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Los libros del campo

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El mayor, Francisco, fue el primer estudioso de la familia y el que continuó escribiendo los apuntes que había comenzado Pedro. Los libros se ordenaron con esas notas que registraban lo que había sucedido antes en la zona, gracias a lo cual puedo narrar esta historia basada en la información que brindaron distintas personas.

El libro de “parte diario” constaba de varios tomos, a los cuales se agregaban cartas y luego fotografías. El primero trataba, además, acerca de sucesos anteriores, cuando aún no habían comprado el campo, información proveniente de distintas fuentes.

Este trabajo de escribir sobre los hechos continuó en las generaciones siguientes; había días en que se escribían varias páginas, en otros apenas unos pocos renglones, pero siempre lo hacían, incluso cuando no pasaba algo que se pudiera calificar de extraordinario.

Consignaban los movimientos de la hacienda, los nacimientos y el detalle de los animales heridos. Anotaban las lluvias, que medían con un balde de hierro forjado instalado lejos de los árboles. En los libros el tema del agua aparecía siempre, a veces por su exceso, a veces por su falta.

Cuando comenzaba a llover luego de una seca, todos se sentaban en la galería para ver el agua caer sobre la tierra. Se quedaban quietos, mirando, oyendo el ruido sin hablar. Temían que cualquier movimiento o sonido pudiera detenerla.

La casa estaba a unos cuatrocientos metros del arroyo principal, que cuando llovía mucho se transformaba en un río pequeño. En diagonal a la casa había una isla donde años atrás se levantaba una toldería india; el lugar era perfecto, formaba una rinconada entre dos arroyos de distinto origen.

Hubo una temporada en que la falta de lluvia fue tan prolongada que el arroyo cercano a la casa se secó; solo el río grande, que era el límite del campo, se mantuvo, porque recibía afluentes, de distinto origen. Todos los animales de la zona, fueran propios o ajenos, se instalaron al lado del arroyo.

Francisco había leído que los mayas en México desaparecieron como Imperio porque sufrieron una seca que duró doscientos años; no es algo comprobado, pero cuando venían las secas nadie de la familia hablaba de los mayas. Estaba prohibido.

En ese tiempo los campos más valiosos eran aquellos donde corrían ríos o arroyos.

Al no haber alambrados, se planteaban muchos problemas. Cuando faltaba agua, los animales de los vecinos se concentraban en las aguadas del campo y en el río cercano, con el agravante de que los animales ajenos también se comían el poco pasto que quedaba y la seca impedía que creciera.

Luego había que separar los animales ajenos, lo que tampoco era fácil, ya que eran semi-salvajes y no estaban dispuestos a ser despojados del agua.

De noche la hacienda propia se concentraba en un lugar alto, donde había postes fijos clavados en la tierra para que se rascaran. Los hombres la rodeaban despacio, tranquilizándolos. Un ruido brusco o anormal generaba estampidas.

Luego los campos se empezaron a cerrar con alambre, lo que obligó a buscar nuevas soluciones para transitar. Había que dejar tranqueras abiertas para el paso, porque si no los vecinos tenían que hacer kilómetros de rodeos para llegar a su destino. Años después analizaron el uso del alambre de púas, elemento traído de los Estados Unidos de Norte América; limitaba más a la hacienda y no hacía falta tensarlo mucho, pero los cueros con rayas de púas se pagaban menos. A veces ni siquiera los aceptaban. Hoy gran parte de los problemas se solucionaron con alambrados eléctricos.

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