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Destellos del futuro: la mujer que predijo la muerte de su hijo, y otros casos asombrosos
Los supervivientes de una experiencia cercana a la muerte (ECM) jamás vuelven a ser los mismos. Algunos de los regresados no solo experimentan profundos cambios psicológicos, sino que además poseen extraños poderes psíquicos. La mayor parte de los que presentan este extraño efecto secundario de las ECM aseguran que recibieron este don mientras estaban muertos; otros no encuentran una explicación y, simplemente, tratan de deshacerse de este cambio no deseado.
La doctora Mary C. Neal, una cirujana ortopédica estadounidense, sufrió un accidente de kayak mientras se encontraba disfrutando de unas vacaciones en Chile. La embarcación volcó y su cuerpo, atascado, quedó sumergido bajo el agua durante el tiempo suficiente como para tener una ECM que cambiaría por completo su vida, especialmente porque la doctora Neal resucitó con el conocimiento de lo que habría de enfrentar en el futuro, un vaticinio que habría querido que no se cumpliera jamás.
A lo largo de mi carrera he entrevistado a muchísimos supervivientes de una ECM, pero pocas veces me he enfrentado a un caso tan descorazonador y a la vez tan conmovedor como el que le ocurrió a la doctora Neal. Su tránsito por los bordes de la vida y la muerte vino acompañado de algunas revelaciones sobre su futuro y el destino de su familia. Una de aquellas confidencias anunciaba un trágico suceso: su hijo Willie moriría a la edad de dieciocho años.
Después de aquello, siendo todavía Willie un niño, Mary afrontó los años más largos, aquellos durante los cuales vivió con la ahogada esperanza de que la profecía estuviera equivocada, o de que ella podría hacer algo para cambiar la suerte de su hijo. ¿Por qué tenía que morir un muchacho tan extraordinario, sano, lleno de vida y juventud, si ella estaba ahí para evitarlo? Sin embargo el temido desenlace llegó cuando menos se lo esperaba, y la muerte de Willie selló la profecía.
Pasaron varios años hasta que Mary se atrevió a compartir su experiencia con el gran público en un libro titulado To heaven and back (2012), que tuvo gran repercusión en Estados Unidos y México, donde fue invitada a participar en alguna que otra entrevista en distintos espacios de televisión, pero pasó prácticamente desapercibido en España, donde se publicó un año después con el título Mi viaje de ida y vuelta al cielo.
Me costó medio año conseguir que Mary me concediera una entrevista, y es que hacía ya algún tiempo que ella había dado por concluida la misión de divulgar su mensaje. Nos intercambiamos una serie de correos electrónicos en los que yo, principalmente, me dedicaba a recordarle el enorme interés que me había provocado su historia y lo feliz que me haría poder publicar una entrevista con ella en uno de los reportajes que habitualmente realizaba para las revistas Año/Cero e Ispectrum Magazine. Mary me eludía y se disculpaba por hacerme esperar, y yo, diré la verdad, comprendía que no debía ser para nada grato sentarse frente a un computador a contestar una serie de preguntas sobre la muerte de tu hijo. Hay cosas que duele recordar y prefieres evitarlo. Tenía que esperar el momento apropiado, y ese día, finalmente, llegó. Me convertí así en la primera española, y hasta el momento, me parece, también la única, que consiguió publicar una entrevista con Mary C. Neal. Pero permítanme que les cuente su historia desde el principio.
La mujer que predijo la muerte de su propio hijo
Año 1999. El verano chileno acogía con los brazos abiertos a Mary C. Neal y a su marido, una pareja estadounidense. No era la primera vez que navegaban en kayak —de hecho, eran expertos en la materia—, pero aquel día esta cirujana de Wyoming iba a enfrentarse a la muerte en el río. Un accidente dramático la dejó atascada en una cascada. Sumergida bajo las aguas, trató desesperadamente de sacar la cabeza para poder respirar, pero comprendió enseguida que no había nada que hacer. Los intentos por rescatarla no fueron efectivos. Sus amigos se dieron cuenta pronto de que su empeño de salvar una vida se estaba transformando en la misión de rescate de un cadáver.
Nada más ahogarse, y a pesar de que su cuerpo estaba atrapado en el agua, sintió cómo salía del río flotando y acudía al encuentro de unos seres maravillosos: «Era como si me hubiera liberado de mi alma. Me elevé y salí del agua y, cuando mi alma atravesó la superficie, me encontré con un grupo de entre quince y veinte almas (espíritus humanos enviados por Dios) que me recibieron con el más grandioso júbilo que jamás hubiera experimentado o hubiera podido imaginar [...] No logré identificar a cada uno de los seres espirituales por su propio nombre [...]. Pero sí conocía bien a cada uno de ellos y sabía que eran emisarios de Dios y que los conocía desde hacía una eternidad». Mientras tanto, sus amigos habían logrado sacar su cuerpo del agua. Estaba hinchado, morado y sin oxígeno. Habían transcurrido nada más y nada menos que catorce minutos desde que su amiga Anne había puesto en marcha el cronómetro. Empezaron a practicarle la reanimación cardiopulmonar, aunque alguno de los presentes incluso llegó a aconsejarles que no lo hicieran, pues si lograban reanimarla solo sería un vegetal. Paralelamente, la cirujana continuaba con su periplo en compañía de aquellos enigmáticos seres espirituales que irradiaban una luz tan potente como para inundar con ella todos sus sentidos, y con los cuales podía comunicarse sin necesidad de hablar. Según la doctora Neal, estaban muy contentos de verla.
Siguió su recorrido acompañada por estos seres de luz, hasta llegar a una especie de salón hermoso, diáfano y resplandeciente. Allí, conforme narraba en su libro, Mary pudo palpar el amor puro, absoluto e incondicional que manaba. «Comprendí que estaba lista para entrar al salón y anhelé volver a estar junto a Dios. Sin embargo se interponía un importante obstáculo: Tom Long [un amigo que los acompañó durante el viaje] y sus hijos seguían pidiéndome que volviera. Cada vez que me imploraban que respirara y regresara, me sentía obligada a volver a mi cuerpo y a respirar una vez más antes de seguir mi camino. Esto se volvió tedioso y su insistencia me produjo bastante irritación [...], me enojaba el hecho de que no me dejaran ir. [...] No obstante, antes de que entrara, se abatió sobre mis acompañantes una opresiva sensación de pena y tristeza y la atmósfera se volvió densa. Me explicaron que no había llegado mi momento de entrar al salón, que mi viaje por la Tierra no había terminado, que me quedaba más por hacer y que debía regresar a mi cuerpo».
Efectivamente, Mary regresó, es decir, volvió a respirar. Se había roto las rótulas y los ligamentos de las rodillas. No quiso recibir tratamiento en Chile ni en ningún otro hospital de Estados Unidos que no fuera en Jackson Hole, donde tenía buenos amigos y podría estar con sus hijos, a los que ahora echaba muchísimo de menos. El viaje de vuelta no fue lo más recomendable en su estado. Perdía la conciencia por momentos. Llegó al hospital con una neumonía avanzada y síndrome de dificultad respiratoria aguda: «Este síndrome es una reacción inflamatoria severa de los pulmones debido a un trauma grave como el de estar a punto de ahogarse, una embolia grasa, neumonía o inhalación de humo. Esta reacción de inflamación del tejido pulmonar suele desarrollarse al cabo de veinticuatro o cuarenta y ocho horas, interfiere en la capacidad de intercambiar oxígeno y a menudo conduce a la muerte. Con tono solemne, mi internista le dijo a mi esposo que probablemente yo no sobreviviría a esa noche», rememoraba en su relato. Sin embargo, antes de permitirle regresar a la vida, los misteriosos seres del «otro lado» le hicieron saber que pronto volverían a ponerse en contacto con ella, cosa que no tardó en suceder.
En el hospital de Jackson Hole, mientras se encontraba tendida en la cama reflexionando sobre el propósito de su accidente, recibió la visita de un «ángel», como ella lo llamó, aunque, como bien reconocería, no sabía qué era, si un ángel, un mensajero o el mismísimo Cristo, aunque sí estaba segura de que venía de Dios. Ni que decir tiene que Mary tenía y tiene arraigadas creencias cristianas y es lógico que interpretase aquella visita en clave religiosa. El misterioso visitante y ella tuvieron una conversación en la que Mary tomó nota mental de importantes enseñanzas espirituales que, de nuevo, interpretó en clave cristiana. En su segunda visita, este ángel le explicó algunas de las razones por las que había tenido que regresar a la vida. Debía cumplir una misión bien clara: cuidar de la salud de su esposo, ser un apoyo sólido para su familia después de la muerte de su hijo Willie y ayudar a otros a encontrar su camino hacia Dios, así como compartir su relato y experiencias. Le había dicho básicamente tres cosas, pero una de ellas no la esperaba: ¿cómo que debía apoyar a su familia por la muerte de su hijo mayor? ¿Desde cuándo estaba escrito en las hojas del destino que ella conocería el horror de enfrentarse a la prematura muerte de su hijo Willie? Pero aquel ser que conoció durante su ECM fue claro al respecto: el joven moriría a los dieciocho años. Probablemente fue la noticia más triste y sin sentido que Mary recibió en su vida, pero, por algún motivo, no la puso en duda. Muy auténtica debió parecerle la experiencia que tuvo mientras permanecía muerta, pues, al recobrar la conciencia y recuperarse, jamás dudó de que era totalmente verdadera y que los acontecimientos futuros que le habían anunciado tendrían lugar irremediablemente, por mucho que a ella le pesara y no quisiese que sucedieran.
Así pues, la doctora Neal volvió a la vida después de ahogarse en el río, pero no a una vida normal, sino a una existencia en la que vivió algún que otro encuentro con uno de aquellos mismos extraños seres que había conocido en el más allá, a los que ella identificaba como ángeles. «Volví sabiendo que varias cosas iban a suceder, como la futura muerte de mi hijo mayor, y con expectaciones sobre cómo debería responder a esos sucesos», me dijo. Saber que su hijo no llegaría a cumplir los dieciocho años fue una pesada carga para ella. Vivir bajo aquella espada de Damocles no era fácil para una madre. Los años fueron pasando, pero, lejos de borrar su angustia, esta iba creciendo a medida que se acercaba la fecha en la que aquel ángel le había dicho que Willie iba a fallecer, de modo que un mes antes de que Willie cumpliera los dieciocho años, la inquietud de su madre se multiplicó notablemente. Un día, su hijo tuvo un pequeño percance automovilístico y, mientras trataba de resolver el papeleo del seguro con el afectado, llamó a su madre para contárselo y pedirle consejo. Willie preguntó al otro conductor si quería hablar con su madre por teléfono. El hombre sacó una pistola. Los momentos que siguieron fueron tensos. Mary, angustiada al otro lado de la línea telefónica, le gritó a su hijo que saliera corriendo de allí, y eso fue lo que el joven hizo. Por fortuna, el incidente no fue a mayores, y ese día no hubo que lamentar ninguna muerte, entonces creyó que, a pesar de lo que le había dicho el ángel, Willie no moriría. Mary se convenció de que el destino de su hijo había cambiado porque ella había vuelto de la muerte aquel día en el río, y había estado allí, al otro lado del teléfono, para decirle a su primogénito que saliera corriendo aquel día, y lo salvo, tal vez, de un disparo mortal. Todavía no podía saberlo, pero estaba profundamente equivocada. Si bien Willie llegó a cumplir los dieciocho, no vivió mucho más: murió al año siguiente mientras esquiaba con su amiga Hilary. La profecía se había cumplido.
¿Cómo podemos razonar esta historia que, se mire por donde se mire, solo apunta a una irremediable explicación? La única hipótesis que tenemos es clara: Mary recibió un conocimiento sobre un hecho del futuro lejano a consecuencia de su ECM. Los seres humanos no podemos predecir esta suerte de sucesos, máxime cuando obedecen a circunstancias arbitrarias, y mucho menos con tanta precisión. Yo, que llevo años investigando toda clase de sucesos misteriosos y poderes extrasensoriales, jamás me he encontrado con un vaticinio tan incontestable y fulminante con relación al futuro de una persona, salvo los enunciados por grandes profetas como Baba Vanga (1911-1996; ciega y muda, predijo la muerte de Stalin, la Segunda Guerra Mundial y los atentados del 11S). Y créanme, Mary C. Neal no es ninguna profetisa. Por tanto, el trance de su muerte tuvo que ponerla en contacto, a la fuerza, con una fuente de conocimiento específico, superior y excepcional, capaz de prever el destino final de una vida. Mary reconoció que no sabía muy bien quién era ese ser que conoció durante su ECM y la visitó posteriormente durante su estancia en el hospital. Ella creyó que podía ser un ángel, o el mismísimo Cristo, algo, definitivamente, con carácter divino, de acuerdo a la idea cristiana que ella tenía de la divinidad.
¿Qué puertas se abren en la antesala de la muerte que hacen que muchos de los que han estado ahí vivan encuentros con seres que les regalan una visión del futuro? ¿Está nuestro destino escrito hasta ese punto? Con estas preguntas, entre otras, se escriben las baldosas del misterio por las que transitamos los seres humanos.
Mi entrevista con Mary C. Neal: confidencias en la distancia
YO. Tuviste un accidente mientras navegabas en kayak durante unas vacaciones en Chile, y experimentaste una ECM en la que aseguras que estuviste en un lugar que identificas claramente con el cielo, con Dios y con ángeles. ¿Es el más allá un paraíso cristiano?
M. Las ECM ocurren en todas las culturas, en todos los sistemas de creencias, e incluso se dan entre ateos. De hecho, el cincuenta por ciento de los ateos se encuentran con Jesús durante su ECM. La mía fue una experiencia cristiana, pero jamás me atrevería a decir cómo es la experiencia en el umbral de la muerte de otra persona. Lo que sí sé, sin embargo, es que Dios nos ama a todos y a cada uno de nosotros de forma intensa y eterna, sin importar quiénes somos ni cuáles son las circunstancias de nuestro nacimiento.
YO. Antes de experimentar la ECM, ¿creías que había algo más después de la muerte o eras escéptica cuando escuchabas este tipo de relatos similares al que viviste?
M. Antes de pasar por mi ECM habría dicho que creía en Dios y que tenía la esperanza de que hubiera algo más tras la muerte, pero era definitivamente escéptica en lo que concierne a los relatos de ECM. Siempre he sido una persona realista, y lo cierto es que me mostraba escéptica e incluso sospechaba que esas personas que tanto proclamaban que habían tenido una ECM podían tener intereses ocultos.
YO. ¿Qué se siente al morir?
M. Siempre creí que ahogarse sería una forma terrible de morir, pero para mí fue algo indoloro, sin temor, pacífico. No sentí en ningún momento miedo o ansias de aire. No sentí ningún dolor, a pesar de que mis piernas estaban rotas. Me sentía de maravilla.
YO. ¿Cómo es el cielo que tú conociste? ¿Qué viste allí?
M. No tengo palabras para describir adecuadamente cómo es el cielo. Es como si intentara describir un mundo tridimensional usando un lenguaje bidimensional. Dicho esto, lo que puedo decir es que estaba lleno de belleza, y de unos colores más vivos e intensos de lo que jamás hayamos podido experimentar en la Tierra. Podía «ver» todos los colores del arcoíris y más, todo al mismo tiempo. Era como si pudiera ver, sentir, experimentar y entender la esencia de los colores y los aromas. El olor de las flores era igualmente grandioso e intenso, y todo allí parecía eclosionar con un amor de Dios gozoso, completo, penetrante y envolvente. Creo que Dios nos envía a sus más dulces mensajeros a recogernos en el momento de morir y nos habla a cada uno con formas que podamos entender y apreciar. Por ejemplo, todos los que viven una ECM describen grandes bellezas, pero los detalles de esa belleza varían de persona a persona, como sucede en la Tierra. Yo soy sensible al color, las flores, los aromas, etcétera, así que esa es la belleza que yo describí en mi ECM. Otra gente es más sensible a la música o los animales, y eso es lo que cuentan que ven. Todos nosotros estamos refiriéndonos, al final, al amor envolvente y palpable de Dios.
YO. He entrevistado a muchas personas que tras una ECM han regresado a la vida con aptitudes psíquicas especiales, e incluso con una visión del futuro, como creo que te pasó a ti también, ¿verdad?
M. Yo volví sabiendo que varias cosas iban a suceder, como la futura muerte de mi hijo mayor, y expectante sobre cómo debería responder a esos sucesos.
YO. ¿Por qué decidiste compartir una historia tan íntima con el gran público?
M. No es algo que hubiera hecho en circunstancias normales, la verdad. Mi marido y yo siempre hemos sido muy recelosos con nuestra privacidad, es cierto que no sé nada de escribir y tampoco me he sentido nunca cómoda hablando en público. Cuando me enviaron de regreso a la Tierra, sin embargo, me ordenaron compartir mi experiencia con otras personas, entregarme a los demás de esta manera, ayudando a otros a convertir su esperanza o fe en las promesas de Dios en algo que pudieran creer como la más absoluta verdad. Escribir mi libro fue obedecer a Dios, hacer lo que él esperaba de mí. Continúa siendo una historia muy personal y en ocasiones es doloroso compartirla, pero también es, al mismo tiempo, un gran privilegio poder ayudar a los demás en esa transformación.
YO. Como médica y cirujana, ¿tienes alguna teoría científica sobre las ECM?
M. Pasé mucho tiempo examinando los detalles de mi accidente; examinando el historial médico; escuchando a aquellos que estuvieron en el lugar del accidente en Chile y a los que estuvieron en la sala de urgencias; investigando sobre el proceso de morir. Consideré atentamente las posibilidades de que mi experiencia pudiera ser fruto de un sueño, una alucinación como resultado de anoxia, o del efecto químico de un cerebro moribundo, con la consecuente liberación masiva de neurotransmisores. Leí mucho también sobre ECM. Y después de analizar todo aquello, llegué a la conclusión de que mi experiencia estaba más allá de los límites de la medicina y la ciencia.
YO. ¿Estás deseando morir?
M. No temo a la muerte y, sí, espero con ansia el día en el que se acabe mi tiempo aquí. Jamás aceleraría mi muerte porque sé que, como todos los que estamos aquí, tengo más trabajo que hacer en la Tierra. Sin embargo uno de los sentimientos más embriagadores que tuve durante el tiempo que estuve en el «cielo» fue el de sentir que estaba «en casa», y definitivamente espero con anhelo el día en el que mi trabajo aquí se termine y pueda regresar a casa de nuevo.
YO. Las ECM son un tema muy controvertido. ¿Crees que llegará el día en el que la ciencia pueda probar la existencia del más allá, o que jamás será posible probar hechos espirituales con herramientas materiales?
M. Creo que los temas espirituales están fuera del alcance de la ciencia y la medicina. Pienso que nuestras observaciones en materia de muerte y ECM pueden aportarnos más detalles, pero seguiremos sin contar con una prueba definitiva. Y lo cierto, Mado, es que hay un poder implícito en el hecho de elegir creer en algo sin necesidad de verlo. En cuanto a las evidencias sobre la vida después de la muerte, no obstante, creo que son muchísimas. Los sistemas judiciales determinan la culpabilidad o inocencia de un criminal basándose en el testimonio de uno o dos testigos. Hay cientos de miles de testimonios de ECM.
¿Cuántos más hacen falta para ser suficientes? No creo que los científicos sean personas diferentes a las demás, pero sí que hacen gala a veces de una arrogancia intelectual con relación a que si somos lo suficientemente inteligentes podemos entenderlo (y controlarlo) todo; de cierta pereza (lleva tiempo y esfuerzo recopilar datos) y de miedo (si realmente existe un Dios y hay vida después de la muerte, entonces debemos rendir cuentas de nuestros actos, nuestro comportamiento, cómo tratamos a los demás y cómo gastamos cada momento de nuestras vidas). Los seres humanos tratamos de controlar lo que no entendemos.
YO. ¿Dirías que eres una persona diferente tras aquel episodio en el que cruzaste el umbral de la muerte?
M. Me gusta pensar que era «buena» persona antes de mi ECM, así que espero no haber cambiado de forma profunda, pero ciertamente he experimentado un gran cambio a nivel interno. La realidad de Dios, de la vida después de la muerte y la confianza en su promesa cambian la forma en la que vivo cada momento. Vivo en un estado constante de gratitud y oración, dando gracias y dejándome guiar por Dios. Intento decir «sí» adonde creo que estoy porque debo estar, en lugar de buscar motivos para decir «no». Acepto que no siempre voy a saber la respuesta a los porqués, confío en los planes de Dios para cada uno de nosotros... Intento ver siempre el reflejo del amor y la belleza de Dios en los demás. Todavía soy una persona muy organizada y planeo a conciencia mi futuro, pero lo hago con flexibilidad, sabiendo que, tal vez, Dios tenga otros planes para mí.
El hombre que volvió de la muerte con el reloj del presente adelantado
Los enigmas relacionados con los efectos secundarios de las ECM, en concreto los que tienen que ver con la adquisición de poderes psíquicos relacionados con la clarividencia, son inexpugnables, tanto como los que rodearon el caso que les voy a relatar a continuación. Conocí a Perfecto, habitante de La Romana (Alicante), hace ya algunos años mientras me encontraba trabajando en unos reportajes especiales para un monográfico dedicado a las ECM de la revista más allá. Mi amiga Yolanda Sánchez, al saber que me había embarcado en la misión de seleccionar algunos testigos dispuestos a contar su caso, me dijo que un tío suyo había tenido una ECM y, aunque no era muy propenso a hablar del tema, podíamos intentarlo. Probamos suerte, y su tío Perfecto accedió a recibirme. Era una persona encantadora. Toda su familia lo era. Nos vimos un par de veces, y confío en tener la oportunidad de poder volver a verlos algún día.
Llevo años escuchando a la gente, anotando sus vivencias, recopilándolas, estudiándolas y comparándolas, pero el caso de Perfecto me pareció fascinante en muchos sentidos, y ese es el motivo por el que me decidí a compartirlo. Este hombre estaba absolutamente convencido de que había vida después de la muerte porque él mismo, al parecer, había estado en el «cielo», o al menos así lo interpretó él, pues no se le ocurría otra forma más adecuada de definirlo. Sucedió hace ya más de veinte años, cuando se envenenó sulfatando la viña y entró en parada cardiaca y coma. Sufrió una ECM en la que, tras atravesar un túnel, llegó por fin a un lugar lleno de luz donde le esperaba alguien, a las puertas del «cielo». ¿Quién? Pronto lo sabrán.
Perfecto había salido un buen día de camino al campo. Debía sulfatar las vides. Este habitante de La Romana, como tantos otros de la comarca del Medio Vinalopó, era veterano en las labores del campo, pero aquella mañana sería distinta, porque un grave descuido a la hora de manipular los productos fitosanitarios iba a poner su vida al borde del abismo. No era la primera vez que un agricultor se envenenaba sulfatando la viña. De hecho, como habitante de la comarca, yo había oído mencionar varios casos en los alrededores, pero sí era la primera vez que conocía a alguien que había logrado sobrevivir a la intoxicación, porque este tipo de herbicidas no suelen perdonar. Que Perfecto estuviera vivo era ya de por sí un milagro. No solo eso, sino que los médicos le advirtieron que el daño que sus órganos habían sufrido era irreparable. En pocas palabras, no le auguraban muchos años de vida.
Todo ocurrió cuando él tenía treinta y cinco años de edad. El producto fitosanitario que estaba empleando penetró a través de sus poros, llegando rápidamente al interior de su organismo. Volvió a casa sin tener la más mínima sospecha de lo que ocurría dentro de su cuerpo. Sin embargo no tardaría en sentirse cansado y sin fuerzas. Se acostó sin cenar, pensando que se había resfriado. A la mañana siguiente, su mujer, Pilar, le preguntó cómo se encontraba.
«Me dijo que se encontraba muy mal y que le diera un vaso de leche —me contaba su esposa—. Le pregunté si quería que llamase al médico y me dijo que no, que solo le había dado un enfriamiento. Así que me fui a la peluquería y cuando volví, ya estaba al borde de la muerte. Lo llevé al hospital en el auto y entró en paro cardíaco». Cuando Pilar regresó de la peluquería, su marido ya no era Perfecto, era un hombre al borde del abismo. Probablemente vivió uno de los momentos más angustiosos de su vida mientras se dirigía en su auto al hospital. A su lado, yacía un hombre al que se le resbalaba la vida, luchando contra una imparable cuenta atrás. En el momento de ingresar en el hospital, su marido ya había entrado en paro cardíaco. Los médicos lo tenían claro. Perfecto se había intoxicado sulfatando la viña y el veneno había llegado a la sangre, el hígado, el riñón... Lo que más daño sufrió fue el sistema nervioso. Se había quedado sin fuerzas. Cuando me lo contó ya habían pasado varios años desde el incidente, pero todavía se acordaba de lo que había vivido mientras se debatía entre la vida y la muerte: «No sufría nada, ni me enteré de nada ni sé cuánto tiempo estuve en coma. Eso lo sabrán los médicos, pero yo viví y pasé cosas raras» me decía este agricultor romanero. Con «cosas raras» mi amigo se refería a una ECM y a lo que, como consecuencia de esta, vivió después.
Le pedí que me describiese la naturaleza de aquellas «cosas raras» de la forma más sencilla posible. ¿Qué le pasó? ¿Qué vio? ¿Qué explicación le daba? «Estuve en un túnel —me decía—. Había una luz honda, todo era correr, correr, correr, correr... Y nunca llegaba, y no había fin. Era un túnel oscuro con una luz en la punta». Mientras Perfecto corría por este túnel, sus familiares, especialmente su esposa, Pilar, sufrían al pie de su cama ante el diagnóstico de los médicos, que no se mostraban optimistas ante la posibilidad de que Perfecto saliera de aquella. Se encontraba en la unidad de cuidados intensivos, había tenido un paro cardiaco y estaba en coma. «Me dijeron que no salía —recordaba Pilar—. Pero lo fue superando, mejorando... A la semana, mientras trataban de moverlo y reincorporarlo, volvió a recaer, porque el veneno había estado parado y volvió a hacer reacción. A los tres días recuperó la conciencia y sus primeras palabras fueron: “He estado con san Pedro y le he dicho que no cruzaba la puerta, que me volvía. He caminado, caminado, no llegaba nunca, y cuando he llegado y he visto a san Pedro le he dicho: ‘¡Que no entro, que me devuelvo!’”. Eso me dijo». Imaginen la cara que debió quedársele a la esposa de Perfecto cuando este recobró la conciencia y lo primero que le dijo fue que había estado con san Pedro, quien había tratado de convencerlo de que cruzara la puerta de la eternidad, y él se había negado tozudamente, obstinado en volver a la vida.
Perfecto había tenido durante su ECM un encuentro con un ser que, en cualquier caso, él identificó con san Pedro en un momento dado. Pero lo que más llama la atención de su relato es que, a diferencia de otros testimonios de personas con ECM, que declaran que al encontrarse con seres angelicales y en ambientes de paz y felicidad inmensa no desean volver a la vida y lo hacen a regañadientes o porque les impelen a volver, aquí no fue así. Al contrario, fue él quien se negó a quedarse a pesar de la paz de aquel lugar y de que fue invitado a permanecer allí: «Me decían: “Hombre, que aquí estarás muy bien...”. Y la verdad es que era un sitio tranquilo, un relax... Pero yo dije que me iba, que no quería estar aquí... “Me voy —les dije—, me voy otra vez abajo y ya volveré, no te preocupes que ya volveré dentro de unos días”», relataba Perfecto. Pero ¿cómo era posible? ¿Por qué quería marcharse de un lugar tan idílico? Era una pregunta que no dejaba de hacerme, especialmente tras años de escuchar relatos cuyos protagonistas se quejaban de lo triste que fue saber que no podían quedarse en ese lugar tan maravilloso, que todavía no era su hora y debían volver. Algunos, incluso, se pasaron la vida intentando revivir aquello que sintieron estando «muertos», anhelando el momento de volver a sentir aquella sensación, y otros, en cambio, llegaron a discutir seriamente con aquellos seres que les impelían a volver, hasta el punto de tener que ser devueltos a la vida de forma abrupta. En todos los casos, el momento de la vuelta siempre era descrito como duro y terriblemente doloroso. Pero para Perfecto no fue así. A él le sucedió justo lo contrario.
«Él me dijo que había estado en un sitio... Me dijo: “Yo creo que he estado en el cielo. A mí me ha salido san Pedro...”», prosiguió contándome la esposa de Perfecto. Lo invitaron a quedarse e incluso intentaron convencerlo de ello. ¿Qué lo motivó a volver? Su respuesta fue bastante clara: «Yo, la verdad, es que allí no sufría nada, pero no me gustó, aquello no me gustó. Sufrimiento nada, no había sufrimiento, aquello era una vida sin sufrimiento, pero sin ilusión. Y yo pienso que la vida es tener ilusión, aunque las cosas vayan mal; tener ilusión, porque si no qué sentido tienen las cosas. La vida es tener ilusión; cuando uno es pequeño, hacerse grande, luego enamorarse, luego casarse, tener hijos, comprarse una casa, un auto... Eso es la ilusión. Entonces en aquel sitio no había sufrimiento, pero tampoco había nada de eso... Allí era como decir: yo estoy aquí ya y esto es la gloria y no hay nada más... Yo quería seguir la vida, la ilusión, no eso...». En definitiva, Perfecto sintió que todavía le quedaban cosas por hacer en la vida mundana. La justificación que él encontró para volver a la vida fue esa, la de no estar preparado para la tranquilidad de la eternidad, la de seguir demasiado apegado a la vida terrenal. El «cielo» podía esperar.
Perfecto también se acordaba de que en aquel lugar había música, aunque la recordaba de forma confusa y le resultaba enormemente difícil encontrar palabras para describir la experiencia en su conjunto.
Ahora bien, ¿de qué forma le afectó la ECM? ¿Qué pensaba Perfecto que le había pasado? ¿Realmente creía que había estado en el «cielo», como le dijo a su mujer? ¿O acaso pensaba que todo había sido un sueño? «Hay algo, no sé lo que es, pero hay algo, aunque yo no he querido darle vueltas a la cabeza y querer saber nada de eso, porque no me quería volver loco. Pero para mí sí que hay vida después de la muerte. Y cuando veo ahora en la televisión que hablan del túnel... Yo eso lo he vivido, es real», me confesó.
Una de las cosas que más me llamaron la atención en la historia de Perfecto fue, precisamente, el acento que puso en la necesidad de olvidarlo y no darle vueltas al asunto. No podía asimilar la ECM al no poder darle una explicación, especialmente por las secuelas extrasensoriales que le dejó y que desembocaron en una serie de sucesos extraños que relacionaba directamente con ella. Aquí es donde viene lo más interesante: Perfecto se había convertido en una especie de viajero en el tiempo, en una persona que había regresado a la vida con el reloj adelantado y que echaba de menos hechos y sucesos que él daba ya por sentados, pero que todavía no habían tenido lugar..., aunque acabaron sucediendo.
Entre las personas que, a raíz de una muerte clínica, se han encontrado atravesando los túneles que separan el más acá del más allá hay algunas que, como Perfecto, no solo regresan a la vida con la memoria de lo que han visto y sentido en el otro lado, sino que además se llevan consigo una maleta con regalos psíquicos que, según se mire, pueden ser considerados un don o, en el caso de nuestro amigo, una maldición. Perfecto trajo consigo una visión de los acontecimientos que no se ajustaba con la realidad, pero que con el tiempo acababan teniendo lugar tal y como él los había visto. No era que pudiera ver el futuro, era simplemente que, para él, este ya había tenido lugar, de modo que Perfecto se encontraba desfasado y fuera de sitio, en un pasado que solo existía para él, pues los demás todavía se encontraban viviendo su presente. Así lo ilustraba: «Un día, en las fiestas de La Romana, me acuerdo de que vi a uno y dije: “Pero ¿qué hace este aquí si está muerto, si este se murió en un accidente?”. Y claro, me contestaban que si estaba tonto o qué. Y a los dos o tres meses ocurrió que se murió exactamente como yo dije, de la misma manera. Y me pasaba muchas veces, con muchas personas y con otras cosas...».
Lo que le ocurría, básicamente, era que traía el reloj adelantado y tenía estos particulares déjà vu del futuro, sin ser consciente de que estaba viendo atisbos de lo que vendría, simplemente preguntándose en qué momento habían cambiado el pasado. Fue horrible para él: «Pasé cinco años viviendo otra vida. Muchas noches me volvía loco pensando. Quise apartar el pensamiento y concentrarme solo en trabajar y en mis hijos. Siempre he tratado de olvidarlo porque ocurrían cosas raras y casi siempre cosas malas», decía refiriéndose a las desgracias que él anticipaba como ya vividas y que luego ocurrían.
Su mujer añadía: «Aquí en casa no se hablaba del tema porque él lo pasaba mal. Siempre estaba con lo mismo: “¿Cómo puede ser que yo supiera esto?”». En ocasiones, Perfecto pasaba por un lugar y se extrañaba al ver que no estaba el edificio que, para él, ocupaba aquel solar. Con el tiempo, descubría que la construcción se llevaba a cabo. Pero esta clase de visiones, más banales, eran lo de menos. Las que realmente lo torturaban eran las que tenían que ver con desgracias o con el hecho de comentar algo delante de la gente y que luego aquello pasara de verdad, actitud que le granjeó no pocos problemas: «Lo malo es que si dices una cosa y luego pasa... Si hubieran sido alegrías..., pero siendo penas...».
Tras cinco años autoimponiéndose con auténtica fuerza de voluntad no pensar en aquellas cosas, centrándose en su trabajo y en su familia para distraer la mente cada vez que le daba por pensar, consiguió olvidarlo. Sin embargo, hasta que lo logró, lo pasó realmente mal. Justo es decir, por otro lado, que también hubo un aspecto muy positivo en la vida de Perfecto a raíz de su ECM, y es el profundo cambio de valores que experimentó, tal y como él mismo me aseguraba: «Mi pensamiento era trabajar noche y día, pero la cosa cambió. Empezamos a salir los domingos, a ver la vida de otra forma. Me di cuenta de que la vida no es una cosa solo, y a partir de ahí ya me la tomé de otra forma. Me cambió eso, la forma de ver la vida».
Es muy común encontrar a personas que sufren los denominados déjà vu en un momento presente respecto a otro pasado, como si lo hubiéramos vivido ya o soñado antes... Lo que no es común es tener déjà vu en el momento presente sobre acontecimientos que acaban teniendo lugar en el futuro, y esto es lo que volvía loco a Perfecto. De cualquier manera, él lo relacionaba directa o indirectamente con la ECM que sufrió, pues fue a partir de entonces cuando empezó a sentirse como un viajero en el tiempo. ¿Sabremos algún día qué resortes se activan en nuestra psique durante una ECM? ¿Por qué deja estas raras secuelas en algunos de los supervivientes? ¿Existe un lugar en el que presente y pasado escapan a nuestro concepto del tiempo y desde el cual pueden verse como una amalgama indisoluble, en la que todo ha pasado ya y está teniendo lugar al mismo tiempo, incluso el mañana? Tal vez algún día lo sepamos.
Volví a la vida para cuidar de mis hijos porque mi marido iba a morir
Justo cuando crees que ya lo has visto todo, llegan a tu vida nuevas revelaciones sobre lo asombroso de este mundo del que todavía sabemos tan poco. Eso fue lo que me pasó cuando recibí el boletín mensual que la Asociación Internacional de Estudios de Experiencias Cercanas a la Muerte (IANDS, por sus siglas en inglés) nos envió en septiembre de 2015 a sus miembros. El boletín llegó con el testimonio de una mujer —los casos reportados a la IANDS se mantienen en el anonimato— que había tenido dos ECM, siempre a raíz de un parto. La primera, acaecida en 1970, fue una experiencia extracorpórea o fuera del cuerpo (EFC). La segunda, y la que más me llamó la atención por lo extraordinario de ella, ocurrió en 1979. La mujer había dado a luz sin muchas dificultades, pero, diez días después, empezó a tener fuertes dolores y graves hemorragias. La trasladaron urgentemente al hospital, donde le hicieron una transfusión de sangre. Sin embargo el centro hospitalario en el que estaba era tan pequeño que pronto fue necesario avisar a la policía para que ayudase a recoger sangre por el vecindario. El tiempo corría en su contra, de modo que, cuando se recibió la sangre, le hicieron una transfusión sin practicar los exámenes pertinentes. La mujer tuvo una reacción alérgica grave. Empezó a convulsionar, al tiempo que la fiebre rozaba techos mortales. En un momento dado, sintió que dejaba su cuerpo e, inmediatamente después, el dolor cesó: «Entonces me encontré rodeada de amor puro, y sentí que Jesús me estaba abrazando. No podría decir qué aspecto tenía, pero sé con quién estaba. Me dijo que no era mi hora y que debía volver. Yo no quería. Recuerdo que vi mi vida pasar, y al principio me sentí avergonzada, pero luego me giré a mirar a Jesús, y la pureza de su amor me libró de toda culpa». Tal y como la protagonista de esta historia explicaba, la vergüenza inicial que la invadió al observar ciertos pasajes de su vida quedó rápidamente eclipsada por el manto de amor y gratitud que aquel ser irradiaba. Sin embargo su mente racional le hizo preguntarse el porqué de aquel cambio de actitud, ese paso tan rápido desde el sentimiento de culpabilidad al de inocencia. Hizo partícipe de sus interrogantes a Jesús: «Le pregunté el porqué de aquello. Me dijo que, al ser mortal, yo me había comportado como tal, y que por su parte estaba libre de todo juicio. Entonces le pregunté por qué nos estábamos comunicando de forma diferente [telepáticamente] a la que hablábamos en la Tierra, y me dijo que en el mundo espiritual nos comunicamos a través de nuestros corazones y sentimientos, de forma que jamás hay malentendidos».
La prueba...
Peter Hurkos (1911-1988) sufrió un accidente que lo dejó tres días en coma. Tras él, volvió a la vida con extraordinarios poderes psíquicos, como predecir el futuro, averiguar las verdaderas intenciones de la gente o descubrir a los autores de los crímenes. Sus habilidades eran tan infalibles que no tardó en empezar a ayudar a resolver casos de personas desaparecidas y asesinatos, por lo que fue invitado en repetidas ocasiones por la Interpol y el FBI para ayudarles en su trabajo. Peter resolvió veintisiete casos en diecisiete países diferentes. En 1956 viajó a Estados Unidos a instancias del doctor Andrija Puharich, quien, tras someterle a un exhaustivo examen científico, concluyó que sus poderes psíquicos eran demostrables empíricamente y no podían ser refutados, pero tampoco explicados.
Una vez más, el ser que ella identificaba con Jesucristo la urgió a regresar: tenía cosas que hacer en la vida terrena, tales como cuidar a sus hijos. Esa fue la razón que esgrimió. Pero ella no estaba dispuesta a volver, entonces le replicó: «Le dije que mis hijos tenían un padre estupendo, y que estarían muy bien con él. Después de todo, ¿no se supone que tenemos libre albedrío?». El ser le respondió con gran sentido del humor: «No esperaba que me lo pusieras fácil, ¡sabía que lucharías por defender tu postura!». Aquella respuesta la maravilló, era como si la conociera a fondo: «Me sentí abrumada por la forma íntima en la que me conocía». Pero todavía le quedaba por descubrir algo mucho más impactante que todo aquello: «Me dijo que debía enseñarme algo que yo tenía que saber. ¡Era la muerte de mi esposo! Iba a morir cinco años más tarde en un accidente. Tras ver aquello, decidí regresar a la vida y criar a mis hijos, no sin antes pedirle que me prometiera que yo volvería allí. Mi deseo fue concedido. Antes de marcharme, me dijo: “Recuerda que todo lo que traerás a tu regreso a este lugar será el amor que hayas dado: la vida en la Tierra consiste en las relaciones de amor”. Y entonces volví a mi cuerpo, abrí los ojos y me reí a carcajadas con un gran sentimiento de gozo».
La regresada recordaba perfectamente todo lo que le había pasado, e incluso se lo dijo a su médico, con quien tenía bastante confianza al tratarse de un amigo íntimo, pero este no quiso escucharla. Lo único que le dijo fue que, ciertamente, había estado a punto de morir, y que sabía que ella creía que la experiencia que le había relatado era real, pero nada más. En definitiva, el médico no pareció darle mucho crédito. Pero ¿qué fue de aquel vaticinio del más allá relativo a la futura muerte de su marido? Según la protagonista de esta historia, acabó olvidándose de aquello. Pero el olvido no la salvó del inevitable destino al que tendría que enfrentarse unos años más tarde. Seis semanas antes del fatídico accidente que su marido habría de sufrir, tuvo un sueño lúcido en el que lo vio claramente. Entonces lo recordó todo. Trató de cambiar el desenlace, pero no pudo: «Se lo conté a mi marido, pero él me dijo: “Olvídate de eso. Estaré bien”. Sin embargo no fue así, y seis semanas más tarde tuvo lugar el accidente, justo como lo había visto». Su marido había muerto en un accidente de tráfico, tal y como se lo habían pronosticado y descrito durante su ECM.
Elementos más comunes en una ECM
Inefabilidad. Dificultad extrema para explicar su experiencia con palabras.
Túnel. Algunos sujetos refieren el paso a través de un túnel, cilindro o paso estrecho al final del cual hay una luz. El tránsito por este túnel se describe, asimismo, de distintas formas: mientras unos refieren sentirse aspirados por ese «tubo», otros sienten que se arrastran por él, o bien que simplemente deambulan por él en dirección a la luz, etcétera.
Encuentro con otros seres espirituales. Es común oír narraciones de encuentros con otros seres con características espirituales o identificados de acuerdo con patrones culturales, sistemas de creencias y religiones. En algunas ocasiones, estos seres son descritos como muy luminosos o seres de luz.
Sinestesia. Los protagonistas de una ECM pueden oír, oler o tocar colores, o bien ver, oler y sentir sonidos, degustar objetos al tocarlos, etcétera. Es decir, sienten una experiencia sensitiva transversal.
Intensidad. La sensación de sentir que la experiencia es más real que la realidad, y más intensa que cualquier otra sensación de la vida cotidiana.
Puerta. A menudo se encuentran testimonios en los que se hace alusión a una puerta y el deseo que muchos sienten de cruzarla, aunque en la mayoría de los casos no se les permite cruzarla, lo cual les provoca cierta frustración, mientras que, en otros, el temor consiste precisamente en cruzarla.
Música. Se percibe como viviente y extraña, incomparable a ninguna otra percepción musical. No todos los sujetos refieren oírla, pero sí los suficientes.
Experiencia extracorpórea o fuera del cuerpo (EFC). Descrita frecuentemente en la primera fase de las ECM, en ella los sujetos se ven fuera de su cuerpo, flotan sobre él, lo observan, observan el entorno en el que se encuentra, las personas de las que está rodeado (si las hay en ese momento), las circunstancias, etcétera.
Ausencia de restricciones físicas y psicológicas. Una plenitud física y psicológica, en la que los ciegos pueden ver, los sordos oyen, los paralíticos andan, no hay dolor ni sufrimiento, sino una sensación de bienestar, felicidad y salud plenas.
Terror y malestar. No todas las ECM son placenteras y se ven acompañadas por una sensación de plenitud. Hay personas para las que la experiencia en el umbral de la muerte es una auténtica pesadilla infernal, llena de angustia, de visiones negativas, terrorífica. No sabemos por qué unas personas viven una experiencia positiva mientras para otras es negativa.
Desapego. Abandono del cuerpo físico y la vida material.
Sentido del destino. Su regreso a la vida se justifica porque todavía no era su momento de morir (generalmente porque así se lo dicen los misteriosos seres con los que se encuentran al otro lado), no era su hora y todavía tenían misiones que cumplir. Algunos son impelidos o forzados a volver, a otros se les da la libertad de elegir o bien se les trata de convencer de que se queden, y otros tantos se esfuerzan por huir.
Impacto. Las personas que han tenido una ECM, ya sea positiva o negativa, suelen experimentar cambios en su vida, a veces muy profundos: cambios en los sistemas de creencias, actitudes, estilo de vida, etcétera.
Visiones del futuro. Algunas personas regresan de la muerte con mensajes y vaticinios sobre el futuro, y poderes psíquicos o percepciones extrasensoriales que antes de la ECM no tenían.
Encuentro con familiares fallecidos. Muchos regresados aseguran haberse encontrado con familiares fallecidos, en ocasiones sin siquiera saber que esa persona había fallecido.
Encuentro con seres vivos. Aunque no es muy común, existen varios casos de personas que se han encontrado con otras que estaban vivas, sin que estas supieran que estaban formando parte de esa «visión del otro lado», o bien a las que todavía no habían conocido, pero habrían de conocer en algún momento de sus vidas tras superar la ECM.
Tristeza y dolor. Una sensación de malestar por tener que regresar al cuerpo físico, acompañada por un sentimiento de depresión que puede ser fugaz o prolongarse durante algún tiempo. No obstante, algunos testimonios experimentan justo lo contrario y, lejos de querer permanecer en ese estado, desean recobrar su vida.