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¿Quién cuida de los niños? Las ECM de los más pequeños
Los niños, incluso los más pequeños, también tienen ECM. La forma en la que interpretan sus experiencias o en que lo hacen los adultos que los rodean varía enormemente. Sea como fuere, lo cierto es que las aventuras de ida y vuelta de los niños son tan fascinantes o más que las de los adultos y aportan a la casuística de las ECM algunos de sus capítulos más prodigiosos.
Colton Burpo, un niño de un pueblo de Nebraska (Estados Unidos), tenía cuatro años cuando lo operaron urgentemente a causa de una apendicitis y se debatió entre la vida y la muerte. Unos meses más tarde, en el año 2003, empezó a hablar de los ángeles que le habían visitado en el quirófano, de los papás a los que había visto aguardando desconsolados en la sala de espera y de otras cosas extrañas. Su padre, Todd, lo animó a seguir hablando de aquello, y así fue como el pequeño se fue soltando y contando todo lo que recordaba, hasta que empezó a hablar de su bisabuelo Pop, muerto desde hacía más de treinta años, o de la hermanita a la que también había visto en el cielo (que no llegó a nacer, puesto que la madre tuvo un aborto). ¿De dónde había sacado aquella información? ¿Cómo podía saber aquellas cosas? Todd y Sonja, la madre de Colton, alentaron a su hijo para que les contara todo lo que había visto. Lo que no podían esperar era que su pequeño les fuese a contar que había estado con Jesucristo, quien le había mostrado el cielo y el infierno, y que además lo había hecho depositario de unos importantes mensajes.
Colton Burpo: las emocionantes revelaciones de un niño
El padre de Todd, un pastor de la iglesia local, decidió revelar todo aquello en el libro Heaven is for real (2010), traducido al español como El cielo es real dos años después. En 2014 incluso se estrenó una adaptación cinematográfica. Colton y su familia vinieron de gira a España a propósito del lanzamiento de su segundo libro. Decidí que aquella era mi oportunidad para entrevistarme con él y me puse de acuerdo con la editorial para ver qué podíamos hacer, pero acceder a Colton no era fácil y nuestras agendas no terminaban de casar. Al final, la jefa de prensa de la editorial me propuso participar en un encuentro digital organizado por una famosa librería, en el que diversos internautas tendrían la oportunidad de preguntarle lo que quisieran. La jefa de prensa me dijo que aprovecharía ese momento para hacerle llegar mi lista de preguntas. Como decimos en mi pueblo, a falta de pan, buenas son tortas, así que accedí, un poco a regañadientes, pero lo hice. De todos modos, tengo que decir que tampoco me habría ido mucho mejor si lo hubiera entrevistado en persona, puesto que un compañero mío que sí lo consiguió apenas tuvo un par de minutos con el muchacho. No le permitían más. Era comprensible: se trataba tan solo de un niño. Aun así, el dispositivo mediático era más digno de Justin Bieber que de otra cosa. Estaba claro que Colton Burpo era, en aquel momento, la gallina de los huevos de oro.
La ECM de Colton Burpo estaba llena de matices, fundamentalmente cristianos, pero siendo hijo de un pastor de la iglesia local y trabajando su madre en la parroquia, no podía ser de otra manera. El lugar en el que estuvo fue claramente definido como el «cielo», y los seres que allí lo recibieron eran ángeles y el mismísimo Jesucristo en persona. Pero antes de llegar a ese punto, Colton había tenido que pasar por el filo de la cuchilla de la muerte. Los médicos no dieron muchas esperanzas a sus padres. De hecho, no respondía al tratamiento. Un apéndice perforado amenazaba con llevárselo al otro lado para siempre. Los padres de Colton, Sonja y Todd, cristianos devotos y fervorosos, llegaron incluso a ponerse realmente furiosos con su Dios cuando vieron que el pequeño se les iba de las manos, pero, al final, no les quedó otra y acabaron rezando empedernidamente. Era lo único que les quedaba. La buena noticia es que Colton no llegó a morir en ningún momento —según los informes médicos—, así que estuvo bajo los efectos de la anestesia general (algunos relatos de ECM no se producen durante una muerte clínica, sino bajo los efectos de la anestesia). Se recuperó, salió de aquella y vivió para contarlo: había estado en el cielo y conocido a Jesús, un tipo con barba y cabellos castaños y largos, de ojos hermosos, ataviado con ropas blancas cruzadas por una faja púrpura y que, además, conservaba las marcas rojas de la crucifixión. A medida que Colton contaba aquellas cosas, Todd se iba quedando cada vez más perplejo. Después, el niño le explicó a su padre que Jesús le había encomendado una tarea que hacer, como un profesor de colegio que manda hacer unos ejercicios: «Jesús me dio tarea para hacer, y eso fue lo que más me gustó del cielo. Había muchos niños, papá». La descripción de aquellos niños era totalmente angelical y cristiana, pues si había algo que los caracterizaba era que tenían alas. Ante las descripciones de Colton, Todd fue identificando a todos aquellos seres que poblaban el cielo en el que había estado su hijo con toda suerte de referencias bíblicas.
Colton les comentó a sus padres que había logrado sobrevivir gracias a sus oraciones, y que por eso Jesucristo le había dicho que debía regresar. También les explicó que en el cielo había visto a Pop —el abuelo de Todd— y a su hermanita, la que había muerto en la barriga de su mamá. Aquello les sacudió de pies a cabeza. Era cierto que Sonja había tenido un doloroso aborto. Se lo habían explicado a Cassie, otra hermana de Colton, porque ya era más mayorcita y tenía edad para entenderlo, pero jamás se lo habían contado al niño. ¿Cómo podía saberlo? Su hijo dio más detalles: «En el cielo, esta niñita vino corriendo hacia mí y no dejaba de abrazarme». Sus padres le preguntaron por el nombre de aquella niña. Colton respondió: «No tiene nombre. No le pusieron nombre». De nuevo, volvía a acertar. Aquello era tan emocionante como inexplicable.
Pasaban los días y Colton seguía dando información esporádica sobre su experiencia, con detalles relativos incluso a cómo era el trono de Dios, que Jesucristo estaba sentado a su lado, qué lugar ocupaba el arcángel Gabriel, etcétera, y diciendo cosas como «Dios y Jesús iluminan el cielo, nunca oscurece, siempre está claro», «nadie es viejo en el cielo ni nadie usa gafas», «los ángeles llevan espadas para mantener a Satanás alejado del cielo» o los que no llevan a Jesús en el corazón «no pueden ir al cielo». Cuando Todd y Sonja decidieron poner por escrito la aventura de su hijo, sugirieron veladamente que la religión cristiana era la triunfante y verdadera. Voy a ser sincera: el relato de la familia Burpo es un auténtico panfleto de proselitismo cristiano y, si leen sus libros, encontrarán una cita de la Biblia en cada página. Una de las últimas entrevistas que se le hizo a Colton en España tuvo lugar en 2013. El muchacho tenía ya trece años de edad y cada respuesta era prácticamente un aleluya. Decía cosas como que el arcángel Gabriel era un bromista, que el arcángel Miguel llevaba una gran espada en llamas, que Dios había elegido a su familia. De él mismo afirmaba que tenía aquí, en la Tierra, la misión de divulgar la palabra, por así decirlo: hablar de Jesús con todo el mundo y conceder entrevistas. El complejo mesiánico que arrastra y sigue arrastrando este chico es bestial. Sin embargo no podemos negar su experiencia ni la de ningún otro testimonio por la interpretación en clave cultural, religiosa o de acuerdo a su sistema de creencias, pues ninguna ECM está desprovista de ese envoltorio interpretativo: unos ven ángeles, otros ven extraterrestres, otros divinidades hindús, y así sucesivamente. Creo al cien por cien que Colton vio lo que dijo que vio, como creo en tantos otros casos que me han llegado de otros niños. Lo que sí puedo decir es que, en todos los años que llevo recogiendo testimonios de personas que han tenido una ECM, jamás me había encontrado con nadie que hubiera instrumentalizado la vivencia de una forma tan bestial, sacándole tanto rédito religioso. Tampoco sé si esa pesada carga es la que deberían soportar los hombros de un niño, aunque él parece realmente cómodo con el papel.
En cuanto a las preguntas que lancé durante el encuentro digital (bastante inquisitivas, he de reconocerlo), creo que fueron más elocuentes las que decidieron no responder que aquellas a las que sí contestaron, aunque no me corresponde a mí juzgarlo.
Las preguntas que los Burpo respondieron... y las que no
YO. Colton, pasado el tiempo desde la operación que sufriste de pequeño, ¿recuerdas todavía nítidamente aquel episodio?
COLTON. Sí, recuerdo la mayor parte de mi experiencia.
YO. Los expertos y estudiosos de las ECM dicen que el «cielo» se presenta tal y como uno espera que sea. Para la mítica Kübler-Ross, eran sus amadas montañas suizas. Un musulmán tiene muchas posibilidades de ver a Mahoma, y Colton habla de Jesús y los ángeles, de los que seguramente había oído hablar usted, a su padre, que es predicador. ¿Es el cielo como uno espera que sea?
TODD. No estoy de acuerdo con el hecho de que el cielo se presente a la gente tal como se lo esperaba, por varias razones: Colton era demasiado joven para esperar nada en especial. Él no sabía que habíamos sufrido un aborto y, por tanto, no podía esperarse encontrar allí a su hermana. Y también mi abuelo, que murió cuando yo era muy joven, y Colton no podía esperarse encontrarlo, y tampoco reconocer unas fotografías de él tomadas en los años cuarenta, mucho antes de que naciera. En segundo lugar, muchos otros niños a los que Colton no conocía dieron los mismos detalles del cielo que dio mi hijo. Es imposible creer que tanta gente tan diferente pudiera esperar lo mismo. La única explicación es que fueron al mismo lugar, pero no tenían las mismas expectativas. Y en tercer lugar, Akiane Kramarik, la niña que pintó el retrato de Jesús, venía de una familia que nunca iba a la iglesia. Lo que dice sobre Jesús en el cielo contradice lo que podría esperar, siendo su madre atea y su padre agnóstico.
YO. No todas las personas que han tenido una ECM relatan el episodio como algo agradable, sino que lo viven como una auténtica pesadilla. Para todos ellos, cielo o infierno, la experiencia fue real y supuso un cambio radical en sus vidas. A su juicio, ¿estarían viendo lo más parecido al infierno en lugar del cielo? ¿Lo que uno ve en la ECM es un reflejo de lo que lleva dentro? Es decir, si uno vive atemorizado, con culpas, miedos, ¿tendrá una experiencia horrible? ¿O piensa usted que las personas que ven el infierno están siendo avisadas de lo que les puede venir en el más allá si no tienen una vida entregada a Dios?
TODD. Colton estuvo en el cielo, pero pudo ver el infierno desde el cielo. Jesús también le enseñó a Colton imágenes del diablo. Colton dijo que también vio cómo Jesús, en el futuro, mandaba al diablo y a sus seguidores al infierno. Sé que este es un pensamiento muy desagradable, pero es real. Jesús también le dijo a Colton que, si la gente escoge creer en él y seguirlo, entonces irá al cielo. Si el Jesús al que conoció Colton es el mismo Jesús que describe la Biblia, es lógico que le enseñe lo mismo que enseña la Biblia. Las enseñanzas de Jesús en la Biblia se corresponden con lo que dijo Jesús a Colton en el cielo.
YO. Todd, en el libro usted habla claramente de cristianismo y las referencias a la Biblia son constantes. Básicamente, la historia está enmarcada en la fe cristiana. A su juicio, ¿es el cristianismo el único vehículo para llegar a Dios? ¿O se puede llegar a Dios mediante el judaísmo, el islamismo, el budismo, las religiones panteístas, etcétera?
SIN CONTESTAR.
YO. Hay pasajes en sus libros en los que se leen unas palabras de Colton en las que advierte, a raíz de un fallecido que no lleva a Jesús en el corazón, que este no irá al cielo, cosa que Todd relaciona más adelante con un pasaje de la Biblia en el que Jesús se proclama como la puerta del cielo. La cuestión es que la gente suele tomarse las cosas muy al pie de la letra, incluso la interpretación de la Biblia, y a mí me gustaría aclarar si esto debemos tomarlo al pie de la letra o no. En su opinión, y especialmente en la de Colton, con toda sinceridad, ya que parece tener información privilegiada, ¿va uno al cielo si en lugar de tener a Jesús en el corazón tiene a Mahoma o a una divinidad hindú?
SIN CONTESTAR .
La niña que pasó tres días y tres noches perdida en la sierra
Algunos de los casos más famosos de «damas blancas» o «damas protectoras», en los que los niños perdidos en el bosque sobreviven gracias a los cuidados de una enigmática señora que cuida de ellos, según sus testimonios, quizá sean ECM en realidad. Tal podría ser el famoso caso de Antonia Tamayo Beteta, acaecido hace ya algunos años, que me propuse investigar personalmente con el fin de ahondar en los detalles de esta historia.
Sucedió una fría mañana de diciembre del año 1979, cuando el helaje del invierno se cebaba en la sierra albaceteña de su tierra natal, Arroyo Sujayal. Los padres de Antoñita se ahogaron en el pozo de la desesperación. ¿Dónde estaba la pequeña? Los aldeanos organizaron batidas de búsqueda, la Guardia Civil registró cada rincón y Saturnino, el padre de la niña, incluso anduvo buscándola descalzo por los montes, con las esparteñas al hombro, en señal de ofrenda y sacrificio. Tal vez así Dios se compadeciera de las llagas de su sufrimiento y le devolviera a su hija. Al segundo día de búsqueda infructuosa, nadie conservaba ya la esperanza. Si aparecía, había de ser muerta, porque aguantar la helada de la noche parecía cada vez más improbable, máxime cuando, al parecer, la niña apenas llevaba ropa. Las horas pasaban haciendo crecer la angustia. La Guardia Civil barruntaba que la habían asesinado y empezó a señalar a sus principales sospechosos; el mayor de todos ellos, el propio padre de Antonia, Saturnino Tamayo. Al tercer día, ocurrió el milagro: unos aldeanos la encontraron a tres montes de distancia. A pesar de que había pasado tres días y tres noches sin comer, ni beber, ni otro cobijo que el de un agujero que medio escarbó en la tierra, entre una sabina y un enebro, la niña parecía estar bien, como así lo certificó el personal médico del hospital al que la llevaron para hacerle los reconocimientos y exámenes pertinentes. Nadie se explicaba el prodigio de aquella aventura que había acabado con un final feliz, pero lo más insólito de todo fue lo que la reaparecida contó a todos los que le preguntaron por la odisea de aquellos tres días. Según ella, el terror que había pasado se difuminó con la visita de una señora muy guapa y vestida de blanco, que la arropaba con su manto, infundiéndole paz y calor, y le daba de beber para que no pasara sed.
La historia era tan impactante y caló tan hondo en la sociedad española en general, y en la de Albacete en particular, que el hospital se llenó de gente, y las monjas organizaron una comida en la aldea, porque a pesar de que Antonia jamás hizo mención alguna a cualquier referente cristiano, muchos presumieron, o quisieron presumir, que aquella «señora guapa» que la había estado cuidando no podía ser otra más que la mismísima Virgen. Otros, como el padre de la niña, atribuyeron el milagro de la salvación a un ángel, tal y como lo expresó en su día en declaraciones a Televisión Española: «Dijo en la residencia que la tapaba una virgen con un manto blanco. Nosotros, yo, por lo menos, creo que hubo un ángel con ella». Con ángel o sin él, lo cierto es que el personal sanitario que la atendió no salía de su asombro. El doctor Lázaro Fernández Viñado encontraba difícil explicar médicamente su estado, teniendo en cuenta que, como él mismo expresó, «una niña de esta edad necesita mucho más calor que una persona mayor». Los síntomas de deshidratación, por otra parte, eran mínimos.
Acudí a la pequeña aldea de Arroyo Sujayal con el fin de reconstruir esta historia plagada de interrogantes y recabar más datos sobre qué fue lo que realmente ocurrió durante aquellas tres noches en las que Antonia Tamayo estuvo perdida. No es fácil llegar hasta esta pequeña aldea de la Mancha profunda, situada en el corazón de la sierra de los Molares; tampoco ayudan mucho los sistemas de localización por satélite, pero como preguntando se llega a Roma, me detuve en los campos y aldeas de los alrededores para averiguar el camino que debía seguir. Así fue como conocí a Juana Fernández Lozano y a su marido Indalecio Novo Alarcón, quienes, nada más preguntarles por dónde podía llegar a Sujayal y quién podría darme pistas de la historia, trajeron a la memoria el suceso como si acabara de ocurrir ayer: «La chiquilla se fue detrás de su padre. Su padre se fue a hacer leña, porque entonces se salía a hacer leña con las bestias, y se perdió. Y estuvo perdida tres días», comentaba Indalecio. Su esposa, Juana, me contaba: «Se pensaban que la habían matado. Aquello fue muy sonado. El padre se colgó las esparteñas a la espalda para encontrar a la chiquilla». Se estaba refiriendo al hecho de que el progenitor de la pequeña desapa-recida, en un acto de desesperación, decidió andar descalzo por la sierra, a modo de sacrificio, mientras buscaba a su hija, para ofrendar así su sufrimiento a cambio de que Dios le devolviera a la niña. ¿Qué opinaban del hecho de que al final la encontraran sana y salva, después de pasar las noches al raso a unos ocho grados bajo cero? «Aquello fue un milagro, aparecer así la chiquilla», opinaba Indalecio. «Eso ya no lo sé yo —comentaba Juana—, ya estaría la Virgen con ella».
La prueba...
El color azul está presente en muchos de los relatos narrados por los protagonistas de ECM, EFC, encuentro o abducción extraterrestre, casos de damas blancas, etcétera. Muchos testimonios aseguran que la luz que irradian los seres con los que se encuentran tiene algún destello azul; en ocasiones, las damas blancas tienen un manto azul, motivo por el que, frecuentemente, se las ha identificado con imágenes marianas (la Purísima y otras imágenes virginales). Cuando le preguntaron a Colton Burpo cómo era el Espíritu Santo, al cual, presumiblemente, había visto durante su ECM, dijo que era «medio transparente, medio azul, y se nota su fuerza y su potencia». La dama blanca que cuidó a Trinidad Collado, una niña del pueblo conquense de El Picazo que se perdió el 31 de diciembre de 1943, durante toda la noche en que estuvo perdida fue descrita como «una mujer alta con un vestido azul». Y Antoñita Tamayo afirmó que la enigmática figura que la estuvo cuidando durante sus tres días y tres noches en la sierra era «una mujer alta que parecía tener un vestido azulado».
Mis recién conocidos amigos Juana e Indalecio me indicaron cómo llegar hasta Arroyo Sujayal. Allí me dirigí, con la esperanza de encontrar algún aldeano que recordara la historia o me pudiese ayudar a localizar a su protagonista. Al llegar, me di cuenta de que el lugar conservaba todavía intacta la impronta de la sierra y el mismo aire campesino que debió tener a finales de los años setenta. Con apenas unas decenas de habitantes y una economía sustentada en la agricultura y la ganadería, la pequeña localidad rebosaba vida y dinamismo, pero, sobre todo, gentes de suma simpatía y hospitalidad. La primera persona con la que me paré a hablar se llamaba Emilia. Recordaba bien la historia de la niña perdida, porque ella misma había participado en las labores de búsqueda: «Aquella noche salimos a buscarla todos los que éramos. Estuvo desaparecida tres días. Cuando apareció, estaba medio desnuda. Y ella decía que la Virgen se le presentó, y que le daba agua, le mojaba los labios y la tapaba con un manto. Quién sabe. Yo digo que tuvo que ser un milagro para que una criatura tan pequeña estuviera tantos días con el frío que hacía, sin que le pasara nada. Un algo tuvo que haber, y más de la manera que iba, sin apenas ropa». Emilia me indicó por dónde se llegaba a la casa en la que Antonia vivía con su familia cuando era pequeña. Llevados por el sendero, me encontré con otro vecino, Manuel Sánchez. Grande fue mi sorpresa al descubrir, cuando me detuve a hablar con él, que fue el primero en llegar hasta la niña el día que la encontraron: «Yo fui uno de los primeros que llegamos adonde estaba. Había un señor haciendo leña que dijo que la oyó llamar. Yo estaba en uno de los bancales. Así que subí adonde él estaba y desde allí la observamos. Salí y cogí camino con él, y el primero que llegó fui yo». Según Sánchez, la pequeña estaba medio enterrada entre una sabina y un enebro, con el rostro un poco demacrado. «Se asustó —continuaba relatando—, pero yo le dije que no tuviera miedo, que la íbamos a llevar con su madre. Se había pasado tres días y tres noches en pleno mes de diciembre, por Navidad. Por esas fechas, aquí hace un frío muy seco. Y no llevaba ropa ninguna, nada más que un trapito, unas sandalias y ya. Ni calcetines, ni bragas ni nada más. Yo creo que participó Dios o que la Virgen la acompañó, porque con aquella temperatura una persona mayor no lo habríamos aguantado, y por donde ella anduvo, todavía más difícil. El terreno que ella recorrió, si lo ves, no te lo crees. Habrías dicho que aquello era imposible».
De acuerdo con los protagonistas de aquella historia que vivieron la angustia de la búsqueda, si ya era insólito que la niña hubiera aparecido sana y salva con semejantes condiciones atmosféricas y sin agua, ni ningún alimento que echarse a la boca, más imposible les parecía teniendo en cuenta que no solo no llevaba prendas de abrigo, sino que apenas llevaba ropa. La mayor sorpresa, sin duda, fue encontrarla viva: «Todos pensaban que había muerto». Manuel Sánchez también hizo referencia al clima de tensión que se generó durante aquellos días de incertidumbre, cuando las fuerzas de seguridad empezaron a presionar: «La cosa se puso muy jodida. La Guardia Civil empezó a apretarnos; registraron las casas... Encima que estuvimos noche y día buscándola, e incluso acompañándolos, porque ellos no conocían los caminos». Y si la primera sorpresa fue encontrarla viva, la segunda sorpresa fue escuchar cómo había logrado aguantar aquellas noches: «Decía que una mujer la había tapado con su vestido», insistía Manuel.
La única persona con la que me quedaba por hablar era con la propia protagonista de esta historia. Antonia ya no era aquella que se perdió en el monte, y lo seguía siendo, al mismo tiempo, porque aquellas noches bajo las estrellas de la sierra albaceteña se grabaron en el rincón más profundo de su alma con tinta de miedo. Y es que cuando la señora de cabellos largos y vestido blanco no estaba con ella para consolarla con su compañía, Antonia tenía que vérselas con la soledad de la montaña. Lo primero que me llamó la atención cuando la entrevisté, aparte del encanto que desprendía como persona, fue lo fresco que tenía el terror de sus recuerdos: «Oía a las zorras y los mochuelos y me ponía a llorar. Sentía miedo. Pasé miedo, mucho miedo. Horror». Tanto trauma le causó la experiencia, según me contaba, que desde entonces no había podido volver a pisar el campo ni salir de casa por la noche. Sencillamente, era incapaz de enfrentarse a la oscuridad, o al espanto de oír los ruidos que emitían las alimañas nocturnas. Tampoco soportaba ver películas de miedo o leer libros de terror. Los miedos que pasó de pequeña durante aquellos días en los que estuvo perdida enraizaron fuerte en su alma, y se hicieron mayores con ella. De hecho, a la pregunta de qué era lo primero que le venía a la mente al recordar aquella historia, no dudaba en contestar: «Mucho miedo». Aquel pánico solo desaparecía cuando recibía la visita de una señora vestida de blanco: «Me producía una sensación de paz. No tenía miedo cuando estaba con ella».
Otra de las cosas a las que Antonia dio más importancia fue a la sesión de hipnosis clínica a la que fue sometida cuando Iker Jiménez la llevó al programa Cuarto Milenio. Allí, el psicólogo transpersonal Fernando Martínez la indujo a un estado de conciencia en el que Antonia pudo revivir la experiencia con todo lujo de detalles y de forma muy vívida. «La regresión me ayudó mucho —me confesaba—, marcó un antes y un después en mi vida. Me veía cómo iba vestida y todo». Efectivamente, aquella experiencia a la que ella se refería como «regresión» la ayudó a superar algunos miedos y a resolver ciertas incógnitas que se habían quedado ancladas en la parte trasera de su memoria sin poder salir a flote. Así, mediante esta terapia, fue capaz de recordar que aquella señora de blanco era una «luz grande, cálida», que le gustaba y la hacía sentir bien. Cuando veía aquella luz, no sentía frío. La hacía sentir protegida. Lo revivió todo con la misma carga emocional. De hecho, Antonia temblaba y convulsionaba en el diván mientras revivía la experiencia, guiada por el terapeuta Fernando Martínez. Solo cuando la dama de luz se acercaba, su cuerpo se libraba de los temblores: «Se acerca otra vez la luz. Es una señora que está ahí con manto azul. Me dice que no tenga miedo. Me coge. Es muy bonita. Tiene la cara blanca. Es muy suave. Su mano es muy suave. Me dice que no tenga miedo. Me acaricia la cara, me pregunta si tengo frío, me tapa con su manto. Me pregunta si tengo sed, me da agua». De esta guisa se expresaba Antonia Tamayo en plena sesión de hipnosis clínica emitida el 19 de septiembre de 2007, en el programa 82 de Cuarto Milenio, perteneciente a su tercera temporada. La experiencia sirvió, entre otras cosas, para arrojar luz sobre algunos detalles. El primero fue que la niña realmente vivió aquella experiencia. El segundo, que la blancura de aquel ser obedecía más bien a que era descrito como un ser de luz. Y el tercero, la capa o manto de color azul, un dato bastante relevante y común en los relatos de damas blancas y ECM.
La hipótesis que Fernando Martínez ofreció tras realizarle a Antonia aquella sesión terapéutica fue que esta había vivido una ECM, debido a las condiciones extremas de hambre y frío que la niña había padecido, y tengo que decir que estoy bastante de acuerdo con esa posibilidad. Es aquí donde las fronteras de la interpretación y la casuística se tocan en líneas tangenciales: apariciones de la Virgen, ángeles guardianes, encuentros y abducciones extraterrestres, damas blancas, espíritus de seres fallecidos, figuras folclóricas, etcétera. Todo tiene cabida en el imaginario popular de las gentes. ¿Estaremos hablando todos de lo mismo, pero con diferentes idiomas culturales? Es posible.
A modo de curiosidad, les diré que algunos casos de niñas perdidas tienen bastantes cosas en común con los casos de supuestas abducciones extraterrestres. De hecho, el caso de Trinidad Collado, la niña perdida de El Picazo (Cuenca), podría entrar en esta casuística, según los expertos en ufología. Los extraterrestres nórdicos de las Pléyades, también conocidos por los expertos como «hermanos del espacio», son descritos como seres altos, de cabellos largos y rubios, piel clara o translúcida, mirada oblicua de ojos azules y extraordinariamente bellos. ¿Damas blancas? ¿Ángeles guardianes? La doctora Elisabeth Kübler-Ross y otros expertos en relatos de ECM afirman que los niños, cuando no tienen ningún referente de familiares fallecidos que pueda acompañarlos en momentos de agonía o venir a buscarlos en el momento de su muerte, ven a unos seres bellísimos y luminosos, de aspecto angelical, que actúan como sus ángeles de la guarda.
En España se conocen otros casos de damas blancas. He seleccionado dos de ellos, convencida de la apreciable riqueza de estos acontecimientos que jamás deberíamos dejar de documentar.
La dama del delantal (Rojales, Alicante)
El 18 de enero de 1896, la niña Encarnación Hernández se perdió. La encontraron en un lugar alejado, el Barranco del Búho, y a pesar de la helada y el frío de la época, la joven aseguró que no había tenido frío porque una señora la había estado tapando con su delantal por la noche.
La niña de las peras (Tenerife)
No se sabe muy bien si la historia de la niña de las peras pertenece al mundo de la leyenda o si realmente llegó a pasar, pero cuentan que, a finales del siglo xix, unos padres enviaron a su pequeña a buscar fruta en un paraje cercano conocido como el Barranco de Badajoz. La niña se perdió, y a pesar de que sus padres la buscaron sin descanso, no lograron encontrarla. Algunas décadas más tarde, la niña regresó al hogar, ante el gesto atónito de sus padres, pues seguía teniendo el mismo aspecto que presentaba el día de la desaparición. ¡No había crecido! Y es que, de hecho, para ella no habían pasado más que unos minutos. Contó que se había quedado dormida junto a un peral, donde la despertó un ser muy alto vestido de blanco, que la llevó consigo al interior de una cueva por la que descendieron por unas escaleras hasta un lugar idílico, un jardín en el que había otros seres blancos como aquel. Tras charlar unos minutos con ellos, su inmaculado acompañante la llevó de regreso a la entrada de la cueva y se despidió de ella. Para la niña de las peras habían pasado tan solo unos minutos. Para sus padres y el resto del mundo, habían pasado ya más de veinte años.