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Prólogo

Por Margaret Mead

El etnólogo ve a través de los ojos de otros y escucha de sus oídos. Para la recreación de un mundo, el etnólogo debe depender de aquellos que anhelan y puedan hablar vivamente y con precisión, especialmente cuando la vida de un pueblo está cambiando y las viejas costumbres están desapareciendo. Cada etnografía acabada es construida sobre esas conversaciones, como lo son las consignadas aquí. Pero, solo rara vez, al lector se le da más que una mirada rápida del proceso. Generalmente, el registro del intercambio cercano, personal y algunas veces frágil entre el etnólogo y el informante permanece oculto en viejos cuadernos de anotaciones, y solo el etnólogo mantiene esa memoria vívida del estilo personal del informante. Sin embargo, aquí, detrás de descripciones impersonales sobre cómo los peces son capturados o los enfermos son curados, subyace todo eso.

La hermana Inez se preocupó tanto por presentar la declaración de Huenun Ñamku tal como él la dio, dividida como él la quiso dividir entre los momentos elegidos por él para presentarse, que nos deja también un informe sobre cómo ella misma trabaja —ponderando poco a poco las ideas de su informante, reservando su orgullo, hermanando su ritmo al de él, reprimiendo su curiosidad científica y excediendo su tiempo. Cuando el orgulloso Huenun se enoja al ser cuestionado por segunda vez acerca de algo, ella puede asegurarle a Margaret Mondloch, su sobrina asistente, que ellas serán capaces de hablar con otras personas más adelante. El ritmo de Huenun es un reflejo tan valioso de su cultura como lo son los detalles que él da sobre la vida mapuche.

Sabiamente, como solo el etnólogo más experimentado puede, la hermana Inez también bosqueja el ambiente en el cual, día a día, ella trabajó con Huenun. Las montañas altas, la sala de clases, la presencia de Francisca Fraundorfner, su intérprete que conocía bien a Huenun y había enseñado a sus hijos, y el caballo de Huenun relinchando afuera —todo esto es parte de una estructura de vida que lentamente se expande hasta que, en el último de sus encuentros, tras cruzar los campos, pasando por sobre y debajo de cercos, llegan al hogar y la familia de Huenun—.

Este es un registro invaluable, uno que permanecerá cuando desaparezca el último indio que conoció las maneras antiguas, y los hijos de nuestros hijos se pregunten cómo los etnólogos del siglo XX alguna vez descubrieron tanto.

Museo Americano de Historia Natural

Ciudad de Nueva York

10 de marzo, 1966

Huenun Ñamku

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