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71 AL QUE DIJO: «ERES UN PROMETEO EN TUS DISCURSOS» *

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Cuatro páginas fundamentales e imprescindibles para entender el quehacer literario de Luciano. Aquí no hay diálogo ni interlocutor conocido que se cite por su nombre, aunque el comienzo del texto implica obviamente su existencia. A ese interlocutor desconocido, Luciano le explica una vez más su técnica de composición literaria. Contaminación, trasposición, innovación, de algún modo tal y como se indica en el volumen introductorio a nuestro autor, son perfectamente explicadas por Luciano. Acepta que se le compare con Prometeo en un alarde de modestia en cuanto que se trata de trabajos «de barro», inconsistentes, frágiles; pero el interlocutor parece querer equipararlo a Prometeo en cuanto a su capacidad para innovar sin partir de un modelo previo, al igual que el Titán que forjó modelos humanos precisos aunque eso sí, carentes de la vida que hubo de insuflarles Atenea. Luciano no quiere que se le considere un creador ex nihilo, sin modelo previo. Y matiza el concepto de originalidad. Las innovaciones por el puro y simple placer de llamar la atención poniendo el acento sobre los elementos novedosos no garantizan el éxito y no surten muchas veces el efecto apetecido. Luciano apuesta en primer lugar por el modelo, aquí doble, que se maneja, a saber diálogo y comedia. En segundo lugar, pone el acento no en el qué se mezcla, sino en el cómo se realiza esa mezcla; en efecto, saber armonizar géneros tan distintos como la comedia y el diálogo sin engañar a los lectores no es tarea fácil. En ese sentido y sólo en ese, y con toda una serie de reservas y matices, Luciano puede acceder a que su interlocutor lo compare con Prometeo.

¿Conque afirmas que soy Prometeo 1 ? Si con ello [1] quieres decir, buen hombre, que mis obras son tambien de barro, comprendo la comparación y afirmo que me parezco a él, sin resistirme a que me llamen «modelador de barro», por más que mi barro sea de inferior calidad, como el de cualquier cruce de caminos, un cieno, prácticamente. Pero si estás sobrevalorando mis discursos en la idea de que están perfectamente elaborados y les asignas el nombre del más sabio de los Titanes, ¡ojo!, no sea que alguien diga que hay ironía y una cierta mofa «ática», inherente a dicho elogio. Porque, ¿de dónde sacas que mi discurso está bien elaborado? ¿Qué excepcional sabiduría o «previsión prometeica» 2 hay en mis escritos? Pues me conformo con que no te parezcan ni muy terrenales 3 ni perfectamente dignos del Cáucaso. Pues, ¿con cuánta más razón podríais compararnos a Prometeo vosotros, cuantos alcanzáis fama en los tribunales haciendo debates de verdad? Al menos vuestras obras son de verdad algo vivo y que respira, y, sí, por Zeus, su calor es el del fuego; también eso procedería de Prometeo con una diferencia tan sólo, a saber, que las obras que modeláis muchos de vosotros no son de barro sino de oro.

[2] Nosotros que comparecemos en público y que celebramos nuestras sesiones tal como son, damos a ver algunos modelos, pero todo en barro, como decía antes, un modelado al modo del de los fabricantes de muñecos. En lo demás ni hay movimientos ni síntoma de respiración alguno, sino que el asunto consiste en una diversión y un pasatiempo de otra índole. De modo que se me ocurre pensar si tal vez dices que soy un Prometeo en el mismo sentido que lo decía el poeta cómico respecto de Cleón. Decían, ya sabes, de él:

Cleón es un Prometeo a toro pasado 4 .

Los atenienses auténticos solían llamar «Prometeos» a los fabricantes de vasijas, a los trabajadores de los hornos y a cuantos trabajaban con el barro, burlándose de la arcilla, o también, creo, de la cocción al fuego de los diversos artículos. Si para ti eso es ser un Prometeo, has dado en la diana en un alarde de ingenio «ático» porque nuestras obras son tan frágiles como las vasijas de aquéllos, y con que alguien les tire una piedrecita las rompe todas.

[3] Desde luego alguien podría consolarme diciendo que no me comparó a Prometeo en esos aspectos, sino más bien elogiando el factor novedoso, sin imitar un modelo ya existente, como aquel, que no existiendo hasta entonces seres humanos, los imaginó y los modeló, dándoles las formas que ahora tienen las criaturas y preparándolas de modo que pudieran moverse y resultar gratas a la vista. En una palabra, él era el «arquitecto» aunque contaba con la ayuda de Atenea, que infundió su soplo al barro e hizo que los modelos cobraran vida. Eso es, pues, lo que podría decir interpretando tus palabras en el mejor sentido posible, y quizás era esa la intención que se desprendía de tus palabras. Yo no me doy por satisfecho si paso por ser innovador sin que nadie pueda decir que no he tenido un modelo más antiguo de quien sentirme descendiente. Pero si no resultara airoso, me avergonzaría, tenlo por seguro, y de un pisotón lo destruiría. Pues para mí, al menos, la originalidad de poco le serviría, si su modelado es feo, para salvarse de la rotura. Pues si yo no pensara así, deberían despedazarme dieciséis buitres, por no comprender cuánto más feas son las cosas de esa índole si además son originales.

Ptolomeo, el hijo de Lago, introdujo dos novedades en [4] Egipto: un camello de Bactria totalmente negro y un hombre de dos colores, con una de sus mitades negra del todo y la otra blanca hasta la exageración, con los colores por igual repartidos. Y agrupando a los egipcios en el teatro les iba mostrando toda una amplia serie de espectáculos y, por último, el camello y el hombre semi-blanco, creyendo que al verlos quedarían impresionados. Ellos, al ver el camello, se asustaron y por poco, levantándose de un brinco, echan a correr; y eso que todo el animal estaba adornado con dorados, su lomo cubierto con manto de púrpura marina y la brida era de piedras preciosas, joya de algún Darío o Cambises, o el propio Ciro. Por lo que se refiere al hombre, la mayoría se reía, aunque algunos experimentaban la repugnancia propia de quien está ante un monstruo. Así que Ptolomeo comprendiendo que no iba a gozar de su aplauso y que la novedad no contaba con la admiración de los egipcios, quienes por cierto tenían en más estima antes que ella lo armonioso y lo bonito, se deshizo de ellos y ya nos los estimaba como antes. El camello murió sin que nadie cuidará de él, y al hombre de dos colores se lo regaló a Tespis, el flautista, para que tocara la flauta con él en los banquetes.

[5] Temo que mi obra sea un camello entre los egipcios, del que los hombres admiran aún la brida y la albarda de púrpura, pues ni tan siquiera la combinación de los dos géneros más hermosos, el diálogo y la comedia, ni siquiera eso, bastaría para su belleza externa si el ajuste carece de armonía y de proporción. Pues es posible que la composición a partir de dos elementos hermosos resulte monstruosa, como por poner un ejemplo corriente, el hipocentauro. Difícilmente podría uno decir que un ser así es un animal manso, sino más bien monstruoso al menos si hay que dejarse guiar por los dibujantes que pintan sus excesos y sus asesinatos. Entonces ¿qué?, ¿es que no puede resultar hermoso algo formado a partir de dos cosas excelentes, como por ejemplo la dulcísima bebida que resulta de mezclar el vino y la miel? Yo desde luego afirmo rotundamente que sí. No puedo sostener que en el caso de mis dos elementos sea así, pues temo que la mezcla ha destruido la [6] belleza de cada uno de los dos por separado. No eran compatibles ni amigos desde un principio el diálogo y la comedia. El primero se realizaba en casa consigo mismo y en largos paseos en compañía de pocas personas; la segunda, entregándose a Dioniso, le acompañaba en el teatro, jugaba con él, hacía reír y compartía sus burlas y se acomodaba al ritmo de la flauta en ocasiones y cabalgaba generalmente a lomos de anapestos, y en muchas ocasiones se burlaba de los compañeros del diálogo llamándolos «pensadores» y «charlatanes que se van por las ramas» y cosas por el estilo. Se habría realizado precisamente con esa única intención, a saber la de burlarse de esas gentes e impregnarlos de la «libertad dionisíaca»; y así los presentaba unas veces bamboleándose por los aires en compañía de las nubes y otras midiendo saltos de pulgas, ¡vamos, «sutilezas celestes 5 »! El diálogo, por contra, daba un mayor empaque a las disquisiciones de los filósofos respecto de la naturaleza y de la virtud. De modo que, por decirlo al modo de los músicos, del punto más agudo al más grave había dos octavas 6 de diferencia. Nosotros 7 no obstante tuvimos la osadía de combinar las cosas que son de esa índole tal como son y de armonizarlas, pese a su escasa facilidad para adaptarse y a su resistencia para convivir con comodidad.

Temo, sin embargo, volver a parecerme de algún modo [7] a tu Prometeo también en este punto, por haber mezclado lo femenino y lo masculino y tener que sufrir en consecuencia el castigo correspondiente, o que más bien me asemeje en otro aspecto, a saber, al haber engañado quizás a mi auditorio y haberles dado huesos envueltos en grasa, esto es, chirigotas de comedia recubiertas de filosofía solemne 8 . Y en lo que al robo se refiere —es también la divinidad del robo— ¡nada! eso es lo único que no podría encontrarse en nuestros escritos. Porque… ¿a quién podríamos robar? Bueno… a no ser que alguien, sin yo darme cuenta, haya compuesto por su cuenta «hipocampos» y «tragélafos» de esa índole. Y… ¿qué podría sucederme? Pues no tengo más remedio que permanecer en los términos que elegí de una vez por todas. Porque… el cambiar de planes es obra de Epimeteo, no de Prometeo.


* «Eres un Prometeo en tus escritos, o en tus obras», y no necesariamente en tus palabras o en tus discursos. Esa parece ser la traducción que le cuadra a este trabajo de Luciano. Ateniéndonos, no obstante, a las normas de la Colección hemos respetado la traducción del Dr. Alsina en su «Introducción general» a Luciano del volumen núm. 42, pág. 29.

1 Prometeo, el titán más ingenioso y más sabio, robó el fuego que era privativo de los dioses para dárselo a los hombres en un gesto de suma audacia que tuvo el correspondiente castigo por parte de los dioses. Encadenado a una roca, un águila venía a punzarle el hígado. Ése es el momento recogido por Esquilo para escribir su Prometeo encadenado .

2 El autor juega con la etimología de Prometeo, el que prevé, el que toma precauciones antes de obrar frente a Epimeteo, el que hace cálculos a remolque de los acontecimientos.

3 El término «terrenales» creo que se ajusta exactamente al término griego gēinós; obviamente por terrenales debemos entender aquí «vulgares».

4 La cita literal está tomada del cómico ÉUPOLIS , fr. 456 [edición de KOCK ], y alude a las críticas recibidas por el demagogo ateniense en relación con sus vacilaciones tácticas durante la Guerra del Peloponeso.

5 Alusión evidente a ARISTÓFANES , Nubes 144 y sigs., comedia, en la que se traza una imagen extravagante de Sócrates y sus discípulos en el «Frontisterion» o escuela a la que acude el protagonista Estrepsíades.

6 Quien tenga unas mínimas nociones de música calibrará la enorme amplitud existente entre el «do» más grave de la primera octava y el «si» más agudo de la segunda.

7 Curioso plural de modestia el que emplea Luciano a lo largo de todo el opúsculo, que aquí llama más poderosamente nuestra atención.

8 Otra interesante alusión a un suceso del mito de Prometeo que intenta engañar a Zeus, dándole huesos recubiertos de grasa. Oportunamente lo ha traído a colación Luciano pensando que pudiera dar gato por liebre a sus lectores.

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