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En un principio fue Bachué

Esta es la leyenda muisca del origen del hombre. Todavía puede ser contada por uno de sus descendientes. Data del tiempo en que casi toda la Tierra estaba cubierta de agua y la diosa Bachué se unió a su hijo para procrear y poblar cada rincón del planeta.

Las imponentes montañas andinas que moldeó el tiempo durante la más profunda soledad universal exhiben hoy ondulaciones de ensueño que decoran y cercan la laguna de Iguaque. Cordilleras que un día se cubrieron con flores de tintes alegres y destellantes para servir de tapete a Bachué y a su hijo de tres años, quienes transitaron por allí alegres, pero solemnes, en la antesala de su anuncio a los demás dioses de que la Tierra pronto sería poblada.

Yanay Orobajo, descendiente muisca a quien sus paisanos distinguen como «mi morenita», puesto que en lengua tal belleza significa su nombre, un día que atesoró en el recuerdo contó cómo Bachué apareció primero sobre el agua en la figura de una radiante y esbelta mujer de cabello negro y largo, quien levitó hasta el florido piedemonte con ese niño al que adoró e hizo su esposo al crecer y con el que, en antojadiza e incestuosa labor de diosa indígena, parió centenares de hijos por cada rincón del imperio muisca.

Luego de aquella prolífica labor que complementó con enseñanzas agrícolas, de tejido, construcción de bohíos y fundición de metales, Bachué regresó a las floridas estribaciones de la laguna de Iguaque, levitó de nuevo sobre las aguas junto con ese hijo que también era su esposo y, en un chapuzón casi imperceptible, ambos desaparecieron. Solo años después se les vio en la superficie convertidos en serpientes y en el oficio tedioso de dejar en cada descendiente suyo el mensaje de que estarían juntos, padres, hijos, nietos, bisnietos y demás miembros de familia, por una eternidad.

Es el origen del hombre, tal y como Yanay Orobajo lo oyó y como ahora lo proclama. Este origen se remonta a cuando casi toda la tierra estaba aún bajo el agua de los lagos Tinjacá y Hunza, y la laguna de Iguaque. Época en la que Bachué tenía entre cuatro y seis bebés en cada parto, en su afán por poblar la Tierra.

Cuando ya hubo tanta gente en cada rincón del planeta como para no saber su número, y siendo ya ancianos, Bachué y su esposo, quien también era su hijo, se tomaron de las manos y emprendieron el camino de regreso, acompañados por una estela de gente que se hizo inmensa en tanto que se fue acercando a la laguna de Iguaque.

Fue cuando escucharon de la diosa envejecida el mensaje de mantenerse en paz con sus semejantes y en armonía con la Madre Tierra. Bachué y su esposo caminaron hacia la orilla y, nada más pisaron el agua, volvieron a ser serpientes a las que sus parientes vieron desaparecer hacia lo profundo de la laguna para jamás volver.

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