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La cuidad fantoche: Carmen Berenguer

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Carmen Berenguer, nacida en 1946, publica en 1983 Boby Sands desfallece en el muro. En 1986, Huellas de siglo, en ediciones Manieristas, que es la que citamos. Luego aparece A media asta, en 1998, y posteriormente Naciste Pintada, en 1999, además de La gran hablada, donde se incluyen obras anteriores. En paralelo a su labor como escritora, fue una de las gestoras y organizadoras del Primer Congreso Internacional de Literatura Femenina Latinoamericana en 1987 realizado en Santiago. En 2008 recibe el Premio Internacional de Poesía Pablo Neruda.

La primera parte del libro Huellas de siglo presenta “Santiago Punk”, en que la ciudad se ve siempre en contradicción irónica, como “Punk artesanal made in Chile”, la copia mal hecha de algo y no la copia feliz del Edén, como la califica nuestro himno.

La ironía, o más bien el sarcasmo, pone en solfa las promesas políticas del dictador, entre ellas la de que cada chileno tendría un auto, fruto del buscado progreso en el consumo:

Un autito por cabeza Y una cabeza por autito

Los versos oponen los costos de los atropellos a los derechos humanos en pro de la instalación del sistema de mercado mediante un tratamiento de shock. La promesa se empequeñece con el diminutivo en términos cruzados como en un juego macabro. Se aprovecha bien la estrategia de la inversión tanto en el ámbito del lenguaje como en el sarcasmo de la economía del trueque.

La calle principal de la ciudad de Santiago sigue la misma suerte que muchos de sus habitantes: sufre el exilio, tal vez castigada después de las célebres palabras del fallecido presidente: “Se abrirán las anchas alamedas…”

La Alameda Bernardo O’Higgins en el exilio

En “Santiago Tango”, Berenguer escribe, con letra de tango:

Carente de decencia, marginal, fantoche Patipelá, espingarda ciudad (p. 17)


En estos versos se mezclan el chilenismo y el lunfardo. De nuevo, la ciudad que aparenta lo que no es, “fantochea”, quiere mostrarse mejor de lo que es, lo que inveteradamente se nos ha reprochado a los chilenos y que ha sido bien aprovechado por los personajes de cómic: Juan Verdejo Larraín, con uno de los apellidos que tradicionalmente llevan en el país personajes de las finanzas y de la “alta sociedad”. De Verdejo se reían en las tiras cómicas otros personajes empingorotados, obesos y de puro humeante en la boca, diciéndole: “A pata pelá y con leva” (es decir, con chaqueta de cola, de etiqueta y sin zapatos). También aparecieron el reaccionario Perejil en “El Mercurio” y el más popular de todos, Condorito, que llevan la ropa parchada y ojotas. Así, Santiago, que alguna vez Darío calificó de “soberbia” por sus lujos, ahora es patipelá. Tal adjetivo lo usa Magda Sepúlveda en el título que da a su ponencia Santiago, patipelá y empielá: La feminización de la ciudad dictatorial22.

La profesora Sepúlveda, citando a Ana Pizarro, sostiene que la frontera impuesta tradicionalmente al acceso de la mujer al espacio público se mantiene:

“… se ve traspasada en Chile a contar de 1973, pues las mujeres desbordan el espacio doméstico, ya sea descontextualizando el rol de ama de casa o de madre, llevándolo a la calle mediante cacerolazos y protestas de las madres de torturados y detenidos desaparecidos. Este cambio del lugar femenino en la escena cultural se simboliza en la irrupción del tema de la ciudad en la poesía escrita por mujeres.”23

Ella presenta, a este propósito, a Carmen Berenguer, a través de su obra Huellas de siglo, y a Eugenia Brito, con Vía Pública. Su hipótesis es que estas dos escrituras reapropian saberes indígenas para posicionarse contra las prácticas de la ciudad. Por supuesto, estamos hablando de la ciudad bajo la dictadura y el aspecto que más destaca el ensayo de Sepúlveda es el del régimen económico que instala a nuestro país en el libre mercadismo y en el que se ha denominado “capitalismo salvaje”, en el marco de la globalización, con la consiguiente pérdida de identidad, sorprendiéndonos inermes y, en la coyuntura, adoptando máscaras que no sabemos usar. De ello derivan los calificativos del título, como las alusiones a lo “punk artesanal made in Chile” y otras semejantes.

Quisiera destacar algunos de los aciertos en el análisis de Sepúlveda, en lo referente, por ejemplo, al poema “Metro”, donde entre cada estrofa, que lleva el título de una estación, hay un silencio marcado por el blanco en la página. Estos significantes vacíos de escritura están llenos de sentido como lo están también en la conversación, las pausas, los silencios marcadores de la intencionalidad, tanto de la comunicacional como de la estética.

En “Santiago Metro” sus estaciones son expresión del itinerario de vida del sujeto. Cada una de las estaciones va revelando una experiencia personal o una reflexión acerca de ella. En verdad, el metro, al cambiar la forma de transportarse, el mismo ir bajo tierra, en una especie de joyita de la ciudad y llegar en pocos minutos a estaciones que se abren a realidades tan dispares de Santiago, ha movido a artistas, filósofos, etc., a la reflexión sobre la ciudad con mucha mayor frecuencia que antes.

En Berenguer, como en casi todas las poetas de los ochenta, y no solo las poetas sino también las narradoras, influyen fuertemente las teorías feministas, sobre todo las que tienen que ver con el cuerpo. De esta manera, se produce en sus obras una identidad entre cuerpo y ciudad. La ciudad, con su mapa, muchas veces, reproduce así el cuerpo femenino, como en “La Cueva”:

Viajamos por el (sic) entrepiernas de la ciudad

Con todo lo que conlleva la imagen de oquedad y de penetración en ella asimilada al viaje por su interior.

La visión nocturna de Santiago da a conocer la cara de los sin techo, de los sin lugar para el sueño. Así, en “Los puentes”:

Duerme la ciudad – Santiago duerme y tiembla La miseria duerme en los albergues miserables

Como siempre, la ciudad también es amada, pese a todo. De “Ciudadela”:

Allá lejos desenrollando te me vienes Espadín olvidado al cinto de este abrigo Deshilachado Mapocho mío

El río Mapocho, no obstante lo reducido de su caudal hoy por hoy, que en nada podría recordar la furiosa inundación de 1783 descrita en un romance por Sor Tadea de San Joaquín24, ha tenido desde estos tiempos una presencia maciza en la poesía, al principio por haberse organizado la ciudad teniéndolo como margen de la Ciudadela, de que nos habla Carlos Franz25, y que en los tiempos de la dictadura fue aprovechado para botar cuerpos de opositores perseguidos por los organismos de seguridad. Es curioso, entonces, que en este poema Berenguer exprese sentimientos de ternura, que casi le haga un mimo a este río que se desenrolla y llega a nosotros escaso, deshilachado. Los versos recién citados remiten a la confluencia de las etnias en la hablante: el arma española olvidada “al cinto de este abrigo” y el nombre indígena Mapocho, hecho propio con el posesivo “mío”.

De la mayor actualidad es la interpretación que Magda Sepúlveda da al verso de “Plaza de Armas Armada Pedro de Valdivia”, explicando que, a falta de héroes actuales, busca a los de otros tiempos (en este caso al fundador de la ciudad), para hacerlo partícipe de una fuga después de un incendio, instándolo a usar las antiguas estrategias del fuego de los mapuches:

Salgamos, don Pedro. Ardiendo.

Las micros, el viejo, desprestigiado medio de locomoción de los santiaguinos, también merecen su aparición en Huellas de siglo. “Matadero Palma” ofrece la visión de las calles detrás del parabrisas, poniendo en paralelo la micro y el recorrido, en una forma deteriorada que los planes de transporte deseados por los nuevos gobiernos democráticos han procurado cambiar.

El poema está estructurado en dos columnas, en que la primera centra el punto de vista en el vehículo y sus pasajeros, y la segunda lo hace en la ruta, en el paisaje de Santiago Norte, pero ambas perspectivas muestran algo deteriorado, y más, denigrado. Reproduzco algunos ejemplos:

Desvencijados asientos Rostros limonares ácidos Motor de segunda Injundias* Matadero frugal Esquelética de fierros Cuchitril Efímero lunar de los tejados Fantoche Prostíbulos y comadronas Al matadero Bofe colgando de los sueños

* Enjundias: untos y gorduras de las aves y de los animales en general.

Sobre “Huellas de siglo” señala Raquel Olea que: “la referencia de la sujeto poética es la ciudad como espacio de tensión por la convergencia de sujetos y poderes tensados”26 , aludiendo a todos los elementos de segregación ciudadana.

A media asta, la tercera producción poética de Berenguer, muestra una escritura sobre la marginalidad, volviendo a los temas del pasado, de las indígenas: mapuches, onas, ultrajadas. Pero también aparecen huellas de lo urbano centradas en “la loca del pasaje” y “los arrabales”. Debemos mencionar también, en “Fragmentos de Raimunda”, por una parte, como el propio nombre de esta sección lo indica, la fragmentación propia de la poesía de este tiempo, y, por otro lado, la presencia del símbolo nacional, el emblema de la bandera de Chile, como tema de textos de la dictadura, tela en este caso, de percal (de pobreza) formada también de fragmentos de colores. La sujeto poética se siente mal al verla colgando así a media asta –señal de luto por la patria– pero sangrante del rojo mujeril de la menstruación. La ciudad ocupa un lugar importante, también representada como imaginario simbólico en el Parque Cousiño, “donde la chilenidad ardía y los sauces llorones lloraban de verdad”, en el texto escrito delirantemente sin pausas, ya que ni siquiera las palabras van separadas, como tampoco las señales de un grito de socorro SOS, que ocupa todo el blanco de la bandera. A su vez, la estrella solitaria en la parte superior izquierda está montada sobre la S que podría iniciar el SOS de su costado derecho, o bien, ser un signo de silencio, o meramente una bordadura o estampado del percal. La hablante impreca contra la bandera que no le sirve, que no la inspira. El carácter de cuerpo femenino del emblema está en el cierre del texto, en lo sangrante de la banda inferior correspondiente al rojo.

Por tratarse de un texto visual, lo reproduzco en su totalidad en la página siguiente:

Santiago. Fragmentos y naufragios.

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