Читать книгу Descubre todo el poder que hay en ti - Lucien Liroy - Страница 6

Primera parte
La accióndel espíritu
Saber es poder
Conocimiento de la vida, conocimiento de uno mismo

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Conócete a ti mismo: no es una casualidad que hombres eminentes hayan hecho de este aforismo la clave de sus doctrinas. Se trata en realidad de uno de los consejos más seguidos. Las innumerables obras que llenan las estanterías de las bibliotecas en el ámbito de las ciencias adivinatorias, coyunturales, proyectivas, analíticas, etc., lo testifican. No es necesario utilizar poderes trascendentales para afirmar, sin riesgo de equivocarse, que la mayoría de los lectores de estas obras han abierto, aunque sólo sea una vez, uno de esos fascinantes volúmenes con la secreta esperanza, o el objetivo confesado, de descubrir en ellos una clave providencial.

Nuestra sed de conocimiento no se detiene nunca. Hacemos que nos descubran nuestro mundo astrológico, nuestro perfil grafológico, caracterológico o biorrítmico y nos lanzamos sobre los innumerables cuestionarios que aparecen en las revistas. Nos situamos perfectamente en la tipología de Corman, de Le Senne o de Hipócrates. Recurrimos al autoanálisis según el método de Le Cron. Nos proponemos superar nuestros complejos gracias a Adler y acabar con nuestro complejo de Edipo con la ayuda de Freud. Además, seguimos las enseñanzas de los curas, de los pastores, de los gurús – tradicionales o científicos– y todos llevamos en nuestros bolsillos algunos carnets que nos descubren como miembros de grupos de iniciación. Participamos en congresos, en simposios sobre las ciencias del espíritu o los poderes psi. Eso es tanto como decir que tenemos de nosotros mismos y del mundo un conocimiento de lo más extendido. Sin embargo, esta cantidad considerable de informaciones no hace más que enturbiar la visión que tenemos de la existencia del hombre, en general y en particular.

Para empezar, el conocimiento y la aplicación de las leyes de la vida liberan al hombre de la superstición, de la duda y del miedo – sus verdaderos y únicos enemigos—, y a continuación, de la enfermedad, de las carencias y de las limitaciones. Resuelven los problemas y aparecen los trastornos del espíritu. Esto es tan cierto que las autoridades, religiosas y políticas – a menudo son las mismas— que se suceden desde que el mundo es mundo, se esfuerzan en mantener a las poblaciones en la ignorancia sobre los secretos de la vida. La enseñanza, pública o privada, se conforma con dar formación a los niños o a los adultos para que ocupen las funciones de la existencia ordinaria y para que entren en el molde del conformismo.

La vida es para nosotros algo tan natural que nos es difícil, mientras no se plantee ningún problema, darnos cuenta de hasta qué punto es maravillosa y compleja. La mayoría de nosotros se conforma con aprovecharla o sufrirla, ignorando el hecho de que, en todos los casos, son ellos los que la dirigen tanto de forma individual como de forma colectiva.

Aunque esto pueda parecer una perogrullada, yo quiero reafirmarlo: el ser humano está vivo. Yo no estoy diciendo que el ser humano vive, puesto que ello podría implicar un acto voluntario de la personalidad psíquica, mientras que la casi totalidad de los procesos que lo mantienen con vida son inconscientes. Sin embargo, están inscritos en nosotros y cada uno puede aprender a conocerlos a través de sus manifestaciones y sus consecuencias, pero también penetrándolos íntimamente. Este conocimiento de la vida no es necesario para vivir, pero es indispensable para aquellos que quieren dirigir su vida.

La verdad es que es más fácil dejarse llevar y afiliarse, para apaciguar las dudas y los miedos, a una de las teorías filosóficas, científicas o religiosas que explican la existencia del hombre y su destino, aunque la mayoría de ellas no aporta ningún tipo de explicación seria a nuestra presencia sobre la tierra ni tampoco una razón real para vivir. Algunas personas se asocian a dos o incluso a varios sistemas que pueden ser perfectamente contradictorios, lo que los conduce, un día u otro, a desengaños humillantes, al sufrimiento, a la sublevación o a la renuncia.

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