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70 HERMÓTIMO O SOBRE LAS SECTAS
ОглавлениеImponente varapalo el que propina Luciano en este diálogo a todas las escuelas filosóficas sin excepción. Fustigadas ya en Subasta de vidas y El pescador, aquí ninguna se libra de los dardos de nuestro autor.
Bajo la máscara de Licino y con Hermótimo por único interlocutor, Luciano articula perfectamente sus argumentos. El personaje de Licino está aquí en plena forma, con la agilidad mental, la rapidez de reflejos, la agudeza y la perspicacia de sus mejores momentos. Hermótimo apuesta por los estoicos. Licino va rebatiendo uno por uno todos sus argumentos; habría que probar todas las escuelas y optar después por la mejor; no se puede decidir a priori que en el estoicismo se hallan todas las excelencias y virtudes. Y para hacer la prueba en condiciones se necesitarían más años de los que pueda contar una vida humana por muy dilatada que sea. Hermótimo aduce que basta con un botón de muestra para hacerse una idea de cada escuela y trae a colación el ejemplo de quien cata vino de un tonel y se hace una idea de cómo es sin necesidad de tener que apurar el tonel entero. Pero obviamente una escuela filosófica no es un tonel de vino; Licino desmonta los argumentos de Hermótimo y va más lejos todavía. ¿Quién puede garantizar que la filosofía —sea la de cualquier escuela— es el pasaporte para la felicidad y la vida virtuosa? Ahí pone Licino el dedo en la llaga desautorizando actitudes, pensamientos y comportamientos de diversos filósofos y poniendo en solfa su mentalidad especulativa y teórica carente de todo contacto con los problemas de la realidad cotidiana. Es la filosofía y los filósofos quienes quedan puestos en tela de juicio con una gran finura, en uno de los escritos más conseguidos no sólo desde el punto de vista del contenido, cuanto desde el punto de vista formal. Largos párrafos bien construidos, citas y alusiones oportunamente traídas a cuento, figuras estilísticas sencillas pero de gran efecto, hacen de este diálogo una pieza capital dentro de la obra de Luciano.
LICINO . — A juzgar, Hermótimo, por el libro que llevas [1] y por el ritmo rápido de tu paso, parece que vas a toda prisa a casa de tu maestro. Al menos ibas pensando algo mientras caminabas, pues movías los labios suavemente susurrando y agitabas la mano a un lado y otro como si estuvieras componiendo un discurso para ti mismo, planteando alguno de esos problemas enrevesados o abordando sesudamente alguna cuestión típica de los sofistas; así que ni aun cuando vas andando descansas, sino que estás en permanente actividad, haciendo algo práctico que de paso pueda servirte para tus estudios.
HERMÓTIMO . — Sí, por Zeus, algo de eso hay, Licino. Estaba repasando en la memoria cada punto que nos explicó en la sesión de ayer. Creo que no debemos desperdiciar ninguna oportunidad, sabedores de que es cierto lo que decía el (famoso) médico de Cos: «breve es la vida, pero duradera la ciencia» 1 . Desde luego hacía esa afirmación referida a la medicina, que es materia más fácil de aprender. La filosofía, en cambio, es inasequible aunque se le dedique un tiempo superior, a no ser que uno esté bien despierto y mantenga una atenta y viva mirada sobre ella. Y lo que está en juego no es precisamente algo de poca monta: o ser un pobre hombre y perderse entre el anonimato de la chusma o ser feliz cultivando la filosofía.
[2] LICINO . — Excepcional es la recompensa que acabas de mencionar, Hermótimo. Y yo creo que no andas muy lejos de ella, al menos a juzgar por la cantidad de tiempo que dedicas a la filosofía y por el esfuerzo no insignificante que pareces dedicarle desde hace mucho tiempo. Y si mal no recuerdo, hace casi veinte años que no te he visto hacer más que acudir a casa de los maestros e inclinarte sobre el libro al tiempo que escribes apuntes sobre las sesiones, siempre pálido y con el cuerpo enjuto fruto de las preocupaciones. Y me parece que ni el sueño te relaja, de tan metido como estás en el tema. Así que a la vista de cuanto vengo observando, no das en absoluto la impresión de que vayas a alcanzar pronto la felicidad, a no ser que te acompañe desde hace bien de años, sin habernos dado nosotros cuenta.
HERMÓTIMO . —¿De dónde sacas esas conclusiones, Licino, si ahora estoy empezando a atisbar el camino? La Virtud, como dice Hesíodo 2 , habita lejos y la senda que lleva hasta ella es larga, empinada y abrupta y ofrece no pocos sudores a los caminantes.
LICINO . —¿Y no has sudado y andado por esa senda ya lo suficiente?
HERMÓTIMO . — Rotundamente no; lo único que me impediría ser plenamente feliz sería el no llegar a la cima, y en la actualidad, Licino, todavía estoy empezando.
LICINO . — Pero el propio Hesíodo dijo que el principio [3] era la mitad de todo 3 , de modo que si afirmamos que estás ya a media subida no nos equivocaríamos.
HERMÓTIMO . — No, en absoluto; tendría ya mucho adelantado.
LICINO . — Bueno; entonces ¿en qué punto del camino diremos que te encuentras?
HERMÓTIMO . — Abajo, a las faldas, Licino, sin otro remedio que seguir adelante; la senda es resbaladiza y escarpada y uno necesita que le echen una mano.
LICINO . — Entonces tu maestro puede ser capaz desde lo alto, como el Zeus de Homero, de echarte la cuerda de oro de sus doctrinas, por medio de las cuales tira de ti hacia arriba y te lleva en volandas hacia él y hacia la Virtud, dado que él ha realizado ya la ascensión hace mucho tiempo.
HERMÓTIMO . — Eso es, Licino, lo que yo te decía que estaba ocurriendo. Al menos en cuanto de él depende hace ya tiempo que me habría subido arriba y que estaría ya compartiendo sus doctrinas; pero en lo que de mí depende, aún me falta.
LICINO . — Pues hay que animarse y tener la moral bien [4] alta con la vista puesta en la meta y en la felicidad que aguarda arriba, máxime cuando él, tu maestro, contribuye con su esfuerzo a apoyar el tuyo. Pero, cambiando de tema, ¿te desvela algún dato que te permita intuir cuándo podrías subir? ¿Opina que para el año que viene, tal vez después de los Grandes Misterios o de las Panateneas? 4 .
HERMÓTIMO . — Poco tiempo, dices, Licino.
LICINO . — Entonces, ¿para la Olimpíada siguiente?
HERMÓTIMO . — Poco tiempo también para el ejercicio de la Virtud y la adquisición de la felicidad.
LICINO . —¿Entonces, con seguridad al cabo de dos Olimpíadas? Pues cualquiera de nosotros podría acusarte de gran vagancia caso de no poder conseguirlo en ese tiempo; el tiempo que se emplea en ir y volver tres veces desde las Columnas de Heracles hasta el Indo, y eso sin hacer el camino derecho y sin descanso, sino parándose a dar una vuelta por los países que pillan de camino 5 . Bien; ¿en qué cantidad quieres que cifremos la mayor altura y lo liso de la cima en la que reside la Virtud en comparación con la del monte Aorno, aquel que tomó Alejandro en muy pocos días? 6 .
[5] HERMÓTIMO . —No hay comparación posible; el tema no es como tú lo imaginas, pues ni podría ser abordado o tomado en poco tiempo por más que miles de Alejandros lo atacaran; de ser así muchos habrían subido ya. Ahora son no pocos los que empiezan muy animosamente y avanzan un trecho, unos muy pequeño, otros algo mayor. Mas cuando llegan a la mitad de camino y se topan con muchos problemas y dificultades, se desaniman y se dan la vuelta jadeantes y empapados de sudor sin poder aguantar el cansancio. Solamente quienes son lo suficientemente fuertes como para resistir hasta el final, llegan a la cima y desde ella viven una existencia envidiablemente feliz el resto de sus días, observando desde su atalaya al resto de los hombres como si fueran hormigas.
LICINO . — ¡Vaya, vaya, Hermótimo; vaya tamaño del que nos presentas, que ni siquiera llegamos a pigmeos, tirados por el suelo con la piel pegada a la tierra! Es lógico; tu pensamiento es elevado y discurre por las alturas; nosotros en cambio, la vulgar chusma y cuantos andamos por el suelo, os dirigiremos las súplicas junto con los dioses, cuando estéis por encima de las nubes y alcancéis las alturas que desde siempre anhelasteis.
HERMÓTIMO . — ¡Ay si pudiera subir allí yo también, Licino, pero aún me falta mucho!
LICINO . — Pero no dijiste cuánto, por ceñirnos a un [6] tiempo concreto.
HERMÓTIMO . —Ni yo mismo lo sé con exactitud, Licino. Calculo que será no más de veinte años. Al cabo de ellos, con seguridad, estaremos en la cima.
LICINO . — Por Heracles, mucho tiempo dices.
HERMÓTIMO . — Es que son grandes fatigas por grandes recompensas.
LICINO . —Quizás sea verdad lo que dices. Y que vivirás veinte años más, ¿acaso te ha prometido tanto tu maestro, que debe ser no sólo sabio sino adivino o intérprete de oráculos o uno de esos que conocen las técnicas de los caldeos 7 . Dicen que saben cosas de esa índole. Porque sobre la base de la incertidumbre de si vivirás hasta llegar a la virtud no es lógico que afrontes semejantes fatigas y que andes pasando semejantes angustias de noche y de día sin saber si el Destino, cuando estés a punto de llegar a la cima, se plante y te tire abajo cogiéndote de un pie sin ver cumplidas tus esperanzas.
HERMÓTIMO . — ¡Quita, Licino!; es un disparate lo que dices. Ojalá pudiera yo vivir para experimentar la felicidad de haber llegado a ser sabio un solo día.
LICINO . —¿Y un solo día te compensaría de tantas fatigas?
HERMÓTIMO . — Con un solo instante me conformaría.
[7] LICINO . — ¿Y cómo puedes saber que la felicidad de las alturas es tal que justifique tantos pesares? Porque tú no has subido nunca.
HERMÓTIMO . — Pues me fío de lo que dice mi maestro; él lo sabe perfectamente porque está ya en la cúspide.
LICINO . —¿Y qué tipo de cosas, por los dioses, decía, son las que hay allí, o en qué consiste la felicidad? ¿Tal vez en algún tipo de riqueza, fama y placeres insuperables?
HERMÓTIMO . — Calla, amigo; nada de eso tiene que ver con la existencia virtuosa.
LICINO . —¿Entonces, si no son ésos, cuáles son los bienes que obtendrán quienes lleguen hasta el final de su empeño?
HERMÓTIMO . — Sabiduría y valor y la propia bondad y la justicia y el conocimiento cierto y cabal de todas las cosas tal y como cada una de ellas es. Riquezas, honores y placeres y demás cosas corporales se sueltan abajo, pues se hace sin ellas la ascensión, como cuentan que hizo Heracles en el Eta al ser incinerado para convertirse en una divinidad 8 . En efecto él, arrojando a un lado cuanto de humano había recibido de su madre, levantó su vuelo hacia los dioses con su parte divina intacta e inmaculada previamente separada por el fuego. De igual modo estos hombres despojados por la filosofía, cual si de un cierto fuego se tratara, de todas las cosas que parecen constituir objeto de admiración para el resto de los hombres que no tienen un punto de vista correcto, son felices en la cima, y no se acuerdan para nada de riqueza, fama o placeres y hasta se ríen de los que creen que todo eso existe.
LICINO . — Bien, por el Heracles del Eta, Hermótimo; [8] formidable y estupendo lo que dices al respecto. Pero, cambiando de tema, dime: ¿bajan en alguna ocasión de la cumbre —voluntariamente se entiende— para hacer uso de cuanto dejaron abajo? ¿O una vez que están arriba es forzoso que permanezcan allí en compañía de la Virtud burlándose de la riqueza, la fama y los placeres?
HERMÓTIMO . — No sólo eso, Licino, sino que quien llegue a alcanzar la perfección en la Virtud jamás podría ser esclavo de la ira ni del miedo, ni de las pasiones ni se apenará jamás ni experimentaría jamás sentimientos de esta índole.
LICINO . — Bien, pues si no he de tener reparos en decir la verdad…, pero creo que es oportuno guardar silencio y que no es lícito el indagar lo que van llevando a cabo los sabios.
HERMÓTIMO . — ¡Qué va! Pregunta lo que quieras decir.
LICINO . — ¡Fíjate, amigo, cómo le voy dando largas!
HERMÓTIMO . — Pues no le des, buen hombre, que me hablas a mí solo.
LICINO . — Estaba siguiendo los diversos puntos de tu [9] exposición, Hermótimo, e iba creyendo que eran tal como los contabas, a saber que esos hombres llegan a ser sabios, valientes, justos y demás. De algún modo estaba hechizado por tu relato. Pero cuando dijiste que desprecian la riqueza, la gloria y los placeres y que ni se irritan ni se afligen, entonces —¿estamos solos, verdad?— me detuve recordando algo que vi hacer a un individuo el otro día, ¿quieres que diga quién o no hace falta que diga su nombre?
HERMÓTIMO . — No, no; di quién era.
LICINO . — Pues… tu mismísimo maestro, en otras facetas, por cierto, digno de respeto y que ahora está ya en la recta final de la tercera edad.
HERMÓTIMO . — ¿Pues qué hacía?
LICINO . — ¿Conoces al extranjero de Heraclea que desde hace tiempo compartía con él en calidad de alumno las clases de filosofía, al rubio, tan aficionado a las discusiones?
HERMÓTIMO . — Ya sé a quien te refieres; Dión se llama.
LICINO . — Ése, exactamente. Puesto que, al parecer, no le pagaba a tiempo sus honorarios, tu maestro lo llevó inmediatamente a presencia del arconte rodeándole el cuello con el manto al tiempo que soltaba gritos e imprecaciones. Y si algunos de sus compañeros no hubieran mediado y le hubieran arrebatado de las manos al muchacho, ten por seguro que el viejo, de lo enfadado que estaba, le hubiera arrancado a mordiscos la nariz.
[10] HERMÓTIMO . —Cuando se trata de pagar, Licino, el tipo ese, Dión, es rácano y desconsiderado, pues el maestro nunca jamás ha actuado así con otros muchos a quienes suele prestar dinero, que le pagan los intereses a su debido tiempo.
LICINO . — ¿Y qué pasaría si no se los pagaran, querido? ¿O le importa algo a él que ha sido ya purificado por la filosofía y que ya no está necesitado de lo que ha abandonado en el Eta?
HERMÓTIMO . — ¿Crees que mi maestro se ha tomado este asunto tan a pecho por sí mismo? Pues resulta que tiene niños pequeños y le preocupa que tengan que vivir en la indigencia.
LICINO . — Pues sería conveniente, Hermótimo, que llevara a las criaturas por la senda de la Virtud a fin de que compartieran con él la felicidad despreciando la riqueza.
HERMÓTIMO . — No tengo tiempo, Licino, de seguir [11] hablando contigo de estos temas. Tengo prisa ya por escucharlo, no sea que pierda el hilo de las lecciones.
LICINO . — Ánimo, amigo, pues hoy acaba de proclamarse una tregua. Así que voy a ahorrarte lo que te queda del trayecto.
HERMÓTIMO . — ¿Cómo dices?
LICINO . — Pues digo que en este momento no le podrías ver, al menos si hay que dar crédito al anuncio; colgó un letrero sobre la puerta con letras de gran tamaño que dice que hoy no hay clase de filosofía. En fin; contaban que había ido ayer a cenar a casa de Éucrates que daba una fiesta con motivo del cumpleaños de su hija, y que en el transcurso del banquete habló mucho de filosofía y se enfadó con Eutidemo el del Perípato y que mantuvo con él las discusiones de rigor argumentando en contra de los de la «Estoa». La reunión, según cuentan, se prolongó hasta bien entrada la noche y de resultas del griterío se le puso un gran dolor de cabeza que le produjo abundante sudor. Además, según creo, había bebido más de la cuenta, pues los presentes, como es natural, habían hecho diversos brindis, y él había cenado más de lo que conviene a un anciano. Así que al volver a casa vomitó un montón según contaban. Y tras pararse tan solo a contar los trozos de carne que le había dado al sirviente que tenía detrás de sí y de haber calculado cuidadosamente los que había recibido de él, duerme tras dar órdenes de no dejar entrar a nadie. Eso oí yo de boca de Midas, su criado, que se lo estaba contando a algunos de los alumnos, un buen grupo, que ya se iban.
HERMÓTIMO . — Y ¿quién ganó en la discusión, Licino, [12] mi maestro o Eutidemo? ¿Decía Midas algo al respecto?
LICINO . — Al principio, según cuentan, estaban muy igualados, pero finalmente la victoria se decantó de vuestro lado, y el anciano fue muy superior. Pero cuentan también que Eutidemo no se marchó sin sangre, sino con una herida enorme en la cabeza. Como estaba chulo y peleón y no se dejaba convencer, ni estaba por la labor de admitir las críticas, tu formidable maestro, va y le estampa una copa como la de Néstor 9 que tenía a mano; así es como venció.
HERMÓTIMO . — Muy bien; no de otro modo hay que actuar con quienes no quieren ceder ante quienes son superiores.
LICINO . — Sí, claro, muy lógico. ¿Qué le pasó a Eutidemo para irritar a su hombre ya mayor, impasible y capaz [13] de controlarse, que tenía en su mano una copa tan pesada? Pero en fin; tenemos tiempo de sobra. ¿Por qué no me cuentas a mí, que soy tu compañero, de qué forma te viste empujado por primera vez al estudio de la filosofía? Porque yo también, si aún es posible, podría hacer junto contigo el camino comenzando a partir de ese punto; siendo amigos como somos, no me iréis a dar con la puerta en las narices.
HERMÓTIMO . — Si quisieras, Licino, encantado. Ya verás en breve cómo te diferencias de los demás; estate seguro de que los considerarás a todos niños en comparación contigo; hasta tal punto llegará tu superioridad.
LICINO . — Me basta si al cabo de veinte años fuera capaz de ser como eres tú ahora.
HERMÓTIMO . — Descuida. Yo también tenía tu edad cuando empecé a estudiar filosofía, cuarenta años casi —la edad que tú tienes, creo—.
LICINO . — Esos mismos, Hermótimo; así que toma y llévame por el mismo camino que es lo justo, creo. Y en primer lugar, dime ¿dais a los que aprenden la posibilidad de replicar si les parece que no es correcto algo de lo que se dice o no les dais opción a los más jóvenes?
HERMÓTIMO . — En modo alguno. Ahora tú, si quieres, pregunta y objeta a lo largo de la disertación; así aprenderás con más facilidad.
LICINO . — Bien, Hermótimo, por Hermes, de quien por [14] cierto te viene el nombre. Pero dime: ¿hay sólo un único camino que conduce a la filosofía, a saber el de vosotros, los estoicos? ¿O he oído bien que hay otros muchos más?
HERMÓTIMO . — Hay muchos: peripatéticos y epicúreos y seguidores de Platón y algunos otros partidarios de Diógenes y Antístenes y los pitagóreos y más aún.
LICINO . — Eso es cierto; en efecto hay muchos. Y dime, Hermótimo, ¿tienen las mismas teorías o sostienen teorías diferentes?
HERMÓTIMO . — Completamente diferentes.
LICINO . — Pues entiendo yo que sólo uno de esos sistemas será verdadero, pero no todos, ya que son diferentes.
HERMÓTIMO . — Por supuesto.
LICINO . — Vamos allá, amigo; contéstame, ¿a quién [15] diste tu confianza al principio cuando acudiste a estudiar filosofía a las muchas puertas que se te abrían de par en par? ¿Y pasando de largo ante los demás, llegaste a la de los estoicos y a través de ella consideraste oportuno acceder a la Virtud como si fuera la única verdadera, la que enseña el camino recto, en tanto que los demás llevaran a un callejón sin salida? ¿En qué te basaste entonces para actuar así? Pero no me respondas lo que piensas ahora que eres bien medio sabio bien ya sabio el todo, capaz de emitir juicios superiores a la mayoría de nosotros; antes bien respóndeme con la mentalidad que tenías entonces, un hombre corriente y moliente como soy yo ahora.
HERMÓTIMO . — No comprendo lo que pretendes con ello, Licino.
LICINO . — Pues no te estaba preguntando nada retorcido. Hay muchos filósofos como por ejemplo Platón, Aristóteles, Antístenes, y vuestros predecesores, Crisipo y Zenón, y otros tantos más; ¿en quién has confiado para, dejando de lado a los demás, hacer la elección que has hecho, considerando lógico seguir esa línea de pensamiento filosófico? ¿O es que como a Querefonte 10 te ha enviado a ti también Apolo a los estoicos diciéndote en su profecía que son los mejores de todos? Porque la costumbre que tiene es la de mandar a cada uno a una escuela diferente, pues creo que sabe cuál es la que mejor se adapta a cada cual.
HERMÓTIMO . — Nada de eso, Licino. Yo no le pregunté jamás al dios al respecto.
LICINO . —¿Piensas entonces que no merece la pena una consulta al dios o crees que eres capaz de elegir por ti mismo, por ti solo, sin ayuda?
HERMÓTIMO . — Eso creo yo.
[16] LICINO . — Pues bien, entonces podrías enseñarme lo primero de todo cómo podemos discernir correctamente desde un principio cuál es la mejor y la verdadera filosofía, la que uno debería elegir dejando de lado los demás.
HERMÓTIMO . — Te lo voy a explicar. Veía yo que la mayoría de la gente se sentía atraída por ésta así que deduje que sería la mejor.
LICINO . —¿En qué cantidad crees que son más numerosos los estoicos que los epicúreos o los platónicos o los peripatéticos? Porque me parece que los has contado como en las votaciones a mano alzada.
HERMÓTIMO . — Es que no los he contado sino que me dio esa impresión.
LICINO . — ¡Como que no quieres enseñarme sino que me estás engañando; tú, que acerca de temas tan importantes dices que juzgas basándote en la conjetura y a ojo de buen cubero, e intentas ocultarme la verdad!
HERMÓTIMO . — No es eso, Licino. Pero es que oía a todo el mundo decir que los epicúreos eran dulces de espíritu 11 y amantes de los placeres; los peripatéticos, amantes de la riqueza y aficionados a las dicusiones; y los platónicos, llenos de soberbia y amantes de los honores. En cambio, de los estoicos mucha gente decía que eran hombres de verdad, que lo saben todo y que quien va por ese camino es el único rey, el único rico, el único sabio; en una palabra, lo es todo.
LICINO . — Evidentemente era lo que opinaba otra gente [17] sobre ellos; pues no habrías hecho caso de quienes elogian a sus propias escuelas filosóficas.
HERMÓTIMO . — En absoluto, sino que el resto de la gente opinaba así.
LICINO . — Como es natural los partidarios de las escuelas rivales no opinarían así.
HERMÓTIMO . — Claro que no.
LICINO . — Los ciudadanos de a pie son los que opinaban así.
HERMÓTIMO . — Desde luego.
LICINO . — Pues ya ves cómo otra vez estás intentando engañarme y no me dices la verdad. Crees que estás dialogando con un Margites 12 cualquiera que estaría dispuesto a creer que Hermótimo, un hombre inteligente, de cuarenta años cumplidos, se fía en lo que a filosofía y filósofos se refiere de los hombres de la calle y que según lo que ellos decían hizo la elección considerándolos dignos de la mayor estima. Desde luego yo no podría darte crédito si dices cosas semejantes.
[18] HERMÓTIMO . — Pues sabes, Licino, que no sólo me fiaba de los demás, sino sobre todo de mí mismo. Pues yo los veía (a los estoicos) andar con porte, decorosamente vestidos, siempre en actitud pensativa, con mirada varonil, la mayoría de ellos con el pelo cortado al rape, sin ninguna blandenguería, sin la exagerada indiferencia que impone respeto distante y que es circunstancial al cínico, sino en una actitud de equilibrio, lo que al decir de todos, es lo mejor.
LICINO . —¿Y los has visto actuando de la forma que un poco antes te contaba yo que había visto actuar, Hermótimo, a tu maestro? Es decir prestando dinero, reclamando urgentemente los pagos, buscando pelea por el placer de discutir en las reuniones y demás actitudes por el estilo que ponen constantemente de relieve? ¿O todo esto te importa poco siempre que el vestido sea decoroso, la barba poblada y el pelo cortado al rape? Así que para el futuro, tomemos como norma y regla exacta (de conducta) en temas semejantes lo que dice Hermótimo, y así habrá que identificar a los mejores por sus apariencias, sus andares y sus afeitados. Y quien no presente esos síntomas y no muestre un rostro sombrío y que denote preocupación ¿habrá de ser marginado [19] y rechazado? Mira a ver, Hermótimo, no me estés tomando el pelo intentando probarme a ver si me doy cuenta de que me estás engañando.
HERMÓTIMO . —¿Por qué has dicho esto?
LICINO . — Pues, querido amigo, porque esta forma de examinar a partir de las apariencias externas es propia de estatuas. Al menos ellas tienen un aspecto mucho más airoso y unos vestidos más decorosos ya que un Fidias, un Alcámenes o un Mirón las han modelado para que resulten los más hermosas posibles. Pero si hubiera que juzgar por elementos de esa índole, ¿qué pasaría si un ciego sintiera deseos de dedicarse a la filosofía? ¿Cómo podría distinguir al que ha hecho la mejor elección si no puede ver ni su atuendo ni su porte?
HERMÓTIMO . — Pero mis argumentos no van dirigidos a los ciegos, ni me preocupo de ellos.
LICINO . — Pues entonces, caballero, debería existir algún criterio común de conocimiento de temas tan importantes y de tanta utilidad para todos. A no ser que te parezca bien que lo ciegos queden al margen de la filosofía —ya que no pueden ver—; por cierto que deberían ser ellos quienes más se dedicaran a la filosofía para así paliar mejor su desgracia. Y los que pueden ver, por muy fina que tengan la mirada ¿cuál de las cualidades del alma podrían captar a partir de ese recubrimiento externo? Lo que quiero decir es [20] algo así: ¿No fue por amor a su forma de pensar por lo que te echaste en manos de estos hombres? ¿Y no confiabas en mejorar en los aspectos ideológicos?
HERMÓTIMO . — Naturalmente.
LICINO . — Entonces, ¿cómo serás capaz de distinguir por los síntomas que mencionaste al filósofo verdadero del que no lo es? Cosas así no gustan de manifestarse de esta manera, sino que son secretas, permanecen en la oscuridad, y se manifiestan en conversaciones, reuniones y actuaciones subsiguientes, y ello al cabo de un tiempo y con dificultad. Ya has oído, creo, la acusación que Momo le hizo a Hefesto. Y si no, escucha. Cuenta la fábula que Atenea, Poseidón y Hefesto discutían respecto de su habilidad manual; Poseidón modeló un toro, Atenea inventó una casa y Hefesto plantó a su lado a un hombre 13 . Y se presentaron ante Momo, a quien habían elegido como árbitro; examinó éste el trabajo de cada uno de ellos. Y sería superfluo decir los defectos que encontró en las obras de los otros dos, pero respecto del hombre hizo la siguiente crítica, y regañó al artista, a Hefesto, porque no le había abierto unas ventanas a lo largo del pecho, capaces de abrirse para que todos pudieran fácilmente conocer lo que quiere o lo que está pensando y si miente o si dice la verdad. Aquél (Momo), como era corto de vista, tenía esas ideas sobre los hombres, pero tú has fijado tus ojos en nosotros con mejor vista que Linceo 14 y ves lo de dentro, según parece, a través del pecho; y todo se te revela, hasta el punto de saber no sólo lo que cada uno quiere y sabe sino incluso quién es mejor o peor.
HERMÓTIMO . — Bromeas, Licino; yo escogí conforme a [21] designio divino y no me arrepiento de la elección; al menos a mí me basta con eso.
LICINO . — Sin embargo, ¿no me lo podrías decir, amigo, a mí también o me despreciarás dejándome que me pudra en la vulgaridad de la chusma?
HERMÓTIMO . — No te gusta nada de lo que te digo.
LICINO . — No, amigo mío; lo que pasa es que no tienes intención de decir nada que pudiera gustarme. Y puesto que deliberadamente andas disimulando y ves con malos ojos que podamos llegar a dominar la filosofía al mismo nivel que tú, voy a intentar, en la medida en que sea capaz, descubrir por mí mismo el criterio más exacto para abordar estos temas, y en consecuencia la opción más sólida. Y ahora, si quieres, escúchame tú también.
HERMÓTIMO . — Ya lo creo que quiero, pues igual vas a decir algo importante.
LICINO . — Pues fijate bien y no te burles si ves que abordo el tema de un modo ramplón cual ciudadano de a pie cualquiera; me veo obligado a hacerlo así ya que tú no quieres hablar con mayor claridad, pese a tener mayores conocimientos que yo. Supongamos que la virtud es una [22] especie de ciudad que tiene unos habitantes felices —como diría tu maestro, llegado de allí, de un sitio cualquiera—, sabios en grado sumo, valientes todos sin excepción, justos, sensatos, a un paso casi de ser dioses. Y nada de cuanto acaece entre nosotros, robos, violencia, codicia, podría uno ver en esa ciudad, según dicen, sino que por el contrario sus habitantes, como es de toda evidencia, viven en perfecta paz y concordia. Y lo que despierta en las demás ciudades, a mi entender, disputas y revueltas y es motivo de permanente conspiración de unos contra otros, está totalmente excluido de ellos. Efectivamente, no ponen sus ojos ni en oro, ni en placeres, ni en honores que sean objeto de discusiones entre ellos, sino que desde antaño los han expulsado de la ciudad, por no considerarlos necesarios para la vida de todos los ciudadanos. Así que viven la vida en una especie de bonanza y dicha total, en perfecta legalidad, igualdad, libertad y demás factores positivos.
HERMÓTIMO . — Y entonces, Licino, ¿no es lógico que [23] todos deseen efectivamente llegar, a ser ciudadanos de una ciudad así, sin pararse a pensar en las fatigas del camino y sin reblar ante la tardanza en llegar, dado que una vez allí se disponen a contarse entre la nómina de sus ciudadanos y a participar en la vida de la ciudad?
LICINO . — Sí, por Zeus, Hermótimo; para lograr esto debemos afanarnos al máximo desentendiéndonos de todo lo demás. Y ni a nuestra patria actual, aunque nos reclame, debe uno hacerle mucho caso, ni debe uno ablandarse ante los hijos o parientes que tengamos, por más que nos agarren deshaciéndose en llanto; antes bien, ante todo exhortarlos a ellos también a seguir por el mismo camino. Y caso que no quisieran o no pudieran, debe uno deshacerse de ellos bruscamente y encaminarse derecho a la ciudad dichosa aquella, quitándose uno incluso hasta el manto (por más que ellos lo agarran y se afanan en tirar de quien va a toda prisa hacia allí), pues no hay miedo de que alguien le impida a uno la entrada aunque llegue allí desnudo.
[24] Ya en otra ocasión y en otro lugar escuché a un hombre mayor explicar cómo son las cosas de allí, al tiempo que me apremiaba a seguirle a la ciudad; que él me guiaría, me inscribiría en el censo, me haría miembro de su tribu y copartícipe de su patria, de modo que pudiera compartir la felicidad con todos. «Pero yo no le hice caso», por mi inconsciencia y mi juventud de entonces —un poco menos de quince años, tenía—; quizás ahora estaría ya por los arrabales, a las puertas. No paraba de hablar de la ciudad, y si mal no recuerdo, entre otras muchas cosas destacaba este punto: que absolutamente todos los habitantes eran forasteros y extranjeros, y que no había si un solo nativo, sino que incluso entre los ciudadanos se encontraban muchos bárbaros y esclavos y deformes y enanos y pobres; en una palabra, quien quería participar de la ciudad. Pues el requisito legal para inscribirse no venía dado por las apariencias externas, ni la talla, ni la belleza, ni el linaje, ni el brillo de los antepasados, sino que todo eso no se consideraba entre ellos y era suficiente para alcanzar el rango de ciudadano la inteligencia, el ansiar lo bello, el trabajo, la constancia, el no rendirse ni dejarse ablandar por las dificultades que pudieran aparecer en el camino; de manera que quien hiciera gala de esas cualidades y avanzara paso a paso hasta las inmediaciones de la ciudad sería al punto un ciudadano con todas las de la ley, igual en su consideración a todos. En una palabra, el ser inferior o superior, noble o villano, esclavo o libre, no tiene razón de ser en la ciudad.
HERMÓTIMO . —¿Ves, Licino, cómo mis quebraderos de [25] cabeza no son baladíes ni por asuntos de poca monta, pues anhelo fervientemente llegar a ser yo también un ciudadano de esa ciudad tan bonita y feliz?
LICINO . — Yo también, Hermótimo, tengo los mismos deseos que tú y no hay nada que pida yo en mis plegarias antes que eso. Y si la ciudad estuviera cercana y a la vista de todos, ya hace mucho tiempo, tenlo por seguro, que hubiera entrado en ella sin dudarlo y hubiera vivido en ella como ciudadano desde hace mucho tiempo. Pero puesto que, como decís vosotros, tú y Hesíodo el poeta, está fundada muy lejos de aquí, no hay más remedio que buscar el camino que lleva hasta ella y al mejor guía. O ¿no crees tú que es eso lo que se debe hacer?
HERMÓTIMO . —¿Y cómo podría llegarse a ella de otro modo?
LICINO . — Al menos sobre la base de hacer promesas y de decir que saben, hay una gran abundancia de personas dispuestas a hacer de guías; muchos están ya apostados preparados, diciendo cada uno que son autóctonos de esa ciudad, pero no se ve ni uno solo ni un mismo camino, sino muchos y diferentes y que nada se parecen entre sí. Uno parece llevar al Oeste, el otro al Este, uno al Norte, el otro al Sur; el uno a través de prados y jardines y sombras refrescantes, agradable, sin obstáculos ni dificultades; el otro pedregoso y abrupto, y predice a las claras mucho sol y sed y fatiga. Y sin embargo, se dice que todos esos caminos llevan a la ciudad que es una, aunque finalizan en puntos diametralmente opuestos. Y ahí es donde radica todo mi [26] problema; pues por cualquiera de ellos que acceda, un hombre al comienzo de cada sendero, apostado a la entrada, un hombre digno de toda confianza, me tiende la mano y me invita a marchar por su senda. Y cada uno de ellos dice que él sólo conoce la dirección exacta y que los demás son erráticos, y que ni ellos han ido allí ni han acompañado a otros que podían guiarles. Y si me acerco al vecino me hace las mismas promesas sobre su camino y echa pestes de los demás. E igual dice el que está junto a él y así todos sucesivamente. Así, la cantidad de caminos y la disparidad entre ellos me desconcierta no poco y me sume en confusión y de un modo muy especial los guías que se extralimitan en sus funciones y que ponderan cada uno lo suyo. No sé a cuál volver mis pasos o por dónde seguir para poder llegar a la ciudad.
[27] HERMÓTIMO . — Pero yo te voy a librar de tu confusión. Si hicieras caso a quienes han realizado el trayecto previamente, Licino, no te equivocarías.
LICINO . —¿A quiénes te refieres? ¿A los que fueron por qué camino? ¿O a quién de los guías siguieron? El mismo problema se nos plantea aunque de forma distinta, trasladado de las cosas a los hombres.
HERMÓTIMO . — ¿Cómo dices?
LICINO . — Digo que el que volvió sus pasos por la senda de Platón y realizó el camino en su compañía, lo pondrá por la nubes, está clarísimo, y el que siguió la senda de Epicuro, elogiará ese camino, y así cada uno el suyo, y tú el vuestro. Dime, Hermótimo, ¿no es así?
HERMÓTIMO . — Por supuesto.
LICINO . — Pues en modo alguno me has librado de mis dudas, pues por la misma razón no se a quién de los caminantes debo hacer más caso. Efectivamente, veo que cada uno de ellos, tanto el caminante como su guía, no ha experimentado más que un solo camino, y lo elogia y dice que es el único que lleva a la ciudad. Y en verdad no puedo saber si dicen la verdad. Que ha llegado a un cierto término y que ha visto una ciudad, bueno, puedo concedérselo; pero si ha visto la que debería haber visto, en la que tú y yo desearíamos vivir como ciudadanos, o si teniendo que ir a Corinto ha llegado a Babilonia y cree que ha visto Corinto, eso al menos de momento no lo tengo claro (pues obviamente no todo el que ha visto una ciudad ha visto Corinto, a no ser que Corinto sea la única ciudad). Y lo que me plantea un gran problema es precisamente eso, el saber que inexorablemente uno sólo pueda ser el único camino verdadero. Pues Corinto sólo hay uno y todos los demás caminos llevan a todas partes menos a Corinto a no ser que alguien esté tan chiflado como para creer que el camino que lleva al país de los Hiperbóreos 15 y el que lleva a la India conducen a Corinto.
HERMÓTIMO . —¿Cómo podría ser eso? Cada camino lleva a un sitio diferente.
LICINO . — Así pues, lindo Hermótimo, se precisa no [28] pequeña deliberación para la elección de caminos y guías, y no haremos lo que dice el refrán, «ir a donde nos lleven los pies», porque sin darnos cuenta saldremos por el camino que lleva a Babilonia o a Bactra en vez de por el que lleva a Corinto. Y ni tan siquiera es de recibo echarse en manos del Azar, a ver si por casualidad elegimos el mejor camino, máxime si nos inclinamos por uno cualquiera de los caminos sin previo análisis. Y es posible incluso que suceda eso, y quizás sucedió en algún momento de los tiempos. Pero creo que nosotros en temas de tanta envergadura no debemos arriesgarnos de un modo audaz ni encasillar por completo nuestra esperanza, como dice el refrán, pretendiendo surcar el Egeo o el Jónico sobre un canasto de mimbre; entonces no podríamos acusar con razón al Azar si con sus flechas y sus dardos no fuera a dar en la diana de la Verdad, que es lo único cierto entre miles de cosas que son falsas; cosa ésta que ni siquiera estuvo en las manos del arquero homérico, Teucro 16 , creo, quien cuando debía haber matado con sus flechas a la paloma, cortó el hilo. Pues es mucho más lógico esperar que sea otra de entre tantas cosas la que resulte herida y caiga fulminada por la flecha que no precisamente ésa, la Verdad. Y el peligro no es insignificante si por desconocimiento vamos a caer en uno de los caminos sin rumbo en vez del que lleva la dirección correcta con la esperanza de que el Azar realice por nosotros una elección mejor; creo que lo captas. Y no es tan fácil darse la vuelta y volver sano y salvo si uno se echa de golpe a merced del viento luego de soltar las amarras; antes bien inexorablemente se deja llevar navegando por el mar, lleno de temores y con la cabeza pesada por el ir y venir de las olas, cuando lo que tenía que haber hecho en un principio era, antes de soltar amarras, subiendo a una atalaya, fijarse a ver si el viento era propicio, favorable para quienes quieren navegar rumbo a Corinto, y, por Zeus, elegir al mejor timonel y una embarcación sólida capaz de resistir semejante oleaje.
[29] HERMÓTIMO . — Lo mejor sin lugar a dudas, Licino. Y sé muy bien que si dieras una vuelta en derredor de todos no encontrarías guías mejores ni timoneles más expertos que los estoicos; y si alguna vez quieres llegar a Corinto, los seguirás avanzando por las huellas de Crisipo y de Zenón; de otra forma, imposible.
LICINO . —¿Ves qué vago es lo que acabas de decir, Hermótimo? Lo mismo podría decir el compañero de camino de Platón o el que ha seguido a Epicuro y los demás, cada uno a su vez, a saber, que no llegaría hasta Corinto si no es en su compañía; así que, o hay que dar crédito a todos ellos, lo cual sería ridículo, o por la misma razón no hay que dárselo a ninguno; y esto es con mucho lo más seguro hasta que no encontremos a quien garantice la Verdad.
Venga; si, como me sucede a mí ahora que ignoro aún [30] quién de todos es el que dice la Verdad, escogiera yo vuestro camino, fiándome de ti que eres mi amigo, pero que no conoces más doctrina que la de los estoicos y que no has andado más que ese único camino; si a continuación alguno de los dioses hicieran recobrar la vida a Platón y a Pitágoras y a Aristóteles y a los demás y colocándose en derredor mío me hicieran preguntas o, por Zeus, incluso me llevaran a juicio acusándome cada uno de arrogancia en estos términos, Licino, fenómeno, ¿en qué experiencia o en qué palabra te basas para tratar mejor que a nosotros a Crisipo o a Zenón, cuando nosotros somos con mucho mayores en edad que ellos, que han nacido ayer y anteayer como quien dice, y no nos has dado ni el turno de palabra ni has puesto a prueba nuestros argumentos? ¿Si ellos se expresaran en esos términos, qué les podría yo contestar? ¿Tal vez me baste con decirles que me convenció Hermótimo, un amigo mío? Pero tal vez podrían replicar —sé que lo harían— en estos términos: Licino, nosotros no conocemos al Hermótimo ese quienquiera que sea, ni él tampoco a nosotros. Conque no deberías subestimarnos ni emitir un juicio de valor desfavorable contra nosotros 17 , tú que prestas crédito únicamente a un hombre que sólo ha seguido un camino en el ejercicio de la filosofía, y que posiblemente ni siquiera lo conoce a fondo. Los legisladores, Licino, no han establecido que los jueces actúen de esta manera, ni que a una parte la escuchen en tanto que a la otra no la dejen decir lo que estima conveniente en su propia defensa, sino el prestar oído de modo semejante a ambas, de forma que cotejando con más facilidad los diversos argumentos puedan discernir lo verdadero y lo falso; y caso de no actuar de este modo la ley da opción a apelar a otro tribunal.
[31] Es lógico que se expresen ellos en términos semejantes. O incluso algunos podrían tal vez dirigirse a mí con estas palabras: Licino, supón que un etíope que no ha visto jamás a otros hombres como nosotros, por ejemplo, porque no ha salido nunca de su país, en una reunión de etíopes se reafirmara en sus teorías de que en ningún lugar de la tierra hay hombres blancos o rubios, sino tan sólo exclusivamente negros, ¿le darían crédito los demás? O acaso alguno de los etíopes de más edad podía replicarle: ¿y tú cómo lo sabes? Pues jamás has salido de nuestra tierra y, por Zeus, no sabes cómo son las cosas en otros países. Y desde luego yo diría que el anciano le pregunta con toda la razón del mundo. O ¿qué piensas tú al respecto, Hermótimo?
HERMÓTIMO . — Eso mismo, pues me parece que le increparía con toda la razón del mundo.
LICINO . — Igual yo, Hermótimo. Pero en lo que viene a continuación ya no sé si vas a estar tan de acuerdo. A mí desde luego me parece de cajón.
HERMÓTIMO . — ¿El qué?
[32] LICINO . — Pues evidentemente el tipo en cuestión proseguirá y se dirigirá a mí en estos términos: establezcamos, Licino, una comparación: alguien que no conoce más que las teorías de los estoicos, como tu amigo ese, Hermótimo, que nunca ha viajado al mundo de Platón, ni al de Epicuro, ni al de ningún otro filósofo, si dijera que en esas muchas tierras no hay nada tan hermoso y tan verdadero como las doctrinas de los estoicos, no te parecería que es un osado al manifestar públicamente su opinión sobre todos los temas, cuando no ha conocido más que un solo campo, puesto que no ha puesto jamás el otro pie fuera de Etiopía. ¿Qué respuesta quieres que le dé?
HERMÓTIMO . — La que más se ajusta a la Verdad, por supuesto; que nosotros aprendemos a fondo las doctrinas de los estoicos, porque estimamos lógico concebir la filosofía con arreglo a ellas, pero que no por ello desconocemos las doctrinas de las demás escuelas, pues el maestro también nos las va explicando al tiempo que las echa por tierra con sus teorías.
LICINO . — Y piensas que en ese punto van a estarse [33] calladitos los seguidores de Platón, Pitágoras, Epicuro y los demás y que no van a decirme muertos de risa: ¿qué está haciendo, Licino, tu amigo Hermótimo? ¿Le parece lógico dar crédito a quienes sostienen respecto de nosotros puntos de vista contrarios y cree que nuestras teorías son como quieran decir ellos aunque sean ignorantes u oculten la verdad? Pues si viera a un atleta entrenándose antes de la competición dando patadas al aire, o dando puñetazos en vacío como si golpeara a su rival, ¿por ello iba a proclamarlo, contituyéndose en árbitro, vencedor del certamen? O por el contrario, ¿creerá que esos fogosos ejercicios son fáciles y seguros pues no hay rival alguno, y esperará para proclamarlo vencedor a que se enfrente con un rival y a que lo venza hasta que ese oponente se vea derrotado por completo y no antes? Así que… no vaya a creer Hermótimo que nos va a derrotar a partir de las batallas vanales que sus maestros libran contra nosotros sin estar presentes o que nuestras teorías son tales como para echarse por tierra así como así. Y es que sería algo así como las casitas que hacen los niños y que, inconsistentes, enseguida las echan abajo o como, por Zeus, quienes se ejercitan en el tiro con arco que atan un manojo de astillas y a continuación las clavan en un palo colocado a no mucha distancia, apuntan y disparan; y si dieran en la diana y atravesaran las astillas, se pondrían a dar gritos al punto como si hubieran hecho algo grande, si es que la flecha lograra traspasar el haz de astillas y salir limpia. Pero no es así como actúan los persas ni los arqueros escitas, sino que, en primer lugar, cuando disparan, en la mayoría de los casos lo hacen moviéndose a lomos del caballo y después piensan que lo lógico es que el blanco también se mueva y no que esté ahí quieto y a la espera de que una flecha le caiga encima, sino que de algún modo intenta escapar a su impacto. Animales salvajes es lo que capturan con sus flechas las más de las veces, y en ocasiones algunas aves. Y si en algún momento desean comprobar la intensidad del impacto, colocan delante un parapeto de madera resistente o un escudo hecho de piel de buey y lo atraviesan, con lo que comprueban que sus saetas pueden traspasar incluso las armas. Dile, pues, a Hermótimo de parte nuestra que sus maestros colocando astillas delante las atraviesan con sus flechas y van diciendo después que han vencido a hombres armados, y que dibujando retratos nuestros la emprenden a puñetazos con ellos y que al derrotarlos, como es natural, creen habernos derrotado a nosotros. Y es que cada uno de nosotros podría replicarles las palabras aquellas que dicen que dijo Aquiles respector de Héctor
pues de mi casco no ven la visera 18 .
Eso es lo que dirían todos sin excepción, cada uno por separado.
Y Platón, me parece que podría contar alguna de sus [34] anécdotas de Sicilia, que creo que sabe muchas. Por ejemplo, cuentan que a Gelón de Siracusa le olía muy mal la boca y que por espacio de mucho tiempo no fue consciente de ello porque nadie se atrevía a criticar a un tirano, hasta que una mujer extranjera que tuvo relaciones con él tuvo el valor de decírselo. Cuentan que él fue a su mujer y se irritó con ella por no habérselo hecho notar, ella que era quien mejor conocía el mal olor de su aliento, y que ella le suplicó que la perdonara. Aducía que por no haber frecuentado anteriormente compañía ni trato con ningún hombre, creía que la boca de todos los hombres despedía un olor semejante. Así, podría decir Platón algo así como que «Hermótimo, puesto que no tiene trato más que con los estoicos, no sabe cómo son las bocas de los demás». Y Crisipo podría decir lo mismo e incluso ir más lejos si yo lo dejara sin emitir un juicio crítico y fuera a parar a las doctrinas de Platón dando crédito a uno de los que no frecuentan más compañía que la de Platón. En una palabra, afirmo que en la medida en que no está clara una opción en el terreno de la filosofía, la mejor consiste en no hacer ninguna, pues el optar por una supone un cierto desprecio hacia las demás.
HERMÓTIMO . — ¡Por Hestia, Licino!, dejemos quietecitos [35] a Platón, Aristóteles, Epicuro y demás filósofos, que no está en mi mano rivalizar con ellos; investiguemos tú y yo, los dos solos por nuestros propios medios a ver si el problema de la filosofía es como yo digo que es. Que en lo que a etíopes o a la mujer de Gelón se refiere, ¿a cuento de qué había que traerlos desde Siracusa para nuestra discusión?
LICINO . — Bien, pues, que se vayan a paseo si te parece que no vienen al caso en la discusión. Habla tú ya, que al parecer vas a decir algo fantástico.
HERMÓTIMO . — Me parece, Licino, que es posible llegar a saber la verdad aprendiendo tan sólo las doctrinas de los estoicos, a partir de ellas, sin llegar a las demás escuelas, examinando cada punto. Fíjate. Si alguien va y te dice a ti solo que dos por dos son cuatro, ¿habrás de ir a informarte de boca de otros matemáticos a ver si hay alguno que dijera que son cinco o siete? ¿O te darás cuenta al instante que ese hombre te está diciendo la verdad?
LICINO . — Al instante, Hermótimo.
HERMÓTIMO . — Entonces ¿por qué te parece imposible que un hombre que no ha tenido trato más que con estoicos, que dicen la verdad, les preste crédito y ya no necesite de los demás para saber que cuatro nunca pueden ser cinco por más que lo afirmen millones de Platones o Pitágoras?
[36] LICINO . — No se trata de eso, Hermótimo, pues pones en parangón lo que es del dominio público con lo que está sometido a juicio, que son cosas muy distintas. O si no, di ¿te has encontrado a alguien que diga que multiplicando dos por dos le da cinco o siete?
HERMÓTIMO . — En absoluto, yo al menos no; pues loco estaría quien dijera que no da cuatro.
LICINO . —¿Y qué? ¿Te has encontrado alguna vez —e intenta, por las Gracias, decir la verdad— a algún estoico o algún epicureo que no difieran en los principios o en los objetivos de sus doctrinas?
HERMÓTIMO . — Nunca jamás.
LICINO . — Pues fíjate, fenómeno, no sea que con tus palabras vengas a engañarme, y más siendo amigo mío. Estamos intentando averiguar quiénes son los que dicen la verdad en esto de la filosofía, y tú te has abalanzado atribuyéndosela a los estoicos, diciendo que ellos son los que dicen que dos por dos son cuatro, sin que esté nada claro que es así. Por la misma regla de tres los epicúreos o los platónicos podrían sostener ese resultado aduciendo que vosotros decís que da cinco o siete. ¿O no te parece que es eso lo que hacen cuando vosotros sostenéis que el Bien es la Virtud en tanto que los epicúreos dicen que es el Placer? ¿Y cuando vosotros decís que todo es corpóreo en tanto que Platón piensa que existe algo incorpóreo en los seres? Pues tal y como yo decía, tú, de forma arrogante dando por seguros todos los puntos que son susceptibles de discusión, se los atribuyes sin más a los estoicos, en tanto que las demás escuelas lo recaban para sí; así que, entiendo yo, el tema requiere de un examen crítico. Porque si llegara a demostrarse que es patrimonio exclusivo de los estoicos el pensar que dos por dos son cuatro, bien callados pueden estarse los demás. Pero en tanto todos se pelean por el mismo objetivo no hay más remedio que escuchar a todos por igual o saber que va a parecer que estamos emitiendo un juicio parcial.
HERMÓTIMO . — Me parece, Licino, que no comprendes [37] lo que quiero decir.
LICINO . — Entonces deberás expresarte con mayor claridad si es que vas a exponer un punto de vista que no sea igual al mío.
HERMÓTIMO . — Enseguida vas a saber lo que voy a decir. Supongamos que dos personas cualesquiera han entrado al santuario de Asclepio o al de Dioniso, y que ha desaparecido una copa de los rituales sagrados, ¿habrá que registrar a los dos para ver quién es el que oculta la copa en su regazo?
LICINO . — Naturalmente.
HERMÓTIMO . — Uno de los dos lo tiene.
LICINO . — Si ha desaparecido, por supuesto.
HERMÓTIMO . — Y caso de encontrarla en el primer individuo, ya no desnudarás al segundo, porque es de cajón que no la tiene.
LICINO . — De cajón.
HERMÓTIMO . — Y caso de no encontrarla en el regazo del primero, es evidente que el segundo la tiene, con lo que ni lo registrarás porque no hará falta.
LICINO . — Evidente.
HERMÓTIMO . — Pues también nosotros, si encontramos ya la copa en manos de los estoicos, estimaríamos lógico no registrar a los demás, pues tenemos lo que desde antaño buscábamos. ¿O habríamos de tener algún motivo para tomarnos más molestias?
[38] LICINO . — Ninguno, caso de encontrarlo. Y máxime en el caso de que luego de haberlo encontrado pudiérais saber que era ese precisamente el que faltaba o en el caso que el objeto sagrado os fuera perfectamente conocido. Pero ahora, amigo, los que acceden al templo no son dos, con lo que ineludiblemente uno de los dos tiene el objeto, sino muchos más, con lo que no está claro dónde está el objeto que falta, sea una copa o una taza o una corona. Pues al menos cada sacerdote dice que es una cosa y no se ponen de acuerdo ni sobre el material de que está hecho; unos dicen que de bronce, otros que de plata, otros que de oro y otros incluso que de estaño. Con lo que no hay más remedio que desnudar a todos los que entran si se quiere encontrar el objeto perdido. Y aunque se le encontrara inmediatamente una copa de oro al primero, habría que desnudar incluso a los demás.
HERMÓTIMO . —¿Por qué, Licino?
LICINO . — Pues porque no estaría claro que es una copa el objeto perdido; porque aunque todos estuvieran de acuerdo en ese punto, no todos afirman que se trata de la copa de oro. Y si se tuviera constancia exacta de que falta una copa de oro y tú incluso encontraras una copa de oro en manos del primer individuo, no por ello dejarías de registrar a los demás, pues no está claro si la copa en cuestión sería la copa de la divinidad. ¿O no crees que hay muchas copas hechas de oro?
HERMÓTIMO . — Sí.
LICINO . — Será menester ir registrando a todos y poner en medio todo lo que se le haya encontrado a cada uno y así deducir a cuál de esos objetos le cuadraría ser propiedad de la Divinidad.
Pues la mayor dificultad radica precisamente en lo [39] siguiente: en que cada una de las personas registradas tiene algo con seguridad —el uno una taza, el otro una copa, el de más allá una guirnalda y, a su vez, cada uno de estos objetos de bronce, de oro, de plata—; y aun así no está claro si lo que cada hombre tiene es objeto sagrado. De modo que es de todo punto imposible precisar a quién le cuadra el nombre de sacrílego. Pues aun en el caso de que todos tuvieran objetos semejantes tampoco estará claro quién es el que ha sustraído el objeto del dios, pues objetos así también pueden ser propiedad particular. Y es sólo una la causa de nuestra ignorancia, creo yo, a saber, que la copa que falta no tiene una inscripción —eso suponiendo que sea una copa lo que falte—; de modo que si se hubiera grabado sobre ella el nombre del dios o el del oferente nos habríamos dado menos trajines y al encontrar la copa con la inscripción habríamos dejado de registrar y de causar molestias a los demás. Por cierto, creo, Hermótimo, que has visto ya en muchas ocasiones competiciones deportivas.
HERMÓTIMO . — Y crees bien; en muchas ocasiones y en muchos lugares.
LICINO . — ¿Y te sentaste alguna vez al lado de quienes otorgan los trofeos?
HERMÓTIMO . — Sí, por Zeus, en las competiciones de Olimpia y recientemente a la izquierda de los helanodicas 19 , pues me reservó un asiento entre sus conciudadanos Evándridas de Élide; que andaba yo deseoso de ver de cerca lo que se traen entre manos los árbitros.
LICINO . —¿Sabes, pues, cómo sortean quién tiene que enfrentarse a quién en la lucha o en el pancracio? 20 .
HERMÓTIMO . — Pues claro que lo sé.
LICINO . — Naturalmente tú que lo viste más de cerca podrías decirlo mejor que yo.
[40] HERMÓTIMO . — Lo antiguo, cuando Heracles era el organizador de los juegos, hojas de laurel…
LICINO . — No me cuentes lo de época antigua, Hermótimo; dime lo que viste recientemente.
HERMÓTIMO . — Hay delante de ellos una urna de plata dedicada al dios. En ella se introducen unas pequeñas fichas que llevan grabada una inscripción, del tamaño de una judía pequeña 21 . Hay dos que tienen marcada una alfa cada una de ellas, otras dos una beta, otras dos la gamma y así sucesivamente si hay más atletas; siempre son dos fichas con la misma letra.
Cada uno de los atletas acude y luego de hacer la plegaria a Zeus mete la mano en la urna y saca una ficha; y a continuación va repitiendo el siguiente la misma operación. Y un vigilante provisto de látigo le sujeta la mano a cada uno impidiéndole leer qué letra es la que ha sacado. Una vez que todos tiene ya su correspondiente letra, el inspector jefe, creo, o uno de los propios helanodicas —ya no recuerdo ese detalle— da vuelta en derredor de los atletas que están de pie en círculo e inspecciona las fichas. Así al que tiene una alfa lo empareja para enfrentarse en la lucha o en el pancracio con el que tiene la otra; al que tiene la beta con el de la beta y así sucesivamente a cada uno con el de su letra correspondiente. Así si son pares los contrincantes 8, 4, 12; y si son impares 5, 7, 9, marca en una sola ficha una letra suelta que no tiene su correspondiente. Y el que saque ésa queda exento y tiene que esperar hasta que compitan los demás, pues no tiene letra correspondiente. Y no es de poca monta la suerte de ese atleta, el esperar descansado a enfrentarse con rivales agotados.
LICINO . — Quieto ahí; eso es justamente lo que me [41] hacía falta. Así que supon que son nueve y que todos han sacado y tienen ya sus fichas. Date una vuelta —quiero hacerte helanodica en vez de espectador— e inspecciona las letras; creo que no serías capaz de saber quién es el que queda exento a no ser que vayas a todos antes y los emparejes.
HERMÓTIMO . — Es imposible descubrir al instante la letra que evidencia quién es el que queda exento; o quizás podría llegar a descubrir la letra, pero sin saber si es ésa; pues de antemano no se ha dicho expresamente que la Κ o la Μ o la I corresponda al exento. Así que cuando encuentres la A, irás a buscar al que tiene la otra A y cuando lo hayas encontrado, los emparejas; y después encuentras la Β y vas buscando a ver dónde está la otra que le corresponde a la ya encontrada, y así con todos del mismo modo, hasta que no te quede más que el que tiene la letra que no tiene correspondencia.
HERMÓTIMO . —¿Y si dieras con ese en primero o segundo [42] lugar, qué harías?
LICINO . — No se trata de lo que haría yo sino tú, que eres el helanodica; me gustaría saber qué es lo que harías; ¿acaso dirás al punto que ése es el exento o no tendrás más remedio que dar una vuelta a ver si en algún lugar se encuentra la letra correspondiente? Como que si no ves las fichas de todos no podrías saber quién es el exento.
HERMÓTIMO . — Fácilmente lo sabría, Licino; al menos en el caso de nueve contrincantes si encuentro la E en primer o segundo lugar sé que quien la tiene es el exento.
LICINO . —¿Cómo, Hermótimo?
HERMÓTIMO . — De la siguiente manera: dos de ellos tiene la A y de igual modo la B, de los restantes, que son cuatro, unos han sacado la Γ y otros la Δ con lo que se han empleado ya cuatro letras para los atletas que son ocho. Es evidente, pues, que sólo sería impar la letra que viene a continuación, la E, con lo que el que la sacara sería el exento.
LICINO . —¿Cómo podría elogiar tu inteligencia, Hermótimo? ¿O quieres que te replique cuáles serían mis puntos de vista?
HERMÓTIMO . — Sí, por Zeus, pero no acierto a ver qué réplica lógica puedes darles a los míos.
[43] LICINO . — Tú has hablado como si todas las letras se escribieran por orden alfabético, esto es, primero la A y después la B y así sucesivamente hasta que una de ellas completara el número de atletas. Y te concedo que se actúa así en Olimpia. ¿Pero qué sucedería si sacando cinco letras al azar, la X y la Σ y la Z y la K y la Θ escribiéramos por duplicado cuatro de ellas sobre ocho fichas y reserváramos la Ζ para el noveno contrincante, la que nos indicará precisamente quién es el exento? ¿Qué harías si encontraras la Ζ al principio? ¿Cómo podrías saber que quien la tiene es el exento sin ir a todos y comprobar que ninguno tiene la correspondiente? No podrías dejarte guiar como ahora, por el orden alfabético.
HERMÓTIMO . — De difícil respuesta la pregunta que me haces.
[44] LICINO . — Pues analiza el mismo tema de otra manera. ¿Qué pasaría si no escribiéramos letras sobre las fichas sino algún tipo de rasgos y garabatos como los egipcios que escriben muchos, en vez de letras, a saber, hombres con cabeza de perros y con cabezas de leones?… Mejor vamos a dejarlo porque se trata de rasgos raros. Supón que vamos a escribir caracteres homogéneos y simples, que se parezcan lo más que se pueda, por ejemplo, dos hombres en dos fichas, dos caballos en otras dos, dos gallos y dos perros, y en la novena, un león. Si la primera con la que te topas es con la ficha que tiene pintado el león, ¿cómo podrías saber cuál es el exento, a no ser que cotejes todos previamente a ver si algún otro tiene un león?
HERMÓTIMO . — No puedo contestarte, Licino.
LICINO . — Evidente, pues, no hay respuesta presentable [45] alguna. Así que si queremos encontrar bien al individuo que tiene la copa sagrada, o al contrincante exento, o a quien nos guiaría mejor hasta la ciudad de Corinto de la que hablábamos, inexorablemente tendremos que llegar a todos y los examinaremos tras registrarlos, despojarlos de sus vestidos y cotejarlos entre sí. E incluso así llegaríamos a saber la verdad con mucha dificultad. Y si alguien quisiera ser mi asesor y mi fiel consejero respecto de la filosofía en el sentido de qué doctrina filosófica debería seguir, tan sólo podría serlo quien conozca lo que predican todas las escuelas filosóficas; pues lo demás serían imperfectos y no podría darles crédito, con una tan sólo que no hubieran experimentado, pues tal vez ésa podría ser la mejor. Y si un hombre por su cuenta y riesgo dijera que es el más hermoso de los hombres, no le daríamos crédito alguno a no ser que supiéramos que ha visto previamente a todos los demás hombres. Quizás sea de verdad un hombre guapo, pero no podría saber si es el más guapo sin haber visto antes a todos los demás. Y a nosotros lo que nos hace falta no es lo bello sino lo más bello. Y si no lo encontramos, pensaremos que no hemos sacado nada en limpio. Pues no nos daremos por satisfechos con encontrar cualquier tipo de belleza, sino que vamos buscando la belleza suprema que no puede ser más que una sola.
[46] HERMÓTIMO . — Cierto.
LICINO . — Pues bien, ¿puedes decirme de alguien que haya recorrido todo el trayecto por la senda de la filosofía y que conociendo las teorías de Pitágoras y Platón y Aristóteles y Crisipo y Epicuro y los demás filósofos haya finalmente optado por una sola senda de entre todas ellas, tras haber comprobado que es la verdadera y haber aprendido por propia experiencia que es la única que lleva directamente a la felicidad? Si encontráramos a un hombre así, dejaríamos de tener problemas.
HERMÓTIMO . — No sería fácil, Licino, encontrar a un hombre así.
[47] LICINO . — ¿Qué haremos entonces, Hermótimo? Creo que no deberíamos recatarnos por el hecho de no poder avanzar por buen camino al no disponer en el momento actual de un guía de esas características. Lo más consistente y lo más sólido es que cada uno al principio avance por el sendero de cada opción y examine con atención las teorías que sostienen todas.
HERMÓTIMO . — Por lo visto así parece. Pero, ojo, no vayamos a toparnos con el obstáculo que señalabas un poco antes, en el sentido de que no es fácil volver de nuevo una vez que uno se ha comprometido a sí mismo y ha desplegado sus velas. ¿Cómo sería uno capaz de abordar todos los caminos si se ve, como dices, retenido en el primero?
LICINO . — Te lo voy a explicar. Imitaremos el sistema de Teseo y tomando un hilo de la trágica Ariadna 22 iremos entrando en cada laberinto, de modo que rebobinándolo salgamos sin problemas.
HERMÓTIMO . —¿Y quién sería nuestra Ariadna? ¿Y de dónde sacaremos el ovillo?
LICINO . — Ánimo, amigo; me parece que ya he dado con el punto de apoyo para salir.
HERMÓTIMO . — ¿Cuál es?
LICINO . — No es mío lo que voy a decirte, sino de algún sabio: «Sé sobrio y acuérdate de no fiarte de nadie» 23 . Y si no damos crédito así como así a lo que oímos sino que actuamos al modo de los jueces, dejando hablar al que le toca el turno, tal vez podríamos escapar limpiamente de los diversos laberintos.
HERMÓTIMO . — Llevas razón; actuaremos así.
LICINO . — Bien. ¿Por cuál de ellos nos dirigiríamos [48] primero? ¿O eso no supondrá ninguna diferencia? Empecemos por uno cualquiera, por el de Pitágoras, si así lo dispone el Azar. ¿En cuánto tiempo creemos que aprenderemos todas las doctrinas de Pitágoras? Por cierto; no me quites los famosos cinco años de silencio; con esos cinco años, creo que treinta años serán suficientes, y si no, por lo menos veinte.
HERMÓTIMO . — Pongamos veinte.
LICINO . — Así por la misma regla de tres hay que dar otros tantos años a Platón y no menos a Aristóteles.
HERMÓTIMO . — No menos, por supuesto.
LICINO . — Y a Crisipo ya no te voy a preguntar cuántos, pues sé, por haberlo oído de tu boca que a duras penas bastaría con cuarenta.
HERMÓTIMO . — Exactamente.
LICINO . — Y así sucesivamente Epicuro y los demás. Que no les adjudico tantos años lo corroborarías si te pararas a pensar cuántos estoicos, epicureos y platónicos octogenarios reconocen que no conocen todas las teorías de su propia escuela como para decir que no les falta nada para su cabal conocimiento. Y si no lo reconocieran, Crisipo y Aristóteles y Platón sí lo harían, y antes que ellos Sócrates, que no les iba a la zaga, y que pregonaba a los cuatro vientos no que no sabía todo, sino que no sabía nada excepto el hecho mismo de saber que no sabía nada. Así que echemos cálculos desde el principio; estábamos poniéndole veinte a Pitágoras y otros tantos a Platón y así sucesivamente a los demás. ¿Cuánto nos daría el total con que pusiéramos tan sólo diez escuelas filosóficas?
HERMÓTIMO . — Más de doscientos, Licino.
LICINO . — ¿Quieres que quitemos un cuarto para que el total sean cientocincuenta, o incluso la mitad?
[49] HERMÓTIMO . —Tú saber mejor; yo sólo veo que unos pocos podrían salir después de haber pasado por todos ellos y ello empezando el mismo día de su nacimiento.
LICINO . —¿Y qué podría uno hacer, Hermótimo, si el problema está planteado así? ¿Acaso habrá que volver a los puntos en que ya estábamos de acuerdo, a saber, que nadie puede escoger de entre muchos caminos el mejor sin haberlos probado todos? y ¿que quien elige sin experiencia previa va a la búsqueda de la verdad más por adivinación que por juicio crítico? ¿O no era eso lo que estábamos diciendo?
HERMÓTIMO . — Sí.
LICINO . — Pues entonces es de todo punto forzoso el vivir tanto tiempo si queremos hacer una buena elección luego de haberlas probado todas, y luego de elegir dedicarnos a la filosofía y luego de dedicarnos a la filosofía ser felices. Antes de actuar así, estaremos, como dicen, bailando en las tinieblas, y lo primero que caiga en nuestras manos, eso será lo que asumiremos que es el objeto de nuestra búsqueda, por el hecho de no conocer la verdad. Y aunque por algún designio positivo del Azar encontráramos otra vía y fuéramos a dar a ella no podríamos saber con total seguridad si es aquello lo que andamos buscando. Pues hay muchas que se le parecen, todas con la pretensión de ser la auténticamente verdadera.
HERMÓTIMO . — No sé cómo, Licino, me parece que lo [50] que dices es de todo punto lógico, pero —te voy a decir la verdad— me estás afligiendo no poco con estas explicaciones y toda esta retahíla de detalles que no hacen al caso para nada. Tengo tal vez la impresión de que no ha sido nada bueno para mí el salir de casa y nada más poner el pie en la calle toparme contigo, pues cuando ya estaba cerca de mi esperanza me has puesto en aprietos con tu demostración de que la búsqueda de la verdad es imposible porque requiere tanto años.
LICINO . — Creo, amigo, que sería mucho más justo hacer esos reproches a tu padre, Menécrates, o a tu madre, como se llame —que no sé su nombre—, o antes que a ellos a nuestra propia naturaleza, porque no te hicieron como a Titono 24 , de muchos años y larga vida, sino que delimitaron que quien es un hombre no pueda vivir en el caso de máxima duración más de cien años. Yo, tras minucioso examen, en compañía tuya me limito a descubrir las conclusiones que se desprenden de mi argumentación.
HERMÓTIMO . — No es así, sino que adoptas una permanente [51] actitud de arrogancia insolente y no sé qué te pasa que odias la filosofía y te burlas de los filósofos.
LICINO . — Hermótimo, qué es la verdad podríais decirlo mejor vosotros los sabios, tú y tu maestro. Yo lo único que sé es que la verdad no es totalmente grata a los oídos de quienes la escuchan, sino que su estima se ve muy superada por la falsedad; ésta presenta un rostro más agradable y por ello resulta más grata; aquélla, por cuanto que no conoce doblez alguna consigo misma, se hace llegar a los hombres con total libertad de expresión y precisamente por ello se enfandan con ella. Mira a ver; tú también te enfadas conmigo porque estoy intentando descubrir la verdad respecto de estos temas en compañía tuya e intentando poner de relieve que los temas que suscitan nuestra pasión no son nada fáciles; es como si te enamoraras de una estatua y creyeras alcanzarla albergando la sospecha de que se tratara de un ser humano y yo, viendo perfectamente que se tratara de piedra o bronce, te hiciera saber, porque te aprecio, que estabas enamorado de algo imposible, y tú entonces creyeras que yo tengo algo contra ti porque no he permitido que sufrieras un engaño fruto de albergar esperanzas contra toda esperanza 25 .
[52] HERMÓTIMO . —¿Afirmas entonces, Licino, que no debemos dedicarnos a la filosofía sino, como ciudadanos de a pie, pasar la vida entregados al ocio?
LICINO . —¿Y dónde me has oído decir eso? Pues yo no digo que no haya que dedicarse al estudio de la filosofía, sino que puestos a ello son muchos los caminos que afirman llevar a la filosofía y conducir a la Virtud, mas el verdadero no se ve con claridad y es difícil hacer una elección exacta. Pues al ser muchos los que se nos ofrecían, poco a poco se iba poniendo de relieve la imposibilidad de optar por el mejor a no ser en el caso de haberlos experimentado todos, experimento que en cierto modo se me antoja de larga duración. Y tú ¿cómo piensas que sería lógico actuar? Te voy a preguntar otra vez: a quien primero te salga al paso ¿a ése seguirás y compartirás con él el estudio de la filosofía y él a su vez te recibirá como agua de mayo 26 ?
HERMÓTIMO . — Y ¿qué respuesta podría darte a ti que [53] afirmas que nadie es capaz de emitir un juicio a no ser que viva tantos años como el Fénix y vaya dando tumbos y tanteando a todos sin fiarse de quienes ya han experimentado previamente ni de los muchos que le ofrecen sus elogios y sus testimonios?
LICINO . —¿Quiénes son esos muchos que dices saben y han experimentado todo? Pues con que haya alguien así, con uno me basta y ya no necesito más. Pero si te refieres a quienes no saben, su abundante número me llevará a no fiarme en absoluto en tanto en cuanto se manifiestan sobre todas las doctrinas sin conocer ninguna o a lo sumo una sola.
HERMÓTIMO . — Vamos, que tú eres el único que ha captado la verdad y todos los que se dedican a la filosofía son tontos.
LICINO . — Son falsas tus acusaciones, Hermótimo, al decir que de algún modo me coloco por delante de los demás o me alineo entre los que saben, y ya no te acuerdas de lo que decía, al sostener que no tenía yo un conocimiento de la verdad superior al de los demás sino por el contrario confesar que junto con los demás hombres estaba en el total desconocimiento.
HERMÓTIMO . — Pero Licino, el que haya que acudir a [54] todas las escuelas y poner a prueba lo que dicen y el pensar que este procedimiento de elección es el mejor es tal vez lógico, pero el dedicar tantos años a la experimentación es ridículo, en la medida en que no es posible a partir de pocos indicios llegar a captarlo todo. Un asunto de esta índole me parece sencillísimo y que no necesita tanta demora. Cuentan que uno de los escultores, Fidias creo, al ver la garra de un león pudo calcular a partir de ella el tamaño del león completo y en consecuencia modelarlo de acuerdo con el tamaño de la garra. Tú también con ver simplemente la mano de una persona, tapando el resto de su cuerpo sabrías de inmediato, creo, que lo que había tapado allí era una persona, aunque no vieras su cuerpo entero. Así, es fácil aprender bien en una fracción de un día lo más importante de las teorías de cada doctrina y para optar por lo mejor no es imprescindible acudir a un examen tan dilatado y tan minucioso, pues basta con juzgar a partir de esos puntos fundamentales.
[55] LICINO . —Vaya, vaya, Hermótimo; ¡con qué seguridad acabas de afirmar que se puede conocer el todo a partir de las partes! Yo al menos recuerdo haber oído justamente lo contrario es decir que quien conoce el todo conoce la parte pero que quien solamente conoce la parte no conoce también el todo.
HERMÓTIMO . — Claro.
LICINO . —Y ahora respóndeme. ¿Habría sabido Fidias al ver una garra de león que se trataba de un león caso de no haber visto previamente un león completo? O tú al ver una mano de persona habrías podido sostener que se trataba de una persona sin haber visto o conocido previamente a una persona?… ¿Por qué te callas? ¿O quieres que conteste yo por ti la respuesta incuestionable que no podías darme? Que Fidias se expone a retirarse sin obtener resultado positivo alguno, tras modelar su león a lo tonto; ya se le ve que dice que no tiene nada que ver con Dioniso 27 . ¿O qué otra comparación parecida se podría poner? Tanto Fidias como tú no teníais otro procedimiento para conocer las partes que el conocer el todo —me refiero a un hombre y un león—. En la filosofía, por ejemplo, en la de los estoicos, ¿cómo a partir de las partes podrías captar lo demás?, ¿cómo podrías demostrar que es bello?, pues no conoces el todo del que constituyen partes respectivas. Y lo que afirmas, [56] a saber, que es fácil escuchar lo fundamental de toda doctrina filosófica en una breve fracción de día —como por ejemplo sus fundamentos, sus fines, qué creen que son los dioses, qué es el alma, quiénes afirman que todo es material, quiénes precisan que existe también lo inmaterial, el hecho de que unos proponen el placer, otros lo bello como lo bueno y lo que proporciona la felicidad y cosas por el estilo—, escuchando como digo tales aseveraciones desde luego es fácil y nada trabajoso hacer demostraciones. Pero el saber quién es el que dice la verdad es cuestión no de una fracción de día sino de muchos días. Y si no, ¿qué es lo que les ha pasado para escribir a miembros de cada escuela cientos y miles de libros con la intención de convencer, creo, de que son verdaderas esas pocas cosas que te parecían sencillas y fáciles de aprender? Creo que ahora vas a necesitar un adivino que te oriente para elegir la mejor, a no ser que dejes pasar un tiempo para elegir con exactitud sopesando tú personalmente todos los puntos en conjunto y por separado. Y sería la elección más breve sin complicaciones ni rodeos, si mandaras a buscar al adivino y luego de oír los puntos fundamentales de todas las doctrinas hicieras un sacrificio por cada una de ellas; la Divinidad te liberaría de diez mil problemas si te mostrara en el hígado de la víctima cuál debe ser tu elección. Y si quieres, te voy a proponer [57] otro procedimiento menos complicado para que no tengas que ofrendar víctimas ni hacer sacrificios ni recurrir a uno de esos sacerdotes que cobran tan caro; luego de introducir en una urna unas letras con los nombres de cada una de las escuelas filosóficas ordena a un muchacho —a un joven cuyos padres vivan— que se acerque a la urna y que saque la primera letra que le venga a la mano, y en adelante dedícate a la filosofía según la doctrina que el Azar haya dictaminado.
[58] HERMÓTIMO . — Eso, Licino, es grotesco e impropio de ti. Dime tú ahora, ¿alguna vez has comprado vino personalmente?
LICINO . — Ya lo creo, un montón de veces.
HERMÓTIMO . —¿Y vas dando vueltas en derredor de los taberneros que hay en la ciudad probando, comparando y cotejando los vinos?
LICINO . — En absoluto.
HERMÓTIMO . — Se deduce, pues, creo, que te llevas el primero con que das que te parece bueno y de calidad.
LICINO . — Sí, por Zeus.
HERMÓTIMO . —¿Y a partir de un simple trago precisas la calidad de todo el vino?
LICINO . — Podría, claro que sí.
HERMÓTIMO . — Si te acercaras a los taberneros y les dijeras: «Como quiero comprar una botella 28 concededme cada uno de vosotros que me beba el tonel entero para luego de apurado llegar a saber quién tiene el mejor vino y dónde tengo que comprarlo; si les dijeras eso, ¿no crees que se burlarían de ti, y que si siguieras dándoles la tabarra quizás te darían una buena ducha de agua?
LICINO . — Creo que me estaría muy bien empleado.
HERMÓTIMO . — Pues igual sucede en el campo de la filosofía. ¿A cuenta de qué beberse el tonel entero pudiendo saber qué calidad tiene toda con sólo probar un trago?
LICINO . — Qué escurridizo eres, Hermótimo; te me vas [59] escapando de las manos; sólo que me has venido muy bien; creyendo que te habías escapado has ido a caer a la misma red.
HERMÓTIMO . — ¿Qué quieres decir?
LICINO . — Pues que luego de tomar una cosa que se define por sí misma y que es de todos conocida, el vino, lo comparas con esas cosas que no se le parecen en nada y respecto de las cuales todos andan llenos de dudas, porque no son claras. Así que yo al menos no puedo decir en qué medida son para ti semejantes la filosofía y el vino como no sean en este único punto: en que los filósofos sirven sus enseñanzas como los taberneros —que mezclan y adulteran las suyas y engañan en el peso—. Examinemos lo que dicen. Afirmas que todo el vino que hay en el tonel es todo igual, lo cual por Zeus no es absurdo, y que si alguien sacara un poco y probara un trago sabría de inmediato de qué calidad es el tonel entero; eso es de cajón y no podría yo replicarte al respecto. Pero fíjate en lo que viene a continuación; la filosofía y los que se dedican a ella, como por ejemplo tu maestro, ¿os dicen todos los días lo mismo respecto de los mismos temas o cada día uno diferente?
HERMÓTIMO . — Es que son muchos temas.
LICINO . — Está clarísimo, amigo, que no te habrías pasado a su lado veinte años como un Ulises cualquiera deambulando y dando bandazos si te hubiera dicho lo mismo, pues te habría bastado con escucharlo una sola vez.
HERMÓTIMO . — Por supuesto. [60]
LICINO . —¿Y de qué modo serías capaz de saberlo todo a partir del primer trago de la primera prueba? Pues no son los mismos temas sino que constantemente se van formulando otras nuevas teorías sobre nuevos temas, no como el vino que era siempre el mismo. Conque, amigo mío, a no ser que te bebas hasta el fondo el tonel entero, los tumbos que vas a dar por ahí borracho son en vano. Pues me parece pura y simplemente que la Divinidad ha ocultado lo bueno de la filosofía en lo más hondo del tonel, bajo el poso mismo, con lo que no habrá más remedio que vaciarlo hasta el final, pues si no, nunca jamás llegarías a descubrir la bebida «nectarosa» de la que hablabas, de la que me pareces estar sediento desde antiguo. Pues tú te haces a la idea de que es una bebida tal que con sólo probar y sorber un trago te harías al instante sabio por completo como dicen que le sucede en Delfos a la Profetisa, que luego de beber del manantial sagrado entra al punto en estado de posesión y da oráculos a quienes se acercan a ella. Pero me parece que no se trata de eso, pues tú, que habías bebido algo más [61] de medio tonel, aún decías que ibas por el principio. Fíjate bien a ver si la filosofía se parece más a lo siguiente: quédate con el tonel y con el tabernero, pero no eches en él vino sino un surtido de semillas, trigo encima y después judías, a continuación cebada y debajo lentejas, a continuación garbanzos y otros cereales variados. Entra en la tienda con la intención de comprar algunos de esos cereales; él —el comerciante— aparta del trigo y te da una muestra en la mano para que lo veas. Pues bien, a la vista de la muestra, ¿podrías decir si también los garbanzos están limpios y las lentejas y las judías no vanas?
HERMÓTIMO . — En absoluto.
LICINO . — Pues por la misma regla de tres no podrías llegar a saber cómo es toda la filosofía por la primera teoría que uno te explique. Pues no sería algo único como el vino con el que la comparas aduciendo que se le parece en el probar. Se ha visto ya que es de índole diversa, por lo que no hace al caso un examen al respecto. El peligro de comprar un vino malo estriba en dos óbolos, pero el que alguien vaya a echarse a perder en la escoria de la chusma, como tú mismo decías al principio, no es pequeña desgracia. Además el que se empeña en beberse el tonel entero en la idea de comprar una cotila, causaría un perjuicio al tabernero con una cata que demuestra tan gran desconfianza; la filosofía en cambio no podría pasar por una situación semejante, pues aunque te hartaras a beber ni mermaría el tonel ni se vería perjudicado el tabernero, pues, como dice el refrán, cuanto más se saca más lleno está, o al revés, como el tonel de las Danaides, que no almacenaba el agua que echaban dentro, sino que fluía sin parar. Pues aunque quites algo de aquel tonel de la filosofía, lo que queda va creciendo.
Y aún quiero explicarte algo parecido respecto al hecho [62] de probar la filosofía; y no pienses que soy «blasfemo» al respecto si te digo que se parece a un fármaco mortal, como la cicuta o el acónito 29 o algún otro por estilo; ni tan siquiera ellos, pese a su índole mortal, matarían de hecho si alguien se limitara a rascar con la punta de la uña y a probarla; quien se la haya llevado a la boca no morirá si no lo ha hecho en la cantidad, la forma, o con los ingredientes precisos. Tú alegabas en cambio que te bastaba con una cantidad ínfima para conocer la totalidad.
HERMÓTIMO . — De acuerdo, Licino, ¿y qué más? ¿Va a [63] haber que vivir cien años y aguantar todo eso? ¿No habrá tal vez otra forma de dedicarse a la filosofía?
LICINO . — Creo que no, Hermótimo. Y no hay nada extraño en lo que decías al principio, que era verdad, a saber que la vida es breve y la ciencia duradera. Pero ahora no sé qué te pasa, te disgustas porque de la noche a la mañana no puedes llegar a ser un Crisipo o un Platón o un Pitágoras.
HERMÓTIMO . — Me estás acusando, Licino, y me llevas a un callejón sin salida sin que yo te haya hecho nada, pura y simplemente por envidia, porque yo iba progresando en mis estudios en tanto que tú, a tus años, te has despreocupado de ti mismo.
LICINO . —¿Sabes lo que hay que hacer? No me prestes atención como si fuera un coribante, sino deja que diga tonterías; tú en cambio, a tu aire, avanza por el camino y sigue hasta el final de acuerdo con tus primitivas opiniones al respecto.
HERMÓTIMO . — Pero es que tú con tu intransigencia no me dejas elegir antes de probarlo todo.
LICINO . — Puedes tener por seguro que no te voy a decir jamás nada más. Pues cuando me llamas intransigente me parece que estás culpando a un inocente como dice el poeta 30 , pues en la medida en que ningún otro argumento puede ser tu aliado para apartar de ti mi intransigencia, me siento ya cohibido. Pero fíjate que mi argumentación podría exponerte ideas mucho más intransigentes, pero tú pasas por ella de largo y tal vez me inculpas.
HERMÓTIMO . —¿Qué ideas? Pues me quedo estupefacto si se ha quedado algo en el tintero sin decir.
[64] LICINO . — Mi argumentación dice que no basta con verlo todo e investigarlo para estar ya en disposición de elegir lo mejor, sino que aún falta lo más importante.
HERMÓTIMO . — ¿Y qué es ello?
LICINO . — Un cierto espíritu crítico, amigo, una cierta capacidad de análisis, una mente ingeniosa y una inteligencia penetrante e imparcial, como la que se requiere para emitir juicios sobre temas de esta índole, o en caso contrario todo cuanto hayamos examinado será en vano. Pues mi argumentación dice que hay que dedicar a un tema de esta índole un tiempo no pequeño y que hay que ponerlo todo encima de la mesa al disponerse a elegir, sin prisas, examinando varias veces los diversos puntos, sin tener en cuenta ni la edad, ni el aspecto, ni la fama por su filosofía, sino actuar como los areopagitas, que dirimen los juicios en la noche y en la oscuridad y dirigiendo sus ojos no a las personas que hablan sino a las palabras que se pronuncian. Entonces ya estarás en disposición de hacer una opción sólida para estudiar la filosofía.
HERMÓTIMO . — Después de la vida, quieres decir. Porque con esas ideas no hay vida humana que dé abasto para abarcar todo, y examinar cada punto detenidamente y luego de examinarlo emitir un juicio, y luego de emitirlo realizar una opción, y luego de realizarla dedicarse a la filosofía. Pues afirmas que éste es el único procedimiento de llegar a descubrir la verdad, y no hay otro.
LICINO . — Y aún estoy dudando si decirte, Hermótimo, [65] que no basta aún con eso, pues me parece aún que nos engañamos a nosotros mismos cuando creemos haber descubierto algo sólido y de hecho no hemos descubierto nada, como los pescadores que muchas veces echan las redes y tiran de ellas al percibir un cierto peso con la esperanza de haber atrapado montones de peces, y luego de tirar fatigosamente de ellas, resulta que todo lo que aparece ante sus ojos es una piedra o una vasija rebozada de arena. Mira a ver no sea que nosotros hayamos sacado en nuestras redes algo semejante.
HERMÓTIMO . — No acierto a comprender qué pretendes con tus redes esas; en cualquier caso me estás envolviendo en ellas.
LICINO . — Intenta, pues, zafarte. Si hay alguien que sepa nadar, ese eres tú, con la ayuda de una divinidad. Pues aunque fuéramos a todos los filósofos haciendo pruebas y lleváramos a término esa tarea algún día, creo que ni aun así estaría claro si alguno de ellos tiene lo que buscamos o si todos lo desconocen por igual.
HERMÓTIMO . —¿Qué dices? ¿Qué ninguno de ellos lo tiene?
LICINO . — No está claro. ¿O te parece imposible que estén todos engañados y que la Verdad sea otra cosa, algo que no se halla en poder de ninguno de ellos?
[66] HERMÓTIMO . —¿Cómo es eso posible?
LICINO . — De la siguiente manera. Suponte que nuestro número «verdadero» es veinte. Que alguien coja veinte habas en la mano y que con ella cerrada vaya y pregunte a diez personas cuántas habas tiene en la mano. Harán los cálculos y dirán el uno siete, el otro cinco, el de más allá treinta, el de más acá diez o quince y así sucesivamente un número cualquiera. Con ello y con todo; ¿es posible que por azar alguno acierte la verdad, o no?
HERMÓTIMO . — Sí.
LICINO . —¿No es entonces imposible que todos vayan diciendo cada uno un número, y que todos ellos sean erróneos y no verdaderos, y que ninguno de ellos diga que el individuo en cuestión tiene veinte habas? ¿O qué dices al respecto?
HERMÓTIMO . — Que no es imposible.
LICINO . — Pues de la misma forma todos los que se dedican a la filosofía buscan la felicidad, a ver en qué consiste, y cada uno dice que en algo diferente; uno afirma que en el placer, otro en la belleza y así sucesivamente en cosas diferentes. Y es probable que la felicidad sea alguna de esas cosas pero no es improbable que sea algo distinto de todas ellas. Y me parece que hemos ido al revés de como debíamos, que antes de encontrar el principio hemos ido a toda prisa al punto final. Deberíamos haber puesto primero de relieve que eramos conocedores de la Verdad y que alguno de quienes se dedican a la filosofía la conoce con exactitud, y acto seguido investigar a quién de ellos debería darse crédito.
HERMÓTIMO . — De manera, Licino, que lo que estás diciendo es que ni aun avanzando por la senda de toda la filosofía seríamos capaces de alcanzar totalmente la Verdad.
LICINO . — No me preguntes a mí, amigo, sino al argumento mismo otra vez. Y tal vez te respondería que no podríamos siquiera, dado que no está claro si la Verdad es una de las cosas que los filósofos dicen.
HERMÓTIMO . — Pues por lo que dices no llegaremos a [67] descubrirla ni a dedicarnos a la filosofía y no nos quedaría más remedio que llevar una vida ramplona al margen de la filosofía. Pues de tus teorías se deduce que es imposible dedicarse al estudio de la filosofía, que es inalcanzable para una persona normal. Aduces que quien se dispone a abordar el estudio de la filosofía debe elegir primero la mejor clase de filosofía, y te parece que la opción sólo puede ser exacta si tras haber recorrido todo tipo de escuelas optamos por la más auténtica. Calculando el número de años suficientes para cada una, la tarea desborda todo límite y se extiende a otras generaciones de modo que la verdad es cosa que va más allá de la vida de un individuo. Y para colmo estás intentando demostrar que ni tan siquiera eso es indubitable cuando dices que no está claro si se ha llegado a descubrir la verdad entre quienes desde antaño se dedican al estudio de la filosofía o si no.
LICINO . —¿Y cómo podrías tú, Hermótimo, afirmar bajo juramento que realmente se ha llegado a descubrir entre ellos? Yo al menos no me atrevería a jurarlo. ¿Y cuántos puntos he dejado de lado a propósito, que necesitarían también un examen dilatado?
HERMÓTIMO . —¿Cuáles? [68]
LICINO . —¿No oyes a alguno de los estoicos o de los epicúreos o de los platónicos que andan diciendo que algunos de ellos conocen todas las teorías y que algunos no, aunque en otros puntos son dignos de todo crédito?
HERMÓTIMO . — Ciertamente sí.
LICINO . — ¿Y no te parece tarea ardua el distinguir a los que saben y el separarlos de los que no saben pero andan diciendo que sí que saben?
HERMÓTIMO . — Ya lo creo.
LICINO . — Será menester entonces si quieres conocer al mejor de los estoicos que acudas y pongas a prueba si no a todos sí al menos a la mayoría de ellos y que tomes por maestro al mejor, ejercitándote previamente y adquiriendo la capacidad para opinar sobre esos temas, no sea que sin darte cuenta vayas a haber elegido al peor. Conque fíjate cuánto tiempo se necesita para ello, punto que dejé de lado deliberadamente temiendo que te disgustaras. Y en temas de esta índole creo que es lo más importante y lo más necesario y lo único, me refiero a temas poco claros y dudosos. Y esa es la única esperanza fidedigna y sólida de cara a la verdad y a su búsqueda y que no es otra sino el hecho de que esté en tu mano el poder discernir y separar lo falso de lo verdadero y como los expertos en plata distinguir las piezas de metal genuino y auténtico de las imitaciones. Si has adquirido esa capacidad y esa destreza puedes acometer el examen de sus argumentos. Si no, que te quede bien claro que nada te librará de ser arrastrado por la nariz 31 o de dejarte llevar por una rama florida que te pongan delante como a las ovejas. Te asemejarás al agua derramada sobre una mesa en la medida en que irás a dar donde uno te lleve con la punta de su dedo o, por Zeus, a un junco que ha crecido a la orilla de un río y que se dobla a cualquier soplo del viento y que por débil que sople la brisa lo bambolea. Conque si encuentras un maestro que tenga un [69] cierto conocimiento del arte de la demostración y de la elucidación de temas dudosos y que te transmita sus conocimientos, dejarás por completo de tener problemas. Al punto se te pondrá de relieve lo mejor y con este arte de la demostración lo verdadero y lo falso se verán sometidos a examen y tú luego de realizar la opción más sólida y de emitir tus juicios te dedicarás a la filosofía y en posesión de la archideseada felicidad pasarás la vida en su compañía con todos los bienes de golpe.
HERMÓTIMO . — Bien, Licino. Lo que estás diciendo es, con mucho, mejor y está lleno de no pequeña esperanza. A lo que parece debemos buscar un hombre tal que nos haga capaces de «diagnosticar» y de discernir y de demostrar en el más alto grado. De modo que lo que sigue ya es fácil, sin complicaciones y no va a requerir mucho tiempo. Y yo te doy ya las gracias por habernos descubierto este camino, breve y el mejor.
LICINO . — Pues no harías bien en darme aún las gracias. Pues no te he descubierto nada que te ponga más cerca de tu esperanza. Y de hecho estamos mucho más lejos de lo que estábamos antes, y como dice el refrán «luego de muchos pesares seguimos igual».
HERMÓTIMO . —¿Y cómo dices eso? Me da la impresión de que vas a decirme algo triste y descorazonador?
LICINO . — Pues aunque encontremos a alguien comprometido [70] con el conocimiento de la demostración y con el enseñarla a otro, creo que no nos fiaremos de él instantáneamente sino que iremos a buscar a otra persona capaz de precisar si el hombre en cuestión dice la verdad. Y aunque fuéramos a dar con este último seguimos sin tener claro si el árbitro en cuestión sabe distinguir a quien tiene un juicio correcto o no, con lo que hará falta también ponerle otro árbitro a él. Y a su vez, ¿cómo podríamos nosotros ser capaces de discernir a quién puede ser el mejor juez?, ¿ves hasta dónde se extiende el problema y que no tiene límites y que no se le puede detener ni comprimir? Pues ya verás que cuantas demostraciones puedas encontrar están sujetas a dudas y no ofrecen seguridad. La mayoría de ellas nos impulsan a creer que sabemos por medio de otros argumentos igualmente sujetos a duda, y el resto, adaptando los aspectos menos claros a los que están totalmente claros y que no tienen nada en común, andan diciendo sin embargo que los unos son las demostraciones de los otros, como si alguien creyera demostrar que existen los dioses porque se ven sus altares. Así, Hermótimo, no sé cómo, al igual que quienes corren en círculo, hemos vuelto a dar al punto de partida y al problema inicial.
[71] HERMÓTIMO . — ¡Ay lo que me has hecho, Licino! Me has hecho ver que mi tesoro eran trozos de carbón y que he echado a perder tantos años y tanto trabajo para nada.
LICINO . — Pues te disgustarás mucho menos, Hermótimo, si te paras a pensar que no eres el único que quedas al margen de las buenas esperanzas, sino que todos los que se dedican a la filosofía luchan, por así decir, por la sombra de un burro 32 . Pues ¿quién sería capaz de avanzar por todos aquellos caminos que yo mencionaba? Que es imposible lo afirmas tú incluso. Ahora me parece que actúas como si alguien llorara y culpara al Azar por no poder subir al cielo o por no poder cruzar buceando, después de zambullirse en el mar, desde Sicilia a Chipre o porque no se levanta con alas que le lleven en el mismo día desde Grecia hasta la India. La culpa de su pena radica, creo, en que ha albergado esperanzas, bien luego de tener un sueño en ese sentido, bien que él mismo se lo ha imaginado en su mente sin haberse parado a pensar previamente si sus súplicas eran asequibles y conformes a la naturaleza humana. Y a ti también, amigo mío, que andabas sumido en muchos sueños fantásticos, el argumento te ha despertado del sueño de golpe y te ha hecho salirte de él. Así que te irritas con él al tiempo que abres los ojos a duras penas y te desembarazas con dificultad del sueño por causa del placer que te proporciona lo que has visto. Igual les sucede a quienes imaginan su propia dicha ficticia, nadando en la riqueza, desenterrando tesoros, detentando el poder y felices en otros aspectos como los que fácilmente otorga la «Diosa Deseo» que es generosa y a nadie lleva la contraria tanto si quieres tener alas como tener el tamaño de un coloso o descubrir montañas totalmente de oro. Y si por casualidad el criado interrumpe sus imaginaciones acercándose y preguntando por alguna de las cosas cotidianas, como por ejemplo de dónde van a sacar el dinero para comprar el pan o qué es lo que debe decirle al casero que lleva un tiempo largo esperando a cobrar el alquiler, se enfada con él por haberle apartado de todas esas maravillas con una pregunta enojosa y por poco si le pega un mordisco en la nariz al pobre chico.
Pero a ti, querido, no te vaya a pasar lo mismo conmigo, [72] si yo, que soy tu amigo, no me resigno a verte pasar la vida entera desenterrando tesoros, volando, imaginando visiones extranaturales y albergando esperanzas totalmente absurdas, sumido en un sueño placentero tal vez, pero sueño al fin y al cabo, sino que considero lógico que lo interrumpas y te levantes a hacer alguna de las tareas imprescindibles de cada día y tengas la mente puesta en ese tipo de actividades corrientes, algo que te acompañará para el resto de tu vida. Porque lo que hacías y planeabas no difiere mucho de los hipocentauros y las Quimeras y las Gorgonas y de cuantas imágenes modelan sueños y poetas y pintores con su libertad, que no han existido nunca ni pueden existir. Y sin embargo, la mayor parte de la gente cree en ellos y quedan fascinados al ver o al oír cosas de esta índole por ser extrañas y absurdas.
[73] Tú también habrás oído a un escritor contar que existe una mujer de belleza excepcional por encima de las propias Gracias o de la propia Afrodita Urania 33 , y sin analizar antes si dice la verdad y si existe en algún punto de la tierra esa mujer, te enamoraste al punto de ella como dicen que Medea se enamoró de Jasón, a raíz de un sueño. Y lo que más te movió a enamorarte a ti y a todos los que se han enamorado de la misma imagen que tú era precisamente lo siguiente —al menos a mí me da la impresión— el hecho de que el que hablaba de la mujer en cuestión una vez que se había granjeado la confianza de que decía la verdad añadía detalles. Pues en efecto en eso os fijábais únicamente y por ello en cuanto le disteis el primer punto flaco os llevó de la nariz y os condujo hasta la mujer amada por el que él decía ser el camino recto. Lo que seguía después, creo, era fácil, y ninguno de vosotros volviéndose a la entrada se paraba a pensar si era la verdadera o si no se había dado cuenta de que no debería haber entrado por ahí, sino que seguía tras las huellas de quienes habían realizado el trayecto previamente como siguen las ovejas a quienes las guía, pese a que al filo de la entrada deberías haber analizado al principio si debías adentrarte por él. Y te enterarías con mayor claridad [74] de lo que te estoy diciendo si te paras a observar el siguiente ejemplo. Supongamos que a uno de estos poetas cuya osadía no tiene límites le da por decir que hubo una vez un hombre con tres cabezas y seis manos y que tú admites esto sin problemas, sin pararte a pensar si ello es posible, simplemente fiándote de él; inmediatamente iría añadiendo el resto al detalle, así, que tenía seis ojos, seis orejas, tres voces que procedían de tres bocas, que comía por tres bocas y que tenía treinta dedos, no como cada uno de nosotros diez entre las dos manos. Y si tenía que ir a la guerra, tres manos tenían cada una un tipo de escudo —ligero, alargado o redondo 34 — y las otras tres llevaban la una un hacha, la otra una lanza y la otra una espada. Y ¿quién podría desconfiar del poeta que cuenta eso? Detalles en efecto que cuadran al principio respecto del cual había que haberse parado a analizar si era de recibo y digno de crédito. Y admitiendo eso, el resto viene por sí solo y no habrá quien lo pare y no será fácil el no darle crédito pues es consecuente y semejante al punto de partida con el que se estaba de acuerdo. Esto mismo os ha sucedido a vosotros, llevados por el deseo y el entusiasmo no habéis analizado cuáles son las condiciones de cada acceso. Y avanzáis llevados por lo accesorio que viene detrás sin pararos a pensar que todo eso puede ser falso. Igual que si alguien dijera que dos por cinco son siete y tú le dieras crédito sin hacer la cuenta por ti mismo; inmediatamente añadiría que cuatro por cinco son catorce y así sucesivamente hasta donde quieras. Así opera también la maravillosa geometría —que al principio nos «postula» postulados 35 un tanto absurdos, y nos exige que estemos de acuerdo con ella en cosas que no pueden sostenerse— como, por ejemplo, puntos sin partes, líneas sin planos y cosas por el estilo, y sobre esos cimientos en ruinas levanta semejantes edificios y aduce demostrar verdades, pese a partir de un principio falso.
[75] Por la misma razón vosotros también al admitir los principios de cada escuela filosófica dais crédito a lo que de ellos se desprende y consideráis señal de la verdad su consecuencia, que de hecho es falsa. Entonces algunos de vosotros morís sumidos en esperanzas antes de ver la verdad y de condenar a quienes os engañan; otros aunque se percatan de que han sido engañados cuando son viejos, vacilan en volver, avergonzados de tener que confesar a sus años que no comprendieron que tenían entre manos asunto de niños. Así que por vergüenza permanecen en ellos y se deshacen en elogios para con su situación presente al tiempo que llevan a los mismos derroteros a todos los que pueden, a fin no sólo de no ser ellos solos las únicas víctimas de engaño, sino también de tener el consuelo de que a otros muchos les sucede lo mismo que a ellos. Y aun se percantan de lo siguiente: que si dicen la verdad ya no serán respetados y colmados de honores en la misma medida que ahora. Y claro, pese a saberla no estarían dispuestos a decirla de buen grado, pues al caer de semejantes alturas pasarán a tener el mismo rango que los demás. Y aún podrías tropezarte con unos pocos que en un alarde de valentía tendrían la osadía de decir que se han visto engañados y de disuadir a otros que están pasando por la misma experiencia. Si te tropezaras con un tipo así, llámalo amigo de la verdad, honesto, justo y si quieres filósofo; para él y sólo para él no voy a escatimar el nombre, los demás o no conocen en absoluto la verdad y creen que lo saben, o aun sabiéndola la esconden bajo un manto de cobardía, de vergüenza y de querer recibir honores.
Así que, por Atenea, todo lo que he dicho vamos a [76] dejarlo ahí tirado en el pozo del olvido como todo lo que aconteció antes del arcontado de Euclides 36 . Suponiendo que la doctrina filosófica de los estoicos y no otra cualquiera es la correcta, veamos si es asequible y posible o si cuantos se dirigen a ella se toman un trabajo vano. Yo al menos oigo unas promesas fantásticas en el sentido de qué clase de felicidad alcanzarán los que lleguen a las alturas, y de que sólo ellos captándolo todo poseerán el auténtico bien. Lo que viene después, lo sabes tú mejor si es que te has tropezado con un estoico de esa índole, de los que han llegado al culmen del estoicismo, que no se afligen ni se dejan llevar por el placer, que no se irritan, que están por encima de la envidia, que desprecia la riqueza, que es plenamente feliz, en una palabra; tal cual debe ser la norma exacta y la pauta de una vida virtuosa —pues quien carece lo más mínimo de cualquiera de esos aspectos es imperfecto aunque tenga de sobra de otros—; y si no es así, aún no es feliz.
HERMÓTIMO . — No conozco a ningún hombre así.
[77] LICINO . — Bien, Hermótimo, pues por lo menos no te engañas deliberadamente. ¿En qué pones tus ojos mientras te dedicas al estudio de la filosofía que no ves ni a tu maestro ni al de él ni a su predecesor, ni aunque te remontaras diez generaciones atrás, a ninguno de ellos que haya resultado verdaderamente sabio y por ello feliz? Y no sería correcto por tu parte afirmar que te bastaría con estar cerca de la felicidad, pues no te reportaría utilidad alguna. Igualmente fuera del umbral y al aire libre están el que se presenta pegado a la puerta y el que está lejos; la diferencia estribaría en que el primero estaría más irritado al ver desde cerca aquello de lo que se ve privado. Así que para llegar a estar cerca de la felicidad —eso te lo voy a conceder— te das semejantes tutes y pasas tan malos ratos y se te ha pasado corriendo a tu lado tanto tiempo de la vida en el letargo y la fatiga y con la cabeza gacha en pleno insomnio. Y otra vez vas a ponerte a pasar fatigas otros veinte años por lo menos, para que al llegar a los ochenta —si es que alguien puede garantizarte que los vivirás— te sigas contando aún en la nómina de quienes no son todavía felices, salvo que creas que eres el único que va a alcanzar y a atrapar en su búsqueda lo que otros muchos hombres mejores y con mucho más veloces no pudieron conseguir antes que tú pese a que lo persiguieron con ahínco.
[78] Pero cógelo tú también, si te parece, sujétalo y manténlo. Lo primero de todo no veo cuál sería el bien que se podría suponer capaz de compensar semejantes trajines. ¿Y cuánto tiempo te quedará para disfrutar de él, viejo ya y pasado de rosca para todo placer, con un pie como dicen en la tumba? A no ser, fenómeno, que te estés entrenando para la otra vida a fin de vivirla mejor cuando llegues allí, sabiendo de qué modo hay que vivir; es como si alguien se preparara y se dispusiera a darse el mejor banquete durante tanto tiempo que sin darse cuenta está ya muerto de hambre.
[79] Mas creo que no has llegado a captar plenamente que la virtud radica en las actuaciones como, por ejemplo, en el hecho de llevar a cabo acciones justas, sabias y esforzadas, en tanto que vosotros —y cuando digo vosotros me refiero a los más distinguidos de los filósofos—, desentendiéndoos de ello, os afanáis en inventar y componer lamentables discursos y silogismos y aporías; y dedicados a ellos pasáis la mayor parte de la vida, y quien destaca en esos menesteres os parece «el vencedor glorioso». Por cosas así, creo, admiráis al maestro, un hombre viejo que pone en apuros a sus interlocutores y sabe cómo hay que preguntar y camelar y engatusar y meter a uno en un callejón sin salida. Y desperdiciando el fruto —que era lo relativo a los hechos— os afanáis por la corteza arrojándoos mutuamente las hojas en el transcurso de vuestras discusiones. ¿O es que es otra cosa lo que hacéis, Hermótimo, desde que sale el sol hasta que anochece?
HERMÓTIMO . — Qué va; eso justamente.
LICINO . — ¿No podría, pues, alguien decir con toda razón que cazáis la sombra dejando el cuerpo o la muda de la serpiente desentendiéndoos del reptil?
Actuáis igual que si uno echando agua en un mortero la majara con su mango de hierro creyendo hacer algo necesario y de provecho sin saber que aunque molieras con los brazos caídos, como dicen, «el agua sigue siendo agua».
Y déjame aún que te pregunte si al margen de los discursos [80] querías parecerte en las otras facetas a tu maestro, igual de irritable, igual de mezquino, igual de pendenciero, e igual de amigo del placer, sí, por Zeus, por más que no le dé esa impresión a la mayoría de la gente. ¿Por qué callas, Hermótimo? ¿Quieres que te cuente lo que oí el otro día de un hombre ya mayor que hablaba a favor de la filosofía, a quien se acercan muchos jóvenes ansiosos de sabiduría? Al tiempo que requería sus honorarios a cada uno de los alumnos se afligía diciendo que estaba en situación deudora y que se le había pasado el plazo, que había vencido dieciséis días antes, el último día del mes; así decía lo acordado. Y mientras andaba en estos lamentos se acerco el tío [81] de un joven, un hombre del campo, un tipo de a pie para vuestros asuntos, y le dijo: «Deja ya, buen hombre, de decir que has sido víctima de una gran ofensa, porque te hemos comprado unos discursos y aún no te hemos pagado. Aún sigues teniendo lo que nos has vendido, pues no ha disminuido el caudal de tus enseñanzas. Y en otros aspectos por lo que te mandé al jovencito con gran interés, no ha mejorado en absoluto por tu actuación. Llevándose a rastras a la hija de mi vecino Equécrates que era virgen, la violó y hubiera sido demandado por ese acto de violencia de no haber yo pagado en recompensa por la ofensa un talento a Equécrates, que es hombre pobre. El otro día le sacudió a su madre porque le quitó una jarra que llevaba escondida bajo el manto, que sería su aportación a escote, me imagino, al banquete. Pues en lo que a mal genio, carácter, desvergüenza, osadía y embuste se refiere era con diferencia mejor antes que ahora. Y eso es lo que me gustaría que hubiera sacado en limpio de su trato contigo más que todas esas cosas que sabe y que nos cuenta todos los días —puñetera la falta que nos hace— a la hora de comer; así que si un cocodrilo se llevó a un muchacho 37 , pero que prometía devolverlo si el padre contestaba no sé el qué, o que es de todo punto forzoso que cuando es de día no sea de noche. Y algunas veces, el tío va y nos pone cuernos al tiempo que organiza un galimatías con las palabras. Nosotros nos reímos de todo eso sobre todo cuando yergue las orejas y hace prácticas explicándose a sí mismo condiciones, constataciones, comprensiones e imaginaciones y toda una serie de palabrejas por el estilo. Le oímos decir que la Divinidad no está en el Cielo sino que suele hacerse presente por doquier, árboles, rocas y animales, hasta en lo más insignificante. Y cuando su madre le pregunta por qué dice esas tonterías, se ríe de ella y le dice: “Si llego a aprender perfectamente estas tonterías nada me impedirá ser el único rico, el único rey, en tanto que los demás seréis esclavos y escoria comparados conmigo”».
Eso es lo que dijo el hombre en cuestión. Fíjate ahora [82] la réplica que le dio el filósofo, Hermótimo, propia de un hombre mayor: «Pues si ese joven no hubiera venido a mí, ¿no crees que habría llevado a cabo acciones con diferencia mucho peores, o que, por Zeus, incluso habría sido entregado al verdugo? La filosofía y su respeto por ella le ha echado como una especie de freno y por eso es ahora más comedido e incluso soportable. Pues supone un cierto baldón para él el aparecer como indigno de ese traje y de ese nombre, cosas que lo acompañan y actúan como maestras suyas. Así que considero justo cobraros los honorarios, si no por los aspectos en que no lo he mejorado, sí al menos por todo lo que ha dejado sin hacer llevado por su respeto a la filosofía. Porque incluso las nodrizas suelen decir respecto de los niños cosas tales como que deben ir a la escuela, pues aunque no sean aún capaces de aprender nada bueno, por lo menos mientras están allí no hacen ninguna travesura. En lo que a mí respecta creo que he cumplido sobradamente en las demás facetas; ven mañana si quieres con alguno de quienes conocen nuestras doctrinas y verás cómo le pregunta y le responde, cuántas cosas ha aprendido y cuántos libros ha leído ya sobre axiomas, silogismos, captaciones, propiedades y temas de lo más variado. Si ha pegado a su madre o ha violado a una joven, ¿a mí qué? No me nombrasteis tutor suyo» 38 .
[83] Eso es lo que decía un hombre mayor en defensa de la filosofía. Tú también, Hermótimo, ¿podrías decir que bastaría con estudiar filosofía aunque sólo fuera para no hacer travesuras? ¿O entendemos que merece la pena dedicarse a ella desde el principio a la búsqueda de otras esperanzas, y no sólo para que en nuestros paseos resultemos más vistosos que los ciudadanos de a pie? ¿Por qué no respondes tampoco a esto?
HERMÓTIMO . — ¿Por qué sino porque me falta poco para llorar? Tu argumentación que es verdadera me ha llegado hasta tal punto que me lamento al pensar cuánto tiempo, pobre de mí, he malgastado y además qué suma no pequeña de dinero he tenido que pagar por todos mis esfuerzos. Ahora, como quien recobrar la sobriedad luego de una borrachera veo cuáles son las cosas de que estaba enamorado y cuántos pesares he padecido por ellas.
[84] LICINO . —¿Y de qué te sirve llorar, amigo? Muy sensata es la fábula aquella que contaba, creo, Esopo. Decía que un hombre sentado en la orilla del mar, al filo del rompeolas contaba las olas. Y que al equivocarse se disgustaba y se afligía hasta que vino a su lado la zorra y le dijo: ¿Por qué te afliges, amigo, por quienes se ha ido, cuando lo que hay que hacer es despreocuparse de ellas y empezar a contar a partir de aquí? Igual tú, si te parece, de cara al futuro llevarías una vida mejor si admitieras el vivir con los demás y compartieras los problemas ciudadanos con la mayoría, y sin esperanzas absurdas ni rimbombantes; y no te avergonzarás, si tienes dos dedos de frente, por el hecho de, siendo mayor, cambiar tus enseñanzas y cambiar de rumbo hacia [85] lo mejor. Y todo cuanto dije, amigo, no creas que lo he preparado contra la «Estoa» o que lo he formulado llevado de una cierta animosidad contra los estoicos, mi argumento es común para todos. Pues te habría dicho lo mismo si hubieras optado por la escuela de Platón o de Aristóteles, condenando a los demás sin juicio previo en un proceso por incomparecencia. Ahora bien, como tus preferencias eran por los estoicos mi argumentación ha podido dar la impresión de ir dirigida contra la Estoa sin que yo tuviera ningún prejuicio especial contra ella.
HERMÓTIMO . — Llevas razón. Me voy, precisamente a [86] eso, a hacer un cambio incluso de porte externo. Al menos no tardarás en verme sin esta barba espesa y poblada, y sin castigar mi forma de vida, sino que todo será libre y sin ataduras. Quizás hasta me pondría un manto púrpura para que vieran todos que ya no tengo nada que ver con estas chifladuras. Ojalá pudiera vomitar todo lo que he oído de sus bocas. Y, sábelo bien, no vacilaría en beber eléboro pero por la razón opuesta a la de Crisipo —para no tener ya en la mente lo que dice—. Y no son pocas las gracias que debo darte, Licino, porque cuando estaba siendo arrastrado por el remolino de un abrupto torrente, entregado a él y dejándome llevar con la corriente por sus aguas te pusiste a mi lado y tiraste de mí para arriba apareciendo como el «Deus ex machina» de las tragedias. Creo que no carecería de razón que me afeitara la cabeza como los hombres libres que se salvan de un naufragio en agradecimiento por la salvación, luego de haberme quitado de los ojos una espesa tiniebla. Y, si en el futuro me encuentro paseando, aunque sea sin querer, a un filósofo, me daré media vuelta y me apartaré de él como de los perros rabiosos.
1 Alusión a una afirmación de Hipócrates que generalmente se traduce por «corta es la vida y largo es el arte», pues el término griego téchnē , «arte», es el que se emplea en la cita. Tal vez «ciencia» es una traducción inexacta, pero se ajusta más a la noción de destreza no exenta en un médico de los conocimientos teóricos. El término «arte» tiene hoy en nuestra lengua otras connotaciones.
2 Trabajos y Días 289, inaugura un tópico, muy traído a colación en la literatura y el pensamiento griegos, que presenta a la Virtud instalada en lo alto de un promontorio escarpado de muy difícil acceso. Véase el propio LUCIANO , El maestro de retórica 2 .
3 Ver una vez más Trabajos y Días 40.
4 La celebración de fiestas importantes es un punto de referencia para establecer unos criterios de cronología relativa, ya que los griegos obviamente no miden el tiempo por años.
5 Licino comienza a entrar ya en el terreno de la exageración. Piénsese lo que puede suponer desplazarse desde Gibraltar —Columnas de Heracles— hasta la India, ida y vuelta tres veces, y además con la correspondiente escala en los países intermedios.
6 Estribación montañosa que fue expugnada con rapidez y brillantez por Alejandro Magno.
7 La proverbial habilidad de los caldeos en este tipo de actividades era conocida por los griegos.
8 Alusión a la incineración apoteósica del héroe Heracles, hijo de un inmortal Zeus y de una mujer mortal Alcmena , que hizo abstración de su faceta humana para perpetuar la divina previamente aislada del fuego sobre la cumbre del monte Eta.
9 La magnífica y hasta cierto punto emblemática copa de Néstor se cita por HOMERO , Iliada XI 636.
10 Alusión a la cita de Platón en Apología de Sócrates 21a, que cuenta cómo Querefonte preguntó al oráculo délfico quién era más sabio y éste aludió a Sócrates.
11 Glykýthymos , deliciosa palabra griega que se prefirió desgranar literalmente; alude a la tradicional sensualidad epicúrea.
12 Personaje prototipo del tonto o necio que da título a un poema épico falsamente atribuido a Homero.
13 Se inicia un párrafo en griego que recoge el relato completo y que comprende catorce líneas sin que el editor haya marcado punto alguno. Hemos preferido dividirlo y establecer algunos puntos en aras de una mejor comprensión.
14 Timonel de los Argonautas cuya vista privilegiada le permitiría sortear diversos escollos que iban surgiendo en el curso de la navegación.
15 Míticas regiones situadas por los griegos siempre arriba, al norte del norte por ellos conocido.
16 Alusión al pasaje de la Ilíada XXIII 867, en uno de los lances de los juegos fúnebres por Patroclo.
17 Esa sentencia desfavorable sería el resultado inmediato de un proceso por incomparecencia erḗme díkē .
18 Véase HOMERO , Ilíada XVI 70.
19 Los helanodicas son los jueces nacionales, árbitros supremos de los certámenes de Olimpia.
20 Como parece indicar su etimología se trata de lo más parecido a la lucha libre.
21 Comienza a partir de aquí una explicación pormenorizada de la forma en que se realizaba el sorteo entre los diversos contrincantes.
22 Alusión al episodio en que Ariadna proporciona a Teseo un ovillo de lana para poder encontrar el camino de salida del laberinto cretense en el que se hallaba encerrado el Minotauro.
23 Frase atribuida a EPICARMO , fr. 250 [edición de KAIBEL ], más que un filósofo, un escritor de comedias, natural de Sicilia.
24 Pintoresco personaje que pidió a los dioses —y lo consiguió— la inmortalidad, olvidando que peor que la muerte es la vejez. Chocheaba hasta el punto de hacerse insoportable a quienes lo rodeaban y fue meta-morfoseado en chicharra.
25 El texto griego ofrece en acusativo la paradoja y la paranomasia: anélpista elpízonta .
26 Naturalmente se trata de una expresión coloquial castellana que sin embargo recoge la que quiere decir el griego hérmaion , algo con lo que uno no contaba y que, sin embargo, viene bien a quien lo encuentra de forma más bien inesperada.
27 El autor va rizando un tanto el rizo de sus argumentos y trae aquí a colación al poeta trágico Epígenes de Sición a quien el público no perdonó el que introdujera en el culto de Dioniso temas que tenían muy poco o nada que ver con la divinidad en cuestión.
28 Realmente el texto dice una cotila de vino, aproximadamente un cuarto litro.
29 El acónito (akónitos) es una planta venenosa, perenne con raíz desarrollada y provista de tubérculos que crece en prados y lugares húmedos.
30 Alusión a HOMERO , Ilíada XI 654.
31 Expresión proverbial en Luciano para dar a entender que lo toman a uno por tonto y lo manejan a su antojo.
32 Luciano nos habla aquí del enfrentamiento «por la sombra de un burro», en expresión que recuerda el pasaje de las Avispas de ARISTÓFANES , cuando Filocleón intenta escapar bajo el vientre de un burro del cerco al que lo han sometido su hijo y sus criados.
33 El sobrenombre de Urania aplicado a Afrodita hace mención a los orígenes o nacimiento de la diosa: el semen que la engendró pertenecía a Urano, que al ser castrado por su hijo Crono, lo dejó caer al mar; de las espumas así fecundadas nació Afrodita. Un templo dedicado precisamente a Afrodita Urania estaba erigido junto al Teseíon en el Ágora de Atenas.
34 El griego emplea tres palabras distintas para designar otros tantos tipos de escudos: péltē , escudo ligero que da nombre, «peltasta», al guerrero que lo lleva; gérron , escudo de cuerpo entero hecho de materiales diversos no necesariamente metálicos; aspís , el término más corriente para designar el escudo más habitual.
35 Hemos mantenido en la traducción el acusativo interno etimológico griego: aitḗmata aitḗsasa , «postulando postulados».
36 Alusión a la amnistía que tuvo lugar en el umbral del 402 a. C., cuando se restableció la democracia en Atenas tras el régimen oligárquico impuesto por Esparta a raíz de su victoria en la Guerra del Peloponeso.
37 Tal vez sea interesante para el lector que desee arrojar algo de luz sobre este pasaje y comprender a qué alude Licino cuando habla del «cocodrilo» que llevó al muchacho, de «condiciones, constataciones», etc., véase al respecto, LUCIANO , Subasta de vidas 27 (B.C.G., núm. 113, 1988).
38 Por «tutor» he traducido el término griego paidagōgós , que ha dado el español pedagogo, que era en sentido estrictamente etimológico quien acompañaba al niño a la escuela y a otras actividades.