Читать книгу La culebra sigue viva: miedo y política. El ascenso de Álvaro Uribe al poder presidencial en Colombia (2002-2010) - Luz Margarita Cardona Zuleta - Страница 10
1.1. LAS ELECCIONES PRESIDENCIALES DEL 2002
ОглавлениеEs común en Colombia que, de cara a unos nuevos comicios electorales, la actividad militar de los grupos armados ilegales se incremente. Son varias las razones de este comportamiento: en unos casos, estos grupos buscan impedir el desarrollo libre de las elecciones; en otros, mostrar que constituyen un poder territorial, aunque, sin lugar a dudas, pretenden incidir en los resultados de la contienda electoral. Como una rutina que suele repetirse cada cuatro años, la guerrilla despide al presidente saliente y recibe al nuevo huésped de la Casa de Nariño (sede de gobierno) con una ofensiva militar.1 Con esta conducta, tratan de mostrarle al nuevo presidente que son un actor político con el que tendrá que contar, presionar el ingreso del tema de la paz en la agenda del presidente recién elegido y forzar otra vez el inicio de las negociaciones.
En ese momento, como en otras ocasiones, estaba en curso en Colombia un proceso de paz (entre el gobierno de Andrés Pastrana Arango y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia —FARC—). Es habitual que durante los diálogos de paz, el activismo armado de la guerrilla se incremente, buscando mejorar su posición en la mesa de negociación. En esta ocasión, la guerrilla pretendía, con su activismo armado, mejorar dicha posición y obligar al nuevo presidente a continuar con los diálogos de paz. A su vez, las operaciones armadas de los grupos paramilitares estaban dirigidas a consolidar y expandir su dominio territorial, a debilitar las conversaciones en curso y, sobre todo, a buscar el reconocimiento de estatus político como actores del conflicto. La actividad militar de estos grupos en los límites de la “zona de despeje” ocasionó innumerables reclamos por parte de las FARC al Gobierno y produjo constantes desencuentros entre las partes.2 Además, se convirtió en uno de los pretextos de esa guerrilla para dar por terminados los diálogos de paz y culpar al gobierno del presidente Pastrana por el fracaso.
En esta coyuntura, se adelantaban también dos procesos electorales en Colombia: elecciones parlamentarias en el mes de marzo y presidenciales en el mes de mayo. Los asuntos del orden público y de la seguridad de los candidatos fueron ampliamente debatidos en la prensa:
Este año los candidatos a la Presidencia y al Congreso de la República tienen dos retos: llegar vivos a las elecciones y luego ya elegidos, hacer profundas reformas al sistema político si quieren evitar un colapso institucional. Los actores armados ilegales —guerrilla, paramilitares y narcotraficantes— han logrado apostarse en espacios estratégicos de la sociedad y pretenden amedrentar a quienes compiten por el poder en las urnas […] Los candidatos, todos, han eliminado itinerarios por tierra y reuniones a campo abierto. Su trabajo proselitista se hace, principalmente, a través de los medios de comunicación. Pocas reuniones de plaza pública se verán en los próximos cinco meses […] En la actualidad cuatro congresistas aparecen secuestrados por las Farc […] El nivel de riesgo que se cierne sobre los congresistas los llevó a aprobar el año pasado una ley que los habilita para ser elegidos, si están secuestrados […].3
Las condiciones de seguridad obligaron a los candidatos a realizar el debate electoral básicamente a través de los medios de comunicación. En consecuencia, el conflicto armado y su solución estuvieron en el centro de la discusión pública, mientras que otros asuntos de interés, como la gestión macroeconómica, el desempleo y la desigualdad social, perdieron relevancia en esa coyuntura.
Entre tanto, el gobierno de Andrés Pastrana se percibía por la opinión pública como débil; era un mandato que había hecho del tema de la paz su bandera y que, no obstante, carecía de una estrategia concreta de negociación. Su gobierno no había pactado, previamente a las negociaciones de paz, un cese de hostilidades con la guerrilla, ni establecido desde un principio controles claros por parte del Estado para el territorio “despejado”. Todo esto era interpretado por un sector de la opinión, incluidos algunos candidatos a la presidencia, como exceso de concesiones por parte del Gobierno a la guerrilla. Estas ventajas, decían, habían sido utilizadas de manera hábil por la guerrilla para fortalecerse militarmente y continuar con su proyecto estratégico de toma del poder por la vía armada. Particular polémica generó el uso que las FARC hicieron de la llamada “zona de distensión” o de “despeje”, que comprendía cinco municipios del suroriente del país.4
Las innumerables crisis del proceso de paz y su posterior ruptura tuvieron una amplia difusión en los medios de comunicación. Si en algo coincidieron analistas políticos de distintos matices era en que ningún balance que se hiciera del proceso podía ser optimista, entre negro, gris y preocupante, como lo definió el diario El Tiempo:
El proceso de paz resiste balances de diferentes matices, aunque ninguno de ellos dé lugar al optimismo. El primero y más evidente, es negro. En el 2001 fueron voladas 254 torres, destruidos docenas de inermes pueblos y secuestradas casi 3.000 personas. Paramilitares y guerrilleros cobraron la vida de 2.060 civiles, hubo 4.820 operaciones del Ejército (1.600 más que en el 2000), incontables masacres y cerca de 1.000 desplazados que salieron cada día de más de 500 municipios. Fueron asesinados 153 líderes sindicales y 13 defensores de derechos humanos, y muchos más fueron amenazados o partieron al exilio. Un segundo balance es gris. Las negociaciones con la guerrilla transcurren en el mejor estilo kafkiano, y los diálogos con el Eln y las Farc pasaron más tiempo suspendidos que activos […] Un tercer balance, preocupante, es el de la opinión. El pesimismo es generalizado y hay síntomas de derechización en sectores medios que lamentablemente ven una salida en el ángel de la muerte de las Autodefensas o en la guerra total […].5
La ausencia de resultados y las fallas del proceso fueron ampliamente comentadas y circularon continuamente en la prensa: “Tres años después de iniciarse el proceso de diálogo entre el Gobierno y las Farc, la paz no llega y el conflicto se ha degradado por culpa de la guerrilla y los paramilitares”.6 Analistas políticos y candidatos trataban de explicar lo que sucedía: “Las Farc han ganado sin negociar, mientras que el Gobierno ha negociado sin ganar”, dijo Pedro Medellín, analista político. “Volvieron el Caguán una especie de Escuela Superior de Guerra”, manifestó Luis Eduardo Garzón, candidato a la presidencia por el Frente Social y Político. “Pero es mejor tener diálogo que no tenerlo”,7 apuntó Gustavo Petro, representante a la Cámara por el Movimiento Vía Alterna y candidato a esa corporación, otra vez con el aval del mismo movimiento.8
Para Pedro Medellín, que las FARC ganaran sin negociar, significaba que aprovecharían el tiempo para tomar aire y rearmarse, sin avanzar en ningún punto de la agenda. El concepto del entonces candidato del Frente Social Político sobre la “zona de despeje” expresó el sentimiento dominante en la opinión pública: la crítica al uso que las FARC hicieron de ese territorio despejado de la presencia de fuerza pública, no como zona para adelantar diálogos y negociación, tendientes a la búsqueda de la paz, sino como lugar para entrenar sus tropas y avanzar hacia una nueva fase de la guerra. Desde esta perspectiva, la negociación con el Gobierno fue parte de una estrategia de la guerrilla conducente no a la paz, sino a la guerra.9
El punto de vista de Gustavo Petro, de insistir en continuar con el proceso de paz, no obstante expresar críticas al mismo, representó un sector de la opinión que, en la puja por la presidencia, coincidió con el del candidato oficial del Partido Liberal, Horacio Serpa Uribe. El candidato liberal mantuvo en esta campaña la línea que siguió a lo largo de su carrera política, y que respondía a una tendencia del electorado colombiano hasta ese momento, la de preferir las políticas de diálogo y negociación;10 por tanto, optó por presentarse ante los electores como el candidato de la paz y la reconciliación nacional, decisión que, a la postre, no benefició sus aspiraciones presidenciales.
En uno de los tantos episodios de crisis, el comisionado de Paz del Gobierno, Camilo Gómez Alzate, confirmó la ruptura: “El Gobierno trajo propuestas y alternativas que permiten darle perspectivas al proceso. Las Farc las han desechado y solo insisten en que debemos cambiar los controles de la zona [de despeje] y no ha considerado las posibilidades concretas para avanzar”.11
Los candidatos expresaron sus opiniones frente al hecho consumado. Algunos, como Álvaro Uribe, ya habían pronosticado su fracaso. Las posiciones de los aspirantes a la presidencia influyeron en la representación que se formaron los colombianos, no sólo del proceso de paz, sino también de los candidatos a la presidencia (elección que en Colombia es principal y capta la mayor atención del electorado): ¿cuál de ellos sería el más “idóneo” para gobernar a Colombia en un escenario sin proceso de paz y en el que se preveía un mayor escalonamiento de la guerra?
Horacio Serpa manifestó: “No me resigno a que el futuro sea de guerra. Tenemos que seguir luchando por la reconciliación nacional”. Álvaro Uribe, en cambio, dijo que: “La zona de distensión era insostenible como estaba. Se necesita veeduría internacional y cese de hostilidades […] El país se tiene que convencer con lo que pasó que a los grupos violentos se les puede frenar cuando el Estado ejerce autoridad y les demuestra que es capaz de derrotarlos”. La candidata Noemí Sanín anotó: “Obviamente, no es una buena noticia para el país […] La responsabilidad única de la situación en que se encuentran el conflicto y el proceso de paz es de las Farc”.12
Mientras que Noemí Sanín culpaba a las FARC por la ruptura y Horacio Serpa insistía en la necesidad de continuar luchando por la reconciliación nacional, el candidato Álvaro Uribe repitió las mismas críticas al diálogo y a la zona de despeje que sostuvo durante el proceso de paz y en el desarrollo de su larga campaña por la presidencia frente a distintos públicos y escenarios.