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Prólogo

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Las aplicaciones, las apps, forman parte de nuestro entorno personal y profesional de un modo tan natural que apenas caemos en la cuenta de cómo ha sido el proceso ni de cuándo empezó.

Para un millennial, una app es como para la generación de sus padres una llamada de teléfono: algo muy natural que parece haber estado ahí siempre. Pero no es así. Las aplicaciones, herramientas informáticas que permiten al usuario ejecutar distintas tareas, conviven con nosotros y nos envuelven desde hace relativamente poco. Con la llegada de teléfonos y tabletas que llamamos inteligentes, las apps se han popularizado, haciéndonos la vida más sencilla y productiva. Unos y otros no solo conviven, sino que se necesitan, convirtiendo a los teléfonos en cualquier cosa diferente a una herramienta para llamar. Pueden ser una cámara de fotos, una calculadora, un editor de vídeos, un planificador de viajes, un navegador, un walkman…

Marta García Aller explica en su libro El fin del Mundo, tal y como lo conocemos que, aunque parezca difícil de creer, «hoy por hoy estamos rodeados de cosas que están a punto de desaparecer», y cita el ejemplo de las cabinas de teléfono, una de las cuales se expone ya en el Museo Arqueológico Nacional. La necesidad de hablar con nuestros semejantes no parece que vaya a desaparecer aunque cambien los dispositivos que utilicemos instalándoles aplicaciones de comunicación.

El internet de las cosas, IoT, que veremos rápidamente desplegarse en nuestros hogares, vehículos, ciudades, oficinas, funcionará gracias a un conglomerado de apps que se proponen hacer más fácil nuestra vida.

Las aplicaciones alcanzarán a todo y, cada vez más, a todos. Porque, sí, inevitablemente las aplicaciones están transformando desde sectores productivos enteros (educación, transportes, industria, entretenimiento, comunicación, etc.) hasta usos y costumbres sociales.

El intercambio epistolar y la figura de la celestina fueron durante siglos un modo corriente de establecer relaciones entre las personas. Hoy las apps facilitan el proceso, «conectan» seres humanos. El GPS y un par de emoticonos pueden ser suficientes. A fin de cuentas, todo es empezar.

Los tecnólogos se apresuran a contrarrestar la sensación expandida por los más agoreros de que la transformación digital pondrá patas arriba el mundo que conocemos. En el propio concepto está la respuesta. Ese mundo solo se transforma, como viene haciéndolo desde siempre; solo ha cambiado la velocidad con la que los cambios nos afectan. Ya no hacen falta generaciones para adoptar una nueva tecnología.

Las apps suprimen puestos de trabajo, al tiempo que generan otros. Modifican nuestra normalidad.

Recomiendo la lectura de este libro, que recoge aplicaciones útiles para emprendedores. A veces para tenerlas instaladas y que nos hagan la vida más sencilla; otras para construir alrededor de ellas nuevos negocios.

Arturo de las Heras

Presidente del Grupo Educativo CEF y Universidad UDIMA

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