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La morada de los muertos y los seres del más allá y el más acá: reuniones imposibles y revelaciones inexplicables

Vivir y morir podrían ser conceptos basados en una mera ilusión. Las personas que caen en coma y vuelven a despertar mucho tiempo después suman un motivo más a la hora de envolver de misterio el fenómeno de la conciencia, tan desconocido aún en pleno siglo XXI. ¿Dónde estamos durante el coma? ¿En qué moradas reposa el alma cuando nuestra vida está en suspenso?

Son muchos los que regresan de las garras de la muerte convencidos de que han estado hablando con sus familiares fallecidos, y eso fue justo lo que le ocurrió a una de mis amigas colombianas, la directora de cine Tata Guzmán. Fue ella quien me relató una de las ECM más brutales que me han contado en la vida no solo por el encuentro que sostuvo al otro lado con los muertos, sino por el que tuvo con los vivos, concretamente con una muchacha a la que vio durante su estancia en la morada de la muerte, junto a conocidos suyos y familiares fallecidos, y que posteriormente llegaría a conocer en vida e incluso llegaría a ser su pareja. Pero déjenme que les cuente todos los detalles de esta historia, llena de matices y detalles fascinantes, porque estuvo marcada por otros muchos sucesos asombrosos. Así podrán vivirla como yo la viví mientras me la contaba, y dejarse maravillar por lo inexplicable.

No todo en la muerte son muertos

Hace unos cuantos años, la carrera profesional de Tata Guzmán se vio truncada a causa de un accidente que la tuvo en coma dos meses y en una silla de ruedas durante tres años. Su vida sufrió un paréntesis forzoso no solo a nivel laboral, sino también vital, durante el cual fueron necesarias grandes dosis de esfuerzo para lograr superar aquel trance y volver a tomar las riendas de su vida. En mitad de aquella tragedia, hubo un rayo de luz que jamás olvidaría: durante el tiempo que pasó en coma, Tata sufrió una ECM y estuvo en un lugar maravilloso, rodeada de seres muy queridos.

Corría el año 1998 y Tata se encontraba en su finca de Salento, en el departamento colombiano de Quindío. Estaba allí pasando unos días, haciendo una de las cosas que más le gustaba hacer por aquel entonces, montar a caballo. En aquella época tenía un ejemplar muy hermoso, que había ganado premios en algunas ferias ganaderas y caballistas, y al que ella le tenía muchísimo cariño. El equino tenía nombre de persona: se llamaba Israel del Trébol.

Llegó el fin de semana y decidió organizar una cabalgata nocturna con los amigos. Invitó a varias personas, alrededor de doce. Salieron a las siete de la noche y el ambiente de alegría y disfrute que reinaba mientras bordeaban la montaña de aquella bellísima región no hacía presagiar lo que pasaría tan solo una hora más tarde, cuando Alejandra, una de sus amigas, decidió hacer una fotografía. Así fue como empezó todo: «Una de mis amigas decidió tomar una fotografía, con tan mala suerte que su caballo, al sentir el flash, se asustó y se desbocó. Yo encabezaba la cabalgata. Sentí que su caballo golpeaba al mío y, en cuestión de segundos y sin poderme liberar de las espuelas, me enredé con él y caímos al suelo. Yo caí primero y él encima de mí... Fueron trescientos cincuenta kilos de peso sobre mis cincuenta kilos en aquel entonces. Uno de los golpes más fuertes lo recibí en mi cabeza. Después, solo recuerdo que algunas personas movieron el caballo de encima de mí y sentí como si me desbaratara por dentro», me relató.

Tras aquella caída, Tata no recuerda más que cosas confusas, los gritos de sus amigos... Afortunadamente, entre los miembros del grupo había una doctora, que pidió que no la movieran. Llamaron a la ambulancia y fue en este vehículo, cuando la llevaban de camino al hospital, cuando perdió el conocimiento. No despertaría hasta dos meses después, en un hospital de Bogotá, rodeada de médicos. ¿Qué pasó durante todo aquel tiempo en el que estuvo en coma?

«Estuve en un parque muy hermoso, de color violeta. Era cálido. Y en aquel parque, al fondo, había una luz, y cada vez que yo trataba de caminar hacia esa luz, aparecían en una puerta mi abuelo, mi mamá, dos primos, mi hermano... Los seres queridos que yo tanto había extrañado y que habían fallecido años atrás —rememoraba—. También estaba allí conmigo mi amiga Laura. La veía siempre en aquel parque, conversando conmigo, como haciéndome compañía. Siempre me acompañaba a esa puerta iluminada en la que estaba mi familia», me explicó.

Tata se encontraba en la gloria en aquel lugar porque era un remanso de paz, un sitio sumamente agradable en el que no solamente se sentía tranquila y feliz, sino donde, además, se encontraban sus seres más queridos, aquellos a los que tanto había echado de menos, todos ellos fallecidos tiempo atrás. Por eso quería ir con ellos, pero nunca le dejaban cruzar la puerta: «Cada vez que quería ir con ellos, me decían que no con sus manos».

Durante el tiempo que pasó en aquel parque, solo veía eso, un paisaje violeta, la compañía de su amiga Laura (también fallecida tiempo atrás), una puerta de luz al fondo en la que estaban sus familiares y una sensación de paz infinita: «Había mucha paz, mucho silencio en aquel parque. No sentía ni frío ni calor, pero sí muchísima paz».

La puerta de luz tenía un efecto atrayente, seguramente incrementado por el hecho de que Tata podría pensar que si la cruzaba podría estar más tiempo con sus familiares, que, al parecer, procedían del otro lado de la puerta. Ella quería entrar, quería cruzar, quería, en definitiva, ir con ellos... Pero siempre había una negativa, un gesto de «alto ahí», una advertencia de no pasar. Sin embargo el anhelo de Tata era tan grande que incluso intentó pasar por la puerta a la fuerza: «La última vez que los vi en aquella puerta del parque discutimos, y cuando intenté entrar por la fuerza, me empujaron tan fuerte que creo que fue cuando desperté».

Sometí a mi amiga Tata a un exhaustivo interrogatorio con el fin de obtener más detalles, y no me costó obtenerlos, porque la experiencia fue tan vívida e impactante que podía recrearla en su mente con todo lujo de detalles. Así, averigüé que aquel parque era una especie de jardín lleno de luz violeta, aunque el lugar más luminoso y brillante era aquel donde se encontraba la puerta, al fondo. También averigüé que no solo vio a sus seres queridos, sino que pudo conversar con ellos, especialmente con su madre y su abuela: «Me hablaron mucho».

¿Era tal vez aquel lugar el cielo, su cielo? «Yo creo que sí», me contestó. Si había algo de lo que estaba convencida era de que lo que vivió fue real, una experiencia auténtica que en ningún caso tuvo nada que ver con la posibilidad de haber alucinado o tenido un sueño. Cualquier indagación que trataba de hacer al respecto terminaba siempre con la misma respuesta: «Estoy segura de que fue real».

Uno de los aspectos en los que más puso el acento mi amiga Tata fue en lo maravillosa que resultó su experiencia. Sin embargo, en contraste con toda la belleza, paz y tranquilidad de aquel tiempo que pasó en ese jardín de luz, estuvieron la dureza del momento en el que despertó y de lo que siguió al instante de recuperar la conciencia, así como el titánico esfuerzo que tuvo que hacer para sobreponerse durante los casi tres años que pasó en silla de ruedas.

Tata se había roto once partes de su cuerpo en aquel accidente de caballo que le produjo el coma. Se despertó dos meses después en la habitación de un hospital de la ciudad de Bogotá. Pesaba diez kilos menos y estaba rodeada de médicos, entre ellos una psicóloga que se quedó posteriormente a solas con ella para hablar. Tata se encontraba aturdida, sentía que tenía dos cabezas en lugar de una y no entendía qué estaba ocurriendo, pero estaba a punto de enfrentarse a una noticia muy trágica: «La psicóloga me preguntó cómo me sentía y me explicó toda la situación. Lo más duro de aquella conversación fue saber que mi amiga, la que había tomado la fotografía provocando con el flash que su caballo y el mío se desbocaran, había corrido peor suerte que yo. Se había desnucado. Había muerto instantáneamente», recordaba con tristeza.

Intentó explicarles a los médicos lo que le había pasado y narró a la psicóloga todo lo sucedido, dónde había estado y con quién había hablado. Le dijo que no sabía muy bien cuánto tiempo había transcurrido en el jardín violeta, pero que estaba segura de que su experiencia había sido real. Tata se había sentido tranquila y feliz allí, sin dolor, ni frío ni calor, sin ningún tipo de sufrimiento, tan arropada por sus seres queridos... La vuelta a la vida fue dura y pasar tres años en una silla de ruedas le hizo atravesar momentos difíciles. Como ella misma me confesó: «Espiritualmente me pasó de todo. Mi reacción fue de rabia, decepción... Durante ese tiempo me dediqué a no hacer nada... En ocasiones creaba algún proyecto... Engordé veinticinco kilos, me volví neurótica, silenciosa... La recuperación fue muy dolorosa, física y emocionalmente hablando».

Existía un motivo que todavía aportaba más ingredientes a la hora de considerar la experiencia que tuvo Tata como algo real, alejado de lo que algunos podrían calificar de un puro sueño. En aquel parque violeta, además de encontrarse con seres queridos que ya habían fallecido, también vio a otras personas a las que acabaría conociendo. Parece increíble, un relato fantástico, milagroso y digno de un guion de película, y aún hoy en día se estremece al relatar cómo llegó a conocer a una de las personas que vio en su cielo púrpura, a enamorarse y a irse a vivir con ella. Así lo contaba: «Me pasó algo muy curioso. Durante mi estado de coma, en aquel parque, vi algunas personas, entre ellas a una niña muy hermosa de unos veinte años, la misma que conocí cuando todavía estaba recuperándome del accidente y aprendiendo a caminar de nuevo, ayudada por dos muletas. Viví con esa mujer siete años». ¿Cómo era posible? Científicamente, no podemos achacar a un mero sueño o fantasía un suceso de tal calibre: tener una ECM, permanecer en coma y encontrarse en un lugar en el que, aparte de estar conversando con sus seres queridos ya fallecidos, conoció a una joven que ella no había visto jamás en su vida y que llegó a conocer posteriormente en la vida real, algún tiempo después de despertar del coma. Sin embargo aquella joven no recordaba haber visto a Tata jamás con anterioridad, y mucho menos en un «jardín violeta». ¿Puede nuestro subconsciente, otro «yo» desconocido del que no tenemos noticia, viajar sin nuestro consentimiento a lugares remotos, fuera del espacio y el tiempo, a esos «jardines violetas», como el de Tata, con el fin de conversar con alguien que se encuentra en coma o en uno de los estados más frecuentemente vividos por las personas que han tenido una ECM? Es una pregunta inquietante.

Es preciso ponerse en la piel de mi amiga Tata, pensar en lo que supone tener memoria de lo que para ti es el cielo, porque estuviste allí, estar convencido de que su existencia es tan real o incluso más que la vida misma, recordar nítidamente todo lo vivido allí, y de repente un día andar por el mundo y tropezarte con un rostro, una persona que ya habías conocido... ¡en el cielo! Aun así, esta directora de cine ha seguido intentando profundizar un poco más, saber, ahondar en los misterios de la vida y la muerte, el cielo y el infierno... Y es que aquella ECM la transformó completamente, y la mujer que cayó en coma era muy distinta a la que despertaría en una habitación de hospital y pasaría el resto de sus días movida por una nueva meta.

La vida de Tata cambió. Se sumergió en un proceso de búsqueda y desarrollo de inquietud espiritual que todavía lleva adelante. «Me fui a vivir definitivamente a Estados Unidos, comencé una búsqueda espiritual que hoy por hoy se encuentra en muy buen camino, comencé a creer mucho más en el cielo y el infierno. He realizado encuentros espirituales, he vivido momentos únicos... Y aquella imagen nunca se borra de mi memoria...». Probablemente fue este anhelo de búsqueda espiritual y deseo de reencontrarse con las sensaciones que vivió durante su ECM lo que empujó a mi amiga Tata a buscar en los indígenas de la región colombiana y en la ingesta de yagé —la ayahuasca o yagé es una bebida utilizada por algunos pueblos amazónicos para alcanzar estados mentales superconscientes— algunas respuestas: «Los indios de la región me dieron a beber soma sagrado. Fue algo muy aterrador al principio, porque no sabía qué estaba pasando dentro de mí, pero luego se convirtió en algo mágico, muy celestial. Y en algún momento me morí. Creo que me desdoblé y salí de mi cuerpo. Duró ocho horas, durante las cuales vi a Dios, al diablo, ángeles, muertos, a mi abuela... La experiencia que viví fue maravillosa. ¡Estoy segura de que fue real!», exclamaba.

La experiencia inducida que Tata Guzmán tuvo con los indígenas de la región le pareció tan maravillosa y real como su ECM, y aunque no la hizo regresar a aquel maravilloso jardín de luz violácea en el que estuvo mientras duró el coma, sí proporcionaba pistas suficientes como para interpretar que, al menos, contactó con el mundo de los espíritus y tuvo visiones de orden simbólico relacionadas con su cultura y su experiencia vital (Dios, ángeles, el diablo, su abuela) que podrían descifrarse como mensajes de su propio ser interior, en el momento de conectar con esa fuente tan desconocida para nosotros y que muchos han dado en llamar mundo astral. Esta es, obviamente, una posible interpretación, y tan solo una interpretación de su experiencia con el yagé, y no pretende ser nada más. Por otro lado, si bien he podido conocer a muchas personas que han vivido sensaciones maravillosas a raíz de la ingesta del yagé, también tengo amigos que han tenido experiencias de auténtica pesadilla e incluso han estado a punto de morir, por lo que la decisión de tomar ciertas sustancias con el fin de experimentar determinadas sensaciones debe meditarse seriamente, sopesando riesgos y midiendo las posibles consecuencias. Yo, personalmente, no lo recomiendo.

¿Es el caso de mi amiga Tata el único que conozco de este tipo, en el que el protagonista de una ECM ve durante ella a un desconocido al que posteriormente acabará conociendo en la vida real? Sí y no. Me explico: tengo constancia de otros casos en los que supervivientes de una ECM han visto a personas vivas durante el episodio, no siempre allegadas, sino a las que conocían «de vista», como solemos decir. Pero nunca antes me había encontrado con el caso de alguien que durante la ECM viera a una persona viva a la que todavía no conocía y a la que acabaría conociendo. Por ese motivo, el testimonio de Tata Guzmán me parece verdaderamente valioso y podría significar mucho para el estudio y las investigaciones en torno a qué son exactamente las ECM, al aportar una nueva variable a este fenómeno.

El neurocirujano escéptico que estuvo en el cielo

El reconocido neurocirujano estadounidense Eben Alexander, hijo a su vez de otro neurocirujano, no creía en las ECM. Como científico, no encontraba nada que le aportara pruebas sobre lo que pasaba después del fallecimiento, y creía que la posible independencia de la conciencia respecto al cerebro no era más que una burda fantasía. Pero un día todo cambió. Él mismo sufrió una ECM, y todo lo que había creído hasta entonces se derrumbó. Tras varios meses en pos de conseguir una entrevista con él, por fin logré que contestara a mis preguntas. Me convertí en la primera y única española que había conseguido entrevistarlo. Puede que muchos de ustedes ya conozcan la historia de Eben Alexander, o incluso hayan leído el libro en el que la relató, La prueba del cielo, pero déjenme que los ponga en antecedentes, que les explique en qué radica la importancia de su caso y cómo su experiencia desafía todas las lógicas conocidas hasta el momento.

La prueba...

Si supiéramos qué es la conciencia, sabríamos cuándo el cerebro está consciente y cuándo no. Recientemente, la científica Marian Stamp-Dawkins afirmó que estudiar a las personas que recuperan la conciencia tras una anestesia nos permitiría responder a diversas preguntas: ¿cuándo cobramos conciencia?, ¿qué hace el cerebro tras la anestesia para recuperar la conciencia? Pero todavía somos absolutamente ignorantes en este sentido. De la misma manera, el modo en el que se recupera la conciencia tras un coma sigue siendo un auténtico misterio.

El 8 de octubre de 2008, Eben Alexander se despertó con uno de esos dolores de cabeza que te dan ganas de tirarte por la ventana. Dos horas después, tuvo un derrame cerebral y cayó en coma profundo. Lo que le había llevado a esa situación fue una meningitis originada por la bacteria Escherichia coli. Se trataba de un caso rarísimo en adultos y con pocas probabilidades de supervivencia. Aquella bacteria se había apoderado del espacio cefalorraquídeo y estaba, literalmente y por explicarlo de un modo sencillo, comiéndose su cerebro. Estuvo siete días en coma. Fue entonces cuando tuvo la ECM que cambiaría su vida e inspiraría a miles de personas a seguir hurgando en los velados secretos de lo que realmente pasa cuando morimos.

Ofreció las primeras pistas de lo que le había pasado publicando en la revista Newsweek un artículo titulado «El cielo es real: la experiencia de un doctor en el más allá», que fue portada. En él, este neurocirujano decidía confesarse delante de todo el país, a pesar de que sabía que iban a lloverle críticas, mofas y acusaciones. Él, el escéptico, el que siempre había reducido las ECM a una simple cuestión cerebral basada en la alucinación, estaba admitiendo en aquel artículo que había cambiado de opinión: él mismo había sufrido una ECM, y lo que había visto no podía ser producto del cerebro. Enseguida van a ver por qué, pero, antes, conozcamos el paseo que Alexander se dio por los bosques de otra aparente dimensión.

Mientras su cuerpo permanecía en una cama de hospital, controlado a cada segundo por los monitores de observación, y tras ascender a través de lo que él definió como un valle estrecho y oscuro, llegó a otro valle inundado por una luz espléndida, pintado de colores difícilmente descriptibles: «No podría describir ni un triste esbozo de su auténtica belleza». A su llegada a este espléndido lugar, fue recibido por una música celestial, «un sonido viviente», y una luz blanca y pura que se iba acercando cada vez más, en cuyo centro apareció una puerta que no tardaría en atravesar. A sus pies se extendía un paisaje bellísimo: «Volaba sobre aquel lugar, por encima de árboles y campos, arroyos y cascadas, y, de vez en cuando, personas. Y también niños, niños que reían y jugaban. La gente cantaba y bailaba en círculos [...]. Un mundo de ensueño increíblemente hermoso».

Con estas palabras, que tomo de su libro, trataba Eben Ale­xander de explicar qué le había sucedido. ¿Se trataba de un sueño, un estado de irrealidad, un truco de su mente? Nada de eso. Según Eben Alexander, se trataba de lo real, de algo más auténtico que la vida misma. En aquel lugar no estaba solo, como hemos podido ver. Es más, había alguien que lo acompañaba y le servía de guarda y guía, «una chica preciosa de pómulos altos y hermosos ojos. Llevaba ropa sencilla, como de campesina, similar a la que vestía la gente del pueblo que había visto abajo».

Se embarcó junto a esta chica en el ala de una mariposa que volaba, junto a una bandada de millones de mariposas de colores vivos y bellísimos, que descendían y volvían a alzarse a su alrededor. En ese cielo, los seres que encontraba a su paso eran igualmente divinos y angelicales, de acuerdo con sus descripciones, y se comunicaban con él a través del pensamiento telepático. «[Mi guía] me dirigió una mirada que habría hecho que cualquiera se alegrase de haber vivido hasta aquel momento, independientemente de lo que le hubiera pasado antes. No era una mirada romántica. Tampoco amistosa. Era algo que iba más allá de todo ello... Más allá de todas las tipologías del amor que conocemos aquí en la Tierra. Era algo superior que contenía en su interior todas las demás formas de amor y, al mismo tiempo, era más genuino y puro que todas ellas. Sin utilizar palabras, me habló. El mensaje me penetró como una ráfaga de viento helado y al instante comprendí que era cierto».

 Mi entrevista con Eben Alexander: lecciones del más allá

YO. Eres un famoso neurocirujano que en el pasado no creía en las ECM e incluso llegaste a escribir artículos mostrándote en contra de cualquier remota posibilidad de vida después de la muerte. ¿Cuál era en aquellos tiempos tu teoría?

E. A. Como cirujano, creía en lo que podía ver, sentir y medir. En aquellos tiempos, que las ECM y la conciencia fueran independientes del cerebro me parecía una idea ilusoria; en realidad, jamás me molesté en buscar evidencias de lo que ocurre después de la muerte. Pero después de mi experiencia empecé a interesarme de veras, a leer artículos científicos, y no estoy hablando de artículos de esos que aparecen en las noticias, sino de aquellos respaldados por un trabajo de investigación riguroso. Encontré información abundante que venía a revelar la existencia de algunas nociones firmes en las que la ciencia y la creencia en las ECM no eran mutuamente excluyentes.

YO. Así que, hoy en día, defiendes las ECM como experiencias reales, más reales incluso que la propia realidad en la que vivimos. ¿Afirmas que la conciencia existe más allá de la vida, tal y como la conocemos?

E. A. La conciencia podría definirse como ser consciente de las cosas que nos rodean. Los filósofos llevan milenios debatiendo y buscando una definición más precisa, y aunque los matices son bastante complicados, el núcleo de la cuestión es sencillo: si estás leyendo esto, si eres consciente de que estás leyendo estas palabras que van a leer tus lectores, es que eres consciente. Lo difícil es saber —y eso es lo que aprendí durante mi experiencia— si la conciencia es esencialmente mecánica —es decir, emerge únicamente a partir de procesos físicos cerebrales— u holística —es decir, trasciende el cerebro—. Como neurocirujano, yo creía en la correlación entre el cerebro físico y la forma en la que la mente parecía funcionar. Por ejemplo, si tenía un paciente con un tumor que le afectaba la parte del cerebro asociada al lenguaje, sabía que iba a tener problemas para comunicarse. Pero ahora he aprendido que todo es mucho más complicado y no se reduce a eso.

YO. ¿Lo afirmas desde el punto de vista personal o científico?

E. A. Mientras que la ciencia avanzaba en estos temas, yo rehusaba seriamente considerar nada de esto hasta que sufrí una ECM. Desde entonces, he aprendido un montón; basándome tanto en mi experiencia como en la abundante colección de anécdotas y casos, así como en las últimas investigaciones en materia de medicina y física, acepto la hipótesis de que la conciencia existe más allá del cerebro físico.

YO. ¿Crees que es posible experimentar con las ECM en un laboratorio?

E. A. Desde luego. Sin embargo, como médico, mantengo el juramento hipocrático y le profeso el más elevado de los respetos. Los médicos y científicos no pueden llevar a cabo experimentos que puedan perjudicar a sus pacientes. Nuestras vidas son infinitamente preciosas, y a pesar de que la investigación en esta área me interesa muchísimo, la salud y el bienestar de los demás está por encima de cualquier cosa que podamos aprender usando ese método. Estoy en contacto con equipos de investigadores de todo el mundo que están llevando a cabo estudios muy interesantes, y todos ellos han encontrado formas creativas de aprender más cosas sobre la conciencia —desde el punto de vista neurocientífico al de la física teórica— sin arriesgar bajo ningún concepto la vida de los pacientes.

YO. ¿Puede la ciencia explicarlo todo o necesita abrirse a otras disciplinas de conocimiento para explicar los misterios de la vida y la muerte, la física y el universo?

E. A. Básicamente, la ciencia es el estudio del universo observable. Creo que la ciencia puede explicarlo todo, siempre y cuando encontremos formas de observar un rango más amplio del universo. Hace tan solo unos pocos cientos de años, la enfermedad era vista como efecto de una maldición y se consideraba que los enfermos mentales estaban poseídos. Ahora, tenemos el vocabulario adecuado y el marco conceptual necesario para hablar de virus y bacterias, y las herramientas apropiadas, como microscopios, para observarlos y medirlos. Pero las diferencias entre la «magia» y la teoría y los hechos probables no siempre están claros desde el principio, y lleva tiempo elucidarlos. Y a pesar de que hemos aprendido mucho, no hemos llegado a ninguna parte. Las cazas de brujas todavía tienen lugar hoy en día en países como Papúa Nueva Guinea, donde quemaron viva a una mujer en 2013. Sería increíblemente arrogante pensar que hemos descubierto todas las formas de ver el mundo y todas las herramientas para medirlo. Los científicos dan lo mejor de sí cuando están abiertos a todas las posibilidades, y se enfrentan a sus estudios sin asunciones ni pensamientos preconcebidos.

YO. Cuando una persona dice que ha tenido una ECM, los científicos no la creen. Cuando otra (como Louis Hay, Gregg Braden, etcétera) afirma que se ha curado de un cáncer con técnicas de pensamiento positivo, ¿qué creen los médicos como usted?

E. A. Como médico, he visto a gente cuyos exámenes médicos indicaban que tendría que haber muerto. Y he visto a gente deteriorarse sin motivo alguno, cuando tendrían que haber respondido al tratamiento. No lo sabemos todo con relación a las formas que el cuerpo humano tiene de curarse a sí mismo. Algunos estudios muestran que la gente en coma responde mejor cuando escucha palabras positivas de boca de sus médicos y seres queridos, gente que incluso «no debería» poder oír o procesar sonidos. Claramente, todavía tenemos que aprender mucho sobre cómo funciona nuestro cerebro, y cómo interactuamos con nuestro entorno cuando el cerebro está gravemente dañado. Sabemos que los tratamientos modernos para el cáncer, como la quimioterapia y la radiación, funcionan mejor que cualquier otro. Pero esto no significa que sean lo mejor para cada caso, y a veces no hay razones claras que revelen por qué en algunos casos sí y en otros no. No le aconsejaría a ningún paciente que rechazara la quimioterapia a favor de la meditación o de cualquier otro esfuerzo mental, pero tampoco desprecio el poder del pensamiento positivo.

YO. Durante tu ECM conociste a otros seres, aprendiste que había otros mundos, otros universos, otras existencias. Entonces, ¿existen los alienígenas?

E. A. Creo que hay más cosas en la Tierra y en el cielo de las que la mayoría de las filosofías de la gente han llegado a soñar. Hoy en día sabemos que hay otros planetas capaces de alojar vida. Estadísticamente, además, sabemos que algunos de ellos, de hecho, tienen que albergar vida. La humanidad es un auténtico milagro, pero no soy tan egoísta como para pensar que tenemos el monopolio de la conciencia.

YO. En tu libro La prueba del cielo encontramos el testimonio de una persona que es neurocirujano, pero no un testimonio científico. ¿Estás más interesado en «difundir la palabra» o has pensado en comenzar a investigar las ECM desde el punto de vista científico y publicar también libros y revistas orientados a la comunidad científica?

E. A. Quería que La prueba del cielo llegara a la gente sin conocimientos científicos. Hay muchos estudios sobre ECM, pero la jerga científica puede desalentar a los lectores.

Como en otros casos de ECM, Eben Alexander estuvo acompañado en todo momento por un ser guía, que le acompañó durante un viaje iniciático en el cual recibió mensajes y conocimientos que giraban en torno a la idea de la universalidad del amor como la auténtica y única fuerza motora del universo. En el caso de nuestro neurocirujano, este mensaje se dividía en tres frases: «Os aman y aprecian profunda y eternamente. No tenéis nada que temer. Nada de lo que hagáis puede ser malo». En La prueba del cielo, este neurocirujano habló también de una fuerza superior, una entidad a la que él llamaba «Om», que le mostró muchas cosas: «Om me reveló que no hay un solo universo, sino muchos más, de hecho, de los que yo podría llegar a concebir, pero que el amor reside en el centro de todos ellos». Posteriormente, una vez recobrada la conciencia y totalmente recuperado, se daría cuenta, al mirar una vieja fotografía de sus hermanos biológicos, de que aquel ángel que lo había acompañado durante su paseo era Betsy, una hermana fallecida a la que jamás había tenido la oportunidad de conocer. Increíble pero cierto.

Esta fue, a grandes rasgos, la ECM de Eben Alexander. Después de aquello, Eben se pasó bastante tiempo examinando los informes médicos de su caso. Había estado en coma siete días a causa de la meningitis y, durante todo aquel tiempo, su cerebro —su neocórtex— estuvo apagado. Es decir, su cerebro, y especialmente el área que comúnmente está implicada en los sueños lúcidos, no presentaba signos de actividad. Eso era lo realmente extraño para él, y fue el principal motivo que lo llevó a pensar que su caso era especial: puesto que descartaba cualquier implicación cerebral en la experiencia, no podía haberse tratado de una mera fantasía, sueño o alucinación. El dato es de suma importancia, porque si su cerebro no presentaba actividad, especialmente en la región cerebral vinculada a los sueños lúcidos, era imposible que la vivencia que él había tenido durante su ECM fuera un producto del cerebro. De ahí que su caso sea tan relevante para los científicos y médicos, que siempre han estado divididos a la hora de atribuir el fenómeno al cerebro o, por el contrario, al hecho de que la conciencia pervive a la muerte, aunque todavía no sepamos muy bien qué es eso a lo que llamamos «conciencia». Uno de los hechos más importantes es que el cerebro de Alexander estuvo monitorizado en todo momento mientras permaneció en coma. Los informes y exámenes médicos están ahí. Por tanto, esa documentación constituye un gran tesoro para la investigación, y todos los casos acaecidos en similares circunstancias que pudieran venir acompañados por este tipo de monitorizaciones cerebrales serían de gran ayuda para seguir ahondando en el gran misterio que nos ocupa: ¿adónde vamos cuando morimos?

Así fue como un neurocirujano que siempre se había mostrado escéptico ante la idea de que las ECM pudieran sugerir la existencia de un más allá, asegurando que se trataba de experiencias inducidas por una reducción de la cantidad de oxígeno del cerebro, entonó el mea culpa y confesó que había estado terriblemente equivocado, hasta el punto de asegurar que la muerte era una ilusión que de ninguna manera marcaba el final de la existencia personal. Y esta experiencia tan profunda fue la que le dio la «razón científica para creer en la pervivencia de la conciencia más allá de la muerte».

Coma: despertar o dormir

El estado de coma no es una muerte cerebral. Dicho de una forma fácil de entender: los comatosos están dormidos, pero no logran despertar, ni responden a estímulos. Miles de personas permanecen en coma alrededor del mundo sin que sus familiares sepan si van a recobrar la conciencia y recuperarse algún día. El coma puede durar días, semanas e incluso años. Hay personas que han logrado despertar tras muchísimos años de letargo. Hay otras que se encuentran en estado vegetativo, que parecen estar despiertas, pero no son conscientes de lo que sucede a su alrededor. Abren los ojos de vez en cuando y alternan periodos de sueño con otros de vigilia. Otras personas permanecen en estado de mínima conciencia, presentan muestras de actividad mental, pero no son capaces de establecer una comunicación coherente. El estado más trágico quizá sea el llamado «síndrome de cautiverio», porque en él el paciente es plenamente consciente de su situación, pero se siente enclaustrado en su cráneo y, a pesar de que conserva todas las funciones cerebrales, es incapaz de hablar o moverse. Tan solo puede abrir los párpados y mover los ojos hacia arriba, hacia abajo y al centro. Esto es lo que le sucedió a Jean-Dominique Bauby (1952-1997), editor de la revista francesa Elle, que aun así logró escribir su autobiografía La escafandra y la mariposa a través de un sistema de comunicación que su asistente ideó para que le dictara. Ella recitaba el abecedario y él parpadeaba si aquella era la letra que quería decir. Hay casos de personas como el polaco Jan Grzebski, un trabajador del ferrocarril que despertó tras diecinueve años en coma. Son casos raros, pero no imposibles. Lo que les espera al despertar es un inevitable periodo de superación de las trabas físicas, intelectuales y psicológicas que se presentan, que no siempre se salvan, y las posibles secuelas permanentes.

La prueba

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