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EL SACERDOTE

El sacerdote diocesano vive su aventura humana en solitario.

Es un ave extraña.

A diferencia de otras, necesita nido, pero se lo hacen.

Es su hogar un tanto inestable:

hoy aquí, mañana allí,

sin saber por qué ni nadie que se lo aclare.

Fabrica su vejez lleno de incertidumbre.

Difícilmente puede prever cuál es su final ni dónde.

Si se afinca, se le critica.

Si se apega, se le censura.

Si se enamora de alguien o de algo, se le hace la vida imposible.

Si busca el plato de lentejas, se le trata de mercenario.

La pobreza es apellido de fraile,

que no del sacerdote diocesano,

porque siempre se le tiene por hacendado.

Se le presupone el bien y el don.

No tiene claustro y, sin embargo, vive en clausura.

Su convento es el espacio.

Su templo, la casa de Dios en medio de las casas.

Ahora el jersey a rayas, la camisa de rockero, el blue jeans y hasta

la pulsera de moderno desenfadado.

Hasta hace poco, la tirilla del damero blanco de su signo,

camisa de clergyman,

negro de ala de mosca,

gris desvaído.

Zapatos capaces de pisar en charcos y, aunque no sepa tocarla,

guitarra de romántico perdido.


Sacerdote diocesano,

hombre del mundo,

bajo sueldo,

rockero circunstancial según su barrio,

sainete de cóctel intelectual,

teólogo moderno y luchador empedernido.


Sacerdote diocesano

que oye la voz de su obispo por la radio

y conoce a los suyos por mandato.

Cuaderno de Emaús

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