Читать книгу Caperucita Roja y el Profesor Lobo - Luis Bernardo Yepes Osorio - Страница 6

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La abuela más abuela. Casa asegurada. La clave

Al terminar la merienda, el cazador desea llevar a Caperucita a su casa, asunto que le parece bien a la chiquilla, siempre y cuando la abuela los acompañe.

–Aquí estoy a gusto, ya nada puede pa­sarme, el lobo está ahogado en el río –les recuerda la abuela.

–Abue, pueden venir otros lobos, deben estar inquietos porque no aparece uno de ellos –exclama angustiada Caperucita.

–Llevo toda mi vida viviendo aquí, he visto cosas peores y sigo vivita y coleando.

–Abue, si usted se queda, yo también. ¡Se puede ir, señor cazador, gracias por todo! –pronuncia Caperucita con cara de no-me-importa-quedarme.

El cazador arruga la frente, deja la escopeta en el suelo al lado de una silla y se sienta resig­nado, también con cara de no-me-importa-quedarme.

–Tal parece que todos nos quedaremos en casa de la abuela, la única que estará sola será tu madre –dice mientras le guiña un ojo a Caperucita Roja, ya no tan roja porque se acaba de quitar la caperuza y está esplendorosa con un vestido azul cielo sentada al lado de la abuela.

Durante unos minutos, se miran unos a otros sin saber qué decir o hacer.

Después del silencio, el cazador y Caperucita intentan, por todos los medios, convencer a la abuela de que se vaya con ellos; pero nada, es imposible, la abuela es una abuela abuela y se sabe, desde el principio de los tiempos, que las abuelas abuelas son tercas como mulas.


Luego de pensar varias alternativas e intercambiar palabras, deciden que la abuela se quede en su casa con la condición de que permita asegurar la vivienda lo mejor posible, previendo un ataque de los lobos.

Mientras Caperucita va por herramientas

y clavos al desván, el cazador recoge de los alrededores de la casa trozos de madera. Miden, sierran, pulen y clavan en todas las ventanas palos en forma de X. En el marco de la puerta ponen unos soportes de tal manera que, cuando la abuela esté adentro, atraviese dos gruesos barrotes y se asegure hasta el fin de los tiempos.

El cazador revisa la casa para cercio­rarse de que no quede ninguna grieta por donde quepa un pedazo de lobo o cualquier artefacto que permita abrir una brecha mayor que posibilite el ingreso de un lobo entero. Quedan de acuerdo en que la abuela debe mantener una vasija con agua hirviendo en la chimenea, con el propósito de que, si un lobo entra por ahí, se tope con tremenda sorpresa y muera despellejado dentro del recipiente.

Después de esa y otras medidas de seguridad, Caperucita le dice a la abuela que tendrán una clave para llamar a la puerta cuando regresen. No será toc toc, pues esa la hace todo el mundo sin saber siquiera que es una clave. Tampoco será tan tararán tan tan, porque esa se le ocurre a muchos lobos cuando se les pregunta: “toquen con la clave”. Tampoco se puede

confiar en preguntar “¿quién es?” porque la mayoría de los lobos son especialistas en remedar voces, ya que tienen una escuela de teatro muy prestigiosa dirigida por Patraña, así que la clave será una que un lobo apresurado y deseoso de abuela jamás haría:

TOC, TOC, TAN TARARÁN TAN TAN,

TOC, TOC, TAN TARARÁN TAN TAN.

Hechos los ajustes y las recomenda­ciones, Caperucita se pone de nuevo la caperuza, toma la cesta y abraza a la abuela más abuela. El cazador también la abraza y, además, le desea suerte.

Cuando llevan dos pasos, Caperucita mira a la abuela y le pregunta:

–¿Recuerdas la clave, abue?

–Toc, toc, tan tararán tan tan, toc, toc, tan tararán tan tan, mija.

–Quítele el mija, abue.

Caperucita Roja y el Profesor Lobo

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