Читать книгу El escocés dorado - Lourdes Mendez - Страница 8

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— ¿Usted es Johanna?— preguntó con cierta dificultad al pronunciar el nombre, con un inglés de tono entrecortado de pronunciación firme y gruesa, un estilo muy escocés que lo volvía único y masculino, era el mismo hombre de kilt que ella descubrió de manera curiosa anteriormente.

— Sí, puede decirme Johan si le resulta más sencillo— le respondió Johanna vislumbrando la dificultad al pronunciar su nombre—. ¿Y usted es...?

— Soy Duncan Mac Kinntosh— contestó el escocés mientras extendía su mano de gran tamaño para saludarla.

Johanna con dudas de cómo dirigir el saludo le extendió su pequeña mano que se fundió con aquella potente, la envolvió con firmeza y seguridad, aunque mantenía cierta delicadeza de protección. Johan sintió que le ofrecía en ese momento algo más a ese hombre puro escocés, dudó en acercar su mejilla para darle un beso, con precaución, algo de pudor, decidió no hacerlo bajando su tímido mentón al suelo.

Duncan audaz percibió la pequeña incomodidad, de manera maliciosa pero seductora, le sonrió con solo uno de los extremos de sus labios dibujando una pequeña mueca que inútilmente no pudo ocultar. Al percibirlo Johan frunció el ceño en disgusto creyendo una semiburla hacia su persona, aunque esto solo se debía a su imaginación. Duncan echó una corta y seca carcajada divertida como adueñándose de producir tal actitud, sin dudas divertido, él en ese momento se sintió un gran galán.

El inglés de Johanna era bueno, pero no tanto, aun así se defendía y con algo de torpeza en su acento latino lograba establecer una comunicación aceptable con cualquiera de habla inglesa, si bien este escocés le hacía llevar algunos segundos más en el proceso de traducción por su entonación cerrada, el resultado de la conversación sucedía llegando con el tiempo a ser cada vez más fluida. Las torpezas de ambos terminaron siendo una gran combinación.

— Imagino que Lidia le habrá explicado que un percance no le permitió venir.

— Así es— contestó el escocés mientras le enseñaba con la mano el camino para que la acompañase.

— ¿Entonces sabrá que estoy para colaborar con la investigación de ella?

— Sí— respondió Duncan sin comprender por qué la aclaración, para él a quien guiaría por los diferentes lugares de Escocia le era indiferente, sobre todo porque su paga ya había sido realizada con anticipación.

La joven sonrió aliviada cuando percibió que aquel hombre no tenía idea más que de su nombre, no tenía idea de quién ella era, y en un impulso al encontrarse las miradas, ella al intentar sentirse alguien importante junto a él emitió su primera pequeña y traviesa mentira.

— Soy colega de Lidia, Dra. Johan me llaman— dijo Johanna con alarde.

— Johan, bienvenida a Escocia— dijo con mirada profunda e interés el escocés.

La simple maleta que preparó Lidia y entregó a Johan para evitar demoras en la partida porque no tenía nada aprontado además de que Johan había botado toda su ropa, fue abierta por primera vez en la habitación donde se hospedó la pequeña embustera... la Dr. Johan.

— Veamos qué traje— se dijo a sí misma mientras hurgaba entre las prendas que fueron colocadas con pulcritud, ¿qué habría guardado su vecina que pudiera serle útil? Miró las prendas con cuidado una y otra vez sorprendida del mal gusto de Lidia.

Ese mal gusto la llevó a plantearse que justamente era algo diferente a lo habitual de su vida y en un giro imprevisto de su interior, ese interior que cambiaba esos últimos días de manera repentina, la hizo sentirse cómoda por primera vez, eso era lo que necesitaba, algo diferente, algo con lo cual no fuera observada por lo que llevaba puesto, sino por quien era.

Se probó algunas de las prendas, por el grueso tamaño de Lidia todas las prendas le quedaban holgadas, ninguna marcaba sus finas curvas, sus pequeños pero firmes senos se perdieron entre ellas. Johan emitió una risa triunfal, no más perfección, no más modelo, allí solo sería observada por quien era ella realmente. Al surgirle ese pensamiento se preguntó, ¿y quién era ella realmente?

Se dirigió a la sala principal una vez que se aseó y vistió, allí la esperaba Duncan sentado en un viejo sillón de terciopelo bordó que tendría al menos los mismos o iguales años que el hotel donde se encontraban a solo unos quince minutos de la gris ciudad de Edimburgo.

Ambos caminaban por las calles de la ciudad, ella miraba hacia todos lados asombrada por la belleza que se topaba a cada paso, se sentía como un turista en vacaciones con la diferencia de que ella estaba allí por algo muy importante.

Su cuerpo se relajó de inmediato al pisar el asfalto, respirando el aire suave y frío del lugar, llevaba cómoda un suéter holgado color marrón que, si bien le quedaba varios talles más grandes, a simple vista su largo parecía casi a medida.

El pantalón de vestir también era grande, pero la joven improvisó unos agujeros más al cinturón de Lidia, ajustándolo a la cintura para que no se le cayera. El calzado era el mismo, el de ella, el más cómodo de los que tenía, por lo cual se sintió agradecida de haberlos tenido puestos en el momento de adrenalina cuando le propusieron de manera tempestiva viajar.

La combinación de todo su atuendo era extraña y a simple vista no había que ser un entendido para darse cuenta de que todo lo que llevaba puesto nada tenía que ver con la combinación de una prenda con la otra y mucho menos con su talla. Siendo una gran conocedora de estilo y extrañamente huyendo de lo que era, justamente intentaba alejarse de la belleza, esa que dejó en Buenos Aires, decidió olvidar que era una popular modelo embarcándose en la cotidianidad de cualquier mujer, si bien sabía que abusaba de su mal vestir. El sentir que lo que llevaba puesto no le marcaría la silueta, ni le sería juzgado por nadie, esa idea le hizo sentirse de manera libre y feliz.

Siguió los pasos del escocés que iba un metro por delante, Johan espiaba con disimulo cada vez que el viento golpeaba la majestuosa falda de aquel hombre de gran porte contra esas fuertes y gruesas piernas que llamaron su atención desde el primer momento que pisó las tierras verdes.

Se alejaban cada vez más de la gran ciudad, iban en un bus de doble altura tan aseado y nuevo que asombró de gran manera a la joven, nunca había visto en Buenos Aires algo tan pulcro y de buen diseño, tenía la impresión de que ese era el primer viaje que hacía el bus en su inauguración, aunque sabía que eso no era así.

— Igualito que en casa— dijo por primera vez en su idioma natal, lo cual no permitió a Duncan comprender y este la miró extrañado.

— ¿Cómo dices?— le preguntó en inglés el escocés mientras ella se sonrojaba por su pinchado comentario.

— Perdón, evitaré usar el español— le contestó Johanna en inglés mientras rogaba para sus adentros que el rubor que sentía en ese momento no se estuviera viendo, bien sabía que su tez blanca la ponía en evidencia mostrando otro color cada vez que se sonrojaba.

Siguieron platicando las horas que tenían de viaje en inglés y así lo harían hasta el último día. Comenzaron con banalidades del clima, ella se arrepintió de haberse puesto ese suéter de lana tan grueso cada vez que la potente voz del escocés se hacía sentir con viriles vibraciones en el aire imponiendo su masculinidad.

— Creo que voy a estar mejor sin él— dijo Johanna mientras se sacaba el suéter.

Se quedó con una remera negra de algodón manga tres cuartos que también le era grande, Duncan de reojo observó el cuello en escote en V profundo que marcaba el contorno de su cuello dejándolo libre, miró sus pequeñas y delgadas muñecas y sin que la ropa le ajustara al cuerpo supo que la muchacha debajo de todo lo que traía tenía un llamativo cuerpo. Se estremeció un poco porque sin saber por qué por un instante intentó imaginarla desnuda, Johan percibió algo en el aire quedando un instante en silencio pensativa, mientras él algo avergonzado por dentro por ese extraño impulso volvió la cabeza al otro lado mirando el paisaje.

Johan se preguntó si lo que percibió era cierto, «¿por qué me miró así? ¿Acaso podría desearme con el abandonado aspecto que traigo?», «no, de ninguna manera, esas cosas no suceden en la realidad», pensó por dentro. Ella sabía muy bien por su marido Dick que era deseable cuando estaba arreglada, así al menos le gustaba siempre a él. Dick jamás la miraría con deseo como vestía en ese preciso momento, estaba convencida de que si él estuviese sentado en ese momento junto a ella le diría como ya había hecho en varas oportunidades:

— Mírate, Johan, estás lamentable, esa ropa que llevas, das... lástima.

El recuerdo del comentario de Dick la hirió de nuevo, aunque solo se trataba de eso, un recuerdo, e intentó salir de esa evocación para que no le volviera a pesar el alma, como el día anterior le pesó cuando se topó con Lidia y decidió subir a su auto envuelta en tristeza.

Miró al escocés forzando una sonrisa para disimular, él la percibió y volteando la mirada a ella por un instante, le devolvió lo mismo, pero con un comentario que la dejó descolocada y pensante hasta que finalizó el viaje.

— Te sienta muy bonito... el marrón es mi favorito— dijo Duncan en tono sincero mientras devolvió una sonrisa con un guiño de ojo amistoso.

Ese hombre parecía observar más allá de lo que el exterior mostraba y eso la alertó.

El escocés dorado

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