Читать книгу Una aristócrata en el desierto - Matrimonio en juego - Maisey Yates - Страница 9
Capítulo 5
ОглавлениеTarek había logrado escapar a las maquinaciones de Olivia durante cuatro días. Desde que había llegado al palacio, había ansiado el silencio como un hombre desesperado.
Y, desde que ella había llegado, su necesidad de estar a solas se había intensificado. Sobre todo, desde que lo había tocado en el baño.
Él no era inocente. Ni era tonto. Comprendía lo que significaba el fuego que había sentido. Entendía por qué ella lo había tocado. Pero se había jurado a sí mismo tener un único propósito en la vida. Para eso, debía renunciar a los placeres mundanos. En lo relativo a la alimentación, comía para sobrevivir Y, en relación al sexo…
Un hombre no lo necesitaba para sobrevivir.
De hecho, había sobrevivido treinta años sin él. De adolescente, se había sumido en el desierto. Había estado demasiado destrozado para preocuparse por el sexo. Las pesadillas y los recuerdos lo habían atormentado. Y la única manera de no perder la cordura había sido mantenerse firme en su propósito.
Había reducido sus necesidades a una sola hacía tanto tiempo que no podía recordar cuándo y dónde había enterrado sus deseos. No recordaba la última vez que había disfrutado de una cama suave, del sabor de una comida, o cuándo había soñado con acariciar las dulces curvas de una mujer.
Sin embargo, en el instante en que Olivia lo había tocado con sus dedos, todos aquellos sueños y fantasías habían regresado a él con la fuerza de un huracán.
Por primera vez en años, había ansiado comer algo dulce, tener una cama cómoda y blanda. Y ver lo que ella tenía bajo el vestido.
Por eso la había empujado de su lado. Experimentar su caricia lo había hecho sentirse tan vulnerable que no había podido resistirlo.
Por otra parte, Olivia tenía razón. Si iban a casarse, él no podría volverle la espalda a su deber como marido. Y como sultán.
Precisaba un heredero.
Aun así, todo era posible. Solo necesitaba organizar sus pensamientos y lo que su misión en la vida implicaba.
Habían hablado del rey que quería ser y, a pesar suyo, Tarek tenía que reconocer que Olivia estaba siendo de mucha ayuda. Apenas se reconocía a sí mismo en el espejo. No se parecía a la bestia que había salido del desierto. Cada vez más, parecía alguien digno de sentarse en un trono.
Le habían cortado el pelo, algo a lo que todavía estaba acostumbrándose.
Se sentía como si lo hubieran sacado de una mina. Necesitaba amoldarse a la luz. Y aprender a vivir en la superficie.
Pero sus artimañas para eludir a Olivia y recuperar el equilibrio iban a llegar a su fin ese día. Había quedado con ella para probarse su nueva vestimenta. Como si fuera una muñeca. Sin embargo, entendía que la ropa era clave a la hora de dar una imagen de sí mismo a los demás.
Ella llevaba vestidos de tejidos finos y lujosos que se ajustaban a sus fascinantes curvas con delicadeza. Era difícil apartar la vista de su cuerpo, en parte, por el corte de sus atuendos. Le daban, además, un aire de autoridad. Y le hacían parecer como pez en el agua. Como si se hubiera materializado de entre las gemas y el oro de las paredes de palacio.
En ese aspecto, haría un estupendo papel de sultana. Al menos, uno de ellos parecía nacido para ser el amo de un palacio.
Por su parte, él protegería a su gente. De eso estaba seguro.
Las puertas de sus aposentos se abrieron de par en par para dar paso al objeto de sus pensamientos. La seguía otra mujer empujando un carrito lleno de ropa con expresión de determinación.
–Esta es Serena. Ahora es la encargada oficial del guardarropa real.
–Hola, Olivia. Hace días que no hablamos – saludó él, ignorando su presentación.
–Hola – repuso ella–. Supongo que ese biombo servirá para que te vistas detrás.
Tarek miró a ambas mujeres, procesando la idea de que tenía que esconderse para vestirse. No tenía ningún sentido del pudor. Pero se imaginó que la sugerencia era por ellas, no por él.
Entonces, recordó el día en que Olivia le había tocado el pecho.
Sin duda, sería buena idea utilizar el biombo, decidió.
Serena acercó el carrito y él se escondió detrás del panel tallado de madera. Tomó el primer trapo que alcanzó, se desnudó y se lo puso.
Cuando salió, Serena se acercó a él con un metro en la mano. Le puso las manos en los hombros, midiendo aquí y allá. Él esperó sentir algo parecido a lo que había experimentado cuando Olivia lo había tocado, pero no fue así.
No sintió nada más que la fría presión del metro y el contacto de la otra mujer sobre la ropa.
Olivia se acercó con el ceño fruncido y gesto de apreciación.
–¿Qué te parece, mi reina?
–Te sienta bien. Aunque necesita algunos arreglos.
–¿Es la clase de ropa que debería llevar a la fiesta de coronación?
–¿Habrá una fiesta de coronación? – preguntó Olivia con los ojos muy abiertos.
–Sí.
–¿Y por qué no me lo has mencionado antes?
–Solo hemos hablado en dos o tres ocasiones. Una de ellas terminó muy mal – contestó él, mientras Serena se agachaba para medirle la pierna.
Olivia lo miró de arriba abajo y arqueó una ceja.
–Me hubiera gustado que me informaras de que iba a tener lugar un acto público de gran envergadura. Habrá que contar con los medios de comunicación, Tarek. Tenemos que decidir si vamos a aparecer como pareja o no. Yo voto que deberíamos.
–No hemos decidido qué vamos a hacer respecto a nuestra unión o separación.
–Tú no lo has decidido – replicó ella con determinación–. Yo, sí. Es aquí… donde tengo que estar.
–¿Es el poder lo que te atrae? – preguntó él, invadido por una oleada de rabia–. El poder corrompe, mi reina. No dejaré que eso pase de nuevo.
–No es lo que yo quiero. Me dijiste una vez que eras un arma. Yo soy una reina. Los dos queremos ser utilizados como deberíamos.
–Quizá podrías entretenerte como jefa de alguna clase de comité.
–No es lo que quiero.
–¿Tienes alguna clase de vínculo emocional con Tahar?
–Podría crearlo – aseguró ella con firmeza.
–No creo que sea bastante, Olivia.
–Quiero un… – comenzó a decir ella y apartó la vista un momento antes de continuar–. Quiero un hogar, Tarek. Más que nada, quiero tener mi hogar, un lugar donde no me sienta extraña ni innecesaria. Y tú me necesitas aquí. Permíteme usar mis conocimientos. Déjame ser lo que puedo ser – rogó, la respiración acelerada hacía que su pecho subiera y bajara con rapidez.
–¿Solo puedes sentirte realizada a través del matrimonio? – inquirió él, observándola con intensidad–. Qué frustrada debes de sentirte. Tu futuro depende, entonces, de mi decisión.
Como un pájaro atrapado en una jaula, el pulso de Olivia le saltaba en el cuello a toda velocidad. Él sintió el deseo de tocarlo con el dedo, sentir su latido, la suavidad de su piel.
Aquel simple pensamiento hizo mucho más para calentarle la sangre que todo lo que Serena estaba haciendo con la cinta métrica.
–¿Tengo que probarme todo o bastará con las medidas que me estás tomando? – preguntó el sultán a Serena.
–Puedo arreglarme con estas medidas.
–Entonces, puedes retirarte. Déjanos a solas. Olivia y yo tenemos cosas que hablar.
–Recogeré el traje después – indicó la sirvienta con ademán obediente. A toda prisa, agarró el carrito y se fue.
La puerta se cerró y Olivia y el sultán se quedaron a solas. Mirándose el uno al otro.
Él empezó a desabrocharse la camisa, contemplando cómo los ojos de ella seguían todos sus movimientos.
–Tal y como yo lo veo, tu futuro y tus probabilidades de sacar adelante a tu país dependen de mí. No hay nadie más para ayudarte. ¿A quién tienes de tu lado? ¿A los viejos consejeros de tu hermano? ¿A los nuevos empleados que apenas conocen su cargo? Iban a dejar que asistieras a la coronación con el mismo aspecto que tenías cuando te conocí. Tu pueblo se habría resentido contigo por no haberte tomado la molestia de afeitarte y arreglarte para un evento de esa magnitud. ¿Te han asesorado, al menos, sobre cómo tratar con la prensa?
Por primera vez, Tarek se sintió incómodo y perdido. Se había centrado en aclimatarse a la vida en palacio y a su nueva posición. Sabía que podía ayudar a su nación a salir de la ruina. Sin embargo, sobre la prensa y sobre un salón de baile, no sabía nada. No tenía ni idea de cómo mantener una conversación formal, ni mucho menos de cómo dar discursos. Sabía cómo inspirar terror a sus enemigos. Podía causar un reguero de sangre y destrucción en un ejército solo con su espada.
Pero las normas sociales eran algo extraño para él.
Tan extraño como sentir los cálidos dedos de Olivia sobre la piel.
Era un hombre acostumbrado a vivir entre la vida y la muerte. Había sobrevivido a batallas y torturas.
Aunque, en otro sentido, apenas era un hombre. No había sido entrenado para lo que se le presentaba.
Iba a tener que rehacerse de nuevo.
Pocas cosas le asustaban. Pero la perspectiva de tener que reformar su ser otra vez lo mareaba y lo llenaba de angustia.
Miró a la delicada Olivia. Antes que ella, ¿cuánto tiempo había pasado desde la última vez que lo habían tocado? Todo contacto que había recibido en los últimos años había ido dirigido a destruirlo, a acabar con él.
Tal vez, si se dejaba reformar por las manos de Olivia, la experiencia no sería dolorosa.
Quizá ella tenía razón. Tal vez era la única esperanza que le quedaba.
Había sido sincera con él. Sus ojos habían estado llenos de dolor cuando le había confesado que no tenía a donde ir. Lo necesitaba. Tal vez, si admitía que esa necesidad era mutua, no sería tan terrible, reflexionó el sultán.
–La coronación tendrá lugar dentro de dos semanas – señaló él–. No sé qué se espera de mí.
–Tú eres quien decide eso. Eres el sultán. Pero debes entender que, si te saltas ciertos protocolos, resultará extraño.
–¿Ayudaste a tu primer marido en su coronación?
–No tuve que hacerlo – contestó ella con una suave sonrisa–. Marcus había nacido para ser rey. Lo educaron para eso. Con traje o sin traje, parecía lo que era. Tú, sin embargo, no pareces un aristócrata ni con el mejor de los trajes. No te lo tomes a mal. Solo es la verdad. No, no lo ayudé. Yo no tenía ni idea de cómo ser reina hasta que Marcus me enseñó. Me temo que a ti te va a resultar un poco más difícil que a mí aprender, pero puedo ayudarte.
–Nos casaremos – afirmó él con voz ronca–. No sé nada de esta vida. Sé lo que quiero. Sé quién quiero ser. Pero no puedo lograrlo sin ti. Me has convencido.
Ella se quedó sin aliento.
–¿Tras solo cuatro días?
–Eres tenaz. Y muy convincente – afirmó él, y se quitó la camisa–. Anunciaremos nuestro compromiso en la coronación. Creo que es mejor ofrecer al país una imagen de solidez. Eso incluye el tener una esposa. ¿Podrás encontrar un vestido para la boda con la premura necesaria?
–Sí.
Por primera vez desde que la había conocido, Olivia Bretton parecía rendida. Se había mantenido altiva en todo momento, pero, cuando acababa de conseguir su propósito, parecía haberse encogido.
–No te eches atrás ahora – dijo él–. Cuando te conocí, pensé que te marchitarías en el desierto, pero me has demostrado que estás hecha de acero. No me decepciones. No cuando he admitido que te necesito.
Ella enderezó la espalda, recuperando parte de su altivez.
–No lo haré.
–Bien.
–Entiendes que, cuando aparezcamos en esa coronación, debemos parecer una pareja unida, ¿verdad? Debemos ser un ejemplo de solidez. Yo tengo una reputación que mantener. Los ciudadanos de mi país me aman. Nuestra unión fortalecerá el comercio entre Tahar y Alansund.
–¿Significa eso que tengo que llevarte de mi brazo?
–Creo que podemos pasar por alto el baile. Dudo que nadie te culpe. Pero sí, tenemos que dar la impresión de estar muy unidos. Tendrás que pronunciar un discurso sobre tus planes para Tahar.
–No tengo a nadie que me escriba los discursos. Lo despedí.
–¿Sabes… escribir? – preguntó ella, titubeando.
–Sí. Aunque admito que no lo hago a menudo.
–Quizá podamos hacerlo juntos. Si puedes poner tu plan sobre el papel, yo puedo revisarlo para que quede bien. Haces buen uso de las palabras, eso tengo que reconocerlo.
–Eso es por todo el tiempo que he pasado solo.
–¿Por qué dices eso?
–Porque pasaba mucho tiempo hablando conmigo mismo. He tenido cuidado de no perder todos los idiomas que me enseñó mi padre – explicó él. Eran los únicos retazos de humanidad que había seguido llevando en el alma. A pesar de que, muchas veces, las palabras le habían parecido fuera de lugar en un sitio como el desierto, se alegraba de no haberse olvidado de ellas.
–Bien. Eso nos será útil más adelante.
–Vivo para resultarte útil, mi reina.
–Lo dudo – repuso ella, sonriendo.
Entonces, Olivia bajó la mirada. El sultán vio cómo lo contemplaba de los pies a la cabeza. Cuando, al fin, ella levantó la vista, tenía las mejillas sonrojadas.
–Me estás observando.
–Me resultas fascinante.
–¿Por qué? – preguntó él con voz ronca. De nuevo, un extraño fuego se había apoderado de su cuerpo.
–Ahora mismo, me resulta fascinante tu cuerpo.
El color de las mejillas de Olivia se intensificó, al mismo tiempo que a él le subía la temperatura.
–Sé que hemos hablado de esto y que no íbamos a volver a hacerlo hasta que decidieras si íbamos a casarnos – indicó ella–. Pero ahora ya lo has decidido.
Con un torrente de adrenalina corriéndole por las venas, Tarek dejó que fuera su cuerpo el que tomara la iniciativa.
Rodeándola de la muñeca, atrajo la mano de ella hasta su pecho y se la colocó sobre el acelerado corazón.
Como respuesta, a ella le brillaron los ojos y, al instante, comenzó a mover la mano sin necesidad de que la sujetara. Le recorrió el pecho, los músculos del abdomen. Él no hizo nada para detenerla. No podía comprender cómo una mano tan suave podía causarle un impacto tan grande. Era como si una pluma fuera capaz de derrumbar una montaña.
El fuego se extendió por todo su ser, doblegándolo bajo los dulces dedos de Olivia. En ese momento, ella era la diosa de su universo, la dueña del aire que respiraba.
Olivia dio un paso más y, con la otra mano, lo sujetó de la nuca. En la batalla, Tarek había visto a soldados jóvenes e inexpertos actuar como él, paralizados ante el avance del enemigo a pesar de que sabían que lo mejor era huir. La morbosa fascinación de la tragedia era demasiado poderosa como para darle la espalda.
En ese instante, al igual que ellos, Tarek se sentía privado de todo instinto de protección. No era capaz de resistirse.
Por eso se quedó allí, clavado en el suelo, hipnotizado.
Aunque, en lugar de ver cómo se acercaba a su rostro un filo de acero, tenía la mirada entrelazada con los ojos azules de aquella mujer.
Olivia hizo una pausa. Cuando se humedeció los labios rosados, él sintió la urgencia de abrazarla y completar la tarea. Casi le temblaba el cuerpo de tanto contenerse.
Ella era la prueba viviente de que no era necesario tener un puño de hierro para ostentar el poder. Una caricia podía conseguir mucho más que una espada. Olivia había conseguido adentrarse en partes vedadas de su corazón, había despertado necesidades por largo tiempo dormidas. Ansiaba sentir su contacto, saborear su piel, su calor, tener el cuerpo de una mujer bajo el suyo.
Una batalla estalló en su interior, dividido entre el deseo de recuperar el control y apartarla de su lado o rendirse a los oscuros deseos que lo inundaban.
No podía negar la conexión física que había entre los dos. Podía ser algo beneficioso para su matrimonio, se dijo. Siempre y cuando aprendiera a dominarla.
Por eso, se quedó allí parado, dejando que fuera ella quien lo tocara. Hasta que, con la respiración entrecortada, Tarek se apartó.
–¿Qué pasa?
–Es bueno que estés fascinada por mí. Parece que para ti es importante. Aun así, creo que la consumación de nuestra unión debe esperar hasta nuestra boda – indicó él, cerrando la puerta de sus emociones.
–Esa forma de pensar está pasada de moda.
–No es una cuestión de valores. Es porque no quiero que ni tú ni yo perdamos la concentración.
–No veo por qué me va a resultar difícil desempeñar mis tareas diarias porque tengamos una relación. Eres un hombre guapo, pero no creo que vayas a distraerme por eso. Aunque tampoco me parece mal que nos demos tiempo para conocernos mejor. No acostumbro a acostarme con extraños.
Contemplando al ser femenino que tenía delante, Tarek se dio cuenta de que había muchas cosas que los separaban. Él había visto cosas terribles, aspectos de la vida que nadie debería tener que conocer jamás. Había soportado un dolor capaz de matar a la mayoría de los hombres. Aun así, no sabía nada de las personas, ni de las relaciones. Era un ignorante en todo lo relacionado con la pasión.
Al contrario que él, ella era poseedora de esos secretos. Eran misterios que brillaban en sus ojos azules. E intuía que los compartiría con él, si se lo pidiera.
Sin embargo, cuando llegara el momento de experimentar la pasión, Tarek quería que fuera por decisión propia. Quería tener las cosas bajo control. No iba a dejar que su cuerpo estuviera sometido a sus anhelos.
Y, mucho menos, que fuera esclavo del deseo.
Era un hombre con años de práctica en negar sus propios apetitos. Y podía seguir así hasta que considerara que era capaz de hacerlo sin perder las riendas de sí mismo.
–No sé si algún día dejarás de tenerme por un extraño. Pero llegará el momento en que me llames marido.
–Entonces, en ese momento, podremos tener una relación sexual.
–Supongo que sí.
Ella parpadeó y tomó aliento, como si necesitara un instante para recuperar la compostura.
–No eres como esperaba.
–¿Qué esperabas?
–Un hombre – repuso ella.
–¿En qué sentido?
–Nunca había conocido a ningún hombre que presentara tanta resistencia. Creí que tendrías deseos de estar conmigo cuanto antes. Quizá llegué a conclusiones precipitadas.
Tarek percibió un atisbo de vulnerabilidad, como si la ofendiera lo que ella interpretaba como indiferencia.
Pero no era indiferencia. Sino todo lo contrario.
–Lo siento, mi reina. He pasado demasiado tiempo lejos del mundo como para saber cómo se supone que tengo que reaccionar a determinadas cosas.
–De alguna manera, conseguiré que eso juegue a tu favor, Tarek – afirmó ella, mirándolo de cerca–. No sé cómo, pero haré que nos beneficie a los dos.
Tras dedicarle una última mirada, Olivia se dio media vuelta y salió de su habitación.
Medio vestido con las ropas nuevas, el sultán se sentía como un hombre distinto.
O, tal vez, era Olivia quien lo hacía sentirse así.