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LO PREVIO

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Lo siento, he vuelto a las andadas. Treinta y seis años sabáticos ni se notan. Ahora soy un párroco periférico de una iglesia de Madrid. Entrevías fue un ensayo humilde hace ya más de cincuenta años. Montecarmelo es un gran teatro, es un escenario nuevo. En las chabolas me era más fácil entrar. Los bloques de este barrio, custodiados por un guardia de seguridad en su garita, me impresionan. En Entrevías no había puertas, porteros ni timbres: recorría de una tacada el barrio. Aquí hay videoporteros, videocámaras, y entrar me cuesta el doble. Allí nos conocíamos todos por el grito de cada uno. Aquí hay muchos silencios, el ascensor te aísla de la tierra, la tierra tiene jardines y lindos parterres donde los niños de mi parroquia juegan supervigilados. ¡Pero qué bonito es mi barrio!: Montecarmelo.


Aunque es verdad que ya tardo días y noches en recorrerlo, las ventanas están altas, los jardines me separan de los pisos bajos y a veces pienso en no entrar por no molestar. ¡Trabajan tanto, pienso! Me paseo por ellos cuando muchos ni siquiera están, y pienso que llegan muy cansados a sus hogares.

Una vez más escribo de noche. Escribo mi Cuaderno de Emaús. Este es un cuaderno de apuntes. Es un cuaderno de campo y de ruta. La ruta de mi casa al barrio que hago todos los días desde el centro de Madrid a las periferias, donde encuentro a otros caminantes desconocidos y siempre nuevos rostros. Han crecido las casas, hay nuevos inmuebles, hay nuevos desconocidos. De vez en cuando me sorprende lo que me cuentan y reflexiono sobre ello. A veces tomo notas que están en este cuaderno. Aunque soy caminante y se me dan bien los bares, las tiendas y el súper, llevo cara de confesionario, y escuchar lo hago con gusto, porque aumenta mi sabiduría. Escuchar, escuchar cuanto he escuchado en tantos años. El consejo es más bien breve y más breve cuanto más larga ha sido la escucha.

Es, pues, este cuaderno un itinerario de viajes, de viajes sencillos del día a día, porque rara es la jornada que no tengo un acompañante desconocido como tú a quien acabo de encontrar en el camino.

Te hablo ya mientras llegamos a la posada. Te escucho mientras pongo la mesa, como tantas veces, parto el pan y escancio el vino.

Cuaderno de Emaús

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