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Refugio alienígena en la Tierra

La llaman la cueva alienígena. Fue hallada en la selva veracruzana, en México. Sus grabados en piedra describen, con cierta claridad, lo que algunos creen es la evidencia de la relación entre extraterrestres y habitantes de la Tierra. El Instituto Nacional de Antropología e Historia de México promete visitarla alguna vez para dar rigor científico o echar por tierra las versiones de que el lugar es y ha sido refugio de seres de otros mundos.

¿Y de qué carajo sirvió su avanzada existencia si de todas maneras permitieron que la raza humana destruyera el planeta en el que con tanto celo evitaron hacer presencia clara, franca y contundente? ¿Cómo negar desde la razón que en este universo de infinitas dimensiones existe vida inteligente además de la nuestra? En tanto que este par de interrogantes se confrontan alrededor del globo, México levanta su mano para arrojar evidencia en una de las dos bandejas de la balanza que sin afanes busca dictaminar si es falso o verdadero el tema de la vida extraterrestre inteligente que nos visita.

Esas cabezas ovaladas y de extrañas proporciones, esculpidas en piedra por aborígenes de innumerables asentamientos alrededor del planeta Tierra, aparecieron también en una cueva de la selva virgen de Veracruz a la que hoy solo se llega, de parte civilizada, desde Ciudad Mendoza, después de dos horas de avanzar en campero por la estrechez de una carretera que termina en trocha en algún punto sin nombre. Se debe continuar a pie, por tres horas, entre quebradas de aguas diáfanas y la espesura de una vegetación que mimetiza serpientes, alacranes, ranas y hormigas tan venenosas como el arsénico.

El hallazgo, cabe decirlo, se dio mucho antes del reciente anuncio de su existencia. Los aldeanos tomaron como asunto suyo algunos eventos que casi cuarenta años atrás llenaron de estupor a su comunidad dispersa en aquella selva. Tal vez pensaron que los tomarían por locos si hablaban de marcianos y platillos voladores, pero al tiempo quisieron explorar la cueva, por si aquello que buscaban los extraterrestres también resultaba de valor para ellos. Y así el tiempo fue pasando en tanto que obtenían algunos billetes de uno que otro explorador interesado en aquella leyenda de la que solo se sabía por un incipiente voz a voz.

Fue de manera repentina que la cueva veracruzana se convirtió en centro de atención. Cierta algarabía se suscitó en marzo de 2017 cuando estaba cerca de llegar hasta allí José Aguayo, connotado mexicano buscador de tesoros por quien no muestran temor a abrir micrófonos Discovery y History Channel, lo mismo que Televisa, TV Azteca y Telemundo, para hablar de sus fantásticos descubrimientos.

Bullicio tardío si se quiere, más cuando pensamos que en 1400 a. C. las tumbas de los reyes de la IV dinastía egipcia ya fijaban grabados de apariencia extraterrestre. Cabe recordar que dichas criptas, reguardadas por las pirámides de Guiza, fueron despojadas de buena parte de sus tesoros por saqueadores primitivos que se marcharon victoriosos de aquel cementerio real con un botín que incluyó algunas momias.

La NASA estuvo allí

Los pobladores más cercanos a la cueva veracruzana acusan a la NASA como la entidad que envió hasta allí secretamente a algunos expertos en ufología a comienzos de 1984, año en el que se llevaron sin permiso local los restos metálicos de una nave que se habría estrellado de frente a la boca de entrada de la cueva, luego de una fallida maniobra de aterrizaje cuyo siniestro dejó un balance de dos de tres alienígenas muertos, así como la nave que tripulaban convertida en chatarra.

Del tercer alienígena, cuenta la leyenda que crece con cada expedición de visitantes a estas cavernas, no se supo más. Especulaciones de labriegos que mutaron en guías turísticos dan fe de que el esperpento cósmico de cabeza sobredimensionada simplemente se internó, a través de la cueva, en las capas profundas de la Tierra, donde se sospecha, de tiempo atrás, que seres de otros planetas edificaron sofisticadas aldeas en las que se dedicaron a estudiar, con propósitos científicos, distintas formas de vida terrestre y a cuidarse de ser vistos específicamente por individuos de raza humana, de la que pronto supieron con certeza que es en esencia reactiva, destructiva, temerosa e instintivamente asesina.

De momento lo que resulta absolutamente comprobable y cierto es que el interior de la cueva tiene sus paredes artísticamente esculpidas con dibujos a los que les fueron incrustados piedras de jade. Ornamentos que al parecer intentan jerarquizar a ciertas entidades con la expresa intención de honrarlas y convertirlas en el texto jeroglífico de un mensaje que algún día estaremos en capacidad de descifrar y con el que accederemos a un conocimiento que nos hará más sensatos, más sabios y evolucionados, con el que quizá estemos más cerca de conocer aquella verdad universal a la que dicen haber accedido solo ciertos monjes, capaces de afirmar que alcanzaron la iluminación.

Totonacas y alienígenas

Para los antropólogos que acompañan el grupo expedicionario JAC Detector, dirigido por José Aguayo, los dibujos en piedra tallada no dejan lugar a la duda de que sus autores pertenecen a la antigua civilización de los totonacas, desarrollada en la parte central de Veracruz en el periodo clásico tardío. Dieron por muy claros los rasgos de su arte agrícola en el que siempre el maíz fue entendido como una deidad, al tiempo que representa su mayor riqueza. En los petroglifos de la cueva, anotaron, es evidente que los totonacas ofrecen mazorcas a esos seres de cabeza grande y ovalada, ojos rasgados y desorbitados, como muestra de amistad sincera.

Con tantos alborotos en el universo suspicaz de la ufología en torno a la cueva alienígena, así bautizada por periodistas, lugareños y turistas, el Instituto Nacional de Antropología e Historia de México no pudo menos que anunciar al público y a la ya inquieta comunidad arqueológica mundial su pronta visita, que jamás fechó, con el objeto de dotar de sustento científico semejante hallazgo. Un peritaje amparado en pruebas de carbono 14, capaces de echar por tierra toda esta ilusión o de dotar de mayor credibilidad la teoría alienígena hasta hoy edificada con un compendio de abundante aunque inconclusa, controvertible y frágil evidencia.

En espera de la ciencia

A su espera permanecen inamovibles las figuras grabadas que reflejan contornos de naves espaciales en forma de tabacos y platillos y de seres en claro ejercicio de pilotearlas. También están los rostros cara a cara de indígenas y alienígenas que conversan y comparten pertenencias. Reposan imborrables y a la expectativa de ser interpretadas las manos que intercambian mazorcas por indescifrables objetos elípticos.

Vastísimo surtido de enigmáticos acertijos claramente trabajados, dicen, para ser develados en un momento específico de madurez del entendimiento humano, al que ciertamente aún no llegamos y que solo aporta ruido a la profusa expresión de lugareños dispuestos a ser interrogados incluso con detector de mentiras para volver a afirmar haber visto en noches de tormenta, entre la bruma y los rayos, los ya casi familiares objetos voladores que se posan sobre la cueva, en los montes de sus alrededores y en casi toda la región, como si aquellas coordenadas de Veracruz fungieran como una especie de portal que acoge y esconde a seres de otros mundos.

Un mundo raro

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