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LA IMAGINACIÓN UN LUNES

Hoy me desperté y, mientras bajaba la escalera para ir a la cocina, escuché el ruido de un sobre que alguien deslizó por debajo de la puerta de mi casa.

Me agaché y lo levanté. Como no había ningún indicio de que fuera de la AFIP, lo abrí.

Era una carta, escrita a mano, que decía lo siguiente:

Hola, Migue. No me conocés. Mi nombre es Ariel Víctor y mi trabajo es equilibrar las fuerzas en el Universo. Voy a ser breve porque sé que tu capacidad de atención es limitada.

Lamentablemente hace dos días que no haces otra cosa que rascarte los huevos. Así que solo quería recordarte que hoy es lunes y te toca laburar. Laburar en serio.

Abrazo.

Ariel Víctor

Con el sobre todavía en la mano, me dejé caer en el sillón del living, cerré los ojos y respiré hondo... bien bien profundo... hasta que mi cabeza empezó a hacer lo suyo.

Imagino que estoy por despegar en una nave espacial. Solo. Me tomo mi pastilla contra los ataques de pánico y le digo a la torre de control que estoy listo para el despegue.

El cohete despega. Me hago un poquito de pis encima pero me viene bien porque estaba con algo de frío. Mearse encima no está mal. Nos da culpa pero es placentero.

De repente miro hacia abajo y veo cómo me empiezo a alejar de la Tierra. Cada vez más y más... todo va muy rápido: ya no veo mi casa, no veo Buenos Aires, no veo Argentina, no veo América... y en un momento dejo de ver con claridad qué es mar y qué es Tierra... me agarra un poquito de ansiedad porque claramente ya no hay vuelta atrás.

Pero a la vez, me siento liberado...

Estoy rodeado únicamente de oscuridad.

Siento una tranquilidad que nunca antes había experimentado.

Miro los medidores. Dicen que estoy a 6000 millones de kilómetros de la Tierra. Respiro hondo de nuevo... y me doy cuenta de que ya no hay más sonidos, excepto los que genero yo.

(Escuchamos un eructito infantil y simpático)

Pasan las horas y se me ocurre girar la nave para ver la Tierra una vez más, quizás por última vez. Me sorprendo: es un puntito. Ínfimo, chiquito, insignificante, la nada misma.

En ese puntito chiquito vivía yo. Ahí estaba mi casa.

Toda la gente que quería, la gente que no, la gente que conocía... Todos los seres humanos que existieron, vivieron ahí.

Toda la felicidad y todo el sufrimiento de nuestra especie están concentrados en ese puntito.

Cada historia, cada llanto, cada alegría, cada abrazo, cada canción, cada guerra, cada nacimiento, cada muerte, se produjo ahí... en ese puntito. Qué ridículo todo.

De repente escucho un ruido que no viene de mí. Es otro sobre, que se desliza debajo de la puerta.

Sin anestesia, abro los ojos y mi cabeza vuelve a mi casa, a mi living, a mi cuerpo gordo sentado en el sillón con una carta en la mano.

Me acerco a la puerta. Esta vez sí: es un sobre de la AFIP.

Lo tiro a la basura sin abrir y mientras miro a Selena, mi cafetera, se me vienen a la cabeza 1500 cosas sin parar.

Que tengo que seguir con la dieta, que tengo muchos whatsapp por contestar, que el fútbol sigue sin importarme, que de nuevo estoy llegando tarde a mi programa de radio, que nunca me va a caer bien alguien que se llama Aníbal, que tengo que pasar por el banco, que tengo que comprarle pañales a Berni y, por último... lo importante que es poder imaginar.

Bienvenidos a Últimos Cartuchos.

Imaginemos más seguido.

Viajar con la cabeza es gratis.

Un día más en el Universo

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