Читать книгу Una aristócrata en el desierto - Matrimonio en juego - Maisey Yates - Страница 6
Capítulo 2
ОглавлениеUno de los criados te mostrará tus aposentos.
–¿No podrías enseñármelos tú? – pidió ella. No sabía por qué demandaba pasar más tiempo con él. Tal vez, fuera un intento de recuperar el control de la situación.
A Olivia no le gustaba que las cosas se le escaparan de las manos. Durante los dos últimos años, se había sentido como un meteorito a la deriva en el espacio. Odiaba esa sensación. Era demasiado parecido a lo que había vivido de niña, con el espectro de la enfermedad sobrevolando su hogar.
De todas maneras, no era momento para derrumbarse, ni para pensar en sí misma. Había cosas más importantes que tener en cuenta, como el bien de su país adoptivo.
–Te aseguro que no tengo ni idea de dónde están los cuartos de invitados.
–¿No conoces la disposición de las habitaciones en tu palacio?
Tarek dio unos pasos hacia ella.
–Este no es mi palacio, sino el de mi hermano. Llevo su corona y me siento en su trono.
A Olivia le resultó imposible respirar al verlo acercarse. No se parecía en nada a los hombres que ella había conocido. No tenía nada que ver con su padre, amable y sofisticado. Ni con su culto marido. Ni con su sólido y tranquilo cuñado. Tarek tenía mucha más fuerza. Absorbía todo a su alrededor, como un poderoso agujero negro.
–Nada de esto me pertenece. Yo no estoy hecho para ser rey. Si quieres moldear mi persona para hacerme encajar en el papel, debes ser consciente de ello.
–Entonces, ¿qué solución se te ocurre? Porque, quieras o no, eres el rey – comentó ella. Le sorprendió ser capaz de seguir hablando, a pesar de lo impresionada que estaba por su cercanía.
–Supongo que tú eres la solución. Los consejeros de mi hermano me desesperan. Me parecen unos lisonjeros que no tienen personalidad propia. No los quiero a mi alrededor.
–Vamos, a la mayoría de los gobernantes les gusta que les bailen el agua.
–Solo un hombre busca la admiración de los demás. Un arma solo quiere ser usada. Y eso, Olivia de Alansund, es lo único que yo soy.
Ella tragó saliva, tratando de mantener la calma y la compostura.
–Entonces, te enseñaré a luchar del modo en que lucha un rey.
Cuando Tarek comenzó a caminar a su alrededor, ella se estremeció.
–Me preocupan las cosas que he dejado desatendidas.
–Estoy segura de que sabes más sobre muchas cosas que tu hermano – sugirió ella–. Usa tus conocimientos. Y deja que te ayude con lo demás. Interactuar con los diplomáticos es política, mi especialidad. Mi marido me enseñó todo lo que sé.
–Bueno, entonces, espero que me lo demuestres. Sígueme – indicó él, pasando delante de ella.
Olivia se esforzó por seguir sus pasos. Era casi imposible. Era mucho más alto y una sola zancada suya equivalía a tres de ella. Con los finos tacones, se sentía como un cervatillo asustado correteando sobre el suelo de mármol.
–¿Adónde me llevas? Dijiste que no sabías dónde estaban mis aposentos.
–Dame un poco de agua, déjame en el desierto y encontraré el camino de vuelta. Aun así, este palacio me resulta un laberinto. Está demasiado oscuro. Dependo del sol para orientarme.
–Interesante. Pero ¿me estás llevando a mi habitación o al desierto?
En ese momento, una sirvienta apareció en el pasillo con la vista baja.
–Estás aquí. ¿Existen habitaciones de invitados para alojar a la reina? – preguntó él con tono autoritario.
–Sultán Tarek, no sabíamos que iba a tener una invitada – repuso la joven con los ojos muy abiertos.
–Sí, porque yo no os lo dije. Pensé que mis consejeros se habían ocupado de eso. Hasta las cosas más sencillas resultan difíciles aquí. En el desierto, cada persona busca lo que necesita. No tenemos tanta burocracia inútil.
La sirvienta lo miró sin saber qué decir.
–Me servirá cualquier habitación que esté disponible – indicó Olivia, intentando suavizar la tensión–. También necesito que me traigan las maletas del coche.
La criada asintió.
–De acuerdo. La habitación más cercana a los aposentos del sultán tiene la cama hecha. Es la más rápida de preparar.
Cuando Tarek se puso rígido, Olivia intuyó que no le agradaba tenerla cerca.
–Me parece bien – dijo ella antes de que él pudiera negarse. Después de todo, su objetivo era estar cerca del sultán.
–Hazlo, pues – ordenó Tarek.
La criada asintió y salió corriendo.
–Supongo que sabes cómo encontrar tu habitación – dijo Olivia.
–Así es. Sígueme.
Atravesaron un laberinto de pasillos con paredes de plata y suelos de piedra. El palacio de Alansund albergaba las joyas de la familia real. Ese palacio parecía estar hecho de ellas. Era el lugar más ostentoso que Olivia había visto jamás.
–Es precioso.
–¿Sí? – preguntó él, parándose en seco para mirarla–. A mí me resulta opresivo.
Era un hombre extraño, pensó Olivia. Impenetrable como una roca y, al mismo tiempo, sincero en sus palabras.
–Supongo que estás acostumbrado a los espacios abiertos y, por eso, te resulta difícil vivir entre paredes de piedra.
–Estoy acostumbrado a las paredes de piedra. He pasado mucho tiempo viviendo en cuevas. Y en un pueblo abandonado en medio del desierto. Pero no tengo buenos recuerdos de eso – contestó él.
A pesar de lo intrigada que estaba, Olivia intuyó que no serviría de nada seguir preguntándole. Se recordó a sí misma que, de todos modos, no necesitaba saber qué había pasado en aquel pueblo. Ni necesitaba comprender a Tarek.
Solo necesitaba que se casara con ella.
Una oleada de miedo la invadió al pensarlo. De pronto, se preguntó por qué había aceptado casarse con un extraño.
Lo hacía por Alansund y porque Anton se lo había pedido. Lo hacía porque era una reina sin trono y sin marido, porque no tenía adónde ir.
Tragándose su miedo, siguió al sultán hasta unas puertas ornamentadas que él abrió sin decir nada.
–Eres un conversador excitante, ¿te lo han dicho alguna vez?
–No – repuso él, ignorando el sarcasmo.
–No me sorprende.
–Nunca se me requirió que ofreciera conversación.
Con aquella afirmación, Tarek expresó toda su impotencia. Y, de alguna manera, con esas palabras, Olivia se sintió conectada con él. Los dos se encontraban en una situación para la que no habían sido preparados. Ella había sido desposeída de su estatus y había perdido al hombre que formaba parte de su alma. Y Tarek había sido arrancado del desierto para desempeñar un papel que lo alienaba.
–Encontraremos la manera de arreglar eso – afirmó ella, no muy segura de si para tranquilizarse a sí misma o a él.
–Y, si no es así, volverás a tu casa.
–No tengo casa – negó ella–. Ya no.
–Entiendo. Yo sí tengo hogar. Pero no puedo regresar a él.
–¿Y si construimos uno nuevo aquí?
Olivia intentó imaginarse cómo sería tener un vínculo con ese hombre, pero le resultó imposible. Aunque no más imposible que regresar a Alansund.
–Si no es así, tal vez podamos limitarnos a impedir que el palacio se convierta en una ruina, junto con el resto del país. ¿Qué te parece?
–Es mucho esperar de una desconocida – comentó ella.
–Prefiero confiar en ti que en cualquiera de los empleados de mi hermano.
–¿Tan malo era?
–Sí – afirmó él, sin dar más explicaciones.
–Entonces, tal vez no tengas que esforzarte tanto como crees. A tu pueblo le parecerás bueno solo por comparación.
–Tal vez.
Olivia no dijo nada. Se quedó callada a su lado, sintiéndose extrañamente incómoda.
–Creía que querías ver tu habitación.
–Así es – repuso ella y, pasando de largo ante él, dio una vuelta a su alrededor. No se parecía a los dormitorios de su palacio escandinavo, aunque también era magnífico. Como el resto del edificio, resplandecía de joyas. La cama tenía un dosel de oro, tallado como si estuviera hecho con ramas de árboles–. Creo que me siento un poco… – comenzó a decir y, cuando se giró, se dio cuenta de que estaba hablando sola.
Tarek se había ido sin decir palabra. Obviamente, había terminado con ella por el momento.
Se había quedado sola de nuevo. Algo que se había convertido en lo más común en los últimos meses.
Odiaba la sensación de vacío.
Sentándose en el borde de la cama, trató de liberarse del miedo y la tristeza que la asfixiaban.
–No puedes derrumbarte ahora – se dijo a sí misma–. No debes derrumbarte nunca.
Tarek no estaba seguro de si era un recuerdo o un sueño. O ambas cosas.
Como le había ocurrido siempre que había regresado al palacio, los fantasmas del pasado lo acosaban.
Se había pasado demasiados años en el desierto con una espada como única protección. Allí, no había tenido miedo. Lo peor que le había esperado había sido la muerte. Pero, en el palacio, era distinto. Aquello era una tortura.
Se sentó, empapado en sudor. Estaba desorientado.
Se había despertado en el suelo, con una manta enredada en el cuerpo desnudo. Alerta, se puso en pie de un salto, mirando a su alrededor en la oscuridad. Se sentía como si se estuviera muriendo.
Tomó la espada de la mesilla. Algo andaba mal, pero no estaba seguro de qué era. Su mente era un nido de demonios y no podía ver con claridad ni decidir cuál debía ser su próximo paso. Por eso, se aferró a lo que conocía.
La violencia y el objetivo de derramar sangre antes de que nadie hiciera correr la suya.
El sonido de un trueno despertó a Olivia. Se sentó con el corazón acelerado, desorientada y confundida.
Cuando oyó el sonido de una espada contra la piedra se aferró con más fuerza a la manta. Por primera vez, temió por su vida. Había dado por sentado que estaría a salvo en el palacio de Tahar. Sin embargo, podía ser demasiado tarde para darse cuenta de su error.
Salió de la cama y se puso la bata. Sin hacer ruido, caminó hasta la puerta, sintiendo el frío mármol bajo los pies. Armándose de valor, agarró el picaporte y abrió.
Cuando asomó la cabeza, se quedó sin aliento al ver la imponente figura que se erguía en la oscuridad. Era un hombre alto, impresionante, desnudo. En la mano, la luz de la luna iluminaba una espada.
Olivia sintió terror, sí, y se quedó paralizada. Pero también la invadió una inusitada fascinación.
El hombre se giró y le vio la cara. Era Tarek.
Casi no parecía humano. Parecía más bien un guerrero vikingo de otra época. Tenía el pecho ancho y los brazos más musculosos que ella había visto. Era como una estatua de carne y hueso, un espécimen masculino moldeado a la perfección por las manos del artista.
Tarek se volvió de nuevo y se dirigió hacia ella. Paralizada, Olivia dejó de respirar. Pero, antes de llegar a su puerta, él se detuvo delante de su propia habitación.
Sin duda, el sultán no sabía dónde estaba. Quizá, estaba sufriendo un episodio de sonambulismo, pensó ella. Si no, no se estaría paseando desnudo por el palacio.
Entonces, cuando la luz que se filtraba por la ventana bañó su espalda y un poco más abajo, a Olivia se le aceleró el corazón y se le calentó la sangre en las venas.
Llevaba dos años sin tocar a un hombre. Pero no podía ser esa la explicación, se dijo a sí misma.
Sin embargo, allí estaba, cautivada por la visión de un hombre desnudo con una espada en la mano.
Debería pedir ayuda. Aunque tenía la garganta demasiado seca como para gritar.
En ese momento, él se volvió otra vez, la luz iluminó su rostro y Olivia se quedó perpleja al ver en él tanto dolor. Era la expresión de un hombre torturado.
Fue entonces cuando Olivia cerró la puerta y echó el cerrojo. Se ató la bata con más fuerza y se metió entre las sábanas. Lo único que podía escuchar era el latido de su corazón y su propia respiración entrecortada.
La llegada del amanecer se le iba a hacer eterna.