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Nota de la autora El día que la muerte llamó al teléfono

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Era un día como otros en apariencia. Pero tenía una extraña sensación. Estaba inquieta.

Pensé en escribirle un mensaje de texto cerca de las 13 h. Algo no me lo permitió, lo recuerdo muy bien –estaba en su trabajo–, pensé, mejor no. Aproximadamente dos horas después recibimos el llamado. Él tuvo un accidente de trabajo. Murió al instante, dijeron después.

Mi hijo biológico abandonaba la existencia en el cuerpo físico, no había nada que pudiese hacer, más que aceptación, entrega, vacío y silencio y liberación del más inmenso amor que escapa a toda lógica o razón, en situaciones de esta naturaleza…

El día anterior habíamos estado con él, en familia, acompañándolo, ya que se había mudado a su nuevo departamento. Estaba feliz, ansioso, con muchos planes para su futuro…

¡¡¡Aún no sabía que ese sería su último día, o sí, nuestras almas lo sabían!!!

Un compañero llamó a casa para dar aviso, diciendo que él estaba mal, que tuvo un accidente, que por favor me comunicara, no quiso decirme aún que había fallecido.

Mi corazón se quedó frío, mi mente vacía, una sola certeza, que no sufriera y el silencio. No me sorprendió. No dudé. Llamé a los ángeles, les pedí que lo asistieran.

Y con todo mi amor lo entregué. Silenciosamente repetí: “Dios, te lo entrego, que no sufra”.

Un extraño escalofrío me envolvió, la calma, la absoluta entrega, no era mío, su propósito en el cuerpo estaba cumplido. Nos quedada el duro aprendizaje de su ausencia, pero no hubo tiempo de pensar en eso…

Él, mi hijo, físicamente ya no estaba. Llegó su hora de partir de este plano.

Su propósito en el cuerpo finalizó. Así, tan repentinamente, sus 28 años se esfumaron. La muerte se hizo presente en mi vida…

La muerte abrió el camino al más puro amor que fluyó de mi interior.

Elegí entregarlo con paz, como quien entrega lo que ama a su camino de Gloria. Cómo expresar la sensación, no hubo dolor, no hubo pena, no hubo desesperanza.

Él ya no estaba y nada había que pudiera hacer. Cómo discutirle a Dios esta decisión. Era su tiempo, no era el mío.

Sentí un deseo enorme de acompañarlo con paz, sentía su amor y su calma rodeándome. Sé que en ese momento santo ambos nos fundimos en una unidad, una sola alma en la eternidad. A partir de ese instante en mi corazón late la consciencia de que sigue Vivo en Unidad conmigo y con la Fuente y en todo lo que Es.

Unos instantes después llamé a mi maestro de yoga, para pedirle contención espiritual. Y a través de él se formó una gran red de meditación para acompañarnos, no en el dolor, sino a trascender el hecho de la muerte física con la fortaleza de sabernos más allá de ella y más allá de la aparente separación.

Mi deseo, al compartir esta experiencia sagrada de mi vida, no es ahondar en la tragedia y la pena, desde el plano físico, sino elevarlo más allá de las circunstancias, honrando lo sagrado, lo sublime. Dejando fluir del corazón la expresión del amor más puro.

Ese amor que nos mantiene vivos y unidos eternamente en nuestros Seres amados. Más allá del espacio tiempo, de la razón, del entendimiento y la comprensión, Somos Uno.

Unidos por lazos sublimes recorremos la Eternidad en la Gran vida, como almas separadas en apariencia.

Solo la muerte, como un eterno amante nos despierta al brillo de la Vida, cuando nos permitimos ir más allá de las barreras del miedo y el dolor.

Pensar en el futuro y en lo que podría haber sido no tiene sentido. Ya que el futuro es solo la mirada desde la limitación del tiempo y Solo extiende el dolor por la resistencia a lo inevitable, la finalización de la vida en el cuerpo, para continuar nuestro aprendizaje y evolución como Almas Eternas e Inmortales. La elección de valorar las experiencias y el tiempo que compartimos, como un regalo del alma, es reconfortante. No quita el dolor de la ausencia, pero libera del sufrimiento y del sentido de pérdida.

Creer que en el futuro hubiéramos logrado algo, solo habla de la ilusión que extiende el dolor en el tiempo, por los apegos mundanos, y nos limita en la evolución y liberación en la ausencia de paz, tanto a nivel físico, como espiritual. Siendo el Estado de PAZ, la condición esencial para la Conexión con la Fuente, en la Dimensión Superior e inferior o material.

En memoria de mi hijo biológico Leandro Gabriel Centurión 11–2–1988 / 11–7–2016, quien desde otra Dimensión de Consciencia sigue acompañándome, a través de diferentes mensajes Espirituales y Comunicación Superior. Ya que he recibido mensajes e instrucciones a través de alumnas. Mensajes muy personales y también asociadas a un propósito colectivo.

Según mi alumna, en uno de los mensajes expresó: después de mostrarse en Su casa de su dimensión Espiritual, con un hermoso jardín de rosas, un frondoso árbol, vestido de blanco, con bordados naranja y dorados, una sonrisa radiante y una Luz brillante que apenas dejaba divisar su rostro: “Dile a mi mamá Hermosa que la Amo, que la estoy acompañando en todo lo que hace. Que ella es una flor más de Mi Jardín”…. Y al final agregó: “YO SOY EL CIELO, LAS FLORES, LAS ESTELLAS Y TODO LO QUE VES”. DESPUÉS DE ESO pienso: “Dios mío, cada vez que recuerdo esas Palabras me lleno de tanto Amor que no hay lugar para duda o dolor o sufrimiento alguno”.

LUCÍA MABEL MEDEIRO MAHAPREMAL DEVI

La Maestría del Amor Incondicional

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