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Francisco

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A Francisco no le interesaba el trabajo en el campo, lo tomaba como una obligación. Prefería el trato con la gente, conversar, leer, intercambiar ideas.

Viajaba a Buenos Aires todo lo que podía y era el primero en ofrecerse a ir a las estancias vecinas para ayudar en determinados trabajos. Se quedaba a dormir ahí, porque las distancias eran considerables.

Una de esas estancias pertenecía a la familia Villegas, a la que iban con Braulio. Sus padres consideraban que ahí vivían chicas buenas, dignas de casarse con ellos. La dueña de esa estancia, la primera vez que lo vio a Francisco, le dijo: –Dile a tu madre que te mande vestido como todos–. Es decir, “que te mande sin tanta cosa”.

La mayor diferencia entre los dos hermanos radicaba en su forma de actuar. Era una época en que se vivía en peligro, había ataques de indios y bandoleros; había enfermedades que hoy son solucionables, pero en esos tiempos se llevaban la gente al otro mundo en forma inmediata. Buenos Aires tuvo durante años epidemias de cólera y fiebre amarilla, que la devastaron. Más de la mitad de los habitantes de la ciudad se murieron o se fueron a vivir a otro lado. Lo mismo, quizás en menor medida, sucedía en el campo. La forma de contención que usaban era colocar recipientes con agua en las patas de las camas de los enfermos, esperando que los bichos que supuestamente provocaban las enfermedades se ahogaran al bajar.

También las emergencias de ataque eran respondidas por los hermanos de distinta forma. Braulio se movía de prisa y sin pensar, como si tuviera un código de respuesta instantáneo en su cerebro, una especie de piloto automático. Francisco, en cambio, sostenía que ninguna situación es igual, que no había que tomar una decisión hasta tener un cuadro completo.

Estas características se fueron transmitiendo a las sucesivas generaciones; a veces fueron dominantes; otras, recesivas. Habitualmente, Braulio pensaba y actuaba en movimiento. Esto hoy se refleja en algunos de sus descendientes, que incluso piensan y deciden mejor en movimiento que sentados o acostados.

La situación india y la existencia de bandidos era complicada; la casa se fue fortificando para hacerla más inaccesible. Las paredes eran lisas, las ventanas tenían rejas; la construcción estaba rodeada por cuatro zanjas colocadas a unos sesenta metros de la misma y se accedía por dos caminos, que podían ser fácilmente defendidos.

Las zanjas estaban básicamente para complicar las cargas a caballo; no las podían usar los indios como trincheras porque de lo alto del torreón de la casa, a lo largo y a lo ancho, era posible balearlos. Incluso la familia disponía de un cañoncito que tiraba clavos y piedras, como si fuera una escopeta de gran tamaño.

Cuando entraron en la adolescencia, Pedro hizo agrandar el cuarto donde dormían sus hijos, en el primer piso, con una saliente hacia afuera de la línea de edificación. Le colocaron troneras laterales para disparar desde los costados. Instalaron también, en el piso de la saliente, una tapa móvil, para poder ingresar con una escalera cuando la casa se cerraba a toda velocidad ante un ataque. La tapa se retiraba para facilitar el ingreso de los que no habían podido entrar antes del cierre total y consistía en una gruesa tabla plana de quebracho con aberturas a los costados desde donde disparar contra los atacantes.

Estaba situada a cuatro metros del suelo y por ahí entraban los rezagados, que estaban en el campo y llegaban cuando las puertas ya habían sido cerradas. Al principio se accedía con una escalera de mano, luego se fijaron hierros a la pared para usarlos de escalera; de cualquier manera, aunque la tabla pudiera ser quemada, nadie del exterior tenía la posibilidad de entrar vivo.

La casa tenía un alto mirador y ventanas, un cuartito protegido con techo en uno de los extremos y una escalera, con peldaños de distinta altura para que los que quisieran subir a la carrera, tropezaran.

En el recodo que había al subir por la escalera colocaron una plancha de hierro, como si fuera el tambor de una cancha de paleta; desde arriba podían tirar contra la plancha sin que los vieran y los rebotes de las balas bajaban contra los atacantes.

Las puertas se tapiaban y apuntalaban, porque los indios trataban de tumbarlas con la grupa de sus caballos. En la mayoría de los casos no atacaban si no tenían una clara superioridad numérica. El indio desmontado se subía al caballo de cualquier compañero, muchas veces desde la cola, agarrándose de unos nudos preparados para esa función.

Cuando organizaban un malón, traían dos o tres caballos cada uno. Se juntaban al atacar, pero atravesaban la pampa en grupos dispersos de cincuenta o cien indios de lanza.

Este campo era un hueso difícil de roer y pronto lo eximieron de ataques; se iban a otros lugares donde tuvieran menos problemas.

No era fácil convivir con los indios; la mayoría de las tribus tenían una cultura de subsistencia, no criaban ganado, no sembraban, no querían trabajar en los campos. La familia contaba con algunos indios que trabajaban ahí, la mayoría eran tehuelches.

La familia de T…

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