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LOS DESPERTADORES

Acá estamos. Un día lluvioso en la Ciudad de Buenos Aires. En los días así cuesta mucho más salir de la cama, y ni bien nos despertamos lo primero en lo que pensamos es “Por favor, Dios, si de verdad existís, hacé que de alguna manera pueda dormir la siesta hoy. Te lo ruego. Entrego a un familiar si hace falta, pero por favor hacé que hoy yo duerma la siesta”.

Bueno, eso no nos va a pasar porque Dios últimamente tiene la gorra súper puesta y maneja alto patrullero.

Así que en lugar de siesta, el tipo nos da un día más en el Universo: las vacas siguen pastando, los runners siguen corriendo, los colectiveros siguen cruzando 12 carriles de izquierda a derecha para frenar en la parada, los canillitas siguen repartiendo diarios, los escribanos siguen ganando dinero por firmar papelitos y los despertadores siguen sonando en todas nuestras casas con total impunidad.

Los despertadores... esos hijos de la mismísima mierda. El despertador es el símbolo que representa lo mal que hicimos TODO. Podríamos haber hecho un mundo más justo, un mundo más saludable, un mundo mejor... pero no.

Porque el despertador, ese aparatito con el que arrancamos todos nuestros días, no lo inventó ni el diablo, ni Hitler, ni un periodista deportivo que cobra mucha guita por pegar gritos en televisión. Lo inventamos NOSOTROS, los seres humanos. Igual que la cocaína, los cigarrillos, los programas de chimentos o las bombas atómicas.

Cada ring del despertador nos recuerda automáticamente que somos humildes servidores; humildes servidores de no sabemos quién, porque los poderosos, esos que manejan los grandes hilos del mundo, viven la misma tragedia que nosotros... Sí, ellos también abren los ojos con despertadores.

No importa qué sonido le pongas. No importa si te despertás con la música de Titanic, una cumbia de Antonio Ríos o cantos tibetanos que alinean tus chacras...

Cada onda sonora que emite ese despertador es un cachetazo en la cara, un baldazo de agua fría en el pecho, un pellizco en los huevos, o en la vulva, que nos despierta y automáticamente nos para frente al espejo para que, con toda la cara hinchada, nos hagamos la pregunta madre de todas las preguntas: ¿Por qué, de una vez por todas, no explota todo y hacemos el mundo de nuevo?

Y encima... encima... el despertador suena para sacarte del placer de dormir y recordarte... ¿qué cosa?

¿Suena para recordarte que tenés que ir a comprar carbón para hacer un asado con amigos?

NO

¿Suena para que llegues temprano a la fila y te subas antes que un yanqui a una montaña rusa en Disney?

NO

¿Suena para que dos pininos te despierten con caricias en las piernas y después te enjabonen en la bañera mientras te cantan Bohemian Rhapsody?

NO

El despertador suena para recordarte que tenés que salir de tu casa e ir a trabajar.

Por eso, si hoy ser exitoso es despertarte a las 7 de la mañana con un ruido, ponerte un traje caro, un lindo reloj, salir a la calle con tu celular último modelo, subir a tu camioneta y entrar a un laburo donde ganás mucha guita... te comiste el verso.

Te comiste un verso gigante.

No hay nada más lejos del éxito que eso.

Un día exitoso, mis queridos amigos, empieza indefectiblemente sin despertador.

Bienvenidos a Últimos Cartuchos.

¿Ahora entienden por qué este programa arranca a la 1 de la tarde?

Un día más en el Universo

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