Читать книгу La fuerza de la esperanza - Lázaro Albar Marín - Страница 9
Оглавление2 La pobreza, tierra para cultivar la esperanza
1. Miremos la vida con la mirada de Dios
Pertenece a la Revelación esa preferencia de Dios hacia los pobres y los desheredados de la tierra. Su mirada está fija en sus hijos, los más pobres de la tierra, que gritan al mundo pidiendo la solidaridad de sus hermanos los más ricos. Un corazón solidario sabe que nuestra mirada debe ser la mirada de Dios y para ello necesitamos vivir una profunda intimidad con Él.
El sufrimiento, la humillación, la muerte de tantos millones de seres humanos es lo que más preocupa nuestra vida, pues conocemos las palabras de Jesús: «Lo que hicisteis con un hermano mío de esos más humildes, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40). O lo que es igual: «lo que hago o dejo de hacer a los pobres, eso es lo que hago o dejo de hacer a Jesús». Hay en estas palabras una llamada radical: yo me relaciono con Jesús y con Dios en la medida en que me relaciono con los pobres, es decir, me relaciono con Jesús y con Dios si mi relación con los pobres es la que Jesús quiere. Es verdad que Jesús se hace presente de muchas formas en nuestra vida, pero él ha querido identificarse con los pobres y los que sufren.
Si tomamos conciencia de la situación real que estamos viviendo, el veinte por ciento de la población mundial consume el ochenta por ciento de la riqueza de la tierra, por lo que el ochenta por ciento de los habitantes del planeta se tiene que conformar con el veinte por ciento de los recursos y de la riqueza de este mundo. En el año 2013 había 845 millones de personas con hambre crónica en el mundo. Así pues, tenemos que decir que la inmensa mayoría de las gentes de este mundo se muere literalmente de hambre.
¿Y cuál es nuestra respuesta? ¿Hacemos todo lo que podemos hacer? Los pecados que van a decidir la última suerte de cada ser humano son los pecados de omisión. Se pierde para siempre el que deja de dar pan al hambriento, agua al sediento, etc. Esto fue lo que ocurrió en la parábola del rico epulón y el pobre Lázaro. El rico no le hizo ningún daño al pobre, ni siquiera le echó de su puerta. Simplemente lo dejó como estaba. Y eso precisamente fue la perdición del rico. Una breve oración debería caminar con nosotros durante toda nuestra vida aquí en la tierra: «Señor Jesús, haz que sepa reconocerte en el pobre y en el que sufre, como Cristo sufriente que caído al suelo alza su mano en espera de que alguien lo levante. Que al verte, enseguida mi corazón arda de amor por ti, y me disponga a servirte con prontitud en mis hermanos, los más desfavorecidos».
«La pobreza es un gran tesoro», como lo afirma Jesús cuando le dijo al joven rico: «Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven, y sígueme» (Mt 19,21). Francisco de Asís vivió esa pobreza e intentó transmitirla diciendo: «La pobreza es un tesoro oculto para cuya compra es preciso vender todo lo demás y despreciar todo lo que no se puede vender. Todos los bienes de la tierra no son nada comparados con el valor de la pobreza». San Juan Crisóstomo también valora la riqueza de la pobreza: «Qué locura colocar vuestras riquezas donde no habéis de vivir, y no colocarlas en donde habéis de ir para siempre. Colocad vuestros tesoros en vuestra Patria, que es el cielo». Y san Agustín añade: «Abandonad los bienes de la tierra y recibiréis los del cielo; porque la pobreza compra el reino de los cielos».
El que la pobreza sea un tesoro es porque las verdaderas riquezas no se componen de los bienes de este mundo, que hemos de dejar un día, sino que consisten en valores eternos que nos han de acompañar después de la muerte: la gracia, el ejercicio de la caridad, la amistad de Dios...
Pero, ¿qué ocurre si uno se toma en serio la pobreza y la causa de los pobres? Enseguida somos tachados de imprudentes y revolucionarios y, muy pronto, tendremos conflictos, problemas y enfrentamientos. A los que van hasta el fondo en el asunto de los pobres se les llama desequilibrados. Y es que, por lo visto, el equilibrio está en hacer lo mínimo, sin que nadie toque nuestra comodidad y bienestar; el equilibrio está en quedarse con los brazos cruzados ante la muerte inevitable de miles y miles de personas que mueren cada día de hambre y desnutrición, de falta de higiene, de droga, de Sida, etc., mientras que otros enferman de exceso de alimentación y de los abusos que lleva consigo el consumismo y el despilfarro.
En el fondo de todo esto hay una llamada a la conversión, que si se produce puede llenar de esperanza a muchos pobres. El papa Francisco dice que la Iglesia sabe involucrarse para lavar los pies a los más pobres, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo: «...la Iglesia sabe “involucrarse”. Jesús lavó los pies a sus discípulos. El Señor se involucra e involucra a los suyos, poniéndose de rodillas ante los demás para lavarlos. Pero luego dice a sus discípulos: “Seréis felices si hacéis esto” (Jn 13,17). La comunidad evangelizadora se mete con obras y gestos en la vida cotidiana de los demás, achica distancias, se abaja hasta la humillación si es necesario, y asume la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo»[13].
Una Iglesia que está a favor de los pobres y lucha para liberarlos de su pobreza es una Iglesia que levanta la esperanza. Cuando los pobres no tienen a nadie, cuando buscan el pan de cada día, miran al cielo, en espera de que Dios mande una mano solidaria o haga un milagro. Dios es su única esperanza. De aquí surge una pregunta incisiva: ¿hasta dónde tu vida está implicada con los más pobres? Jesús, el Señor, espera tu respuesta.
2. El amor de Dios es amor preferencial por los pobres
El Dios trinitario es un Dios que derrama su amor infinito sobre todos, pero preferentemente sobre los pobres. Es tanto el amor del Padre que nos envía a su Hijo, el Pobre de Nazaret, que nace en un pesebre, no tiene donde reclinar la cabeza y muere desnudo en una cruz. Y es tanto su amor que cuando el Hijo es elevado a los cielos nos envía su Espíritu, que espera a la puerta del corazón humano a ser acogido para habitar en él. El Espíritu Santo derrama su amor en los pobres de espíritu, necesitados de Dios y de los hermanos. Como un pobre, espera a la puerta para enriquecernos con su pobreza. Por eso el Espíritu será llamado «Padre de los pobres». Este es el misterio de amor donde Dios se hace presente en el pobre.
La Iglesia siempre ha querido expresar este amor de Dios hacia los más pobres a través de la defensa de los derechos humanos, de buscar la paz y la solidaridad de entre todos los pueblos, y esto es un canto de esperanza para toda la tierra, como nos dice el papa Francisco: «...el pensamiento social de la Iglesia es ante todo positivo y propositivo, orienta una acción transformadora y en ese sentido no deja de ser un signo de esperanza que brota del corazón amante de Jesucristo»[14].
3. Dios escucha el clamor de los pobres
El Dios de Israel vio la opresión de su Pueblo, oyó sus gritos y bajó a liberarlo (cf Éx 3). Los profetas declararon aberrante la religión que antepone el culto ritualista a la justicia con los pobres: «El ayuno que yo quiero es este –oráculo del Señor–: abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos; partir tu pan con los hambrientos, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo y no cerrarte tu corazón a tu propia carne. Entonces romperá tu luz, sobre la aurora, enseguida te brotará la carne sana; te abrirá camino la justicia, detrás irá la gloria del Señor» (Is 58,6-8).
Los pobres son aquellos que carecen de recursos para subsistir, pero, sobre todo, son los que sufren la carga que supone mantener la riqueza y, en ocasiones, el lujo de otros. Es lo que denuncian los profetas, por eso –en nombre de Dios– se ponen a favor del pobre. Todo bautizado es profeta, participamos del profetismo de Cristo, para anunciar lo que es de Dios y denunciar lo que va en contra del proyecto de Dios.
Pero es sobre todo Dios quien opta, en primer lugar, por los pobres: «ciertamente nunca faltarán pobres en este país; por esto te doy yo este mandamiento: debes abrir tu mano a tu hermano, a aquel de los tuyos que es indigente y pobre en tu tierra» (Dt 15,11)[15].
El hacer de Dios es la liberación de los que sufren. Por lo tanto, se relaciona con Dios y conoce a Dios el que se entrega a la tarea de Dios, que es la liberación de los pobres y de los que sufren la esclavitud. Hay tantos tipos de pobreza y de sufrimiento. Tú puedes dejar que tus manos sean las de Jesús, para estrechárselas a todos aquellos que están necesitados de un poco de solidaridad, de generosidad y de esperanza. Una mirada limpia sabe reconocer el grito de Jesús en los pobres, en los pecadores, en los desvalidos, en los marginados y excluidos. El papa Francisco dice que quiere una Iglesia pobre para los pobres, y añade: «Estamos llamados a descubrir a Cristo en ellos, a prestarles nuestra voz en sus causas, pero también en ser sus amigos, a escucharlos, a interpretarlos y a recoger la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos»[16].
4. La buena noticia del Padre para los pobres es el Hijo
El Padre nos ha dicho lo que quiere de nosotros a través de su Hijo. Por la Encarnación, el amor universal de Dios se hace misericordia entrañable, camino samaritano y cercanía sanadora, como dicen las Escrituras:
– Misericordia entrañable: «Su padre le vio de lejos y se entristeció; salió corriendo, se le echó al cuello y lo cubrió de besos» (Lc 15,20). Cada vez que nos sentimos pobres, pecadores, y experimentamos la misericordia infinita de Dios en el sacramento de la reconciliación nos llenamos de paz y de esperanza.
– Camino samaritano: «Un samaritano, que iba de viaje, llegó a donde estaba el hombre y, al verlo, le dio lástima; se acercó a él y le vendó las heridas echándoles aceite y vino; luego lo montó en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó» (Lc 10,33-34). Jesús es el buen samaritano que sale a nuestro encuentro para curarnos las heridas, cuidarnos y amarnos, a fin de que nosotros hagamos lo mismo con todos los que están tirados en la cuenta de la vida.
– Cercanía sanadora: «Él la cogió de la mano y la llamó diciendo: “Niña, ponte en pie”. Le volvió el aliento y se levantó al instante; él mandó que le dieran de comer» (Lc 8,54-55; cf 8,44). Sentir la cercanía de Jesús en nuestra vida es siempre una experiencia sanadora. Constantemente él nos está sanando con su presencia y cercanía, basta que le abras el corazón. Hay tanta gente que se encuentra como muerta, con el alma seca, y Jesús a través de ti hace posible el milagro de poner la vida donde no la hay. Basta que tú lo desees y cuentes con él.
El Señor acoge a los pecadores (Lc 5,20), se sienta a la mesa con los marginados (Lc 5,30), se hospeda en sus casas (Lc 19,1-10), busca lo que estaba perdido (Lc 15,1-7), sana las dolencias de los excluidos (Lc 8,26-39), y preside una nueva fraternidad donde los pobres son los primeros y los preferidos (Lc 13,15-24). Su predicación se torna con frecuencia en denuncia para los instalados y en buena noticia para los desechados.
En los ambientes progresistas se habla de que tenemos que optar por los pobres. Pero esto es una afirmación superficial. Tenemos que optar por todos como Jesús optó por todos. La diferencia es que Jesús optó por todos desde los pobres. Es por lo que desde la situación de los pobres y marginados es como mejor podemos comprender a Dios, los designios de Dios, la voluntad de Dios. Jesús dijo que Dios se revela a los pobres y a la gente sencilla, mientras que se oculta a los entendidos y bien situados (Mt 11,25).
Nuestro modelo de pobreza es Jesús, quien siendo dueño de las riquezas por ser el Creador de todas las cosas, nace pobre, vive pobre y muere pobre. No podemos olvidar las palabras del apóstol Pablo: «Pues conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza» (2Cor 8,9).
El gran escándalo del cristianismo es que a los pobres no les llegue el Evangelio; en otras palabras, que en ambientes cristianos no haya gozo para los pobres, sino tal vez humillación, marginación, explotación o, simplemente, descuido y olvido.
Habrá cristianismo y habrá evangelización en el mundo en la medida en que los pobres vivan la Buena Noticia de liberación, pues así lo anunció Jesús en la sinagoga de Nazaret: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva» (Lc 4,18).
5. Llevar el Evangelio a los pobres
El mismo Espíritu que ungió a Jesús para enviarlo a anunciar el Evangelio a los pobres conduce ahora a sus discípulos hacia la misión de continuar la obra salvadora hacia los más abandonados. Asumiendo la pobreza de Jesús los discípulos tienen una total disponibilidad al soplo del Espíritu. Si por el bautismo fuimos ungidos, hoy los discípulos del Señor deben sentirse ungidos, consagrados, para llevar la buena noticia del Evangelio a los pobres. Es algo que siempre me ha llamado la atención, en nuestras Cáritas se ha atendido a los pobres, se les ha gestionado sus papeles, se les ha dado comida, se les ha pagado facturas, pero no se les ha evangelizado. Estamos viviendo una renovación de la Iglesia a la que nos está invitando el papa Francisco y entre otras cosas está el llevar el Evangelio a los pobres: «La peor discriminación que sufren los pobres es la falta de atención espiritual. La inmensa mayoría de los pobres tiene una especial apertura a la fe; necesitan a Dios y no podemos dejar de ofrecerles su amistad, su bendición, su Palabra, la celebración de los sacramentos y la propuesta de un camino de crecimiento y de maduración de la fe»[17].
La opción por el pobre es condición absoluta del seguimiento, si queremos escuchar la voz de Jesús: «Venid, benditos de mi Padre... cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,34-40). Más que exigencia, la opción por los pobres es expresión de la coherencia de quien participa de la vida y misión del Señor.
Es el Espíritu Santo quien suscita el carisma de la caridad en el discípulo, reconociendo la presencia de Jesús en el pobre. Es el Espíritu Santo quien nos ilumina para ver más allá de la pobreza material:
«Tuve hambre». Hay tanta hambre de pan, de trabajo, de tener lo indispensable para vivir. Hay tanta hambre de Dios, de felicidad, de fraternidad. Tú Señor eres quien puede saciar el hambre de toda la humanidad.
«Tuve sed». Hay tanta sed de agua, de justicia, de amor, de perdón, de paz. Hay tanta sed de que Dios reine en los corazones. Escucharé cada día tu grito en la cruz, Jesús: «tengo sed» y me preguntaré por tu sed, por mi sed y por la de mis hermanos.
«Era forastero». Te reconocí pobre y te abrí mi casa, te acogí para que no te sintieras solo, sin casa y sin patria. Tantos transeúntes, tantos inmigrantes que llegan a nuestras costas.
«Estaba desnudo». Me sentía sin Dios, angustiado, desesperado, como desnudo, sin un sentido en la vida pero me escuchaste y me diste tu mejor vestido.
«Estaba enfermo». Enfermo de cáncer, de Sida..., enfermo de soledad, enfermo del alma. Enfermo a causa de mi egoísmo. Estaba enfermo y me visitaste, curaste mis heridas, me liberaste.
«Estaba en la cárcel», a causa de la droga o del mal que había cometido. «Estaba en la cárcel» como encarcelado, encerrado en mí mismo y viniste a verme, encontré la libertad.
Esta misión puedes acompañarla de tu oración: «¡Ven, Santo Espíritu! Derrama tu luz para que pueda ver tantos rostros de pobreza, tantos rostros donde Jesús se hace presente. ¡Ven, Santo Espíritu!»[18].
6. Para meditar
«“Oh, Señor, haz que sea pobre como tú”. ¡Cuán a menudo pedimos lo contrario!
“Pues conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza” (2Cor 8,9).
“Cultiven con diligencia los religiosos y, si es preciso, expresen con formas nuevas la pobreza voluntaria abrazada por el seguimiento de Cristo, del que, principalmente hoy, constituye un signo muy estimado. Por ella, en efecto, se participa en la pobreza de Cristo, que, siendo rico, se hizo pobre por nosotros a fin de enriquecernos con su pobreza” (PC 13; cf LG 8.9.43.46; PO 17).
La expresión “La Iglesia de los pobres” no significa que queramos que las personas se queden pobres, sino más bien que nos esforzaremos por elevar su nivel de vida en todos los aspectos.
“Es obligación de toda la Iglesia trabajar para que los hombres sean capaces de restablecer rectamente el orden de los bienes temporales y de ordenarlos hacia Dios por medio de Jesucristo. A los pastores atañe manifestar claramente los principios sobre el fin de la creación y el uso del mundo y prestar los auxilios morales y espirituales para instaurar en Cristo el orden de las cosas temporales. [...] Entre las obras de este apostolado sobresale la acción social de los cristianos, que desea el santo concilio se extienda hoy a todo el ámbito temporal, incluida la cultura” (AA 7; cf GS 60.69.72.88).
Poseer como si no poseyésemos nada; vender como si no vendiésemos; comprar como si no comprásemos; no tener nada pero comportarnos como si fuésemos dueños de todo; no pedir nada pero estar dispuestos a darlo todo: este es el espíritu de pobreza.
“Vended vuestros bienes y dad limosna; haceos bolsas que no se estropeen, y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla” (Lc 12,33).
“Aunque viven en el mundo, sepan siempre, sin embargo, que no son del mundo, según la sentencia del Señor, nuestro Maestro. Disfrutando, pues, del mundo como si no disfrutasen, llegarán a la libertad de los que, libres de toda preocupación desordenada, se hacen dóciles para oír la voz divina en la vida ordinaria. De esta libertad y docilidad emana la discreción espiritual con que se halla la recta postura frente al mundo y a los bienes terrenos” (PO 17; cf LG 39.42; GS 37; PC 13; AA 4).
La pobreza no significa carecer de bienes, lo cual en realidad constituye miseria y degradación. En realidad la pobreza significa justa distribución de los bienes materiales. No digas: “¡No es más que una taza de café o un vaso de cerveza!”. El goce de estas cosas puede ser resultado de mucho esfuerzo, de duro trabajo y hasta de sacrificio por parte de quienes los han producido. Incluso un cigarrillo podría significar el afán de algún anónimo trabajador.
“Jesús les contestó: En verdad, en verdad os digo: me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros” (Jn 6,26; cf 1Tes 4,11-12; 2Tes 3,7-9).
“Aquellos que están dedicados a trabajos muchas veces fatigosos deben encontrar en esas ocupaciones humanas su propio perfeccionamiento, el medio de ayudar a sus conciudadanos y de contribuir a elevar el nivel de la sociedad entera y de la creación. Pero también es necesario que imiten en su activa caridad a Cristo, cuyas manos se ejercitaron en los trabajos manuales y que continúan trabajando en unión con el Padre para la salvación de todos. Gozosos en la esperanza, ayudándose unos a otros a llevar sus cargas, asciendan mediante su mismo trabajo diario a una más alta santidad, incluso con proyección apostólica” (LG 41; cf GS 33.34.35.57.67)» (François-Xavier Nguyen Van Thuan, Vivir las virtudes a la luz de la Escritura y del concilio Vaticano II, Ciudad Nueva, Madrid 2012, 59-62).