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A quienes, entre gustos y disgustos,

le otorgan a mi vida un sentido.

Prólogo

En el cúmulo de logros y fracasos, grandes y pequeños, que constituyen nuestra vida, nos encontramos siempre en algún punto en que necesitamos viajar desde el dolor de una renuncia hacia la búsqueda de un entusiasmo nuevo que le devuelva su sentido a nuestra marcha hacia adelante. ¿Cómo orientar, entonces, las inquietudes que surgen en el desasosiego de esa encrucijada, típica de la primera adolescencia y de la segunda (que suele denominarse climaterio)? ¿Dónde encontrar los parámetros que nos ayudan para trazar el rumbo?

Uno se da cuenta de que, para obtener un resultado ojeando “el catálogo” de lo que puede ser un atractivo, necesita saber “lo que le pide el cuerpo”. También se da cuenta de que el cuerpo reclama movido por apetitos del alma; y de que el alma, por extraña paradoja, mientras pretende revindicar su derecho de hacer lo que le plazca, necesita “consultar al ambiente” afectivo en el que se halla inmersa, para sacar de allí su convicción acerca de “lo que está bueno”.

Se trata, entonces, de mirar para adentro, y procurar divisar cómo son los lazos que nos anudan con esas otras almas que tanto nos importan. Y así, mirando para adentro, fue que nació este libro en el cual imagino tres “mapas” que me parecen fundamentales. Uno consigna “lugares”, “distancias” y magnitudes de significancia, en nuestra relación con distintas personas de un entorno que, con el tiempo, varía; algunas veces de forma brusca y sorpresiva, en otras de manera paulatina e insensible. Otro surge de nuestras obras en marcha, resultado de actividades que culminan en un producto que por su propio valor, y más allá del reconocimiento que con él se obtenga, logra conmovernos. En un tercero, por fin, podría intentarse reflejar el núcleo “duro” de un perdurable rescoldo, entrañable e irrenunciable remanente de nuestros apegos infantiles, que en la ancianidad suele acercarse a la consciencia.

Allí, en ese pequeño “motorcito” que mantiene encendida la esperanza que alimenta la vida, reside una ilusión de la cual –como dice el proverbio– “también se vive”. Ese rescoldo funciona como una llama piloto que se reaviva en el contacto con nuestros seres significativos y con nuestras obras. Sin embargo, la esperanza que en ese rescoldo se conserva ha de ser el producto de una ilusión mesurada. Recordemos a Trilussa: “L’ideale di Broccolo consiste en una donna bionna, tanto bella, que cià un difetto solo: nun existe” (“el ideal de Broccolo consiste en una mujer rubia, tan hermosa, que tiene un solo defecto: no existe”).

Nuestra relación con nuestros ideales funciona de un modo semejante a como, de acuerdo con un dicho popular, funciona el burro. Es necesario, para que camine, mostrarle una zanahoria. Pero debemos reconocer que hay que hacerlo a la distancia justa, porque si la acercamos mucho se la come sin moverse, y si la ponemos muy lejos tampoco se mueve, porque se descorazona. Así nació este libro, como una especie de zanahoria que me parece jugosa y que deseo compartir, especialmente con quienes, entre gustos y disgustos, otorgan a mi vida un sentido. Escribiéndolo he procurado pensar con claridad y acercarme, fraternalmente, al corazón del lector. Mi más ferviente deseo es lograrlo, aunque más no sea que a “un paso por vez”.

Agosto de 2014

¿Para qué y para quién vivimos?

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