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Prólogo Claudio Godoy
ОглавлениеMientras la Primera Guerra Mundial parecía eternizarse en las trincheras del frente, un muy joven Jacques Lacan de 14 años, quedaba impactado por la lectura de la Ética de Baruch Spinoza. Su interés fue muy grande ya que para estudiarlo diseñó una serie de carteles que contenían las proposiciones extraídas de éste, indagando sus conexiones y derivaciones que dibujaba cuidadosamente con flechas de colores –al modo de esos mapas de las redes de transporte de una gran ciudad– cubriendo las paredes de su habitación.
No resulta extraña semejante distribución espacial, ya que el subtítulo de esta obra fundamental de la filosofía es “Demostrada según un orden geométrico”. Revelaba que la ética podía ser abordada según el mos geometricus, o sea a través de una deducción progresiva siguiendo la concatenación de axiomas, definiciones, postulados y proposiciones propuestos en los Elementos de Euclides; es decir, el modo de demostración de la geometría clásica. Este esfuerzo por aplicar a una problemática propia de la acción humana un aparato de formalización matemático, no resultaba extraño en una época inaugurada por Descartes, la del racionalismo y la modernidad del siglo XVII, en su esfuerzo por sentar las bases para la construcción de un nuevo saber.
Un segundo encuentro, esta vez con el matemático George Th. Guilbaud, tendrá una incidencia decisiva, dando lugar a una amistad de treinta años. Introductor en Francia de la teoría de los juegos, en 1951 se reúnen periódicamente con él el antropólogo Lévi-Strauss, el lingüista Benveniste y el psicoanalista Jacques Lacan para trabajar el concepto de estructura y sus relaciones con las matemáticas. Esta perspectiva resultaba fundamental en el proyecto estructuralista que buscaba localizar aquello que pudiera ser formalizado en las ciencias humanas, definiendo las relaciones entre los elementos que componen una estructura dada.
Guilbaud fue también un gran divulgador de la teoría de los juegos en Francia así como de los divertimentos matemáticos, gusto que compartía con Lacan. Esta perspectiva lúdica no está ausente en sus trabajos. Su libro, Leçons d´à peu près, reúne una serie de paradojas y problemas matemáticos que contradicen el supuesto de que las matemáticas se limiten al orden de lo exacto, revelando en qué medida también incluyen lo aproximado. Más aún, pueden hablar con rigor de lo aproximado o incluso llegar a demostrar una imposibilidad.
Será también a través del comentario de un asistente a los seminarios de Guilbaud que Lacan se topará con el nudo borromeo, un hallazgo fundamental –le vino como “anillo al dedo”, nos dice– para orientar su enseñanza de los años setenta reelaborando la doctrina de los tres registros: real, simbólico e imaginario.
Lacan caracterizaba a la euclidiana como una “geometría de los ángeles”. Los ángeles precisamente se definen por su carencia de cuerpo, son seres inmateriales presentes en la
Biblia y en el Corán que actúan como mensajeros de Dios. Del mismo modo, las figuras de la geometría euclidiana son formas ideales, sin cuerpo, puros espíritus, al igual que las ideas platónicas y, por lo tanto, eternas. Se encuentran absolutamente por fuera de cualquier modificación temporal. Lacan diferencia así la geometría euclidiana –es decir, de los ángeles, sin cuerpo– de la topología. Esta última constituye, por el contrario, una geometría con cuerpo y tiempo. No es casual entonces que a uno de sus últimos Seminarios Lacan lo denominara La topología y el tiempo.
Podemos oponer entonces el mos geometricus y el mos topologicus en el cual, ya sea con superficies o cuerdas, hay transformaciones que se suceden en el tiempo, revelando que aquello que cambia de forma puede tener, sin embargo, la misma estructura o que objetos semejantes puedan ser muy distintos en sus propiedades cualitativas.
El presente libro de Luis Darío Salamone nos propone una original introducción que demuestra que tanto las superficies, cuerdas, cortes y suturas, como las transformaciones y deformaciones propias de la topología también conciernen al amor, a los lazos que tejen los hablantes sexuados y los embrollos que traman sus destinos. Se podrá entender así, al seguir sus páginas, porqué Lacan insistía en que era una geometría con cuerpo y agujeros, que no procede por demostración sino por una sutil mostración y manipulación de los objetos en el espacio.
Si bien el autor se dirige a psicoanalistas interesados en atravesar sus resistencias a la matemática lacaniana, bien podría ser útil para un matemático que buscase iniciarse en aquello que la experiencia analítica despeja sobre los asuntos del amor. Escrito con ese humor y espíritu divertido que unía a Lacan con Guilbaud, no excluye el rigor y la agudeza clínica, invitándonos a recorrer, con un saber alegre, la topología desde el amor o el amor desde la topología en una sorprendente continuidad moebiana.