Читать книгу Huenun Ñamku - M. Inez Hilger - Страница 13
ОглавлениеCAPÍTULO I
Huenun Ñamku, pescador y cazador
Huenun Ñamku [pronunciado “hwe-nu-n´ny´ äm´ku-”] llegó engreído esta mañana. Nos dio la mano, pero sin interés, no cordialmente como la primera vez que nos encontramos. No se hizo ningún comentario sobre el clima. No intercambiamos ningún comentario amable… Nos dimos cuenta de que había una tormenta batallando en su cabeza. Él comenzó: “Algunos mapuche jóvenes me regañaron ayer en la tarde por darles información acerca de nuestras formas de vida y viejas costumbres. Ellos dijeron que ustedes probablemente se están riendo de mí porque les cuento sobre ellos, y ciertamente se reirán de mí cuando les traiga el modelo de cuna que les prometí hacer”.
Luego, en un modo desafiante y decidido, acercó bruscamente una silla hacia la mesa donde estábamos sentadas, y en la cual lo habíamos entrevistado el día anterior. Se sentó y prosiguió: “Pero yo decidí hacerlo porque algunos mapuche en el pasado no habían contado toda la verdad acerca de nosotros. Sé de todas esas cosas insensatas e incomprensibles que se han escrito sobre nosotros. Yo he escuchado cuáles son algunas de ellas. Quiero que se diga la verdad acerca de nuestro pueblo. No solo estoy listo para ayudar —por eso estoy aquí— sino también me ofrezco para ir con ustedes a Coñaripe, o a cualquier otro lugar donde haya mapuche. Cuidaré que ustedes conozcan personas inteligentes allá que les puedan dar información correcta y que dirán la verdad sobre nosotros. Estoy interesado en ver el libro que escribirán sobre nuestra gente, no solo por verlo terminado, sino porque contará la verdad acerca de nuestro pueblo. Estoy de acuerdo con usted: es importante que se haga un registro sobre nuestras formas de pensar y maneras de hacer las cosas. Futuras generaciones de mapuche deberían saber qué tipo de pueblo éramos y cuáles eran nuestras costumbres. Sé que incluso ahora nuestra manera de hacer las cosas está cambiando. Mire a través de esa ventana. ¿Ve usted a ese chileno cortando su grano? Lo está haciendo con una segadora; él corta y trilla ese grano con una sola máquina. Si vas conmigo al otro lado de ese cerro, verás ahí a una familia de mapuche cortando sus cultivos de granos con una hoz. La próxima semana, los verá trillando ese grano usando caballos que pisotean las espigas. Las personas extenderán el grano en la tierra en un espacio cercado por rejas —nosotros lo llamamos lila— de modo que las espigas queden a la altura de las patas de los caballos mientras se mueven alrededor de la lila. Los caballos pisarán las espigas por horas. Las cosas están cambiando para nosotros. A su debido tiempo, los mapuche también estarán usando segadoras”.
Todo esto lo dijo Huenun en un tono de voz y una manera que demostraban determinación y convicción. Ahora, parecía estar muy pensativo. Luego, añadió: “Quiero que en ese libro que están escribiendo digan —y en un lugar sobresaliente— que yo les di información”.
Margaret Mondloch, mi asistente de campo, deseaba que esos mapuche jóvenes hubiesen escuchado a Huenun proferir esa última frase y hubiesen visto su cara mientras lo decía. Yo le dije a ella, “Si el abuelo Terres” —mi abuelo Terres era su tatarabuelo Terres— “Si el abuelo Terres hubiese dicho esa última frase, con seguridad, él la hubiese sellado con un golpe de puño en esta mesa”. Esta fue nuestra segunda entrevista con Huenun. Nuestra primera entrevista se había realizado dos días antes.
Margaret y yo habíamos venido de la zona costera chilena, habíamos cruzado la gran planicie central de Chile y estábamos ahora en el valle de Panguipulli, en el lago Panguipulli, uno de los lagos pintorescos de las zonas más bajas de los Andes. Huenun Ñamku vivía en este valle. Margaret y yo habíamos pasado cerca de dos meses en la zona costera, viviendo y hablando con los mapuche. (Huenun llama a su gente mapuche; los etnólogos los llaman araucanos). Habíamos tomado notas de lo que nos habían contado allá acerca de su forma de vivir y también de lo que nosotras habíamos observado. Habíamos entrevistado a la mayoría de las familias en sus hogares.
Llegamos hasta los mapuche menos aculturados de la zona costera a caballo, único medio para acceder a ellos. Se nos dijo también que podíamos llegar a caballo hasta aquellos que viven en los valles de los Andes si seguíamos los senderos viejos alrededor de los lagos, en este caso lagos Panguipulli y Calafquén, o por agua si navegábamos a través de los lagos. Por ellos navegaban barcos pequeños, alimentados con madera y propulsados a vapor conocidos como vapores [pronunciado “vä pôr’”], cada uno transportando un barco de carga conocido como lancho [pronunciado “län´cho-”] y cargados con madera. El lancho es amarrado al costado del vapor. La madera es acarreada desde un lago más arriba a uno más abajo por camiones o carretas de bueyes.
Margaret y yo habíamos venido a Panguipulli para obtener un viaje a Coñaripe en un vapor. Nuestros planes eran quedarnos en Panguipulli el tiempo suficiente para convenir el transporte a Coñaripe. Se nos había dicho que la navegación de los vapores era de lo más impredecible: a veces dos o tres de ellos navegaban una vez a la semana; otras veces, uno de ellos navegaba solo cada dos o tres semanas.
A nuestra llegada a Panguipulli, escuchamos que un lancho estaba siendo descargado. Francisca Fraundorfner, una de las profesoras de la Escuela Misional en Panguipulli, fue con nosotros al muelle para averiguar cuándo saldría este vapor de regreso. El capitán no tenía idea cuándo su vapor navegaría, nos haría saber y nos prometió llevarnos con él.
Al regresar a la Escuela Misional, conocimos al padre Sigisfredo,15 un sacerdote alemán capuchino, que había pasado más de cincuenta años entre los mapuche. Hablaba bien el idioma de ellos; conocía todas las áreas en las cuales vivían los mapuche; él conocía a la mayoría de los mapuche por su nombre. Él le había avisado a Huenun que nosotros llegaríamos a Panguipulli ese día. El padre Sigisfredo nos contó que algunas semanas atrás, Huenun había escuchado que nosotros estábamos recolectando información en el territorio mapuche y que planeábamos escribir un libro acerca de su pueblo. Huenun quería ser avisado del día de nuestra llegada; deseaba conocernos y ayudarnos.
Antes de que regresáramos del muelle, Huenun había llegado. Nos estaba esperando en la sala de clases que Francisca había preparado para nuestro uso. Las salas estaban vacías porque eran las vacaciones de verano. Había movido algunos escritorios hacia una muralla y otros hacia la muralla opuesta. Entre ellos, había colocado una mesa larga para nuestro uso. El padre Sigisfredo nos llevó a la sala, nos presentó a Huenun y se fue a su oficina.
Cuando entramos a la sala, Huenun estaba mirando unos panfletos y mis estudios de chippewa y arapaho,16 materiales que habíamos traído y que yo usaba para presentarle a los informantes lo que nosotros planeábamos hacer con la información que estábamos recolectando. También, era una forma de atraer su interés, de motivarlos y hacerles saber nuestro objetivo. Al mostrarle los libros al informante, yo le diría: “Después de todo, las personas, en nuestra parte del mundo, han tenido sus costumbres registradas y ahora los hijos de sus hijos alguna vez sabrán cuáles fueron las costumbres de su propio pueblo”. Luego preguntaría, “¿Cree usted que su gente encontraría interesante tener sus costumbres consignadas de modo que los niños de sus niños sabrán cuáles eran sus costumbres?”.
Huenun señaló la palabra primitive en el título de uno de los panfletos —reconoció la palabra por su similitud con su equivalente en castellano, primitivo— y con aire autoritario dándose importancia y responsabilidad, que luego aprendimos era característico en él, preguntó: “¿Van a usar ustedes la palabra “primitivo” en el título de su libro sobre los mapuche?”.
Respondí, “¿Cree usted que deberíamos?”.
Prontamente replicó: “¡Por cierto que no! ¡Por cierto que no! Esa palabra puede ser usada cuando se habla de gente menos inteligente que los mapuche, personas como aquellas de las islas en el Pacífico, por ejemplo, los habitantes de Isla de Pascua, pero no cuando se habla de los mapuche. Cuando nuestros jóvenes volvieron de la guerra (Segunda Guerra Mundial), nos contaron acerca de las costumbres de los habitantes de las islas del Pacífico. ¡Puedo asegurarles que estas personas son primitivas!” Tampoco nos permitía usar la palabra “indios” en ninguna parte del libro. “Los mapuche no son “indios””. Él señaló la palabra “indios” en el título de otro panfleto. Antes de comenzar nuestro trabajo de campo ya habíamos sido instruidas por el obispo Guido Beck,17 vicario apostólico del territorio de la Araucanía, para no usar la palabra “indios” cuando habláramos con los mapuche ya que es una palabra ofensiva para ellos. Esta tiene una connotación de servidumbre y sujeción, ya que fue escuchada por primera vez durante los tiempos de intentos de subyugación por los españoles que invadieron su territorio.
Ahora Huenun se quedó ahí; nos estaba estudiando. Miró a Margaret y luego a mí. “Así que ustedes dos han venido desde Norte América para aprender nuestras costumbres”. Lo observamos bien. Su cara estaba seria. Sus cejas formaban refugios para sus ojos oscuros, inteligentes y penetrantes. Sus arrugas eran profundas; surcaban su cara golpeada por el clima. Su bigote colgaba más allá de los extremos de su boca. (los hombres en la zona costera ocasionalmente tenían bigotes, pero no barba, algo que yo no había visto entre los indios norteamericanos). Él debió pensar que su pelo estaba en su lugar —acababa de pasar sus dedos sobre él para arreglárselo. Usaba zapatos y sombrero —habíamos aprendido esto en la zona costera— señales para sus compañeros mapuche y para otros de que disponía de más medios que los necesarios para lo básico del día a día.
Le dije a él: “Usted es un hombre de muchos años; debe saber muchas cosas que a nosotros nos gustaría saber. ¿Qué edad tiene?”.
Él contestó: “Pienso que tengo ochenta años. He estimado que esta es mi edad porque gente más vieja me contó que yo aún estaba amarrado a mi cuna cuando los mapuche del otro lado de la cordillera —de lo que hoy es llamado Argentina— no solo persiguieron a nuestro pueblo hasta acá, sino también los hicieron padecer en nuestro territorio. Nuestra gente había ido allá a robar ganado, algo que a menudo hacían, pero nunca habían sido perseguidos. Por este evento, yo estimo que debo tener ochenta años, pero la verdad es que no sé cuántos años tengo. Pero ¿quién quiere saber eso? ¿Qué importancia tiene eso para su libro? En agosto pasado, quería ir a Argentina de visita. Tenía que ir a Valdivia para obtener un permiso para salir de Chile. Allá querían saber la fecha de mi nacimiento. Inventé una fecha para ellos, y también otros hechos acerca de mí. Dije que había nacido el 30 de agosto de 1889; que había estado en el servicio militar en 1903; que me casé el 7 de mayo de 1907. ¿Qué importancia puede tener para cualquiera saber todo eso acerca de mí?”.
Huenun aún estaba interesado en nuestros libros y panfletos. Los tomó, caminó al otro lado de la mesa y se sentó. Los examinó un poco más y luego expresó: “Quiero decirles otra cosa sobre su libro. No ponga el retrato de una mujer mapuche en la portada; ciertamente ese no es el lugar para el retrato de una mujer; el de un hombre estaría bien”. Más adelante aprendimos que él se estaba refiriendo al retrato de una mujer mapuche en la portada de Lecturas araucanas, un libro publicado en 1934 por Félix José de Augusta y Sigisfredo de Fraunhäusl, el Padre Sigisfredo el cual recién habíamos conocido.
Me arriesgué a preguntar: “¿Qué tal si ponemos su retrato en la portada?”.
Él respondió y se rio enérgicamente: “Entonces ustedes podrán estar satisfechas de que tendrán a un mapuche inteligente y representativo en ella”. Él continuó: “Una vez vi un libro que un pescador argentino tenía —estaba pescando aquí alrededor de nuestros lagos. La portada de ese libro retrataba una trampa para atrapar animales de cuatro patas; creo que era una trampa usada en países lejanos. Ustedes podrían fotografiar una de nuestras trampas y usarla en la portada de su libro”.
“¿Qué tipo de trampas usan los mapuche?”, pregunté.
Él tomó un pedazo de papel e hizo un esquema. “Esta es una trampa para pescar peces en un río”, dijo. “Es circular, y la llamamos llolle. Los hombres la usan para pescar peces grandes y vivos”. Siguió describiendo cómo se hacen: los hombres extienden tallos de colihue [Chusquea culeon, bambú nativo]uno al lado del otro con las puntas más delgadas en una dirección —los tallos deben ser de una extensión de dos brazos de largo; no deben ser más cortos. En esa posición, son amarrados con una parra fuerte usando una técnica de tejido por arriba y por abajo. Una vez que están amarrados, el conjunto tiene una forma de abanico. Luego los lados se juntan y amarran unos a otros, dando a la trampa una apariencia de tronco alargado. Huenun advirtió que el diámetro en XX puede ser de cualquier ancho, pero en el punto X nunca debe ser mayor a la extensión de una mano; si es más grande, los peces se devuelven y nadan nuevamente a XX. Antes de que la trampa sea colocada, se plantan muy cerca unas de otras ramas grandes de árboles a lo largo del sendero indicado por las Y´s. “Esto es como una reja”, dijo Huenun; “nosotros lo llamamos müko. Amarramos la trampa a algunas de las ramas cerca de la mitad del müko, de modo que quede en posición. Los peces vienen al müko, luego miran alrededor para encontrar otro camino para ir río abajo, y encuentran esta vía para entrar al llolle. Aquí salen nadando por X donde un hombre se para listo para agarrarlos. He hecho llolle y he pescado con ellos; pescamos con ellos en la noche. Como ustedes saben, los peces grandes vienen río abajo en camadas, dos o tres veces durante la noche”.
Llolle, una trampa para peces.
Huenun continuó diciendo que, antes de ir al río a pescar, cada hombre hace un colgador de peces para sí mismo. Él encuentra parra ligeramente rizada y toma tres pedazos de ella, cada una del largo de un brazo más o menos. Las amarra juntas usando una para hacer un nudo alrededor de la mitad. Huenun hizo el esquema de uno y dijo. “Un colgador de peces se ve así”. “En mapuche lo llamamos mauche challwa”. Ahora los hombres están listos para pescar. Todos caminan al río. Cada uno tiene su turno en el punto X del llolle. Cuando un pez aparece, el hombre en X lo agarra con sus manos, mete un extremo de la parra de su colgador de peces a través de las agallas, y empuja el pez hacia el nudo. La pesca es llevada al hogar agarrando el nudo. “No, no, ¡los peces no pueden deslizarse! ¿Cómo podrían? La parra está enroscada”.
Mauche challwa, un colgador de peces.
Las mujeres y los niños pescan menos peces vigorosos que los hombres, continuó explicando Huenun. Uno de los favoritos es el puyen [Galaxia maculatus], llamado upesh en mapudungun. Las mujeres pescan estos en una trampa larga parecida a un canasto llamada chiñe, que ellas tejen con la técnica usada al tejer un chaiwe, es decir, un colador casero que sirve como filtro y para escurrir. Mientras hacía el bosquejo del chiñe, él reparó: “Los upesh se encuentran en ciertos ríos pequeños y en arroyos. Estos vienen en camadas, son más bien dóciles. Uno puede ver sus espaldas a medida que vienen río abajo. Las mujeres saben dónde encontrarlos. Cuando las mujeres los ven venir, ellas caminan silenciosamente por el río. Muy pronto puedes ver a las mujeres persiguiéndolos de ida y vuelta, recogiendo los upesh con sus chiñe. Hace poco las vi pescar de esta manera en el arroyo en Baihuenta”.
Huenun no había escuchado sobre anestesiar peces vertiendo decocciones de plantas específicas al río. Sin embargo, mi pregunta le recordó algo que las mujeres hacen y que logra tranquilizar a los peces o de lo contrario ponerlos en alerta —él no sabía cuál. Una mujer del grupo amarra una serpiente a una hebra fina de tendón de caballo y lo guía lentamente río arriba desde la boca misma del río; las otras mujeres también caminan río arriba al mismo paso que la mujer que lleva la serpiente, pero esta lo hace por la ribera del río. Huenun continuó: “Esa serpiente, parece que domestica a los peces, porque los peces que vienen corriente abajo se dan vuelta y se devuelven lentamente río arriba. Cuando llegan a un lugar poco profundo, con fondo arenoso se reúnen en camadas. Aquí las mujeres que están en la ribera pueden fácilmente verlos, en realidad, no tienen que buscarlos porque el wala [un pájaro de agua, no identificado] los ve antes y les avisa. El pájaro se para cerca de la camada y grita “waa-waa-waa-waa”. Las mujeres salen de la ribera del río sin hablar, caminan lenta y silenciosamente donde el wala indica que están los peces, y luego los recogen alegremente con sus chiñes”.
Chiñe, una trampa para peces usada por las mujeres.
Los hombres también prenden peces con arpón desde las riberas del río. Huenun había hecho un arpón ahuecando un larguero de colihue, con excepción de que este no tenía la extensión de una mano en su extremo. Él rebanó este extremo en mitades a lo largo, extendió las mitades e insertó dos aberturas de colihue adicionales del mismo largo entre ellos. Para mantener estas cuatro aberturas aparte, amarró secciones de parra fuerte retorcidas entre cada dos. Tal lanza se llama nülewe.
Nülewe, un arpón para peces.
Huenun pescó cinco tipos de peces en ríos andinos. Él nos dio sus nombres en mapudungun y nosotros los identificamos y clasificamos por sus nombres en castellano. Ellos son: lipügn [perca; Percichthys trucha], peliolo o peloilla [peladilla; Haplochiton taeniatus], kauke o remü [pejerry; Patagonia hatcheri o Atherinichthys argentinensis], upesh, y fosha. Fuimos incapaces de identificar el fosha. Huenun lo describió como un pez sin escamas, con pocos huesos y una cabeza grande que tenía dos cuernos suaves. Hizo un bosquejo del fosha, pero lo destruyó cuando no pudo decidir si los cuernos se volvían hacia adelante o hacia atrás. Él añadió: “Comemos fosha solo cuando la comida es escasa y otros peces no aparecen en nuestro camino. Cuando llegamos a esto, que ese pez no aparece más, sacrificamos la sangre de un cordero o una oveja en la ribera del río en el cual intentamos pescar. Matamos al animal y esparcimos su sangre hacia el cielo mientras decimos una oración de petición a Chau [Dios]”. Trató de dar una traducción exacta del rezo, pero se le hizo difícil. Dijo que era una oración pidiéndole a Dios que bendiga al pueblo con una captura de peces muy necesaria. La carne del cordero u oveja es llevada a casa por aquellos hombres del grupo que hicieron el sacrificio.
Huenun continuó diciendo que los kauke están extintos. Él le echó la culpa al salmón canadiense que había estado almacenado en los lagos andinos estos últimos años. “Temo que estos salmones han devorado hasta el último de ellos”, dijo con pesar. “Incluso ahora ustedes pueden ver salmones nadando fuera de los lagos y de arriba abajo en nuestros arroyos buscando kauke”. Su preocupación por los peces nativos nos recordó la preocupación expresada por habitantes no-mapuche que también temían que pronto todos los peces nativos de los lagos andinos se extinguirían; todos los lagos están siendo poblados con peces foráneos porque la región de los lagos chilena se ha convertido en un paraíso para pescadores extranjeros. Huenun continuó: “Los kauke varían en sus tamaños: algunos tienen una extensión de dos manos de largo, algunos solo una. Los kauke son pescados en primavera. Los jóvenes hacen de la pesca de ellos un deporte —los pescan con la mano desde la ribera de los ríos. Cuando yo era un hombre joven, fuimos a un arroyo o río pequeño donde sabíamos que había kauke: fuimos allá después de la puesta de sol e hicimos una fogata en una de las riberas. Mientras la fogata se estaba encendiendo bien, cada uno de nosotros tomó varios tallos de colihue o varias ramas de maqui secas [Aristotelia macqui]. Pusimos el extremo de cada uno en el fuego, y tan pronto como estaban en llamas nos arrastramos por el agua, movimos el extremo ardiente sobre el borde del río unas pocas veces y luego los sostuvimos muy tranquilos ahí. Muy pronto varios peces llegaron nadando perezosamente hacia la luz para ver qué es lo que era. Cuando veíamos un kauke, nos metíamos silenciosamente en el agua, lo agarrábamos por debajo cerca de la cabeza y lo tirábamos dentro de nuestra walika. Cada hombre tenía una walika, que es un saco pequeño suspendido de su cuello por un tirante. Pero esos tiempos parecen haber desaparecido para siempre”, dijo Huenun un tanto triste.
Era la hora del café. Francisca trajo té caliente hecho de hojas de frambuesas secas, un Kaffee-kuchen cubierto con huevos, azúcar cruda y algo de mermelada hecha de rosa mosqueta. Después del refrigerio, Huenun salió a hablar un poco a su caballo. Lo llevó a un lugar mejor para pastar y ahí lo amarró. Luego volvió y continuó diciendo: “Ahora les quiero contar cómo atrapamos animales salvajes, como el puma [Felis concolor], la mara [liebre patagónica; Dolichotis Patagonia], de hecho, a todos los animales de cuatro patas los atrapamos en un wachi. Cuando yo era joven, había muchos de estos animales cerca de aquí. Los wachi pueden ser de varios tamaños —el tamaño depende del animal que sea atrapado. Se necesitan tres hombres para instalar uno grande, que vendría siendo el tipo usado para un puma. Así es como uno de esos se instala. Luego él describió con la ayuda de gestos la instalación de un wachi. Es necesario un avellano [Gevuina avellana]) que sea de unas tres o cuatro extensiones de brazo de largo y tenga un diámetro cuatro veces la medida desde la punta del pulgar hasta el primer nudillo. Este es colocado en posición inclinada en la tierra a un brazo de profundidad (un avellano es mejor porque tiene más elasticidad que ningún otro). Un extremo de un cordel de pelo de caballo largo y torcido es amarrado al extremo superior del árbol y el otro extremo es amarrado a una trampa. Debido a la posición inclinada del árbol más el peso del cordel, la trampa es puesta a descansar a una corta distancia de la base del árbol.
La carnada, por lo general carne cruda, es colocada en la trampa y amarrada a ella. Después, gracias a una instalación ingeniosa, un poste vertical soporta a dos horizontales. Estos tres postes mantienen al avellano en una posición doblada y tendida y esto crea la trampa. Ninguna amarra es hecha en ninguna parte. Ahora los hombres se van a casa.
Más temprano que tarde, un puma aparece. Alcanza la carnada y mientras se la come él mismo la tira y como consecuencia los tres postes colapsan. Su colapso hace ceder al árbol; el árbol se mueve y al hacerlo contrae la trampa sobre el puma, generalmente por su cuello, pronto el puma cuelga en el aire. “Y así es como funciona un wachi”.
Huenun continuó: “Hubo un tiempo cuando se podría esperar un puma a cualquier hora del día y en cualquier parte. Hoy, ellos se arrastran fuera de sus madrigueras solo por las noches. Buscan ovejas para chuparles la sangre. Es por esta razón que nosotros acorralamos nuestras ovejas cuando baja el sol. Si alrededor de un lugar durante dos mañanas consecutivas son vistas huellas de un puma, o si la sangre de alguna oveja ha sido succionada, tenemos que construir una trampa para agarrarlo. Esta trampa es diferente a la del wachi, pero también es de un antiguo tipo mapuche; nunca falla para atrapar al puma. Es construida para proteger a las ovejas, ¡pero de seguro para atrapar al puma!” Dibujó un diagrama y señaló que la trampa es un cerco redondo con una entrada angosta; en verdad, es un pasadizo ciego; es un poquito más grande que el ancho del cuerpo de un puma, pero más largo que su cuerpo. Para construirlo, árboles fuertes son plantados sólidamente en la tierra tendiendo ligeramente hacia afuera.
Trampa para puma.
Su posición tendida evita que el puma salte sobre ellos hacia el cerco. Los árboles son sostenidos en esa posición mediante parras entrelazadas; dos filas en la parte inferior y dos en la superior. Cualquier abertura que pueda aparecer después que el entrelazado sea hecho, será tapada muy bien con palos y matorrales que el puma no puede empujar en su camino al cerco. Sin embargo, algunos lugares serán entresacados de los árboles por aquí y por acá, de modo que el puma pueda ver las ovejas adentro. “He visto a un puma dar vueltas y vueltas alrededor de un cerco, oliendo cada vez que vislumbraba a las ovejas”, dijo Huenun en voz baja, y también abriendo sus narices y oliendo. “Finalmente, el puma encuentra lo que a él le parece una entrada y se arrastra a ella. Un puma es inteligente, pero el hombre puede ser más listo que él. Una vez que está en el pasillo, que él supone es una entrada, se da cuenta que es un pasadizo angosto y ciego, mucho más largo que su cuerpo. El puma no puede darse vuelta y debe salir marcha atrás. Cuando lo hace, un hombre que ha estado en vigía lo apuñala con una lanza. Nuestra familia poseía dicha lanza, la compramos a un pariente que las fabricaba. Las fabricaba de monedas de hierro y plata que había obtenido al negociar con personas que no eran mapuche.
“Me contaron que la esposa de mi suegro apuñaló a un puma —generalmente, las mujeres no hieren a los animales. Esto sucedió cuando la esposa de mi suegro y otra mujer estaban en la ruka [vivienda] solas. La otra mujer al ver al puma colapsó de temor, pero mi suegra salió y lo apuñaló justo cuando estaba saliendo marcha atrás de la trampa. Ella atravesó su corazón con la lanza. Yo nunca he atrapado a un puma de esta manera; mi abuelo sí. De hecho, lo vi instalar una trampa tal que atrapó siete pumas con ella. Ahora debo decirles cómo atrapamos y le tendemos trampas a los pájaros, y después me debo ir a casa”.
Los pájaros son atrapados con una cuestión parecida a una escalera hecha amarrando juntos los árboles. Huenun había usado parras para amarrar las partes. Generalmente, la escalera tiene una extensión de dos brazos de largo y uno de ancho. Cuando se coloca como trampa, un extremo se pone en el suelo a un ángulo mayor de cuarenta y cinco grados, y es reforzado en esa posición con un poste. Un extremo del cordel, hecho de pelo de caballo torcido, es amarrado al medio del poste mientras que el otro extremo es sostenido por quien lo atrapa. Este último se sienta silenciosamente más allá a una distancia corta. Semillas de pastos silvestres y/o trigo son amontonadas en una pila directamente bajo la escalera; estas son esparcidas al azar por los bordes para atraer a los pájaros. Cuando varios pájaros están comiendo bajo la escalera, el hombre tira el cordel. De este modo, desengancha la escalera y atrapa a los pájaros que están bajo ella. “¿Están los pájaros muertos o solo aturdidos?”, pregunté.
“¡Muertos! ¡Indudablemente, la mayoría muertos!” dijo Huenun. “¡La escalera es pesada!”.
Habíamos visto a pequeñas niñas mapuche atrapar palomas de una manera similar, pero las palomas estaban solo aturdidas; sin embargo, las niñas habían usado una persiana en vez de una escalera. Ese día, todos comimos palomas para la cena.
Huenun dijo que, para hacer caer a los pájaros, un hombre hace un lazo corredizo en un extremo de un cordel de pelo de caballo fino y extiende el lazo en el suelo. Para sostenerlo en su posición, coloca un pedazo de madera o una roca justo sobre el nudo en curso. Coloca semillas adentro de la trampa que sirven como carnada. Después, pone palos altos en un círculo alrededor de la trampa en el suelo, con una abertura en el nudo. Debido a que un pájaro no puede ni aterrizar en los palos ni volar directamente en la trampa, el pájaro caminará a través de la abertura y llegará inmediatamente a ella. El hombre, que ha estado sosteniendo el otro extremo del cordel a una distancia corta, tira del cordel y cierra la trampa a la altura de las patas del pájaro cuando está sacando la semilla.
Luego le pregunté a Huenun cómo son atrapados el pudú, un venado pequeño y rojizo [Pudu pudu o Cervus humilis] y el armadillo —los mapuche lo llaman “peludo” [Euphractus sexcinctus]. Él respondió: “En un momento, los pudúes eran bastantes en nuestro territorio; hoy, hay muy pocos de ellos. Muy de vez en cuando uno ve huellas de alguno de ellos —se parecen a las de las ovejas, pero son mucho más pequeñas. Los pudúes no han sido cazados en lo que llevo viviendo. Y nunca he visto un peludo. ¿Tiene patas el peludo? ¿Dice usted cuatro patas? Oh sí, ahora sí: es el animal que se enrolla en sí mismo cuando es atacado, o se esconde en un hoyo en la tierra. Lo hace excavando tanta tierra suelta que queda entre las capas de su espalda que nadie lo puede tirar fuera de su hoyo. Me han dicho que hay muchos peludos en el lado argentino de la cordillera. Pero no sé nada de cómo cazarlos. Ahora me debo ir a casa. Cae la oscuridad en estas montañas. ¿Desean que yo venga nuevamente?”.
Había deseado que Huenun nos pidiera volver porque yo creía que en él teníamos a un informante inteligente, de libre pensamiento y confiable. Margaret tenía la misma opinión. Le contesté, “Si usted puede venir aquí día por medio, Huenun, nosotras nos quedaremos en Panguipulli por un tiempo. No soy dada a adulaciones, pero le quiero decir que lo encontramos un hombre inteligente y confiable”.
Rápidamente respondió, “Les agradezco ese cumplido. Y les quiero decir que cuando el padre Sigisfredo me las presentó, inmediatamente yo reconocí que ustedes tenían inteligencia suficiente para saber que yo tenía algo. Pasado mañana estaré aquí a las nueve de la mañana”.
Con esto terminó nuestra primera entrevista con Huenun. Margaret escribió en su cuaderno, “¡La entrevista de hoy terminó como una fiesta de admiración mutua!”.
Huenun no había pensado que se le debería pagar por la información que nos había dado. Sin embargo, él estuvo de acuerdo en que sería justo recibir el pago que obtendría si estuviese trabajando en un fundo —un campo de propiedad de un chileno. Le pagamos en moneda chilena, como corresponde. Más adelante, descubrimos que las cosas materiales, en especial la comida, eran más aceptadas que el dinero en efectivo. Se despidió con un adiós, y se fue a su hogar.