglos se han asimilado completamente a otros entornos culturales en diferentes países y contextos, no podemos soslayar el hecho de que el judaísmo sigue siendo una de las grandes fuerzas culturales del Occidente.

El judaísmo y la literatura occidental

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