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I. AMPARO RIVELLES

Modernidad, empoderamiento y resiliencia de la estrella que brilló en la posguerra

Acaso nadie en el cine español pueda darnos mejor que Amparito la sensación justa de lo que es y significa el estrellato, porque no solo es la primera entre las primeras, sino que concurren, además, en ella, las circunstancias típicas de la cinematografía: el éxito fascinante, la cotización máxima, la popularidad, todo deprisa, todo antes de cumplir los veintiún años…1

No, yo creo sinceramente que no fui ese sex-symbol del que se habló, sino una chica al lado de Alfredo Mayo, Jorge Mistral, Rafael Durán y tantos otros, considerados galanes oficiales de aquellos momentos. […] Buscaba independencia. He sido siempre terriblemente individualista. Y el cine y el teatro me brindaban la posibilidad de vivir sin depender de nadie. Ganaba dinero y lo gastaba, con más mentalidad de cigarra que de hormiga. […] Quise vivir con independencia y lo conseguí.2

Hija de Rafael Rivelles y de María Fernanda Ladrón de Guevara, dos de los nombres más reconocidos del panorama teatral y cinematográfico de la época, Amparo Rivelles (Madrid, 1925-Madrid, 2013) parecía tener señalada su vocación profesional desde el propio instante de su nacimiento. Una herencia artística que, sin duda, supo aprovechar. Probablemente, ninguna otra actriz española de los años cuarenta mereciera como ella ser considerada una estrella. Protagonizó algunos de los títulos más importantes de la década, disfrutó de contratos laborales con condiciones únicas, de una popularidad excepcional, que los medios periodísticos no cesaron de alimentar…

Como señala Vicente Benet, fue la estrella paradigmática de la inmediata posguerra, en una fase en la que la industria cinematográfica española seguía la corriente del sistema de estudios de Hollywood, en pleno apogeo a nivel mundial. La compañía Cifesa la convirtió en su estandarte y experimentó con ella en distintos géneros y registros interpretativos e iconográficos. Su capacidad de adaptación a todos ellos la catapultaría a lo más alto. Pero, como complemento a su versatilidad, era necesario mantener la esencia que la distinguía como estrella, basada «tanto en la convencionalización de su representación en las películas (jerarquización en su tratamiento por la puesta en escena, trabajo del primer plano de su rostro, elaboración de su fotogenia cinematográfica) como en su presencia en las revistas de aficionados».3

De igual manera, Amparo Rivelles dio un toque de modernidad a la imagen pública que proyectaba, tanto por su aspecto como por su modo de comportarse. En un contexto de extremas dificultades económicas para amplias capas de la población y de una fuerte represión moral, para muchas jóvenes de su edad, su forma de vida debió de resultar sumamente atractiva: alegre, divertida, bromista y desenfadada. Coqueta y siempre rodeada de apuestos galanes, pero no casquivana. Con un punto subversivo, como el de fumar en público o un estilo de vestir que, aunque recatado, resultaba atrevido y sofisticado en comparación con un ambiente oficial pacato y austero. Una chica independiente, que daba la impresión de pilotar su propia vida sin rígidas tutelas y que en aquella España de posguerra se podía permitir el lujo de gastar su dinero en abrigos de pieles y zapatos, sintiéndose libre tanto de estrecheces económicas como de los frecuentes reproches y bromas, que también eran reproducidas en las revistas cinematográficas, a propósito de maridos atenazados por el despilfarro consumista de sus esposas.

Tanto dentro como fuera de la pantalla, Amparo Rivelles transmitía una sensación de modernidad y empoderamiento y se constituía en un modelo heterodoxo de género que rompía unas cuantas de las reglas del ideal franquista de feminidad: domesticidad, subordinación al varón, realización personal a través del matrimonio romántico y de la maternidad y no del ejercicio profesional… Su imagen no encajaba ni con el arquetipo de mujer abnegada y piadosa auspiciado por la Iglesia ni tampoco con la austeridad preconizada por las falangistas. No obstante, si nos atenemos a su discurso, raramente se salía de los márgenes socialmente acotados. De manera que la imagen de una de las mayores estrellas del primer franquismo se construyó sobre una proyección de modernidad atemperada.

La entrada en la década de los cincuenta supuso cambios cruciales en su vida personal y profesional: su maternidad, probablemente debido en gran medida a las circunstancias en la que esta se produjo, el arrumbamiento de su carrera hacia títulos de una menor trascendencia y finalmente su partida a América. Desde este punto de vista, el modo en que reinvindicó su derecho a ser madre fuera del matrimonio y a compaginar el nacimiento de su hija con su trabajo de actriz, es decir, de mujer que se desenvuelve en la esfera pública, puede ser considerado una actitud de resiliencia femenina frente a una dictadura empeñada en reprimir los comportamientos que no se sometían a sus códigos morales.

1 Félix Centeno: «Los oficios de cine: La estrella. Amparito Rivelles», Primer plano 290, 5 de mayo de 1946.

2 Amparo Rivelles: «¿Fui realmente un símbolo sexual?», El correo catalán, 3 de marzo de 1982. Extracto de un artículo autobiográfico, publicado a su regreso a España después de varias décadas instalada en México, en el que la actriz realiza un elocuente ejercicio de reconstrucción retrospectiva sobre algunos aspectos de su carrera durante los años cuarenta y cincuenta.

3 Vicente J. Benet: «La construcción de la estrella cinematográfica durante el franquismo», en N. Bou y X. Pérez (eds.): El deseo femenino en el cine español (1939-75). Arquetipos y actrices, Madrid, Cátedra (en prensa).

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